Emma Obleas: “Torres no participó en la decisión de la ejecución del Che”

Lo repite una y otra vez. “El general Torres no participó en la decisión de ejecutar al Che Guevara”. En la primera entrevista que concede en muchos años, desde que dejó la política activa, la viuda del expresidente Juan José Torres González, Emma Obleas, responde así al escritor e historiador Carlos Soria Galvarro y al expresidente Carlos Mesa.

Mesa afirmó que “la total responsabilidad de la muerte de Ernesto Guevara les corresponde a quienes tomaron la decisión: al Presidente, René Barrientos Ortuño; al comandante de las Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando Candia, y al jefe de Estado Mayor General, general Juan José Torres Gonzáles, en tanto que Soria Galvarro, un historiador especializado en la guerrilla de Ñancahuazú, declaró que “toda la evidencia histórica que hay indica que la decisión de matar al Che la tomaron” los citados tres jefes militares.

Mesa abordó el tema al asumir la defensa del general Gary Prado, acusado por el presidente Evo Morales de haber asesinado al Che, mientras que Soria Galvarro lo hizo al comentar la decisión de las Fuerzas Armadas de imponer el nombre del general Torres a la nueva Escuela de Comando Antiimperialista para la formación de oficiales de los países del ALBA.

Soria Galvarro y Carlos Mesa afirman que el general Torres participó en la decisión de ejecutar al Che Guevara. ¿Es así?

Yo lamenté mucho leer eso porque Carlos Soria es un historiador y creo que un historiador no puede hablar a partir de supuestos. Tiene que basarse en pruebas, en documentos históricos. Lo mismo puedo decir sobre lo dicho por Carlos Mesa. A mí  me extrañaron mucho esas afirmaciones porque el general Torres era un humanista.

Él defendía los derechos humanos  por sobre todas las cosas. Para él, la vida humana era más importante que nada. Yo me acuerdo que, cuando pasó eso, el general me dijo que él no había participado en la decisión. “Yo no participé”, me dijo, y yo le creo, porque él era un confidente para mí y yo para él. Por eso aseguro que él no participó en la decisión.

En una conversación que sostuve con el general Torres durante el exilio de Buenos Aires, él sugirió que la orden de ejecución fue impartida por el general Barrientos…

Posiblemente, pero yo no puedo decirlo. Lo que él me dijo es que él no participó. No sólo eso. El general, incluso contra la opinión del Ejército, liberó a Regis Debray  y Ciro Bustos, dos extranjeros que habían sido detenidos durante la guerrilla del Che; y cuando se produjo la guerrilla de Teoponte, cuando él era Presidente, organizó una comisión con la Cruz Roja para rescatar a los sobrevivientes para que no mueran por inanición, como murieron muchos de ellos, incluido el hermano de Jaime Paz Zamora, Nelson. El general los hizo buscar y los mandó con vida a Chile. Entonces, ¿cómo un hombre que era así podía haber estado en la decisión de ejecutar al Che? Por eso, lo niego enfáticamente.

El general me había dicho también que Barrientos no solía consultar sus decisiones con sus inmediatos colaboradores… 

Es posible, pero, como le digo, lo único que yo puedo asegurar es que él no participó en la decisión. Ovando Candia era el Comandante en Jefe de las FFAA y el general Torres era Jefe de Estado Mayor. Siendo Jefe de Estado Mayor, era imposible que participara en esa decisión.

Pero el sí se había enterado de que el Che había sido capturado vivo…

Obviamente, se enteró; creo que todos se enteraron cuando lo tomaron preso, pero no estuvo en la decisión de la ejecución.

También se dijo en su momento que el general Torres había liberado a Debray y Bustos a cambio de unas donaciones de Francia al Ejército boliviano…

Eso también es falso. ¿Por qué los liberó? La madre de  Debray lloraba pidiendo por la vida y la libertad de su hijo, y, como le digo, Torres era muy humanitario y contra la oposición del Ejército los liberó. Tampoco fue una operación comando, como se dijo. El general consultó con los altos jefes militares y firmó el decreto cuando estaba partiendo el avión para tener la seguridad de que todo salga bien. Hay mucha gente que especula, que escribe sin información.

Entonces, ¿los comentarios sobre la decisión sobre la ejecución del Che son especulaciones?

La gente puede especular, pero no un historiador. Pese a que era una época convulsionada, el general Torres nunca tomó presos ni violó los derechos humanos. Yo recuerdo que, cuando salió, dijo: “Puedo decir que nadie ha vertido ni una lágrima por mi culpa, he subido con dignidad y he bajado con dignidad, subí pobre y bajé pobre”. Esa fue su conducta y filosofía de vida.

