La globalización de la mentira

Las desgracias, como reza el dicho popular, nunca llegan solas. La pandemia del coronavirus, que ha paralizado al mundo, ha dado paso a otro mal, cuyo virus se esparce con la misma velocidad, si no mayor, que la misma pandemia, un mal que la Organización Mundial de la Salud bautizó inicialmente como “infodemia” y definió como  la sobreabundancia de información, rigurosa o falsa, sobre el Covid-19.

Meses después precisó el término y habló de “desinfomedia” para diferenciar las noticias falsas o malintencionadas sobre la pandemia de la simple sobrecarga de información sobre el tema, la “infomedia”. En otras palabras, la “desinfomedia” es el contagio viral de las “fake news” relacionadas con la crisis sanitaria. 

La pandemia y la “desinfodemia” se han unido en una tormenta perfecta en el marco de la excepcionalidad que ha impuesto el coronavirus, a raíz de los estragos que está causando en la salud y la economía de la humanidad. Lo peor de todo es que todavía no hay una vacuna, ni para el Covid-19 ni para las “fake news”.

Los medios de comunicación hacen grandes esfuerzos para neutralizar la proliferación de los mensajes falsos, viralizados en las redes sociales, con información verídica e investigación exhaustiva, en una carrera dramática, marcada por el aumento vertiginoso  de los contagios y las víctimas del contagio.  

Según un estudio reciente, uno de cada cinco casos de manipulación rastreados desde 2015 en Europa  guarda relación con el Covid-19. El  Instituto Reuters de Oxford  observó a su vez que el 88% de las afirmaciones falsas o engañosas sobre el coronavirus fueron propagadas por las redes sociales y sólo el 9% por la televisión y otros medios de comunicación convencionales.

Se sabe que las informaciones falsas se difunden más rápido y más ampliamente que las verdaderas. Y se sabe también que este fenómeno crece significativamente en momentos de crisis. Hemos visto, por ejemplo, cómo proliferan e influyen en los procesos electorales, al punto de cambiar la balanza a favor de una u otra opción.

Este fenómeno encuentra un campo abonado en el miedo y la ignorancia de las sociedades. Cuanto más desconocido es el problema que enfrentamos, cuanto menos sabemos de él, es mayor el temor que nos infunde. Es el caso de la pandemia. Las “fake news” se expanden como un virus,  impulsadas por el pánico y porque la ciencia no tiene las respuestas que busca la gente para conjurarlo. 

Desde la aparición del brote en Wuhan, en China, hemos sido testigos de oleadas de “fake news”; desde las falsas teorías sobre el origen del virus, hasta la infinidad de falsas recetas para la cura y el tratamiento del mal, sin olvidar las típicas teorías de la conspiración que suelen acompañar a este tipo de sucesos y que terminan por imponerse  en la creencia popular.  Y no siempre son inofensivas, pese a que son desmentidas más temprano que tarde por la realidad, sino que son peligrosas por sus consecuencias inmediatas, porque muchos de los productos ofrecidos como remedios milagrosos para prevenir o curar la enfermedad suelen ser dañinos para la salud.

Pero no es únicamente el pánico, una característica muy humana, ni la ausencia de respuestas de la ciencia, lo que alimenta este fenómeno. Hay también, como se ha detectado, un factor político. La utilización del miedo como arma de confrontación partidista. Los populismos de toda laya han visto en la pandemia la oportunidad para imponer sus propias agendas, en una actitud que linda con lo criminal porque atenta contra la salud pública.

¿No lo hemos visto con Donald Trump y Jair Bolsonaro? ¿Y no lo estamos viendo en Bolivia? Evo Morales no sólo ha alentado las teorías de la conspiración más descabelladas, como sostener que la pandemia es resultado de la “planificación” por parte de Estados Unidos y las multinacionales para imponer “la reducción de la población innecesaria, los abuelos”, sino que ha buscado fomentar la alarma y la desobediencia social al afirmar sin prueba alguna que “se ve como si estuvieran sembrando coronavirus en el trópico”.

Tampoco ha hecho nada, ni él  ni su vicario en Bolivia, para desmentir la desinformación que circula entre las bases de su partido, propaladas por sus radios afines, como la que ha provocado las agresiones al personal médico o más recientemente la quema de tres antenas de telecomunicaciones.

De las recetas milagrosas hemos pasado a las campañas políticas. La “desinfodemia” está atacando a las democracias con una virulencia alarmante. Y, lamentablemente, como alguien ha dicho, será más fácil que se aplane la curva de la pandemia que la de las “fake news”. 

 La periodista brasileña Cristina Tardáguila, directora de la  Red Internacional de Verificación de Datos, afirmó que “estamos ante una globalización de la mentira”, porque “las fake news no tienen bandera. Ni idioma. Ni siquiera ideología definida”. Es cierto, pero en el caso de Bolivia, sí tienen color político definido. Y lo sabemos.

Página Siete – 18 de junio de 2020

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