“Semejanzas”, y su trasfondo de historia, periodismo y estética

Óscar Rivera Rodas

Acabo de leer el libro Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común (La Paz, 2018), de Juan Carlos Salazar del Barrio. Aunque es un viejo compañero de ajetreos periodísticos por décadas, y me considero conocedor respetuoso de su estilo periodístico sagaz, objetivo y preciso, experimentado en múltiples procedimientos y modalidades acordes a los hechos cotidianos que enfrenta la tarea comunicativa, la lectura de su libro me sorprendió.

Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común reúne tres sistemas teóricos o disciplinas aparentemente inconexas: historia, periodismo y estética.

La relación de la historia y el periodismo es obvia. Las crónicas periodísticas de cada día son imprescindibles para las historias que se escribirán en el futuro; más aún, serán una fuente de materia prima. La historia se escribe sobre documentos, entre los que se hallan los hechos narrados por los periodistas.

En los tiempos actuales el periodista archiva los documentos que serán leídos mañana por los historiadores. La crónica periodística no trasciende su presente, como muy bien señaló el estadounidense Hayden White (1928-2018), filósofo de la historia, en su libro El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica (1992).

Del cronista escribió: “Más que concluir la historia suele terminarla simplemente. Empieza a contarla pero se quiebra in media res, en el propio presente del autor de la crónica; deja las cosas sin resolver o, más bien, las deja sin resolver de forma similar a la historia. (1992: 14). Ahí radica la diferencia y también –paradójicamente– la similitud del periodismo con la historia. El periodismo queda cautivo en su presente”.

No es mi interés redundar en la obra periodística de Juan Carlos, sino en su libro con el que incursiona en la historia y en la estética, cuyo subtítulo afirma “esbozos biográficos”. El material que debe examinar la lectura es un conjunto de “esbozos biográficos”, llamados también por su autor “semblanzas”, sobre los que advierte: “la semblanza no es una historia de vida, como se supone, ni siquiera un perfil, sino una visión fugaz, la percepción del destello de una trayectoria” (2018: 14).

De los personajes representados dice: “La selección tiene que ver, como todo lo que ocurre en el periodismo, con la pertinencia noticiosa. Ha sido su fugaz asomo a la actualidad mediática, en algunos casos, o esa última anécdota vital que es la muerte” (2018: 15). 

Cabe subrayar que los personajes no fueron elegidos ni al azar ni por preferencia; fueron protagonistas de hechos periodísticos. Su presencia (aunque “fugaz asomo a la actualidad mediática”) originó un fondo múltiple de los tres campos señalados: periodismo, historia y estética.

Tras cumplir la tarea periodística, y publicados los relatos correspondientes, Salazar guardó en su memoria el conocimiento que obtuvo de los hechos y sus protagonistas; es decir, ideas, impresiones e intuiciones. Los filósofos empiristas del siglo XVIII revelaron que todo conocimiento humano es adquirido mediante los sentidos que perciben los hechos.

El filósofo inglés David Hume (1711-1776) inicia su Tratado de la naturaleza humana con la discusión del tema Del origen de nuestras ideas, inicial del Libro Primero. Ahí escribió: “Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas”; explicó la diferencia según la fuerza y vivacidad con que “se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia”.

Las impresiones “penetran con más fuerza y violencia…, y hacen su primera aparición en el alma”. Las ideas, en cambio, son imágenes débiles que ocupan lugar en el pensamiento y razonamiento.

Las ideas se instalan en el razonamiento; las impresiones despiertan sensaciones y emociones. Las primeras pueden ser entendidas como objetivas y se relacionan con el conocimiento conceptual; las segundas, subjetivas, con la comprensión sensible.

Estas diferencias guiaron a Juan Carlos Salazar. Las semblanzas fueron escritas en la lejanía y ausencia de sus respectivos protagonistas y sus hechos. El autor sólo disponía de algunas ideas escritas y los inasibles archivos de la memoria, imposibles de ser releídos o revisitados: los recuerdos. El único recurso que permite recuperarlos es rememorar: fijar temporal y virtualmente en la mente algo del pasado, en toda su existencia aparente, y escribir un testimonio.

El filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005), que llevó a discusiones sorprendentes las controversias sobre la filosofía de la historia, ha escrito en su voluminosa obra La memoria, la historia, el olvido, que “el testimonio constituye la estructura fundamental de transición entre la memoria y la historia” (2004: 41).

Las semblanzas de Salazar fueron extraídas de la memoria que carece de percepciones, convertidas en datos subjetivos: recuerdos puros. Otro filósofo y escritor francés, Henri Bergson (1859-1941), Premio Nobel de Literatura en 1927, en su libro Materia y memoria, escribió: “El recuerdo puro es, en efecto, por hipótesis, la representación de un objeto ausente” (1900: 84). El biógrafo en este caso es un buscador de reminiscencias con el fin de representar algo del pasado, pero que permanece para el futuro.

