“A la guerra en taxi”

Juan Carlos Salazar del Barrio

Stephen King dijo alguna vez que “en lo que concierne al pasado, todo el mundo escribe ficción”. Paul Auster opinaba en el mismo sentido. “En el mundo real –escribió– nos ocurren cosas que se parecen a la ficción. Y si la ficción resulta real, entonces quizás debamos reconsiderar nuestra definición de realidad”. 

No es raro, pues, que, al ver la tapa y leer el título de mi reciente libro, A la guerra en taxi (Plural), un conjunto de crónicas sobre los conflictos armados que me tocó cubrir a lo largo de mi carrera profesional, algún lector piense que está ante una novela, como ya me lo han dicho. 

Yo mismo escribí en el epígrafe de mi libro de cuentos, Figuraciones (Plural, 2021), que “la ficción cobra vida y recupera certezas cuando la imaginación desvela lo que la realidad oculta”. Dándole la vuelta a la idea, bien podría decir que es la realidad la que cobra vida al cabalgar en la ficción. Y nada más parecido a la ficción que la realidad latinoamericana, la de antes y la de ahora.

Parece de cuento la anécdota que da lugar al título de mi libro. Me ocurrió durante mi primera visita a El Salvador para cubrir la guerra civil. Después de acomodarme en la habitación del hotel, un hotel que servía de búnker a los enviados de la prensa mundial, bajé al vestíbulo y salí a la puerta para ver si me encontraba con algún colega.

Allí estaban estacionados varios taxis a la espera de pasajeros. Uno de los taxistas se me acercó y me preguntó. “¿Es usted periodista?” Sí, le respondí. Y a continuación me hizo una invitación: “¿Quiere ir a la guerra?”.

El Salvador es un país muy pequeño, de apenas 21.000 kilómetros cuadrados –la mitad de Oruro–, y claro, como me dijo un diplomático argentino, los frentes de batalla estaban “a un tiro de distancia” de la capital. Nunca mejor dicho.

Años después, al abordar un taxi en el aeropuerto de la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, rumbo a San Cristóbal de las Casas, para cubrir el alzamiento indígena zapatista, el chofer me sorprendió con la misma pregunta: “¿Periodista? ¿Va usted  a la guerra?”. 

Era la segunda vez que me desplazaba al escenario de un conflicto armado en un medio de transporte eminentemente citadino. Y es que en los años de fuego, la guerra y el taxi eran “parte del paisaje urbano”, como me dijo el periodista y poeta argentino Juan Gelman, enviado del diario Página 12 de Buenos Aires, cuando le comenté las anécdotas.

Durante una de mis visitas a El Salvador, escribí una crónica que reproduzco en el libro sobre la geografía de la guerra.  

Chalatenango –el principal escenario– es una palabra de origen náhuatl. Proviene de “shal”, que significa arena, “at”, agua, y “tenan”, muro. Chalatenango significa “muro de agua y arena”. Suchitoto, otro de los escenarios,  es el “lugar del pájaro flor”. Viene de “shuchit” (flor) y “tutut” (pájaro). Perquín, vocablo lenca, es el “camino de brasas”. El cerro San Vicente o Chichontepec, una montaña de dos picos, tiene también un nombre sugerente: “Cerro de las dos tetas”. Guazapa, el volcán, es la “peña sonora”.

La geografía de la guerra salvadoreña era un poema, pero el conflicto la convirtió en un infierno y ahogó los nombres de sus montañas, valles y cañadas en un baño de sangre.

Ni qué decir de la geografía de Chiapas. Los cerros que rodean a la hermosa ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas, tienen nombres sonoros, como Tzontehuitz, Huitepec y Mitzitón. Es una región bañada por ríos y arroyos de cursos poéticos, como “Peje de Oro” y “Ojo de Agua”. 

¿Cómo conciliar tanta poesía con la brutalidad de la guerra? ¿Cómo no escribir una novela en lugar de una crónica periodística? La tentación era grande.

Como escritor y periodista, yo admito muchas influencias, de escritores y periodistas, a quienes he leído desde siempre. 

