Carta del periodista ruso Leonard Kósichev

Estimada señora Isabel Mercado:

He recibido el libro Che. Una cabalgata sin fin, publicado por su diario y dedicado al 50 aniversario de la muerte de Ernesto Guevara. Soy un periodista ruso, toda la vida me dediqué a la temática latinoamericana y publiqué no pocos ensayos sobre el Che Guevara. Una vez incluso tuve el placer de entrevistarme con él. De ahí que el nuevo libro sobre el revolucionario argentino-cubano haya despertado mi interés y más aún por haber sido editado en Bolivia. Lo he leído con gran atención, lo que me permite decir que es un  estupendo trabajo.

El análisis de los hechos protagonizados en Bolivia medio siglo atrás es objetivo y, sobre todo, preciso y claro. El libro contiene un extenso material fáctico, que representa un gran interés para los estudiosos en otros países. La imagen del Che ha sido recreada en toda la plenitud de las contradicciones de ésta, sin duda alguna, personalidad fuerte, que pasó a la historia de América Latina. A mi juicio, los autores patentizan su gran competencia profesional a la hora de evaluar los hechos a través del prisma del tiempo, desde la altura de los 50 años transcurridos.

A través de los años se aprecia mucho mejor tanto la dignidad como los grandes descarríos del Che. Por cierto que su aguda percepción de la justicia social fue el faro que lo guió por la vida, pero la absolutización por Guevara de la lucha armada, como el camino certero a la reestructuración de la sociedad en los países latinoamericanos, no se ha justificado. Con las fuerzas de las armas no se consiguió erradicar la pobreza y la injusticia social. 

Y la gente sigue reflexionando en la imperfección del mundo circundante y en las vías de su transformación. Y, en este contexto, la polémica sobre la personalidad y aspiraciones del Che Guevara aún largo tiempo serán objeto de debates.

Pienso que el libro Che. Una cabalgata sin fin hace un valioso aporte a esas infinitas discusiones, permitirá a la joven generación comprender mejor la trágica personalidad del Che Guevara, el porqué fracasó su proyecto social para Bolivia y América Latina en aquellas concretas condiciones históricas. La generalización y compresión por los autores de tan extenso material fáctico, con aportación de gran cantidad de fuentes y testimonios antes desconocidos o poco conocidos de los propios protagonizas de los hechos también merece la atención de especialistas latinoamericanistas y de los simples lectores.

Leonard Kósichev periodista ruso, exdirector del servicio en español de la radio La voz de Rusia (ex Radio Moscú).

Página Siete – 24 de octubre de 2017

La cobertura del siglo a seis manos

Marco Fernández

Hace 50 años, tres noveles periodistas bolivianos informaban lo que sucedía en el sureste boliviano, donde el argentino-cubano Ernesto Che Guevara lideraba una guerrilla con miras a expandirse por Argentina y, luego, al continente. Ellos decidieron contar otro aspecto de esa parte de la historia, desde su oficio, desde un libro hecho a seis manos.

Para entender lo que ocurrió aquel octubre de 1967 es necesario conocer el contexto nacional y mundial. Es por ello que en el libro La guerrilla que contamos —escrito por Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor— ayuda sobremanera acerca de lo sucedido con la incursión guerrillera. “Eran los ‘años maravillosos’ de los 60, una ‘década feliz’ que al mismo tiempo encubría los ‘años calientes’ de la Guerra Fría”, resume Salazar.

“Bolivia vivía la agonía del ‘doble sexenio’ de la Revolución Nacional (1952-1964) entre motines cuarteleros, rebeliones mineras y luchas estudiantiles, y las vísperas del ‘triple sexenio’ militar (1964-1982), que llevaría al poder a una seguidilla de dictadores fascistas, caudillos de pacotilla y generales ‘socialistas’”, agrega el periodista acerca del panorama boliviano.

¿Por qué el Che Guevara instauró una guerrilla en Bolivia? Alcázar explica que la finalidad era iniciar un foco guerrillero en el norte argentino. “Bolivia, para el Che, tenía las condiciones objetivas para tal fin. Creyó en una supuesta debilidad del gobierno del general René Barrientos, principalmente de su ejército. Y contaba con un extenso territorio para entrenarse”.

