Populismo y democracia en “tiempos líquidos”

El libro El fin del populismo – ¿Qué viene ahora? refleja desde el título la encrucijada en que nos encontramos. Sus autores, todos profesionales de experiencia y prestigio en sus respectivos campos, nos dicen que «Bolivia está inmersa en un escenario delicado y potencialmente crítico”, en «un momento crepuscular signado por el ocaso de un modelo económico de impronta populista”. 

Como en el sueño del faraón que nos relata el Génesis, las siete vacas flacas parecen estar a punto de comerse a las siete vacas gordas que surgieron en los últimos años del Nilo de la abundancia.

Pero no es que solamente hayan quedado atrás los años de la bonanza, sino que –como nos dicen los ensayistas– estamos ante «la decadencia del régimen autocrático y corporativo que lo ha prohijado”, en un momento de inflexión y en puertas de una «crisis compleja”. Advierten que la «perplejidad” ante el desafío puede ser paralizante, pero al mismo tiempo admiten que el horizonte está poco claro. Y se preguntan: ¿qué viene ahora?, ¿cuál es el rumbo a seguir?

Parafraseando a René Zavaleta, quien dijo que «conocer el mundo es casi transformarlo”, podemos decir que conocer el país y sus problemas es empezar a cambiarlo. Y eso es lo que hacen los autores al diagnosticar los males que nos aquejan. Pero no se limitan al diagnóstico.

Buscan y proponen alternativas, a fin de que la época de las vacas flacas no nos sorprenda «desprovistos de ideas y herramientas eficaces para preservar la estabilidad económica y evitar que el país se deslice por una pendiente de inestabilidad e incertidumbre”.

Como dice el politólogo neerlandés Cas Mudde, en la actualidad es imposible leer un artículo sobre política sin toparse con la palabra «populismo”, porque en casi todas las elecciones y referendos se enfrentan, como él mismo dice, a «un populismo envalentonado y una clase dirigente en horas bajas”.

Después del triunfo del Brexit en el Reino Unido y de Donald Trump en Estados Unidos, uno se pregunta si el populismo está realmente en retroceso.

La buena noticia de las elecciones francesas es la victoria del centrista Emmanuel Macron sobre la ultraderechista Marine Le Pen, por menos de tres puntos de diferencia, pero victoria al fin; la mala es que la señora Le Pen y el populista de izquierda, Jean-Luc Mélenchon, han captado el 40 por ciento de los votos, casi el doble de los partidos tradicionales -el socialista y el republicano-, y que el señor Mélenchon se resiste a pedir el voto para Macron en la segunda vuelta. Ha dejado la decisión en manos de la «inteligencia colectiva”.

Nótese el tremendo paralelismo con lo ocurrido en España en las últimas elecciones: Podemos se negó a votar por el socialista Pedro Sánchez, con lo que dejó el camino libre al conservador Mariano Rajoy. ¿Podría ocurrir algo similar en Francia? Por ahora, las encuestas dicen que no, pero ¡ojo! con las pinzas de izquierda y derecha.  Esperemos que la «inteligencia colectiva” no favorezca a la opción xenófoba y antieuropeísta de Le Pen. 

Más allá de las comparaciones fáciles, de si Trump es un vulgar «populista latinoamericano” o el «peronista del Potomac”, como lo calificó The Economist, lo cierto es que –para citar nuevamente a Mudde– los populistas, sobre todo de derecha, pretenden hacernos creer, desde una pretendida superioridad moral, que la sociedad está dividida entre dos grupos homogéneos y antagónicos, los «puros”, que son ellos, y la «élite corrupta”, que son los demás; los «puros”, que, obviamente, expresan la «voluntad del pueblo”; y los «corruptos”, que están en contra de los intereses populares. El académico habla del populismo europeo, pero su descripción coincide mucho con lo que vemos en este lado del Atlántico.

El periodista, filósofo y escritor español Josep Ramoneda nos dice que estamos ante un fin de ciclo, pero no ante un fin de ciclo cualquiera, sino en «un fin de ciclo de la democracia representativa”. Y por eso mismo llama a los dirigentes comprometidos con la democracia a rectificar, proponer y actuar a partir del análisis de las causas de la crisis. 