Todavía hay muchas especulaciones en torno a la guerrilla del Che. El propio presidente Morales acaba de acusar a Gary Prado de haber asesinado al Che…

Es a lo que llevan las especulaciones. Las especulaciones llevan a cometer injusticias. Gary Prado cumplió como militar, como soldado del Ejército; como Torres cumplió cuando asumió la Presidencia por encargo del Ejército y por su amor a su patria, a sus mineros y a sus obreros. 

Acaba de cumplirse el 40 aniversario del asesinato del general Torres, ¿hay algún avance en las investigaciones realizadas en la Argentina? ¿Ud. fue llamada en algún momento para cooperar en el esclarecimiento de este hecho?

No. Yo he ido dos veces a la Argentina, como ciudadana boliviana para buscar indicios, para visitar el lugar donde fue asesinado. Luego fui al lugar donde se podía sentar la denuncia, pero siempre me he encontrado con las puertas cerradas. Cuando el doctor Hernán Siles Zuazo era Presidente me dio una carta y fui al Parlamento argentino para solicitar una investigación. Entregué la carta personalmente, pero nunca se hizo nada. Siempre las puertas estuvieron cerradas. Nunca llamaron a declarar a ningún militar. Todo cayó en saco roto.

Bueno, aquí tampoco se han desclasificado los documentos del Ejército que podrían echar alguna luz sobre la época de la dictadura…

Desde la Asociación de Familiares de Desaparecidos (ASOFAMD) pedimos la desclasificación, que los militares entreguen esos documentos. Yo creo que tenemos derecho a conocerlos, saber lo qué ha pasado con nuestros seres queridos, y el Gobierno está obligado a hacer eso, pero no lo ha hecho.  Ningún Gobierno ha hecho nada en estos 40 años para esclarecer el asesinato de Torres. No sabemos quiénes son los autores intelectuales ni quiénes lo han ejecutado.

Usted, con la información que ha recopilado la familia, ¿ha sacado alguna conclusión?

Es difícil sacar conclusiones, sólo históricamente, pero legalmente uno tiene que tener documentos probatorios. Ese es el problema. Históricamente, sabemos quién ha sido el autor, pero legalmente no lo podemos justificar ni probar.

¿Usted ha hablado alguna vez con el presidente Morales sobre ese tema?

No, no lo conozco personalmente; lo conozco sólo por la televisión. En los últimos años no he hablado con nadie sobre este tema. Esta es la primera entrevista que concedo en muchos años.

Sin embargo, las Fuerzas Armadas han creado una escuela militar que lleva el nombre del general Torres. ¿Ha sido invitada a la inauguración?

Me parece muy bien, es una decisión de Gobierno, me parece bien sobre todo por las Fuerzas Armadas. Que me inviten, me parece difícil.

Página Siete – 7 de agosto de 2016

Durmiendo con el enemigo

Las olas rompían suavemente sobre la playa de fina arena,  ahogando con su rumor la algarabía de la fiesta juvenil del restaurante costero, mientras un grupo de turistas canadienses y europeos disfrutaban de los últimos rayos del sol vespertino. Nada parecía diferenciar a Girón de otras playas cubanas en aquel abril de los años 80, excepto por una vieja casa que aún conservaba las huellas del bombardeo  y un gigantesco letrero que proclamaba “la primera gran derrota del imperialismo en América Latina”.

La invasión de Bahía Cochinos que organizó, financió y ejecutó la CIA no sólo sacó a Playa Girón del anonimato, sino que se proyectó como un trauma en las relaciones cubano-estadounidenses y radicalizó al régimen castrista que, inmediatamente después, proclamó el “carácter socialista” de la revolución.

“Ud. la ve ahora tranquila y llena de turistas, pero esta playa fue un infierno”, recordaba Leonel Pinto, un mulato cincuentón que dormía en su casa de la costa, cuando comenzó la invasión, a las dos de la madrugada del 17 de abril de 1961. Tres días antes, los mercenarios de la Brigada 2.506 habían partido de Puerto Cabezas, Nicaragua, luego de varios meses de entrenamiento en un campamento de Guatemala. Al despedirlos, el dictador Luis Somoza, hermano de Anastasio, les pidió que al volver le trajeran de recuerdo “unos pelos de la barba de Fidel Castro”.

Pero nunca volvieron: 117 de los 1.297 invasores que lograron desembarcar perdieron la vida  y los 1.180 restantes fueron hechos prisioneros y un año después canjeados por medicinas. “La batalla duró sólo 72 horas. Los mercenarios no pudieron establecer la cabeza de puente que pretendían, ni mucho menos avanzar hacia el interior de la isla”, dijo a este cronista el joven Noel Martínez durante una visita a la central azucarera Australia, en Jagüey Grande, donde estableció Fidel Castro su comando para repeler la invasión.