Alejados de los apasionamientos de los nacionalismos o comunismos, los tres experimentaron diversas vivencias en su estadía en Camiri (Santa Cruz), que se convirtió en el “cuartel” de cientos de periodistas que llegaron para informar sobre la guerrilla del Che. El 26 de marzo de 1967, un despacho informaba sobre la primera emboscada de los guerrilleros al Ejército boliviano. Era la primicia que iba a conmocionar al mundo, por eso, la sala de redacción de Presencia debatió quién sería el enviado especial.

“Alguien, del frente de los casados, dijo que tendría que ser un soltero el que vaya. Dos teníamos esa condición en ese momento: José Luis Alcázar y yo. Por alguna razón que no recuerdo yo fui elegido”, afirma Vacaflor.

“Mi entusiasmo por ser un buen corresponsal comenzó a chocar con los militares, con la burocracia de los militares”. Por ello, señala Vacaflor, que a los pocos días de haber llegado, los uniformados lo expulsaron con la excusa de que debía obtener en La Paz un salvoconducto que le permitiera volver a la “zona militar”. Después de un tiempo consiguió el documento para volver a Camiri. “La ciudad se había convertido en el centro de mayor concentración de periodistas extranjeros que jamás hubo en Bolivia.

Cable West Coast instaló teletipos para dar respiro al telegrafista que hasta entonces debía enviar textos, de los cada vez más largos despachos de los periodistas, por el sistema morse”.

En ese tiempo, Vacaflor intercambió mensajes con el francés Regis Debray, quien estaba preso en el comando del Ejército por su participación en la guerrilla. Esas conversaciones se convirtieron en entrevistas que fueron publicadas por Presencia.

El 27 de marzo, José Gramunt de Moragas, director de la Agencia de Noticias Fides (ANF), leía en los periódicos sobre el primer choque de la guerrilla con el Ejército. Si bien la idea era mandar un corresponsal, la carencia de dinero impedía hacerlo, pero la solución llegó con la colaboración de la española EFE y la alemana DPA, que accedieron a financiar el viaje. El elegido fue Salazar. “Así llegué al sudeste boliviano, inmediatamente después del estallido rebelde, con tres mudas de ropa, una libreta de apuntes, una cámara fotográfica y una máquina de escribir portátil Olivetti (…) para una cobertura de pocos días, pero la misma se prolongó por nueve meses”.

Después de 50 años, Salazar describe cómo se surgieron las primicias, los rumores y las leyendas. “Los militares veían a los periodistas como propagandistas de la causa guerrillera o colaboradores potenciales del enemigo”.

Por esa razón, señala, no solo eran vigilados por los uniformados, sino también por atractivas espías infiltradas por los servicios de seguridad. No era raro que un día sus habitaciones aparecieran desordenadas.

Alcázar era el otro soltero de Presencia, quien en el libro hace una extensa explicación del ambiente de esos tiempos y critica los errores del Che en su incursión. Obsesionado con obtener los datos, no dudó en acompañar a los militares en escaramuzas con los guerrilleros. “Recuerdo que un ruido seco me paralizó, era un balazo, y luego siguió el tableteo de la ametralladora (…) Desde esos matorrales un soldado me gritó para que me echara en tierra y no me hice repetir la orden”.

Alcázar tenía la firme intención de hacer la “entrevista del siglo” con el Che. Después de convencer a Huáscar Cajías, director de Presencia, de su plan, viajó a Vallegrande para conseguir su objetivo, pero “en el atardecer del 9 de octubre esos pedazos de sueño desaparecieron barridos por la ventolera producida por las aspas del helicóptero que traía el cadáver del Che de La Higuera a Vallegrande. Lo habían ejecutado unas horas antes. La mano que toqué en la improvisada camilla, amarrada burdamente en el tren de aterrizaje del helicóptero, estaba perceptiblemente caliente”.

Eran las manos que después iban a ser cortadas para confirmar la identidad de Guevara, quien ahora continúa dando tinta para escribir historias y que La guerrilla que contamos, un libro recomendable para entender aquella Bolivia y aquel mundo, fue hecho a seis manos.