Es decir, los convoca a entender las razones de la irritación ciudadana y a darles una respuesta política, en lugar de descalificar a los portavoces del malestar y reafirmarse en sus fallidas estrategias, porque, con la etiqueta de «populista”, muchos pretenden anular a quienes han detectado los problemas que los partidos tradicionales no quieren ver. Ramoneda advierte también que el «autoritarismo posdemocrático” es «un plan B del populismo”.

«El renacer de los llamados populismos –nos dice–, responde a realidades muy concretas: la sensación de desamparo de gran parte de la población, agredida por un proceso de individualización salvaje; la pérdida de capacidad de la política para defender el interés general; la aceleración provocada por la globalización que ha desmantelado tantas pautas referenciales; y la resistencia de parte de las élites económicas a aceptar que no todo está permitido. Defender la democracia y las instituciones quiere decir rectificar y proponer”.

Ante el peligro lepenista, Macron, con sus 39 años, sus títulos académicos, su afición al piano, su paso por la Banca Rothschild y su pasado socialista, no deja de ser un aire fresco en la compleja coyuntura europea. Es, como dice la prensa del Viejo Continente, «un liberal de corazón socialdemócrata”, un «socio-liberal”, un europeísta convencido, cuya victoria podría marcar, como sostiene el politólogo Víctor Lapuente Giné, catedrático de la Universidad de Gotemburgo, el inicio de la «revolución liberal”. Macron se ha situado al lado del canadiense Justin Trudeau como referente de lo que se ha comenzado en llamar el «liberalismo-progresista”. ¡Y todo -dicho sea de paso- a costa de la socialdemocracia!

Esto es lo que está ocurriendo en el mundo, con referentes y paradigmas que sustituyen rápidamente a otros. Estamos viviendo tiempos de cambio, «tiempos líquidos” -como dirían algunos observadores internacionales-, tiempos donde todo fluye y nada se estanca. Cambia el mundo y cambiamos nosotros.

He querido referirme a la situación internacional por lo mismo que dijo Zavaleta a propósito del conocimiento del mundo,  y porque el destino de toda comunidad, por pequeña que sea, está ligado y condicionado al futuro de la aldea global. 

No sé si Bolivia está o no ante un fin de ciclo, pero reflexionar sobre el futuro del populismo supone, necesariamente, elaborar una oferta alternativa, tanto política como económica. Requiere rectificar, proponer y actuar, analizar las demandas ciudadanas para construir las políticas que las satisfagan.

Y el libro que hoy presentamos nos da muchas pistas para hacer frente a este tremendo desafío, para que el «tiempo líquido” no nos agarre desprevenidos.

No es mi propósito entrar a un análisis detallado de los textos, puesto que no soy un especialista, pero conviene decir que este volumen reúne siete estudios de primer nivel, elaborados por verdaderos expertos que buscan repensar el modelo de crecimiento desde diferentes perspectivas.

«Su sentido general –nos dicen sus autores– no es otro que la vuelta a la racionalidad -la reforma económica y política debe darse a la luz de la experiencia, la discusión y la crítica- y la confianza en la libertad individual y la capacidad creativa de la sociedad, lo que conlleva  la exigencia (moral y cívica) de responsabilidad personal”.

En este marco abordan temas tales como la innovación, la diversificación y la productividad; las políticas públicas y las reformas institucionales necesarias para acompañar tales esfuerzos, y para crear un clima efectivo para la inversión y el despliegue del talento y la iniciativa de las personas y las empresas.

Lo que nos están diciendo es que el antipopulismo no basta, que es necesario analizar las causas que alimentan esa oferta política para ofrecer alternativas.

El gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) suele decir que la oposición carece de visión de país y que, por tanto, no ofrece alternativas al llamado «proceso de cambio”. No quiero decir que los autores de este libro sean opositores, sino que sus ensayos no sólo ofrecen insumos para el necesario debate, sino también para eventuales proyectos alternativos.

(Texto leído en la presentación del libro El fin del populismo – ¿Qué viene ahora?)