La invasión fue planeada por el presidente Dwight Eisenhower (1953/61), pero le tocó a John Kennedy  (1961/63) ejecutarla y cargar con la humillación de la derrota.   El propio Eisenhower había impuesto el embargo comercial y económico  a Cuba en octubre de 1960 como respuesta a las expropiaciones decretadas por el régimen revolucionario. Los hermanos Castro resistieron el asedió y sobrevivieron a 11 presidentes estadounidenses, hasta que Barack Obama admitió el 17 de diciembre pasado que, respecto a Cuba, Washington vivió en el error.

“Se dice que son 90 millas las que separan a Cuba de Estados Unidos, pero no es así, son apenas 90 kilómetros”, dijo a este cronista Marcos Antonio Charón, un funcionario del Partido Comunista en Guantánamo, durante una visita a Caimanera, el “heroico” pueblo del extremo sudoriental de la isla que colinda con la base militar estadounidense, donde el Gobierno cubano instaló en la década de los 80 un batallón de  mujeres para vigilar -y humillar- a los gringos.

Cuba no sólo “convivió” con Estados Unidos -con la Florida a 90 millas o Guantánamo a sólo 90 kilómetros-, sino que durante más de medio siglo estuvo durmiendo con el enemigo.

Página Siete – 2 de enero de 2015 

La villa de los alzamientos populares

Jaime Saenz la describe como una zona de “gente que lucha y gente que sufre”, siempre en la vanguardia de todos los combates, “en el primer puesto de choque”, y la llama “hija predilecta” de La Paz. A Villa Victoria también le cantó otro poeta, Jorge Suárez, quien solía evocar en las noches de bohemia a un héroe de las jornadas del 9 de abril de 1952, “Juan el sombrerero”, en un poema musical, acompañado por una guitarra, al son de tres ritmos sucesivos: cueca, huayño y bailecito,

Villa Victoria fue uno de los principales escenarios de la revolución del 52, pero para entonces ya era conocida como “Villa bbalazos” o, en palabras de Saenz, como el barrio de los alzamientos populares y las refriegas callejeras. La fama le venía de la huelga general de mayo de 1950, en los coletazos de la llamada “guerra civil” de 1949, bajo el “gobierno rosquero” de Mamerto Urriolagoitia, que terminó en masacre, una de las tantas que viviría la zona fabril a lo largo de su historia.

“La defensa obrera se hizo sobre todo en el puente de Villa Victoria”, donde “medio centenar de fabriles defendió heroicamente sus posiciones hasta la retirada final”, según recuerda Carlos Mesa. “El ejército actuó duramente”.

La represión, a cargo de los regimientos Abaroa e Ingavi, dejó un saldo de 13 muertos y un centenar de heridos. Dirigentes del Comité Coordinador de Sindicatos, germen de la futura Central Obrera Boliviana, dijeron que “el heroísmo de los trabajadores fue tronchado solamente con la artillería y la aviación” en una “masacre horrorosa, cruenta, que conmovió al mundo”.

Y fueron los obreros y artesanos de Villa Victoria y Pura Pura quienes tomaron por asalto el arsenal de la plaza Antofagasta el 9 de abril, acción que permitió armar a los insurrectos paceños, y fueron ellos quienes lograron la primera victoria sobre las tropas que intentaron sofocar el levantamiento popular. Las milicias fabriles pelearon calle por calle y se hicieron fuertes en el puente de la Villa y en el bosquecillo aledaño, donde cortaron el paso de los refuerzos militares que bajaban de El Alto hacia La Paz.

Pero Villa Victoria, fundada por ordenanza municipal el 15 de agosto de 1929, no debe su nombre a las gestas revolucionarias, sino a Victoria Zuazo de Quintanilla, propietaria de la hacienda Kusicancha, quien donó los lotes para los obreros de la naciente zona industrial, donde se levantaron las fábricas Said, Soligno, Forno, Fanase y La Papelera, entre otras, en la primera mitad del siglo pasado.

Sí, les debe a los villavictorianos su identidad proletaria y su tradición insurreccional. “En Villa Victoria comienzan las revoluciones y en Villa Victoria terminan las revoluciones”,  recordó uno de sus vecinos en un testimonio recogido en el libro Mi barrio cuenta y yo cuento con mi barrio, publicado por el Concejo Municipal para el Bicentenario. “Antes se escuchaban los balazos a toda hora, sobre todo en las noches, de ametralladoras. Por eso se llamó Villa Balazos y con ese nombre quedó internacionalmente conocido este barrio”, agregó con orgullo.

Más que un barrio, Villa Victoria es una barricada. “Temida eres por rebelde y/ humilde cuando estás en paz”, como escribió el poeta anónimo.

Más que un barrio, Villa Victoria es una barricada.