La Razón – 15 de octubre de 2017

«La guerrilla que contamos»

Luis González Quintanilla

Para los periodistas bolivianos de la época, cuando el Che Guevara decidió implantar  su guerrilla en nuestras montañas del sudeste, se nos abrieron los caminos del gran mundo informativo.  

Personalmente a mí me tocó participar en el  libro The great rebel, de mi padre, Luis J. González y de Gustavo Sánchez. Fue una de las primeras obras que tuvo una difusión internacional muy meritoria. Se publicó en una docena de idiomas, por las editoriales  Grove Press, norteamericana, la del francés Françoise  Maspero y la del italiano Giangiacomo Feltrinelli, las mismas que imprimirían el famoso diario del Che, más adelante.   

Hoy, medio siglo más tarde, el personaje sigue inspirando nuevos libros de periodistas y escritores sobre su aventura boliviana. La leyenda y el mito son de interés ilimitado.

Los autores

Bajo el mismo título de este artículo, tres excepcionales periodistas, Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor han publicado un texto -en una cuidada edición de Plural- que nos retrotrae a esos días, cuando eran bisoños reporteros. Ahora los recuerdan desde una mirada singular: como protagonistas  de «la historia íntima de una cobertura emblemática” y en la cual  los intérpretes principales de siempre, es decir, guerrilleros, militares y  políticos, son casi actores secundarios.  

Después,  en 1971, cuando llegó el tiempo de la secante dictadura y el pensamiento único, los tres autores, como muchos otros periodistas que formamos parte de esa generación,  sufrieron la pena del exilio. En él, a pesar de las desventajas, recibieron su certificado internacional de periodistas excepcionales, brillando en los diferentes medios que los habían acogido. Salazar en la alemana DPA,  Alcázar en la italiana Inter Press Service. Y  Vacaflor, recorriendo cada día la mítica calle Fleet Street de Londres, sede  del mejor periodismo del mundo,  editando la acreditada Latinoamerican News Letters.

Salazar

El libro que comentamos es un texto único. Tan sugestivo como de inclasificable género.  No es una autobiografía ni una  investigación histórica; no es sólo  una crónica  y tampoco una  novela; ni una colección  de semblanzas y anécdotas. Es todo eso y mucho más. Un libro que se lee sin tomar aliento. Como una novela de suspenso. Porque, además,  va implantado en una prosa musculosa, ágil y directa. 

La obra  lleva el sello personalizado de cada uno de sus autores. 

Juan Carlos Salazar, el Gato, plasma su libro en crónicas que hacen revivir lo que fue Camiri por aquellos días, cuando se convirtió en la sede de esas enormes noticias: la aparición, la caída y la muerte  del Che.

 El título de su primera parte es muy decidor: «Entre guerrilleros escurridizos, censores militares y bellas camireñas”. 

Son crónicas de maestría excepcional, en las que retrata ese pueblo donde descubrió, por ejemplo,  a un  «camisa negra” de Mussolini, que huía de los aliados y los partisanos «buscando el fin del mundo”.  Reconvertido en gastrónomo, el viejo fascista era el que mejor conocía la geografía del lugar. Contrariamente a los combatientes guerrilleros, que siempre anduvieron perdidos en la selva. 

Aprovecha para su invalorable cobertura  el descubrimiento de otro hecho: que las jóvenes camireñas tenían una innata vocación de Mata Haris. Se convirtieron en fuente importante de noticias para el avispado periodista, pues le permitían enterarse, a éste, de las jactancias de algunos enamoradizos militares sobre su andadura bélica.

Alcázar

El artículo de José Luis Alcázar tiene una primera parte analítica.  A  través de un repaso profundo de sus entrevistas de entonces, de conversaciones con expertos militares, de la lectura a los diarios de guerrilleros y militares, de  una severa investigación de hemeroteca, y del material inédito que hay sobre la temática, llegó a la conclusión de que la guerrilla no tenía nada que ver con Bolivia y los bolivianos. El autor no hace juicios de valor, pero su información nos lleva a la conclusión  de que Bolivia  fue elegida para ser un campo de entrenamiento para el grupo armado.

Su jefe, el Che, tenía la obsesión de hacer la verdadera guerra en la Argentina. 