En el caso de mi libro, reconozco la de John Dos Pasos, el autor de USA, una hermosa trilogía sobre la Gran Depresión americana. En Paralelo 42, 1919 y El Gran dinero, los títulos de la trilogía, Dos Pasos utiliza varios géneros para montar una verdadera sinfonía de la sociedad estadounidense de la época. Utiliza la crónica, la semblanza e incluso la noticia, en una estructura maravillosa. Y, claro, también la ficción, con la historia novelada de los personajes de su obra.

La estructura de mi libro incluye igualmente crónicas, semblanzas y algunas viñetas, a manera de postales, para describir hechos, escenarios y personajes. Pero, claro, falta la ficción, aunque mis lectores dirán que muchos de mis personajes son producto de la imaginación antes que de la realidad. 

Al comentar mi libro de semblanzas Semejanzas (Plural, 2018), una colega me preguntó por qué todos mis personajes eran positivos. Yo le respondí que no se me daban los negativos. Pero en este libro intenté retratar a los “malos de la película” de la época. Espero haberlo logrado.

Escribí la semblanza del represor con nombre de santo que creó su propio infierno, la del brujo que organizó la banda paramilitar más siniestra que conoció América Latina, la del “malavida” que se jactaba de haber sido el “secretario general” del Plan Cóndor en Bolivia, la del pastor evangélico de la Biblia y la ametralladora que arrasó las comunidades indígenas de Guatemala en nombre de Dios. 

Y, claro, por el libro desfilan los sátrapas, los profetas y los redentores que poblaron el continente en el siglo pasado; y los redentores que derrocaron a los sátrapas para imitarlos cuando llegaron al poder.

Hay guerras y guerras. Desde la guerrilla urbana, como la que se libró en Argentina, hasta la guerra civil salvadoreña, pasando por la insurgencia indígena zapatista de Chiapas y las operaciones de “tierra arrasada” ejecutadas por los militares guatemaltecos contra las comunidades indígenas. Está la del Che en Bolivia o la que libraron los cubanos contra el hambre. O las invasiones extranjeras o la que declaró el terrorismo yihadista a Occidente.

Pero, la guerra es la guerra, llámese “sucia”, como la de los militares argentinos, o “santa”, como la que decían librar los generales anticomunistas centroamericanos. Todas las guerras son sucias, ninguna es santa. Es el mismo conflicto, con diferentes rostros. 

A todas ellas me refiero en mi libro. Y también a la paz, porque la guerra y la paz son el anverso y reverso del mismo drama humano. Y la paz, como el hambre, tiene cara de hereje. Logra reconciliar a enemigos irreconciliables al sentarlos en una misma mesa, como ocurrió en El Salvador y Guatemala.

Escribo “crónicas desarmadas”, como dice el subtítulo, porque aludo a guerras olvidadas, a causas traicionadas, a banderas arriadas y –como en toda guerra– a un inútil derramamiento de sangre. 

Basta ver lo ocurrido en Centroamérica. Con la paz llegó la democracia, con elecciones libres y alternancia en el poder, pero no la solución de los problemas estructurales que dieron origen a los conflictos armados de la época. La dictadura retornó a Nicaragua, con la reelección eterna de Daniel Ortega desde 2006, y la violencia delincuencial de los “maras” sustituyó a la violencia política en El Salvador y Guatemala.  

Durante la guerrilla del Che, hace 55 años, utilicé el telégrafo Morse para trasmitir mis crónicas;  en El Salvador, en los años 80, tuve en mis manos un extraño artilugio, la texi de Olivetti, antecedente de la laptop, que en realidad era una máquina de escribir con una pequeña pantalla, donde cabían cinco líneas, con dos ventosas que se conectaban al auricular del teléfono para la transmisión de los datos. 

Chiapas vio llegar a los “corresponsales modernos”, con una laptop, un celular en la cintura e incluso un teléfono satelital a manera de mochila.

Del telégrafo Morse al Internet pasaron menos de 40 años. Las historias sobre la guerrilla del Che se difundieron por el mundo a golpe de teletipo y en “spots” filmados con cámaras de cine de 16 mm, que llegaban a las teleaudiencias con un retraso de más de 24 horas. 

A pesar de los adelantos tecnológicos posteriores, ni la guerra civil centroamericana ni la rebelión zapatista tuvieron la difusión “en vivo y en directo” de los conflictos armados actuales, como lo que vimos en la Guerra del Golfo y lo que estamos viendo ahora en Ucrania.

