Las “Figuraciones” de Juan Carlos Salazar

Darwin Pinto Cascán *

La literatura siempre me lleva a lugares mejores y extrae de mí una versión que sólo existe con ella. La buena literatura es una experiencia que se prolonga hasta después de haber terminado de leer el libro. Es algo que se queda en uno, como un perfume o “esa” mirada que no se va de la mente por muchos días.

Acabo de terminar de leer el libro de cuentos de Juan Carlos Salazar, Figuraciones, y escribo aprovechando que aún estoy tocado por el eco vivo de cada relato. Para mí el libro como un todo, es un bello animal creado por un corazón que ha vivido intensamente y ha encontrado en el uso preciso de las palabras, el modo de darle vida, esencia y nombre.

He disfrutado con todos los sentidos este libro, que aunque no muy extenso, alcanza una maravillosa profundidad en la belleza de cada una de sus historias. Bien escrito, hecho con tinta que sale de la experiencia y de un corazón apasionado por seres y lugares, es una amable criatura, sabia y hermosa.

Cada relato corto es un universo cargado de su propia emoción, de su propio mensaje, de su propio andamiaje. Cada relato tiene cuerpo y tiene alma. Tiene huesos, y amores, y rencores y dolores. Cada uno es un pez único habitando en un océano de 62 páginas.

De las siete historias, me sorprende la transposición del tiempo y el lugar de ¿Acaso crees en Dios?; El retorno a la magia de lo sobrenatural en los campos, en Casilda; lo cíclicas e inevitables que son las fatalidades en El Triste Pizarro; la alegoría de un veneno que hace alucinar a sus mercaderes y a sus consumidores en El santo prestado; o la profunda nostalgia en Aquí vive la muerte. No pude evitar conmoverme profundamente con este cuento, lo cual para mí es una buena señal en lo referente a la factura de la pieza.

En su melodía hay unas pocas notas de Cortázar y tal vez de Rulfo, que sin embargo, no dañan para nada su estilo tan rico en el manejo del lenguaje y tan claro en la clave de sentimiento con el que decide vestir cada historia.

En estos días tan duros para nosotros, leerlo me ha recordado el alto grado de belleza que puede alcanzar la buena literatura cuando se escribe con la honestidad más pura posible: la del corazón.

*Periodista y escritor

https://www.brujuladigital.net/cultura/comentario-las-figuraciones-de-juan-carlos-salazar

Brújula Digital – 07/11/22

Figuraciones

Angélica Guzmán Reque

En el libro Figuraciones de Juan Carlos Salazar, se lee: “Las apariencias son realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos” porque los siete cuentos que lo integran son eso, un renacimiento de sus recuerdos que, cual testigos bullen por permanecer incólumes, por emerger de lo profundo de la reminiscencia, porque son vivencias que sellaron el transcurrir de sus días, de aquellos que nos ayudan a mantener la felicidad o infelicidad de años que se suceden con premura, pero dejan el recuerdo indeleble del paso del tiempo vivido y soñado.

Todos y cada uno de sus cuentos, son, para Juan Carlos la evocación de lo sublime del paisaje, porque detiene su mirada en el color y el aroma que le hacen expresar insondables prosopografías que no solo son poéticas, sino que confieren a la obra el matiz y el sabor necesarios a las páginas que se manifiestan matizadas de verde, de amarillo, de rosa, a la par que corren los ríos de agua cristalina que riega la mirada nítida. “Fue cuando me confesó que asociaba la pólvora con la flor de la retama, con el amarillito amarillando de los campos de retama en flor, como en la canción que se encendía la rebeldía de las guitarreadas estudiantiles.” 

