Evo Morales denunció los aprestos de un supuesto “golpe de Estado” contra su “derecho humano” a la reelección vitalicia; mientras la “banda de los cada vez menos” intentaba rescatar la victoria del Movimiento Al Socialismo (MAS) con fórceps, arañando céntimas, para evitar la segunda vuelta.
Julio Cortázar decía que “los tics y el aire cínico no van muy bien juntos”. No deja de ser gracioso, si no fuera por lo trágico de la hora actual, que el presidente que desconoció un referéndum reclame ahora el respeto al voto popular o que el mismo líder indígena que ordenó la represión de Chaparina acuse de “racismo” a quienes exigen transparencia en el recuento de votos. Pero los tics presidenciales de ver un complot de la derecha y el imperio detrás de cada protesta ya no cuelan.
Si hay un golpista en la Bolivia del “proceso de cambio” es el propio Evo Morales. Y no lo digo yo. Lo dijo él mismo cuando afirmó públicamente, una semana antes del 21F, que desconocer el resultado del referéndum equivaldría a dar un golpe de Estado (“Si el pueblo dice ‘no’, ¿qué podemos hacer? No vamos a hacer golpe de Estado. Tenemos que irnos callados”). Y ahora va en camino de un nuevo golpe, esta vez para evitar una segura derrota en una segunda vuelta electoral.
Visto lo visto la noche del recuento, ninguna auditoría externa, por independiente que sea, dará credibilidad al resultado que proclame la victoria del candidato masista en primera vuelta, una victoria que se daría, además, por unos pocos y sospechosos decimales, alumbrados con fórceps en una sala de urgencias. La política es como el cacho: se anota lo que se ve. Y lo que se vio esa noche fue un verdadero desastre. Si no, pregúntenle al renunciante vicepresidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE) Antonio Costas.
¿Quién ordenó al Tribunal paralizar la difusión del conteo rápido? No es difícil imaginarlo. El primer informe del sistema de Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP), a cargo de la empresa Neotec, auguraba –con el 83% de votos computados– una segunda vuelta, en coincidencia con el recuento de la encuestadora –poco sospechosa de opositora– Víaciencia.
Fuentes allegadas al organismo electoral dicen que los vocales que tomaron la decisión –en ausencia de Costas–, no sólo estaban asustados, sino furiosos con Neotec, porque veían que los datos eran contrarios al interés y las expectativas del oficialismo. Es más, se supo que en forma coincidente a la orden de suspensión, Neotec sufrió un sospechoso corte del servicio de internet.
¿Qué ocurrió durante el “apagón”? Ya se sabrá. Más allá de cualquier especulación, lo cierto es que, al reanudarse la difusión de los resultados del conteo rápido, 24 horas después, el escrutinio mostraba un inexplicable “cambio drástico”, como lo calificaron los observadores de la OEA, que alejaba la posibilidad del balotaje. Como dijo Costas, la “desatinada” decisión de suspender la publicación de los resultados del TREP “derivó en la desacreditación de todo el proceso electoral, ocasionando una innecesaria convulsión social”.
El hecho me recordó la noche electoral del 6 de julio de 1988 en México. Cuando el recuento de votos favorecía al candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas, cuya victoria hubiese puesto fin al entonces septuagenario sistema político mexicano de partido único, se produjo una sorpresiva “caída del sistema” (de cómputo). Al restablecerse, 24 horas después, el escrutinio le daba el triunfo al oficialista Carlos Salinas de Gortari. Y -¡qué casualidad!- le reconocía las 36 centésimas que necesitaba para asegurarse la mayoría (50,36%).
En mi columna previa a las elecciones (“Del modesto jersey a la chaqueta de diseño”) y a propósito de un dicho de Winston Churchill, quien afirmó que “tras un recuento electoral, sólo importa quién es el ganador; todos los demás son perdedores”, yo había escrito que probablemente el 20 de octubre no habría un solo ganador, sino dos, o que el verdadero vencedor sería el segundo, porque la polarización del balotaje daría la ventaja al opositor. En el mismo artículo me preguntaba si Morales respetaría el veredicto popular. Si no lo hizo una vez, argumentaba, ¿por qué lo haría ahora? Resultaba difícil de creer que alguien que desconoció un referéndum, precisamente para conservar el poder, iba a entregarlo mansamente en una nueva elección.
Morales cree que hay un complot detrás de las protestas populares que están incendiando el país. No hay conspiración. Hay indignación, una indignación que ha ido fermentando desde el 21F y que ha estallado ahora, con un segundo NO de más del 50%. Si el presidente piensa que el 21F hubo un “empate” que merecía un “desempate”, como argumentó, para desconocer el referéndum, lo lógico sería que acepte el “desempate” de la segunda vuelta, como le recomendó la OEA.
El filósofo austríaco Karl Popper (1902/1994) dijo alguna vez que la democracia no garantiza la elección del gobierno de los mejores, pero sí permite deshacerse de los malos gobernantes. Más temprano que tarde. Morales lo sabe. Por eso no acepta la segunda vuelta plebiscitaria. Porque, en realidad, el 20 de octubre no cayó el sistema de cómputo del TREP. Lo que cayó es el sistema político masista, el llamado “proceso de cambio”.
Página Siete – 24 de octubre de 2019