Los mártires de la Cuaresma del 80

Lo soñó dos años antes, durante la huelga de hambre que marcó el principio del fin de la dictadura banzerista. En su pesadilla vio cómo un grupo armado lo balaceaba sobre el suelo, en medio de charcos de sangre. Luis Espinal fue secuestrado, torturado y asesinado por paramilitares el 21 de marzo de 1980. Su cuerpo con 17 balazos fue hallado al día siguiente en el camino a Chacaltaya. No habían pasado 48 horas cuando otro escuadrón de la muerte, a miles de kilómetros de distancia, asesinaba al arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero en plena eucaristía.


Profetas en su tierra, su sangre enlutó a la Iglesia latinoamericana en la Cuaresma de 1980. Eran años de dictadura y el clero progresista se había  decantado por la “opción preferencial por los pobres” a la luz de la Teología de la Liberación. “Quien no tiene la valentía de hablar por los hombres, tampoco tiene el derecho de hablar de Dios”, había escrito Espinal. “Si Dios acepta el sacrificio de mi  vida, que mi sangre sea la semilla de  libertad”, dijo proféticamente Romero.

No fueron los primeros ni los últimos religiosos que dieron testimonio de su fe con su vida. Mauricio Lefebvre fue asesinado durante el golpe banzerista del 21 de agosto de 1971, víctima de una emboscada, mientras que seis jesuitas salvadoreños fueron acribillados en la Universidad Centroamericana el 16 de noviembre de 1989. Según organizaciones defensoras de los derechos humanos, la guerra sucia de los años 70 y 80 cobró la vida de más de 40 sacerdotes.

Espinal llegó a Bolivia el 6 de agosto de 1968. Escribió crítica de cine, produjo el programa “En carne viva” para el canal estatal de televisión y fundó el semanario  Aquí. Cofundador de la Asamblea de Derechos Humanos, participó en la huelga de hambre a favor de la amnistía política a fines de 1977, una experiencia que marcó su vida. “La vida es para eso: para gastarla por los demás”, dejó escrito en su “testamento político-espiritual”.

El teólogo Hugo Assmann recuerda los “rasgos enternecedores” de su personalidad, “su mirada profunda, serena y tierna”, mientras que Víctor Codina, otro teólogo de la Compañía de Jesús, lo evoca en sus ratos de ocio tallando en madera manos que rompen cadenas, hombres arrodillados que intentan liberarse y obreros con los puños en alto.

Romero se jugó la vida al denunciar las violaciones de los  derechos humanos  en plena guerra civil. “He sido frecuentemente amenazado de  muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin en la resurrección: Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”,  declaró en una entrevista. Dos semanas después fue asesinado de un balazo en el corazón por un paramilitar que cobró 114 dólares por el encargo.

El arzobispado de San Salvador promueve la canonización de Romero, conocido anticipadamente como “San Romero de América”. No existe ninguna gestión similar a favor de Luis Espinal, el otro mártir de la Cuaresma del 80, de quien Codina dijo que su vida no acabó en el matadero donde fue torturado ni el basural donde fue encontrado, sino en la “aurora de la Pascua de Resurrección”.

Página Siete – 7 de marzo de 2014

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