Página Siete – 15 de julio de 2015

Recuerdos del porvenir

La prensa de la época registró el momento. Periodistas y funcionarios, con el agua hasta la cintura, estrenaban la playa del futuro enclave de Bolivia en el océano Pacífico, la franja de territorio ofrecida por Chile al norte de Arica, entre la Línea de la Concordia, al norte, y la quebrada de Gallinazos y el borde norte de la quebrada del río Lluta, al sur. El embajador boliviano en Santiago, Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, la describía como “una playa que avanza hacia el mar de forma gradual, sin que esto signifique un inconveniente insuperable para la construcción futura de un puerto”.

El diplomático había llevado a periodistas, funcionarios y personalidades para que vieran in situ las características del corredor  ofrecido por Chile, en un viaje de varios días, en enero de 1976, que culminó con un recorrido en una embarcación por las aguas costeras de Arica y el chapuzón de los invitados en la playa del futuro litoral boliviano.

“Tráigame el mar,  Don Guillermo”, le había dicho el dictador Hugo Banzer Suárez a Gutiérrez Vea Murguía al despedirlo en La Paz el 8 de abril de 1975, dos meses después del “abrazo de Charaña”, el encuentro que sostuvo con Augusto Pinochet  que dio lugar a la mayor negociación para la solución del diferendo marítimo. “Los bolivianos pueden sentirse felices: Bolivia ya tiene su mar”, declaró el diplomático diez meses después, dando por asegurado el retorno de Bolivia al Pacífico.

La negociación fue duramente criticada y rechazada por la oposición en el exilio de ambos países, que la veían como el producto de una “comunidad de intereses entre dos dictadores” cuando no como una cortina de humo para tapar las violaciones a los derechos humanos en Bolivia y Chile.

“Es una gestión que prescinde del titular de la soberanía nacional: el pueblo de Bolivia”, escribió desde México el líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, para quien el acuerdo beneficiaba más a Chile que a Bolivia, debido a las compensaciones territoriales prometidas. Los expresidentes Víctor Paz Estenssoro, Hernán Siles Zuazo, Luis Adolfo Siles Salinas, Alfredo Ovando Candia y Juan José Torres, reunidos en Caracas, repudiaron y condenaron la negociación en marzo de 1976.

Banzer y Pinochet se reunieron en Charaña, una pequeña población ubicada en la frontera con Chile, a más de 4.000 metros de altura, el 8 de febrero de 1975. El encuentro se escenificó en un vagón del ferrocarril Arica-La Paz, donde ambos dictadores sellaron el compromiso de “buscar fórmulas de solución a los asuntos vitales que ambos países confrontan, como el relativo a la mediterraneidad que afecta a Bolivia, dentro de recíprocas conveniencias y atendiendo a las aspiraciones de los pueblos boliviano y chileno”, como señaló el acta suscrita al término de la conversación.

En una crónica sobre el acontecimiento, el sacerdote y periodista José Gramunt escribió para la agencia EFE que habrían sido necesarias “toneladas de papel” y “varios años de negociación” para llegar a la meta que alcanzaron Banzer y Pinochet en “dos horas y media de amigable entrevista”. La euforia de la prensa boliviana era total, porque se creía que el “abrazo de Charaña”, como dijo Gramunt, no sólo había cambiado “el rumbo de la vieja rivalidad” entre Chile y Bolivia, sino que había sellado “la mayor victoria de ningún presidente boliviano sobre un asunto que siempre se ha tenido como una espina en la conciencia cívica boliviana”, cual es la reivindicación marítima.

Diez meses después, el 19 de diciembre, Chile propuso formalmente a Bolivia la cesión de una franja de costa marítima soberana ubicada entre el casco norte de Arica hasta la Línea de la Concordia, unida al territorio boliviano por una franja territorial igualmente soberana. Chile introdujo posteriormente nuevas condiciones, entre ellas el canje de territorios. A consulta de Santiago, Perú aceptó el 19 de noviembre de 1976 la propuesta chilena, pero a condición de que la zona cedida a Bolivia  tuviera un régimen de soberanía compartida entre los tres países. Chile rechazó dicha propuesta y la promesa terminó en nada.

Además del “Acta de Charaña”, uno de los documentos presentados por Bolivia en La Haya como prueba de las promesas y compromisos formales incumplidos por Chile, quedaron las imágenes del encuentro. “El abrazo que Banzer y Pinochet se dieron en plena frontera pudo tener un valor quizás protocolar, pero los otros abrazos más entusiastas que se reciprocaron los periodistas bolivianos y chilenos que coincidieron en Charaña quizás pudieron sellar el ánimo de dos pueblos”, escribió ese día Gramunt.

Ocurrió hace 40 años.  Imágenes del pasado, recuerdos del porvenir.

Página Siete – 8 de mayo de 2015