El texto destaca también los errores estratégicos y tácticos que llevaron el  proyecto al desastre.

Como la confirmación de Ñacahuasu, una verdadera ratonera,  como el centro del movimiento guerrillero; el primer entrenamiento que duró el doble del tiempo previsto, produciendo la separación de la columna en dos partes que nunca se volvieron a encontrar; la elección de sus lugartenientes; su obsesión de guardar documentos,  fotografías y escribir diarios,  y un largo etcétera. 

Alcázar estuvo en dos combates, enfundado en un uniforme camuflado como corresponsal de guerra  -lo que le llevó, según desvela su amigo Vacaflor, a pensar más de una vez de cambiarse de trinchera,  a la de los insurrectos-. 

A través de la cercana y ágil narración el lector es transportado a los ruidos de  las balaceras, al olor a pólvora y a sangre, a los gritos estremecedores  de los heridos, al levantamiento de los cadáveres…

Vacaflor

Humberto Vacaflor comienza su parte con el estilete de su soberbia  ironía. «El Che en la ínsula Barataria”, es el metafórico título general.  

 Y es la historia de un pobre Sancho a quien lo empujó al pozo el humor de  un duque caribeño.

Explica que la ínsula no estaba preparada para recibir a Sancho porque el duque no había hecho su parte. Quizá sólo fue elegida porque su ejército era tan  veloz para tomar el Palacio Quemado,  como para huir ante invasores extranjeros, según se desprende de su historia.

La cosa comenzó con una parodia y terminó en un drama trágico.  Y como el Cid –sostiene Vacaflor-  el pobre Sancho sigue acometiendo batallas después de muerto. Sin embargo, medio siglo más tarde,  el mensaje de Sancho se ha convertido en una farsa abyecta.

En las páginas siguientes Vacaflor  enerva su ironía perturbadora. Cuenta sus vivencias y  describe con su habitual agudeza la tramoya de ese teatro que fue Camiri.

He aquí unas líneas destacables sobre la censura en la «zona militar”. El coronel Echeverría fue elegido como censor, quizá por la feroz antipatía que sentía hacia los periodistas. Al principio hizo su labor a conciencia, pero con la llegada de más corresponsales, el diligente censor se agotó y sus obligaciones decayeron dramáticamente.  «Es la primera vez en el mundo -concluye Vacaflor- que la libertad de prensa se salvó por la extenuación intelectual del censor”. 

Tenemos al alcance, pues, un libro imperdible sobre aquellos años del Che que conmovieron a Bolivia y el mundo.

Página Siete – 3 de septiembre de 2017

“La guerrilla que contamos”, un encuentro con Salazar

Historias de una cobertura emblemática de la guerrilla del Che se plasman en el libro de los periodistas Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor, presentado el jueves pasado. En esta oportunidad, hablamos con Salazar para conocer cómo fue ser corresponsal de guerra hace 50 años.

¿Cómo surge este libro?

Yo pienso que cualquier acontecimiento que un periodista cubre vive dos historias: la historia que cuenta a sus lectores y la historia que vive para contar esa historia. Entonces, este libro no es la historia de la guerrilla, sino la historia que vivimos los periodistas para contar la historia de la guerrilla; es el reportaje del reportaje, para decirlo en pocas palabras.

Siempre con mis alumnos, estudiantes de periodismo, jóvenes periodistas en México, en España, donde radiqué, siempre me preguntaban por esta cobertura, cómo había sido, cómo se cubría cuando no había celulares, no había Internet, no había laptops, no había computadora. Incluso, un amigo periodista catalán, que fue durante muchos años el corresponsal de la Vanguardia Barcelona en América Latina, cuando estábamos en El Salvador cubriendo la guerra centroamericana me dijo: “Yo hubiese pagado por cubrir la guerrilla del Che” y resulta que a nosotros nos pagaron por algo que nos gustaba hacer. Entonces, de ahí viene el subtítulo “de la cobertura emblemática”, creo que la guerrilla ha sido un hecho que ha marcado a mi generación en Bolivia y en América Latina y la cobertura marcó a la generación de periodistas, entonces de ahí nació la idea de contar cómo había sido.

¿Cómo fue ser corresponsal de guerra?

