La desesperación del abstemio

Jacqueline Carey, una escritora estadounidense de literatura fantástica, dijo alguna vez que “es cómico ver cómo la desesperación puede pronto convertirse en un viejo amigo”. Es lo que parece estar ocurriendo con Evo Morales, a juzgar por sus frecuentes y desafortunadas declaraciones en su desesperación por reconquistar el poder a cualquier precio. Pero, claro, sería cómico si no fuera por el riesgo que entrañan para la reconciliación y la democratización del país.

Evo Morales ha pasado de proponer el cerco a las ciudades para rendir por hambre a la población urbana a postular la conformación de milicias armadas y amenazar veladamente con un golpe militar. Y lo hace desde el cinismo que le caracteriza, a nombre de una supuesta restauración de la democracia y el Estado de  Derecho, que él fue el primero en violar al desconocer la voluntad popular expresada en el referéndum del 21 de febrero y las elecciones del 20 de octubre. 

En su más reciente declaración, dijo que mantiene contacto con “algunos miembros” de las Fuerzas Armadas, a los que describió como “militares patrióticos”, que “protestan contra el excomandante y el actual comandante” y que “se comunican preocupados por lo que está pasando y empiezan a cuestionar a sus comandantes”. Y lanzó la amenaza: “este contacto va a continuar, que sepa la derecha”.

No hay que esperar una autocrítica del masismo ni de su líder. Evo Morales nunca reconocerá el daño que hizo a la democracia y a la institucionalidad de Bolivia. “Pueden hacer lo que quieran conmigo, pero que no destrocen la democracia”, declaró al comentar su inhabilitación como candidato, como si el desconocimiento del referéndum y el posterior fraude electoral no hubiesen “destrozado la democracia” y provocado la crisis de octubre y noviembre pasados. 

¿Acaso no fue él quien dijo que desconocer el resultado del referéndum equivalía a dar un golpe de Estado? ¿No reconoció el fraude al ofrecer nuevas elecciones con un nuevo Tribunal  Electoral antes de renunciar y buscar asilo en México?

Evo Morales nunca creyó en la democracia como forma de gobierno, sino, únicamente, como un medio para la conquista del poder y para retenerlo, no para ponerlo en juego ante el surgimiento y  conformación de nuevas mayorías. Tan es así que ahora apuesta a la vía democrática del voto, pero, como no está seguro de lograr la victoria, esgrime la amenaza del golpe militar. Si no es por las buenas, será por las malas.

Las declaraciones del expresidente dejan en fuera de juego a su vicario, el candidato masista, quien, como su mandante, se llena la boca reclamando la “restauración del Estado de Derecho”, pero no se atreve a contradecirle en sus amenazas contra la estabilidad del país. Por el contrario, afirma que en Bolivia “no hay libertad de expresión”, como si él mismo y su jefe no estuvieran haciendo uso de esa libertad, como demuestra la amplia cobertura periodística a sus actividades y declaraciones. No marcar distancias con las proclamas subversivas de su líder  es avalarlas, también ante el electorado.

La incontinencia verbal de Evo Morales es la peor noticia para el MAS y la mejor para las fuerzas que buscan evitar su retorno al poder, no sólo porque pone en figurillas a su candidato, sino porque revela la desesperación de su líder y la poca seguridad que tiene en el éxito electoral de su binomio. 

Al decir que el Tribunal Electoral obedece “instrucciones” de la “dictadura”, además de expresar cinismo, está abriendo el paraguas para una futura impugnación al resultado si éste no le gusta.

La inhabilitación de Evo Morales ha sido una decisión apegada a la ley, al margen de intereses políticos coyunturales, que es lo que se esperaba del nuevo Tribunal Supremo Electoral. La restitución de la institucionalidad electoral es probablemente el gran logro de los cien primeros días del gobierno de transición, porque garantiza elecciones imparciales, seguras y confiables.

Desde su fuga del país, el exmandatario ha incurrido en acciones y declaraciones cada vez más contradictorias, al desmentir con cada una de ellas lo que hizo y dijo en la anterior. No es que antes haya sido coherente, pero su alejamiento del poder parece haberle conducido a la desesperación del abstemio. 

No le voy a dar la razón a Dan Brown, el autor de la famosa novela El Código Da Vinci, quien dice que “ante la desesperación, los seres humanos se vuelven animales”. ¿O sí? Quien sí la tiene es Joseph Fink, autor de un podcast muy popular en Estados Unidos, cuando sostiene que “la desesperación no crea empatía ni aclara el pensamiento”. Algo muy importante en tiempos electorales.

Página Siete – 27 de febrero de 2020

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