El primer cuento que adorna Figuraciones es Casilda la añoranza de la persona que la revive en una campiña de antaño, una casona que se mantiene en el recuerdo, con el “aroma fresco, sabor a durazno reventón, subía desde la acequia que corría al pie del montículo con sus aguas vidriosas, relampagueantes, pujando por alcanzar el río, entre guijarros bruñidos por el torrente y el tiempo”. Es el que revive el aroma que siempre acompaña y no se deja morir porque son vivencias de los mejores tiempos de las añoranzas de la fe y la superstición de los pueblos que poquito a poco se van sepultando a sí mismos, con ellas se van festividades junto a  minúsculos personajes, creados, no sabremos nunca si de la imaginación fantasmal o de convivencia de las mentes sencillas que emergían, unas veces juguetones, otras provocando miedos: ¿fantasmas?, ¿Seres sobrenaturales? ¿Prodigios?, nunca lo sabremos. Lo que sí se conoce es el retrato de la mujer que llenaba de color y aroma el lugar: “Permanecía absorta, arropada por la fragancia resinosa de los matorrales de queñua, con la mirada fija en el fogón y la olla de barro, donde Josefina, la mujer de Nabor, preparaba la merienda de papas criollas, habas tiernas, choclos de granos dorados y grandes tajadas de queso de cabra.

Otro de los cuentos: El triste Pizarro, retrato de una persona que, como su nombre lo revela, es un rostro enjaulado en la sombra de la melancolía eterna, un ser que trajo consigo, al nacer, la nostalgia del amor frustrado de la madre, alguien que no sabía dialogar, solo respondía con monosílabos: “Nosotros nos entendemos, se limitó a responder el Ñato, cuando el Ojitos Carranza, le preguntó, hecho el gracioso, si no se aburrían de caminar en silencio y de haber convertido los diálogos en soliloquios.“ Es el significado de la amistad, aquella que encontramos en el otro, aquel que no pregunta, no indaga, solo está ahí porque sabe que lo necesitan y es útil, como aquella hermosa frase de Antoine de SaintExupéry en el Principito: «No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo» y Amélie Nothomb dice; “Todo lo que amamos se convierte en una ficción.”

¿Acaso crees en Dios? Terrible cuento del soliloquio de las penas y el recuerdo de un sacrificio en favor de la humanidad y de un martirio en manos de las fuerzas brutales de la ley. Un sentir y un vivir. El sacrificio sangriento al que fuera sometido el Nazareno y, al paso de los años, prosigue la mente de bestias sin sentimiento. Escrito en primera persona, a través de la figura del símil, es la terrible realidad humana que se vivió hacen siglos atrás y, hoy se repite a través del martirio con que se exhorta a una declaración policial o política. Creer o no creer en Dios porque el ser humano, sigue preguntándose, ¿cuál es el límite de las fuerzas sobrehumanas del que castiga y del que sufre? “Si vos no crees en Dios” y, la esperanza persiste, a través del recuerdo, cuando en el cuento leemos: “En medio de un vocerío amontonado de fariseos y samaritanos en túnicas níveas, judíos barbados, plañideras de rebosos enlutados, centuriones plateados y soldados en casacas entorchadas. (…) alcancé a percibir una voz distante. Pater in manus tuas commendo spiritum meum”, decía con palabras dulces, dulcificadas, que rodaban adormecidas por las faldas del monte, arropadas por una brisa crepuscular” y esa esperanza persiste en gente que cree, asílo expresaba John Lennon, uno de los Beatles, que escribió “Imagina a todas las personas viviendo la vida en paz. Podrás decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo sea unidad”. O la que repitió Martin Luther King. “Si ayudo tan solo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.”

El Santo prestadocuento donde se expone el tema de la religiosidad, es para el ser humano un imperativo necesario de creer en algo superior en el que depositar sus esperanzas e ideales, para poder darle sentido a su vida, es poder encontrar una fuerza que se presenta superior a su propia inteligencia, sentirse, inclusive, acompañado, saber que aquello que parece inalcanzable para él, es posible lograr a través de ese ser, ente o fuerza espiritual. En el cuento se lee “yo le tengo mucha fe al santito, mis amigos mexicanos me han contado que ha hecho favores a tipos picudos, como el Caro, el Señor de los Cielos y el Chapo” Este mismo cuento expone el gran problema de nuestros días La verde los grandes y afortunados seres que gozan de la placidez del dinero, el que lo puede todo, sin embargo, está siempre con la muerte en los talones. Tiene “amigos”, pero son los seguidores del vicio y de la oportunidad de vivir del ocio y de la vida regalada. Los inocentes que se dejan convencer “yo lo conocí de changuito, apenas llegado al pueblo en busca de trabajo. Buena gente sabía ser, calladito, humildito. Yo lo veía rebuscándose la vida”. Decía el gran filósofo y pensador Confucio: “Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos.”