Página Siete – 7 de mayo de 2017

Los hechos nos dieron la razón

El autor del Ingenioso Hidalgo, Miguel de Cervantes, dijo alguna vez que «al bien hacer jamás le falta premio”. El «buen hacer” proporcionó a Página Siete dos premios consecutivos al Mejor Periódico de La Paz y otros galardones no menos importantes. Dicho de otro modo: un premio en sí mismo no es nada, es lo que representa en esfuerzo y trabajo. Y el equipo de Página Siete trabajó duro en los últimos tres años para consolidar al diario como un referente de primer orden en la vida pública nacional.

Página Siete me pregunta por los retos, las tensiones, los logros y las satisfacciones que viví­ durante los tres años y tres meses al frente de la dirección del periódico, entre septiembre de 2013 y diciembre de 2016. Retos, muchos; tensiones, diarias, pero lo cierto es que retos y tensiones se tradujeron, invariablemente, en logros y satisfacciones.

Detrás de cada premio hay coberturas difí­ciles y estresantes, pero al mismo tiempo el trabajo de un equipo excepcional. Sin el profesionalismo, el sentido ético y la independencia de los periodistas de Página Siete no hubiesen sido posibles coberturas como las del Fondo Indí­gena–fraude destapado por este periódico– o del caso Zapata/CAMC, para citar dos ejemplos. Es cierto que el diario fue blanco de las crí­ticas y los ataques del poder, pero al final y en todos los casos, los hechos dieron la razón a Página Siete. Y esto es lo que cuenta.

Esta labor tuvo el reconocimiento y el respaldo de los lectores de nuestro diario, a los únicos que debemos lealtad como medio independiente. Según Google Analytics, el número de visitas a la web de Página Siete pasó de 221 mil, a principios de 2013, a 1,9 millones a fines de 2016, con picos récord de más de 110 mil visitas diarias. Paralelamente, el diario sobrepasó los 300 mil «likes” en su página de Facebook, ubicándose como el medio de prensa escrita de La Paz con más adhesiones en esta red social.

Página Siete vive y crece gracias a los principios y valores periodí­sticos que adoptó el dí­a de su fundación, el 24 de abril de 2010, como espacio respetuoso y promotor de libertades, diversidades y pluralismo. Siete años después de su creación, Página Siete es un periódico emblemático. Y no hay mejor premio para un periodista que trabajar en un emprendimiento que es valorado por su comunidad.

Página Siete – 23 de abril de 2017

Ali, una leyenda del boxeo

El entonces presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), José Sulaimán, lo presentó como «el número uno, el más grande de todos los tiempos”, pero la figura que compareció ese día en el auditorio repleto de púgiles y dirigentes de los cuatro continentes era la de un hombre enfermo y acabado.

Con las manos temblorosas a causa del mal de Parkinson, la voz apenas audible y un andar de viejito achacoso, Muhammad Alí, «Alí el Bocón”, el gran Cassius Clay, era apenas una sombra del campeón invencible, el incorregible fanfarrón, pese a que entonces tenía apenas 45 años. ¿Sigue siendo el más grande?, le preguntó el autor de esta crónica. «Hace tiempo que no digo eso”, respondió.

Alí asistía en Coyococ, a 60 kilómetros al sureste de la capital mexicana, a un simposio sobre protección médica para boxeadores, organizado por el CMB, con la participación de especialistas de varios países. «El boxeador nunca piensa en los asuntos médicos. Ojalá que esta preocupación, la de hacer un simposio médico, la hubiera tenido antes”, declaró el excampeón, quien desde algunos años atrás había empezado a sufrir las consecuencias de los golpes que recibió a lo largo de su espectacular carrera deportiva.

Con voz cansada y una sonrisa que apenas rompía la rigidez de su rostro, dijo: «No soy el más grande, ni nunca lo he sido. El único grande es Dios. Cierto que muchas veces dije eso, que era el más grande, pero sólo era para vender entradas en mis peleas y hacerlas interesantes”.