Porque como bien define Bergson, la memoria es “síntesis del pasado y del presente en vista del porvenir, en que contrae los momentos de esta materia para servirse de ella” (1900: 296). Sobre esa síntesis las semblanzas capturan la vivencia histórica de sus personajes.

Veamos ahora el tercer sistema teórico del libro de Salazar: la estética. Esta no es ajena ni a su intención ni a sus propósitos, tampoco a la historiografía contemporánea. En los párrafos primeros de la presentación, el autor refiere al artista plástico mexicano Juan Soriano (su nombre real fue Juan Francisco Rodríguez Montoya, 1920-2006). Y escribe: “Al igual que el retratista, el biógrafo traza bocetos, simples esbozos que buscan rescatar las apariencias que dejan esos destellos” (2018: 13). Los esbozos son retratos: productos del arte.

El término estética procede del griego  aisthetikós,  que refiere lo que se percibe por los sentidos o lo que se conoce por los sentidos. La conciencia estética retiene las impresiones que son exclusivamente suyas. Para la percepción de Salazar, la figura real de sus personajes implica otra representación específica según la cual escribe su narración.

Por ejemplo: el héroe anónimo (y Pepe Ballón Sanjinés), o el adelantado (y Luis Ramiro Beltrán), o la mujer símbolo (y Domitila Barrios de Chungara). La representación implicada no pertenece a la identidad del personaje biografiado; es producto de las impresiones percibidas por el biógrafo.

El filósofo alemán Nicolaï Hartmann (1882-1950) se ocupó extensamente del objeto estético en su obra Ästhetic (Berlín, 1953), examinó la estructura de las obras artísticas de todos los géneros, y apuntó la configuración general de estas obras: “Lo bello es un objeto doble, pero único. Es un objeto real y, por ello, se da a los sentidos, pero no se agota ahí, sino que es más bien y en 1a misma medida algo distinto, más irreal, que aparece en el real -o surge tras él” (1977: 42).

En seguida advierte: “Lo bello no es ni el primer objeto solo ni el segundo solo, sino más bien ambos unidos y juntos. Mejor dicho, es la aparición del uno en el otro” (1977: 43).

Cabe aquí otra aclaración respecto a los sistemas teóricos que discutimos. El filósofo italiano Benedetto Croce (1866-1952), que reflexionó sobre la historia como sobre el arte, no vio diferencia entre la actitud del historiador y del artista. Causando alarma entre los filósofos de la historia afirmó que la conciencia histórica actúa como la conciencia ante lo bello. En su libro Estética (Bari, 1908) rechazó el principio tradicional de considerar la historia junto a la ciencia y a la filosofía. Escribió: “Inexactamente se ha considerado a la historia como la tercera forma teórica. La historia no es forma sino contenido; como forma no puede ser más que intuición o fenómeno estético” (1912: 74).

Contenido de la historia es el conjunto de hechos objetivos; forma, la significación asignada a los mismos por el historiador según su percepción subjetiva. Este enfoque ha causado un conflicto serio a la filosofía de la historia. La significación de los hechos históricos es estudiada actualmente como conceptualización de éstos.

El filósofo alemán Reinhart Koselleck (1923-2006) ha escrito al respecto en su libro Historias de conceptos: “Todo historiador puede reencontrar de forma objetiva en su historia lo que subjetivamente ha introducido en ella. En consecuencia, las ideologías pueden penetrar sin freno en el terreno de las descripciones históricas” (2012: 43).

En fin, Carlos Medinaceli (1902-1949), en sus Apuntes sobre el arte de la biografía, con los que cierra su libro La inactualidad de Alcides Arguedas y otros estudios biográficos, exhortó a cultivar la biografía por ser “vehículo de proficuas enseñanzas, éticamente ejemplarizadora”, además, es “obra no sólo de arte, sino, lo que es más, de justicia” (1972: 210). Agregó: “En Bolivia hemos glorificado en forma desmesurada a los caudillos políticos, a los militares audaces, y hasta a los oradores huairalevas y picos-de-oro, olvidando de otros varones que han realizado obra más útil, positiva y benéfica en bien del progreso nacional” (1972: 220).

La afirmación de Medinaceli es muy cierta. Aunque cabe añadir que entre quienes han realizado obra útil, positiva y benéfica en bien del progreso nacional, hay también mujeres. Surge aquí un reparo al libro de Juan Carlos Salazar, que supo concertar periodismo, historia y estética. Un cálculo final desde las ciencias matemáticas nos hacer ver que Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común incluye solamente un 12,5% de personajes femeninos. Por lo demás es un libro con trasfondo teórico complejo muy bien logrado.

Página Siete – 30 de junio de 2019

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