Tampoco se le olvidó a Juan Carlos, un cuento sobre el valor que tienen los amuletos en la vida de cualquier persona Quitapesares Es el amuleto con que la esperanza de un día mejor o de una buena ventura, la sostenemos con ansiedad y seguridad. Esa fe sencilla con la que se vive y se siente la vida con un amague de felicidad, pero vivencias que no desesperan, sino, más bien se las hace suyas y él dibuja el rictus de alegría en el rostro. “Me cura mis aflicciones en silencio, mientras duermo, y al amanecer, cuando despierto, todos mis temores han desparecido…”, son también, los sitios por donde transitó su felicidad, se apropian de los recuerdos y los visibilizamos como si realmente los volviéramos a vivir. “Los escenarios se apropian de las personas, las recrean y las hacen suyas, hasta convertirlas en ánimas o fantasmas, según los humores y amores que recogen en su transitar por cada momento.”

Aquí vive la muerte, otro de los cuentos, donde leemos: “Cómo no recordarlo, digo yo, si aquí vive la muerte. Sí aquí mismito, en la tierra nuestra, de los trajines nuestros de cada día, porque aquí, en la soledad de la montaña, la vida se ha desposado con la muerte.” El recuerdo del ser amado que parecía vivir profundamente consustanciada con la muerte, que marchaba a la par, como un gemelo identificado consigo mismo. “Todo me queda grande, menos la vida”, presentía. Sobre la muerte ha dicho Henry Van Dyke: “El día de tu muerte sucederá que lo que tú posees en este mundo pasará a manos de otra persona. Pero lo que tú eres será tuyo para siempre.” Y esa realidad la vive la persona que ha sabido amar y sabe que la muerte no le ha arrebatado todo, que se ha quedado dentro de sí y los recuerdos bullen, le acompañan indefinidamente porque bien dice Rabindranath Tagore: “La muerte no está extinguiendo la luz; solo está apagando la lámpara porque ha llegado el amanecer.”

El último de los cuentos titula El espejo y es la rememoración de la figura emblemática del revolucionario Ernesto Che Guevara, por eso expresa: “¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces? Quiso recordar su partida entre disfraces y precauciones, pero el tiempo se le escapaba como el agua del arroyo inexistente en los días de sol.” Una figura controversial, pero de un valor trascendente por su actitud, sus ideales de un mundo mejor, desde su propia realidad, desde su óptica, sin pensar, quizá, que la humanidad piensa y actúa de muchas maneras, desde su entorno socio cultural. Es la muerte y la forma en que fue ejecutado, sin tomar en cuenta que todo ser humano debe ser sometido a las leyes que rigen, en estos casos sobre los derechos que posee todo serAñade el cuento: “Sintió que miles de agujas de hielo le atravesaban el cuerpo y le estallaban en el corazón. Se escuchó lanzando un aullido, inaudible, y, advirtió que su grito, impotente, quedaba petrificado en una mueca. Se vio suspendido sobre sus despojos, mirándonos desde lo alto, y reconoció su rostro a lo lejos como en un espejo, con la claridad de los amaneceres y la transparencia de lo que hablaría el trovador.

Concluyo con el pensamiento de José Ingenieros, filósofo y escritor argentino, en su ibro El hombre mediocre que dice: “Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud”.

Inmediaciones – Comunicación y Periodismo

De la crónica a la ficción poética

Por Alfonso Gumucio Dagron

Que esta sea la primera incursión en la ficción de Juan Carlos Salazar del Barrio no significa que se trate de un ejercicio primerizo. Por el contrario, es una obra madura, trabajada como quien pule una escultura de mármol hasta limar todas sus asperezas. No me sorprende la destreza que caracteriza a Figuraciones (2021), porque a lo largo de 50 años de periodismo, el Gato Salazar ha cultivado la crónica, un género más cercano a la literatura que al periodismo: se nutre de hechos reales para convertirlos en el lenguaje universal de la narrativa de ficción.