Para entonces ya estaba retirado. Años antes, en su último combate, el 11 de diciembre de 1981, había sido humillado por un desconocido, Trevor Berbick, de 27 años, quien cobró 250.000 dólares para vapulear a quien había sido su ídolo e inspiración. La prensa especuló que Alí había aceptado el combate por problemas económicos. Todo el mundo se había percatado de la dificultad que tenía para hablar, aparente síntoma del daño cerebral, al punto de que las autoridades del boxeo estadounidense se negaron a autorizar la pelea  y el combate tuvo que realizarse en la capital de Bahamas, Nassau.

Nacido en Louisville, Kentucky, 17 de enero de 1942, Cassius Marcellus Clay Jr, nombre con el que fue bautizado, murió en Scottsdale, Arizona, el 3 de junio de 2016, aquejado por mal de Parkinson.

Era considerado el mejor boxeador estadounidense de todos los tiempos y una figura de enorme influencia en la lucha contra la segregación racial en la década de los 60. Convertido al Islam, durante la guerra de Vietnam se opuso al reclutamiento militar y se declaró objetor de conciencia.

Es conocida su respuesta al periodista que le criticó por negarse a defender la bandera de las barras y las estrellas. «No tengo problemas con los Viet Cong, porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger (negro)”, le dijo, aunque también defendió a Estados Unidos: «Es todavía el mejor país del mundo”.

Campeón olímpico en Roma 60 tras una exitosa campaña amateur, Alí se convirtió en mito con su victoria sobre George Foreman, el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, donde era adorado como un dios. Alí noqueó a Foreman en el octavo asalto, ante una multitud de 60.000 espectadores que lo alentaban al grito de «¡Alí, mátalo!”.

Para entonces ya había vencido a boxeadores de la talla de Sonny Liston, Floyd Patersson,  Joe Frazier y Ken Norton. Como profesional tuvo un récord de 56 victorias (37 por nocaut y 19 por decisión) y sólo cinco derrotas (cuatro  por decisión y una por nocaut técnico). Fue campeón mundial de los pesos pesados entre 1964-1971, 1974-1978, y 1978-1980. Cuando murió, llevaba 35 años alejado de los cuadriláteros, pero mantenía la fama intacta. 

Obtuvo el Premio Martin Luther King (1970) y la Medalla Presidencial de la Libertad (2005); fue proclamado «Rey del Boxeo” por el Consejo Mundial del Boxeo (2012) y Deportista del Siglo XX por la revista Sports Illustrated. La revista Time lo eligió como uno de los 20 personajes más influyentes de los Estados Unidos en el siglo XX. Bill Clinton, quien asistió a su sepelio, lo definió como un «verdadero hombre libre y de fe”.

Durante la breve entrevista en Cocoyoc, confesó: «Creo que el más grande ha sido Sugar Ray Robinson. Siempre fue mi ídolo”. ¿Y Mike Tyson?  «Es un peleador fuerte, que pega duro, pero si se hubiese enfrentado conmigo, sin duda lo hubiera derrotado rápidamente. No sabe boxear”,  subrayó, recuperando el tono presumido de siempre. «En la actualidad no hay buenos pesos completos, porque yo acabé con todos. Ahora es difícil encontrarlos”, afirmó, casi deletreando las palabras.

Genio y figura: fanfarrón, incluso en la enfermedad.

Página Siete – Anuario 2016 – 18 de diciembre de 2016

Soliz Rada, defensor de los recursos naturales

Al periodista, abogado y político Andrés Soliz Rada, mentor y gestor de la tercera nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia (1 de mayo de 2006), le pasó lo mismo que a Marcelo Quiroga Santa Cruz en 1970, obligado a renunciar tras haber sido desautorizado por el entonces presidente Alfredo Ovando Candia, quien había pactado una indemnización con la Gulf Oil Company a espaldas de su ministro. «Algo de eso ocurrió conmigo”, confió el exministro a este cronista al recordar su renuncia al Ministerio de Hidrocarburos siete meses y 23 días después de haber jurado al cargo en el primer gabinete de Evo Morales.