Y no es la única diferencia. La cobertura de siete meses de la guerrilla del Che costó a mi agencia ¡500 dólares!, una suma que hoy probablemente apenas alcanzaría para pagar los viáticos de un día de un corresponsal de guerra en Europa o el Medio Oriente… ¡O la tarifa de un taxi para cruzar la frontera de dos países en llamas!

Los tiempos han cambiado. También los periodistas. Y las guerras no son lo que eran.

https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/a-la-guerra-en-taxi/20230429212411905651.html

Ramona – Opinión – 30 de abril de 2023

El Gato Salazar es un periodista que acudió a la guerra en taxi

Hizo la cobertura de la guerrilla del Che Guevara en Ñancahuazú y después estuvo en distintas partes del mundo, especialmente en Centroamérica. Ya tiene lista la edición de su más reciente libro periodístico.

Por Erick Ortega

Cierto colega argentino a quien conoció en México tenía una curiosidad y un día le preguntó sin pelos en la lengua: “Oye, Gato, ¿por qué te dicen Juan Carlos?”. El aludido, quien en su niñez ya había perdido su identidad bautismal, sonrió y confirmó otra vez que el sobrenombre lo acompañaría por siempre.

Es imposible nombrar al Gato Salazar sin citar su oficio: o sea, él es conocido como: Gato Salazar, el periodista. Está a punto de lanzar un nuevo libro sobre sus andanzas con la libreta en mano y yendo tras la historia; en esta ocasión A la guerra en taxi.

Chau geólogo, hola periodista

Su casa de Obrajes tiene algo de pirámide egipcia porque donde uno posa la vista ahí mismo está un gato. En la pared se luce una pintura que Luis Zilvetti le regaló, más allá hay mininos en cerámica, otros felinos están tallados en madera y algunos con sus miradas escudriñadoras observan la sala desde diferentes rincones.

La mirada clara de Salazar es sosegada y tiene algo de mar quieto. La tranquilidad que emana contrasta con las aventuras que vivió. Fue testigo y cronista de la incursión guerrillera del Che, en Bolivia, en aquel lejano 1967; fue perseguido por las dictaduras en el país, llegó a México para retratar la guerrilla de Chiapas de enero del 94, anduvo por los países centroamericanos tan heridos por los militares en los 80. Y sí, es un auténtico gato de siete vidas que anduvo por la región.

Eso sí, antes de convertirse en periodista tuvo una decepción académica que le marcó la vida. Él iba a ser geólogo.

“Yo soy de Tupiza, mi padre era un industrial minero y tenía minas. Él tenía una empresa y cuando yo estaba estudiando en Sucre, en el colegio Sagrado Corazón, antes de salir bachiller se suponía que tenía que seguir los pasos de mi padre, por una cuestión familiar. Salí bachiller en Sucre y vine a La Paz. En esa época había exámenes vestibulares, había que dar un examen de ingreso y me aplacé”, explica el hombre que admite no ser fanático de los gatos reales, aquellos que se enredan en los pies y piden mimos con ronroneos.

Por entonces, casi a comienzos de la década de los años 60, se topó en el colegio San Calixto de La Paz con su amigo jesuita Lorenzo Catalá, quien fue el primer corresponsal de Fides en Sucre. A él, Salazar le contó que había reprobado en la universidad y que esperaba volver a presentarse al año siguiente. El religioso le preguntó qué iba a hacer mientras tanto y el Gato respondió que buscaría trabajo.

El jesuita le contó que el padre José Gramunt de Moragas estaba en busca de un gacetillero, aquel que trabaja comunicados de prensa y redacta noticias.

Gramunt –quien fundó la Agencia de Noticias Fides, lideró las Escuelas Radiofónicas de Bolivia Erbol, dirigió Radio Fides y fue corresponsal de una serie de agencias en el país– es un personaje digno de admiración en el campo de la comunicación. Cuando conoció al Gato le lanzó, en dos palabras, una pregunta clave para los periodistas: “¿Sabes escribir?” Salazar esbozó una respuesta condicionante en una sola palabra: “Depende”.