Sobran ejemplos de escritores que desde la crónica han derivado en la mejor literatura. Hemingway o García Márquez son ejemplos emblemáticos, pero hay muchos más. La misma experiencia vital que nutre la crónica de un periodista acucioso, desarrolla la creatividad de un narrador para quien el lenguaje no es un desafío, sino un río sobre el que navega con despreocupada soltura.

La brevedad del libro (62 páginas) recuerda la precisión en el lenguaje que caracteriza los cuentos de Borges o de Rulfo, quienes se admiraban mutuamente (como sabemos a raíz de un encuentro entre ambos). En los relatos de Juan Carlos Salazar, existe esa misma voluntad: no utilizar más palabras que las necesarias. Hay escritores que estiran sus textos para ocupar más páginas y otros que hacen lo contrario para concentrar la esencia.

Estos cuentos que tienen valor intrínseco como ficciones, serán mejor disfrutados por lectores que conocen la historia reciente de América Latina, aquella que el cronista-cuentista ha vivido de cerca. La lectura será aún más beneficiosa si el lector reconoce los hechos que inspiran a Juan Carlos Salazar. Tenemos ventaja quienes hemos vivido en México y Centroamérica y podemos reconocer el cuento que nos habla al oído sobre la guerrilla salvadoreña o los zapatistas, entre otros guiños contextuales que se inscriben a la par en la historia personal y en la Historia grande, además de una complicidad etaria, por así decirlo, con los lectores que están en el séptimo piso de la vida.

Hay un orden temporal en el libro. El primer cuento, Casilda, apela a la memoria más remota, las historias vividas en la infancia, rodeadas de misterio y fascinación. El autor podría escribir un libro entero con las memorias rumiadas en el subconsciente durante décadas, pero prefiere contenerse, por el momento, con este relato que tiene brochazos costumbristas y un toque de realismo mágico.

El segundo cuento, El triste Pizarro, aborda una etapa de juventud en la que lectores de la misma edad podemos reconocernos en los eucaliptos que rodean el pueblo, las lecturas de Emilio Salgari, los enamoramientos prematuros y clandestinos, entre otras señales que van trazando un camino que inevitablemente lleva lejos del lugar donde uno vivió de niño y joven.

Debo confesar mi debilidad por ¿Acaso crees en Dios?, por la magistral narración de una historia en dos tiempos paralelos. Atrás quedó la Tupiza (no mencionada explícitamente) y ahora estamos en el México del Púas, el famoso campeón de boxeo con conciencia social, un ídolo mexicano. También el México de la pasión de Cristo en Iztapalapa, una tradición cultural que crece cada año más. El cuento teje la violencia simbólica religiosa y la violencia real del bajo mundo en un personaje cuyo nombre emblemático es Jesús Salvador. Un gran cuento.

“Los lugares son como la ropa, sientan bien o mal a las personas…”. Aunque el narrador evita sistemáticamente nombrar países, ciudades o lugares que inspiran sus relatos, es inevitable reconocerlos y reconocerse en ese ir y venir entre México y Bolivia.

Precisamente un cuento, El santo prestado, vincula ambos países a través de una historia de narcotráfico que sucede en el Chapare (que tampoco se menciona). Aquí también la cultura popular, que se expresa en creencias religiosas y mitos urbanos, marca la lectura, mejor aprovechada por quienes tienen antecedentes sobre Jesús Malverde, el santo clandestino de los narcos. La influencia del narcotráfico mexicano en el boliviano es irrefutable, muy lejos de las inocentes influencias culturales que hace 50 años se limitaban a las películas de Jorge Negrete y Cantinflas, o a la proliferación de la música de mariachis. Ahora dominan los nuevos “valores” que descomponen la sociedad: la ostentación del oro y de la muerte. No digo más sobre este cuento que describe esa involución a través de un personaje emblemático: Jacinto.