Yo tenía 21 años entonces, estaba empezando en Fides. Empecé en 1964, tres años antes, fue también mi primera gran cobertura fuera de La Paz y para mí fue un bautizo de fuego, porque fue la primera cobertura de un conflicto armado. Después por circunstancias de la vida me tocó cubrir otros conflictos, de hecho estoy preparando un libro sobre eso, me tocó cubrir la guerra en Argentina, el conflicto centroamericano, el alzamiento zapatista de Chiapas, el periodo especial en Cuba, que es otra forma de guerra y finalmente me tocó los primeros atentados yihadistas en Europa. Entonces, sin proponérmelo, sin postularme para eso, terminé con muchas experiencias en la cobertura de conflictos. Pero para mí, el hecho que me marcó fue la guerrilla del Che, porque era muy joven y decidió mi futuro. Entonces, todavía estaba estudiando Derecho y Ciencias Políticas, después de eso dejé Derecho y entré a la Universidad Católica, soy de la primera generación de la Católica de Periodismo, marcó mi vida y también marcó el trabajo profesional a lo largo de toda mi carrera.

¿Qué repercusiones ha tenido este libro?

Nosotros cuando decidimos con José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor, ellos cubrieron la guerrilla para Presencia y José Luis también trabajaba para Fides; yo cubría para la Agencia Fides y para la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Entonces, ellos habían tenido la misma experiencia y contaban lo mismo hasta que un día dijimos “por qué no contamos nuestra historia” y claro, como se celebra el 50 aniversario, decidimos hacerlo. Pero, no teníamos mayores expectativas más que escribir para los amigos, para los estudiantes, los periodistas jóvenes y nos sorprendió el éxito que tuvo, porque se agoró la primera edición en la Feria del Libro de La Paz. En tres agencias internacionales (AFP, EFE y DPA) escribieron sendas reseñas y tuvo una difusión inusitada fuera de Bolivia, se publicó en más de 80 medios de América Latina y España, nos sorprendió el interés que provocó esto, supongo que es porque la figura del Che sigue siendo vigente y también interesó el enfoque del libro, esto de que tres periodistas recuentan la historia íntima de una cobertura emblemática.

¿Sigue vigente el tema del Che?

Es la pregunta que nos hicimos también, publicamos otro libro con Página Siete donde también yo escribo, y nos habíamos preguntado, 50 años después, qué hay de nuevo sobre el Che, si se puede contar algo nuevo. Resulta que esto es novedoso, porque no se había escrito sobre esto. Recuerdo haber visto un documental de la guerra de Vietnam donde un periodista contaba sus historias, entonces de ahí también vino la idea de que esta es una historia que podría interesar tratándose de un acontecimiento muy grave. De hecho, el libro que estoy escribiendo ahora, tiene el mismo tono autobiográfico de los conflictos armados que me tocó cubrir. Yo creo que el Che sigue interesando, se ha vuelto una figura mítica, los mitos no mueren y yo creo que más allá de la figura emblemática del Che muerto, el Cristo de La Higuera como le llaman, hay todavía muchos elementos, muchos cabos que están sueltos y que todavía hacen que la gente siga esperando aclarar.

¿Cuál fue la reacción de otros colegas que cubrieron el hecho?

Creo que José Luis Alcázar, Humberto y yo somos los últimos sobrevivientes de esa cobertura, porque yo menciono, le dedico un capítulo a la gente que cubrió esa guerrilla de muchos personajes que vivieron y todos los compañeros han muerto, por eso también nos apuramos al escribirlo antes de que partamos de esta vida.

En esa época, hubo muchos periodistas bolivianos y extranjeros, aunque a los extranjeros no les seguí mucho la pista, de todas maneras nosotros éramos los más jóvenes, éramos veinteañeros, así que supongo que todos eran mayores. Habían muchos colegas que habían cubierto la guerra de Vietnam que vinieron directamente acá, otros que habían cubierto la invasión a Santo Domingo del 65, habían muchos veteranos con mucha experiencia, en cambio para nosotros que estábamos recién iniciándonos, fue el bautizo de fuego.

Los Tiempos (Cochabamba) – 27 de agosto de 2017