El sacerdote le pidió que redactara una noticia. “Nunca lo había hecho hasta entonces. Me dijo ‘a ver, toma nota’ y me dictó unos datos de un hecho cualquiera, creo que de un accidente, y me dijo que escribiera una noticia en base a eso. Entonces tardé como una hora en escribir, le entregué lo que hice y él leyó y leyó. Tachó cosas con un lápiz rojo y me dijo ‘bueno, contratado’; yo pensé que no le había gustado lo que hice”, cuenta a Página Siete.

Corría el año 64 cuando probó las mieles del periodismo, pero no se olvidó del destino familiar y al año siguiente volvió a Geología; pero ya sabía que su destino estaba escrito en entrevistas, crónicas y reportajes… tan lejos de las piedras y los minerales que eran la herencia familiar.

Por entonces no había Comunicación Social en la malla curricular académica y él decidió estudiar Derecho y Ciencias Políticas, que tenía cierto guiño con el periodismo. Aprendió de derecho romano, las leyes y decretos durante tres años hasta que brilló una luz en su horizonte profesional.

“Se abrió la carrera en la Universidad Católica Boliviana, la cual en principio fue sólo para periodistas en ejercicio, para darnos la oportunidad de conseguir un título académico en periodismo. Dejé Derecho y empecé Comunicación Social, terminé la carrera con la idea después de volver a terminar Derecho, pero ya salí exiliado el 71 porque era dirigente de las Federaciones de Trabajadores de la Prensa de Bolivia”, cuenta, mientras desde los muebles y paredes de su sala los gatos parecen tener la mirada clavada en el tupiceño.

Dictaduras y dictablandas

Mientras Salazar decidía su futuro académico, el país entraba a la olla hirviendo de las dictaduras. “Yo empecé el 64 si no me equivoco, probablemente en abril o mayo, y poco tiempo después vino el derrocamiento de Paz Estenssoro, el 4 de noviembre. Eso fue el fin del doble sexenio del MNR y el inicio del triple sexenio militar, con la serie de golpes militares y al medio la guerrilla del Che Guevara”, explica.

Eran tres los periodistas liderados por el padre Gramunt. “José Luis Alcázar, con quien después escribí un libro sobre la guerrilla; Óscar Rivera Rodas, un poeta escritor que trabajó después en Presencia y yo”, enumera Salazar.

Las noticias que ellos hacían viajaban en flota a Oruro, para ser impresas en La Patria; y volaban por avión al diario Prensa Libre, de Cochabamba. Eran periodistas todo terreno. “A las dos de la tarde terminábamos de escribir nuestro boletín diario y llevábamos el material. Era, como yo digo, periodistas tres en uno porque en la mañana éramos reporteros, a mediodía nos convertíamos en redactores y después mensajeros”, refiere el Gato, quien a la hora de elegir animales él prefiere los perros.

La guerrilla de Ñancahuazú marcó a Salazar y a su generación. Ahora, quien es director de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Católica Boliviana, cuenta que el periodismo es un oficio que se alimenta sobre todo en la calle y en la sala de redacción. “Se aprende leyendo buen periodismo y escribiendo. Éste es un oficio que vas desarrollando con el tiempo y claro, obviamente la academia es importante”, indica el hombre que cubrió campeonatos mundiales de fútbol, pero quien no tiene una casaca futbolera.

Cuenta que en el periodismo cada vez se requiere una mayor especialización y que las generalidades ya casi están obsoletas.

Pero antes no era así. En los tiempos de la guerrilla del Che Guevara, por ejemplo, Salazar escribía de forma telegrafiada (sin artículos y yendo al corazón noticioso) porque no había cómo enviar noticias de un lugar a otro.

Recuerda su primer encontronazo con el telegrafista que recibió su mensaje. “Era un telegrafista acostumbrado a mandar mensajes muy cortos, como ‘feliz cumpleaños’, ‘feliz Navidad’,‘mañana viajo’, etcétera. Cuando estaba entrando a Ñancahuazú entregué al telegrafista mi primer despacho redactado en mi máquina de escribir. Era una página nada más y el telegrafista se enojó conmigo porque no estaba acostumbrado a enviar textos así”.

En 1994, cuando viajó a cubrir el levantamiento zapatista de Chiapas, las condiciones habían cambiado. Vio cómo algunos periodistas se mandaban la parte con las computadoras portátiles y los teléfonos celulares que pesaban tanto como las mochilas de los guerrilleros. Ésta y más aventuras similares están en su reciente libro A la guerra en taxi.