Disfruto cuando el autor me convierte en cómplice de su experiencia literaria. Me sucedió también con Quitapesares, las muñequitas de tela que hacen los mayas, y que cumplen una función similar a los “atrapasueños” de los indígenas ojibwa (hilos tejidos en un aro con plumas de ave, que se cuelgan sobre la cama para proteger de las pesadillas). De entrada, con las menciones de Jacmel, La Habana, Chiapas, París y Madrid, me sentí pisando territorio conocido, y más aún con los guiños a la Maga de Cortázar (a quien no menciona porque sería redundante hacerlo). Hemos caminado pasos similares en más de cuatro décadas lejos de Bolivia, y eso es algo que nutre la memoria compartida. El cuento es una delicada historia de amor, que nace en tierra zapatista.

Aquí vive la muerte subraya la intolerancia y absurdo de ciertos movimientos armados que ajustician a sus propios camaradas, como sucedió con el poeta Roque Dalton en la guerrilla salvadoreña. No es necesario que se mencione el apellido para reconocer su impronta en este relato que contiene descripciones poéticas hermosas, que me hubiera gustado citar aquí.

El libro se cierra con El espejo, sensible relato en primera persona del guerrillero más emblemático en sus últimos minutos de vida, antes de ser acribillado a balazos. Si no fuera por el dibujo de Luis Zilveti, quedaría en el aire ese famoso apodo de tres letras que ha sido inmortalizado en tantos filmes, ensayos, cuentos y poemas. La perspectiva subjetiva supera a otros relatos sobre lo sucedido en la escuelita de La Higuera.

En Figuraciones Juan Carlos Salazar infiere que el lector es un cómplice informado, cultivado y sensible. Como en la poesía, el autor no precisa ofrecer todos los detalles, sino que invita a recorrer el espacio imaginario compartido que representa toda lectura.

https://www.paginasiete.bo/letra-siete/de-la-cronica-a-la-ficcion-poetica-GD3467989

Página Siete – Domingo, 07 de agosto de 2022 

El debut literario de Juan Carlos Salazar

Sandro D. Velarde Vargas

Figuraciones, el libro de cuentos de Juan Carlos Salazar abre el tránsito del periodista al prosista, que mediante sus escritos nos transporta a la exquisita poética de los grandes narradores universales que, con gran maestría, empaparon de arte la literatura mundial: James Joyce, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo.

Estos autores, que de alguna manera, influenciaron desapercibidamente en la narrativa de esta extraordinaria colección de cuentos, congregados en un hermoso libro que incluye figuras de Luis Zilveti, cumplen la misión de reforzar algunas escenas de los siete exquisitos escritos, pulcramente narrados.

El Gato Salazar, como también se lo conoce en el ámbito periodístico, nos descubre el fascinante mundo rural de las comarcas, aún impolutas de modernidad, cargadas de misterios escalofriantes y supersticiones adosadas de un mágico realismo, que, solo el ambiente mítico del mundo rural, a estas alturas casi inexistente, permite, a través del relato y la curiosidad de Casilda, viajar a los confines telúricos. Este cuento, que inicia la serie de relatos, penetra por ese mundo circular de ensalmos.

Sugerente, misterioso, lúdico; Casilda juega con la candidez del lector a la par del de la niña en flor a ser desflorada, ese incipiente despabilo de la inquieta puberta y la figura de Nabor, un sirviente manco de malos antecedentes y estampa a desconfiar, nos deja entrever esa doble visión de realidad y ficción: la del mundo de los duendes que se les aparecen a las mujeres y a los niños que “se comportan como wawas para ganarse la confianza de las imillas” y el mundo cruel y real del erguido Manco, tal cual lo describe Oscar Wilde distinguiendo el relato inventado del relato posible, cuando explica que “hay dos mundos: el que existe sin que se hable de él … y se le llama el mundo real, porque no hay necesidad de hablar de él para verlo, y el otro el mundo del arte, del que es preciso hablar, pues sin ello no existiría”.

Esos dos mundos es por donde ha transitado Salazar en sus relatos: el mundo real “objetivo” de la crónica periodística y el mundo de la semblanza, género poco trabajado en nuestro medio, que en su libro Semejanzas (2018) ya dejaba entrever los dotes de narrador, sobre todo los retratos periodísticos que marcaron la carrera del cronista.