Más explícito fue en su libro Controversias de la Izquierda Nacional (2015): «Mi relación con el gobierno se agravó debido a que, en aplicación del decreto de nacionalización, dispuse que YPFB controlara la producción de las refinerías de Cochabamba y Santa Cruz, que estaban en poder de Petrobras. La decisión originó la protesta del gobierno brasileño (…), lo que motivó que el vicepresidente Álvaro García Linera anunciara a los medios de comunicación el congelamiento de la medida. El anuncio de García Linera fue formulado sin avisar a mi persona, lo que motivó mi renuncia el 15 de septiembre de 2006”, escribió.

Fallecido el 2 de septiembre pasado a los 77 años, Soliz Rada fue uno de los más decididos y consecuentes defensores de los recursos naturales de Bolivia, específicamente del petróleo, misión a la que se dedicó por entero como periodista, político e ideólogo de la llamada «izquierda nacional”.

Ya en la década de los 60, como dirigente del Sindicato de Trabajadores de la Prensa y como fundador y líder del Grupo Octubre, una pequeña agrupación política que postulaba la defensa de los recursos naturales, apoyó decididamente al gobierno de Ovando Candia y a su ministro de Minas y Petróleo, Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien nacionalizó el petróleo el 17  de octubre de 1969.

Fue autor de la primera tesis política de los periodistas bolivianos, que postulaba el «apoyo crítico” a los gobiernos militares de izquierda, como los de Ovando Candia y Juan José Torres.

Como dirigente del Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz, apoyó decididamente al entonces ministro de Información, Alberto Bailey Gutiérrez, en la aprobación del decreto del 19 de febrero de 1970 que dio lugar a la creación de la Columna Sindical, que obligaba a las empresas periodísticas a otorgar a sus trabajadores un espacio similar al del editorial institucional, y del semanario sindical Prensa, que circuló durante 19 semanas con gran éxito de circulación.

Paradójicamente, el Gobierno clausuró el semanario y envió a Soliz Rada a la cárcel, en agosto de 1970, cuando Prensa denunció un inminente complot derechista para derrocar a Ovando.

Soliz Rada se consideraba discípulo de Sergio Almaraz, con quien colaboró en la revista Clarín Internacional, y del argentino Jorge Abelardo Ramos, el creador de la corriente ideológica de «izquierda nacional” y autor de Historia de la nación latinoamericana  y Ejército y semicolonia.

Estuvo exiliado en Argentina y México. Tras la caída del dictador Hugo Banzer Suárez, retornó a Bolivia, donde se convirtió en mentor e ideólogo del comunicador Carlos Palenque, con quien fundó en 1989 el partido Conciencia de Patria (Condepa). Fue diputado y senador por esa organización. A la muerte de Palenque, en 1997,  se apartó de la política activa.

Aunque entendía el periodismo como parte de su militancia política, tuvo una destacada carrera profesional. Fue miembro de la redacción del emblemático diario bonaerense La Opinión y de la revista mexicana Tiempo. Asimismo, fue corresponsal de la Agencia France Presse (AFP) y de Le Monde de París. Es autor de La Caracterización de Bolivia y la Contradicción fundamental (1978), El Gas en el Destino nacional (1984), La Conciencia enclaustrada (1994), La Fortuna del Presidente (1997) y Jorge Abelardo Ramos y la Unión Sudamericana (2008).

Como ideólogo y militante de la «izquierda nacional”, se jactaba de haber combatido a la «izquierda cipaya”, como denominaba a las diversas corrientes comunistas, al trotskismo, a la socialdemocracia, al foquismo guerrillero y al «ultra indigenismo”.

Pese a sus diferencias con el gobierno del MAS, nunca criticó a Evo Morales, pero sí a su entorno. «Cuando era ministro, pretendían imponerme un comisario político”, confió a este cronista. En Controversias de la izquierda nacional, un libro que resume su lucha y legado político, afirma que «el círculo palaciego que rodeaba a Evo” le impedía nombrar a sus colaboradores de confianza, y que ese mismo «núcleo palaciego”, al que no identifica, «lamentaba que uno de sus integrantes no ocupara el Ministerio de Hidrocarburos”, lo que le impidió mantener una «fluida relación” con el mandatario.

Página Siete – 24 de diciembre de 2016