Se deslumbró con la guerrilla sandinista y se desilusionó con el actual presidente Daniel Ortega, líder sandinista. Reflexiona: “El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente”. Y los periodistas están para eso, para desnudar al poder y enfrentarlo.

“Los tiempos han cambiado, los periodistas no son los mismos y las guerras no son lo que eran”, cuenta el Gato. Él es hoy en día un vecino tranquilo de Obrajes; pero sus ojos claros fueron testigos de las inequidades cometidas en dictaduras y en dictablandas. Sus manos escribieron, contaron y recontaron la historia.

https://www.paginasiete.bo/gente/el-gato-salazar-es-un-periodista-que-acudio-a-la-guerra-en-taxi-HY6991584

Página Siete – Jueves, 30 de marzo de 2023

Las “Figuraciones” de Juan Carlos Salazar

Darwin Pinto Cascán *

La literatura siempre me lleva a lugares mejores y extrae de mí una versión que sólo existe con ella. La buena literatura es una experiencia que se prolonga hasta después de haber terminado de leer el libro. Es algo que se queda en uno, como un perfume o “esa” mirada que no se va de la mente por muchos días.

Acabo de terminar de leer el libro de cuentos de Juan Carlos Salazar, Figuraciones, y escribo aprovechando que aún estoy tocado por el eco vivo de cada relato. Para mí el libro como un todo, es un bello animal creado por un corazón que ha vivido intensamente y ha encontrado en el uso preciso de las palabras, el modo de darle vida, esencia y nombre.

He disfrutado con todos los sentidos este libro, que aunque no muy extenso, alcanza una maravillosa profundidad en la belleza de cada una de sus historias. Bien escrito, hecho con tinta que sale de la experiencia y de un corazón apasionado por seres y lugares, es una amable criatura, sabia y hermosa.

Cada relato corto es un universo cargado de su propia emoción, de su propio mensaje, de su propio andamiaje. Cada relato tiene cuerpo y tiene alma. Tiene huesos, y amores, y rencores y dolores. Cada uno es un pez único habitando en un océano de 62 páginas.

De las siete historias, me sorprende la transposición del tiempo y el lugar de ¿Acaso crees en Dios?; El retorno a la magia de lo sobrenatural en los campos, en Casilda; lo cíclicas e inevitables que son las fatalidades en El Triste Pizarro; la alegoría de un veneno que hace alucinar a sus mercaderes y a sus consumidores en El santo prestado; o la profunda nostalgia en Aquí vive la muerte. No pude evitar conmoverme profundamente con este cuento, lo cual para mí es una buena señal en lo referente a la factura de la pieza.

En su melodía hay unas pocas notas de Cortázar y tal vez de Rulfo, que sin embargo, no dañan para nada su estilo tan rico en el manejo del lenguaje y tan claro en la clave de sentimiento con el que decide vestir cada historia.

En estos días tan duros para nosotros, leerlo me ha recordado el alto grado de belleza que puede alcanzar la buena literatura cuando se escribe con la honestidad más pura posible: la del corazón.

*Periodista y escritor

https://www.brujuladigital.net/cultura/comentario-las-figuraciones-de-juan-carlos-salazar

Brújula Digital – 07/11/22

Figuraciones

Angélica Guzmán Reque

En el libro Figuraciones de Juan Carlos Salazar, se lee: “Las apariencias son realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos” porque los siete cuentos que lo integran son eso, un renacimiento de sus recuerdos que, cual testigos bullen por permanecer incólumes, por emerger de lo profundo de la reminiscencia, porque son vivencias que sellaron el transcurrir de sus días, de aquellos que nos ayudan a mantener la felicidad o infelicidad de años que se suceden con premura, pero dejan el recuerdo indeleble del paso del tiempo vivido y soñado.

Todos y cada uno de sus cuentos, son, para Juan Carlos la evocación de lo sublime del paisaje, porque detiene su mirada en el color y el aroma que le hacen expresar insondables prosopografías que no solo son poéticas, sino que confieren a la obra el matiz y el sabor necesarios a las páginas que se manifiestan matizadas de verde, de amarillo, de rosa, a la par que corren los ríos de agua cristalina que riega la mirada nítida. “Fue cuando me confesó que asociaba la pólvora con la flor de la retama, con el amarillito amarillando de los campos de retama en flor, como en la canción que se encendía la rebeldía de las guitarreadas estudiantiles.” 