Salazar, como buen editor, hace gala de su narrativa breve, empleando una ficción clara y precisa, sin trampas, fluida y exacta; donde ninguna palabra está demás. Esa economía de artilugios devuelve al género del cuento su riqueza primigenia, es como un paisaje interior donde se movilizan los personajes como entidades metafóricas, sin finalidades inmediatas y lógicas racionales, es, ese intimismo del autor el que busca alejarse de una secuencia lógica, ahí el gran acierto de la incursión de Juan Carlos en la ficción.

Los delicados zarpazos de gato, que el Gato Salazar a lo largo de sus siete cuentos distribuye a diestra y siniestra, contienen diversas estructuras narrativas, algunas diluidas en segunda persona, otras musicales y poéticas que juegan con el tiempo y las circunstancias, algunos testimonios nos hablan y al oído, otros se presentan reflexivos en torno de las utopías asesinas y retorcidas de algunos “guerrilleros” tal el caso en el cuento Aquí vive la muerte.

La narrativa y el relato paralelo, invisible en el cuento titulado ¿Acaso crees en Dios?, el mejor relato para mi gusto, camuflan pasajes bíblicos casi al estilo de Benito Pérez Galdós, rompiendo toda convencionalidad de las sacras escrituras, llevándonos por un mundo católico y caótico, de múltiples voces que laceran al protagonista, salpicándonos el terror de Jesusito, aspirante a salvador y torpe boxeador, que quiere parecerse al “Gran púas” un pugilista de cuarta, borrachín y mujeriego. Es ahí donde el humor desemboca, atenuando la vía crucis del protagonista, cercano a la pasión de las escrituras bíblicas.

Pero más que los latigazos recibidos y los baldazos de agua helada propinados por los tiras, buscando hacerle “cantar” en una asquerosa y mugrienta “chirola”, ubicada ¿quién sabe dónde?, quizá mexicana, quizá boliviana –al fin esos lugares, con sus tenebrosos y grises personajes, son iguales en el primer y el último mundo–.

Pero la que más heridas propinó durante el relato, fue la martillante voz de su madre, quien repite como una descosida, una y otra vez: ¿Acaso crees en Dios?; mientras el autor, otro gran acierto del relato, recrea su niñez y juventud con remembranzas de sus ídolos en la voz del que remeda al Nazareno, cuando se refiere a Cassius Clay pero con gracia desbordante, lleno de humor popular, que parte de una sonrisa hasta la carcajada estruendosa: “Ni qué decir de Clay (dice el protagonista). Un día lo presentaron a la prensa como el más grande y el mejor de todos los tiempos, pero ya andaba muy jodido, con el tambladerani en las manos”; o cuando cuenta la vida del mítico luchador mexicano “El Santo”, el enmascarado de plata: “Lo enterraron con la máscara puesta. Dicen que no se la quitaba nunca, ni para dormir, ni siquiera ante su mujer, que ni él se acordaba de su cara porque hasta se afeitaba con la luz apagada”.

Estas ocurrencias, muy parecidas a la realidad, además de un dominio perfecto del léxico mexicano, y de otras latitudes, donde Salazar paseó su periodismo y afinó su oído a la sensibilidad del hablar popular, confieren al relato una verosimilitud íntima casi Rulfiana.

No podía dejar al margen los acontecimientos que vivió de cerca el Gato Salazar cuando estuvo cubriendo la campaña del Che en Bolivia, imagino que a lo largo de su vida el escritor se preguntaba, además de las balas, ¿qué atravesó el cuerpo del guerrillero argentino?, ¿qué imágenes pasaban, por la mente del Che, en aquella lejana escuelita de La Higuera? El espejo, título que cierra Figuraciones nos acerca a las figuraciones confusas de identidad, de lugar y de tiempo del agónico Guevara. El reflejo del espejo representa esa mirada interior que el Che, en su agonía, ve trepidantemente pasar: “No soy yo” es la respuesta delirante que se responde mientras otros espejos reflejan, pasajes de sus múltiples identidades. Gran debut de Salazar en las letras.

https://www.paginasiete.bo/letra-siete/el-debut-literario-de-juan-carlos-salazar-NL2904953

Página Siete – 19 de junio de 2022