El primer cuento que adorna Figuraciones es Casilda la añoranza de la persona que la revive en una campiña de antaño, una casona que se mantiene en el recuerdo, con el “aroma fresco, sabor a durazno reventón, subía desde la acequia que corría al pie del montículo con sus aguas vidriosas, relampagueantes, pujando por alcanzar el río, entre guijarros bruñidos por el torrente y el tiempo”. Es el que revive el aroma que siempre acompaña y no se deja morir porque son vivencias de los mejores tiempos de las añoranzas de la fe y la superstición de los pueblos que poquito a poco se van sepultando a sí mismos, con ellas se van festividades junto a  minúsculos personajes, creados, no sabremos nunca si de la imaginación fantasmal o de convivencia de las mentes sencillas que emergían, unas veces juguetones, otras provocando miedos: ¿fantasmas?, ¿Seres sobrenaturales? ¿Prodigios?, nunca lo sabremos. Lo que sí se conoce es el retrato de la mujer que llenaba de color y aroma el lugar: “Permanecía absorta, arropada por la fragancia resinosa de los matorrales de queñua, con la mirada fija en el fogón y la olla de barro, donde Josefina, la mujer de Nabor, preparaba la merienda de papas criollas, habas tiernas, choclos de granos dorados y grandes tajadas de queso de cabra.

Otro de los cuentos: El triste Pizarro, retrato de una persona que, como su nombre lo revela, es un rostro enjaulado en la sombra de la melancolía eterna, un ser que trajo consigo, al nacer, la nostalgia del amor frustrado de la madre, alguien que no sabía dialogar, solo respondía con monosílabos: “Nosotros nos entendemos, se limitó a responder el Ñato, cuando el Ojitos Carranza, le preguntó, hecho el gracioso, si no se aburrían de caminar en silencio y de haber convertido los diálogos en soliloquios.“ Es el significado de la amistad, aquella que encontramos en el otro, aquel que no pregunta, no indaga, solo está ahí porque sabe que lo necesitan y es útil, como aquella hermosa frase de Antoine de SaintExupéry en el Principito: «No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo» y Amélie Nothomb dice; “Todo lo que amamos se convierte en una ficción.”

¿Acaso crees en Dios? Terrible cuento del soliloquio de las penas y el recuerdo de un sacrificio en favor de la humanidad y de un martirio en manos de las fuerzas brutales de la ley. Un sentir y un vivir. El sacrificio sangriento al que fuera sometido el Nazareno y, al paso de los años, prosigue la mente de bestias sin sentimiento. Escrito en primera persona, a través de la figura del símil, es la terrible realidad humana que se vivió hacen siglos atrás y, hoy se repite a través del martirio con que se exhorta a una declaración policial o política. Creer o no creer en Dios porque el ser humano, sigue preguntándose, ¿cuál es el límite de las fuerzas sobrehumanas del que castiga y del que sufre? “Si vos no crees en Dios” y, la esperanza persiste, a través del recuerdo, cuando en el cuento leemos: “En medio de un vocerío amontonado de fariseos y samaritanos en túnicas níveas, judíos barbados, plañideras de rebosos enlutados, centuriones plateados y soldados en casacas entorchadas. (…) alcancé a percibir una voz distante. Pater in manus tuas commendo spiritum meum”, decía con palabras dulces, dulcificadas, que rodaban adormecidas por las faldas del monte, arropadas por una brisa crepuscular” y esa esperanza persiste en gente que cree, asílo expresaba John Lennon, uno de los Beatles, que escribió “Imagina a todas las personas viviendo la vida en paz. Podrás decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo sea unidad”. O la que repitió Martin Luther King. “Si ayudo tan solo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.”

El Santo prestadocuento donde se expone el tema de la religiosidad, es para el ser humano un imperativo necesario de creer en algo superior en el que depositar sus esperanzas e ideales, para poder darle sentido a su vida, es poder encontrar una fuerza que se presenta superior a su propia inteligencia, sentirse, inclusive, acompañado, saber que aquello que parece inalcanzable para él, es posible lograr a través de ese ser, ente o fuerza espiritual. En el cuento se lee “yo le tengo mucha fe al santito, mis amigos mexicanos me han contado que ha hecho favores a tipos picudos, como el Caro, el Señor de los Cielos y el Chapo” Este mismo cuento expone el gran problema de nuestros días La verde los grandes y afortunados seres que gozan de la placidez del dinero, el que lo puede todo, sin embargo, está siempre con la muerte en los talones. Tiene “amigos”, pero son los seguidores del vicio y de la oportunidad de vivir del ocio y de la vida regalada. Los inocentes que se dejan convencer “yo lo conocí de changuito, apenas llegado al pueblo en busca de trabajo. Buena gente sabía ser, calladito, humildito. Yo lo veía rebuscándose la vida”. Decía el gran filósofo y pensador Confucio: “Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos.”


Tampoco se le olvidó a Juan Carlos, un cuento sobre el valor que tienen los amuletos en la vida de cualquier persona Quitapesares Es el amuleto con que la esperanza de un día mejor o de una buena ventura, la sostenemos con ansiedad y seguridad. Esa fe sencilla con la que se vive y se siente la vida con un amague de felicidad, pero vivencias que no desesperan, sino, más bien se las hace suyas y él dibuja el rictus de alegría en el rostro. “Me cura mis aflicciones en silencio, mientras duermo, y al amanecer, cuando despierto, todos mis temores han desparecido…”, son también, los sitios por donde transitó su felicidad, se apropian de los recuerdos y los visibilizamos como si realmente los volviéramos a vivir. “Los escenarios se apropian de las personas, las recrean y las hacen suyas, hasta convertirlas en ánimas o fantasmas, según los humores y amores que recogen en su transitar por cada momento.”

Aquí vive la muerte, otro de los cuentos, donde leemos: “Cómo no recordarlo, digo yo, si aquí vive la muerte. Sí aquí mismito, en la tierra nuestra, de los trajines nuestros de cada día, porque aquí, en la soledad de la montaña, la vida se ha desposado con la muerte.” El recuerdo del ser amado que parecía vivir profundamente consustanciada con la muerte, que marchaba a la par, como un gemelo identificado consigo mismo. “Todo me queda grande, menos la vida”, presentía. Sobre la muerte ha dicho Henry Van Dyke: “El día de tu muerte sucederá que lo que tú posees en este mundo pasará a manos de otra persona. Pero lo que tú eres será tuyo para siempre.” Y esa realidad la vive la persona que ha sabido amar y sabe que la muerte no le ha arrebatado todo, que se ha quedado dentro de sí y los recuerdos bullen, le acompañan indefinidamente porque bien dice Rabindranath Tagore: “La muerte no está extinguiendo la luz; solo está apagando la lámpara porque ha llegado el amanecer.”

El último de los cuentos titula El espejo y es la rememoración de la figura emblemática del revolucionario Ernesto Che Guevara, por eso expresa: “¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces? Quiso recordar su partida entre disfraces y precauciones, pero el tiempo se le escapaba como el agua del arroyo inexistente en los días de sol.” Una figura controversial, pero de un valor trascendente por su actitud, sus ideales de un mundo mejor, desde su propia realidad, desde su óptica, sin pensar, quizá, que la humanidad piensa y actúa de muchas maneras, desde su entorno socio cultural. Es la muerte y la forma en que fue ejecutado, sin tomar en cuenta que todo ser humano debe ser sometido a las leyes que rigen, en estos casos sobre los derechos que posee todo serAñade el cuento: “Sintió que miles de agujas de hielo le atravesaban el cuerpo y le estallaban en el corazón. Se escuchó lanzando un aullido, inaudible, y, advirtió que su grito, impotente, quedaba petrificado en una mueca. Se vio suspendido sobre sus despojos, mirándonos desde lo alto, y reconoció su rostro a lo lejos como en un espejo, con la claridad de los amaneceres y la transparencia de lo que hablaría el trovador.

Concluyo con el pensamiento de José Ingenieros, filósofo y escritor argentino, en su ibro El hombre mediocre que dice: “Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud”.

Inmediaciones – Comunicación y Periodismo