Marco Fernández
Hace 50 años, tres noveles periodistas bolivianos informaban lo que sucedía en el sureste boliviano, donde el argentino-cubano Ernesto Che Guevara lideraba una guerrilla con miras a expandirse por Argentina y, luego, al continente. Ellos decidieron contar otro aspecto de esa parte de la historia, desde su oficio, desde un libro hecho a seis manos.
Para entender lo que ocurrió aquel octubre de 1967 es necesario conocer el contexto nacional y mundial. Es por ello que en el libro La guerrilla que contamos —escrito por Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor— ayuda sobremanera acerca de lo sucedido con la incursión guerrillera. “Eran los ‘años maravillosos’ de los 60, una ‘década feliz’ que al mismo tiempo encubría los ‘años calientes’ de la Guerra Fría”, resume Salazar.
“Bolivia vivía la agonía del ‘doble sexenio’ de la Revolución Nacional (1952-1964) entre motines cuarteleros, rebeliones mineras y luchas estudiantiles, y las vísperas del ‘triple sexenio’ militar (1964-1982), que llevaría al poder a una seguidilla de dictadores fascistas, caudillos de pacotilla y generales ‘socialistas’”, agrega el periodista acerca del panorama boliviano.
¿Por qué el Che Guevara instauró una guerrilla en Bolivia? Alcázar explica que la finalidad era iniciar un foco guerrillero en el norte argentino. “Bolivia, para el Che, tenía las condiciones objetivas para tal fin. Creyó en una supuesta debilidad del gobierno del general René Barrientos, principalmente de su ejército. Y contaba con un extenso territorio para entrenarse”.
Alejados de los apasionamientos de los nacionalismos o comunismos, los tres experimentaron diversas vivencias en su estadía en Camiri (Santa Cruz), que se convirtió en el “cuartel” de cientos de periodistas que llegaron para informar sobre la guerrilla del Che. El 26 de marzo de 1967, un despacho informaba sobre la primera emboscada de los guerrilleros al Ejército boliviano. Era la primicia que iba a conmocionar al mundo, por eso, la sala de redacción de Presencia debatió quién sería el enviado especial.
“Alguien, del frente de los casados, dijo que tendría que ser un soltero el que vaya. Dos teníamos esa condición en ese momento: José Luis Alcázar y yo. Por alguna razón que no recuerdo yo fui elegido”, afirma Vacaflor.
“Mi entusiasmo por ser un buen corresponsal comenzó a chocar con los militares, con la burocracia de los militares”. Por ello, señala Vacaflor, que a los pocos días de haber llegado, los uniformados lo expulsaron con la excusa de que debía obtener en La Paz un salvoconducto que le permitiera volver a la “zona militar”. Después de un tiempo consiguió el documento para volver a Camiri. “La ciudad se había convertido en el centro de mayor concentración de periodistas extranjeros que jamás hubo en Bolivia.
Cable West Coast instaló teletipos para dar respiro al telegrafista que hasta entonces debía enviar textos, de los cada vez más largos despachos de los periodistas, por el sistema morse”.
En ese tiempo, Vacaflor intercambió mensajes con el francés Regis Debray, quien estaba preso en el comando del Ejército por su participación en la guerrilla. Esas conversaciones se convirtieron en entrevistas que fueron publicadas por Presencia.
El 27 de marzo, José Gramunt de Moragas, director de la Agencia de Noticias Fides (ANF), leía en los periódicos sobre el primer choque de la guerrilla con el Ejército. Si bien la idea era mandar un corresponsal, la carencia de dinero impedía hacerlo, pero la solución llegó con la colaboración de la española EFE y la alemana DPA, que accedieron a financiar el viaje. El elegido fue Salazar. “Así llegué al sudeste boliviano, inmediatamente después del estallido rebelde, con tres mudas de ropa, una libreta de apuntes, una cámara fotográfica y una máquina de escribir portátil Olivetti (…) para una cobertura de pocos días, pero la misma se prolongó por nueve meses”.
Después de 50 años, Salazar describe cómo se surgieron las primicias, los rumores y las leyendas. “Los militares veían a los periodistas como propagandistas de la causa guerrillera o colaboradores potenciales del enemigo”.
Por esa razón, señala, no solo eran vigilados por los uniformados, sino también por atractivas espías infiltradas por los servicios de seguridad. No era raro que un día sus habitaciones aparecieran desordenadas.
Alcázar era el otro soltero de Presencia, quien en el libro hace una extensa explicación del ambiente de esos tiempos y critica los errores del Che en su incursión. Obsesionado con obtener los datos, no dudó en acompañar a los militares en escaramuzas con los guerrilleros. “Recuerdo que un ruido seco me paralizó, era un balazo, y luego siguió el tableteo de la ametralladora (…) Desde esos matorrales un soldado me gritó para que me echara en tierra y no me hice repetir la orden”.
Alcázar tenía la firme intención de hacer la “entrevista del siglo” con el Che. Después de convencer a Huáscar Cajías, director de Presencia, de su plan, viajó a Vallegrande para conseguir su objetivo, pero “en el atardecer del 9 de octubre esos pedazos de sueño desaparecieron barridos por la ventolera producida por las aspas del helicóptero que traía el cadáver del Che de La Higuera a Vallegrande. Lo habían ejecutado unas horas antes. La mano que toqué en la improvisada camilla, amarrada burdamente en el tren de aterrizaje del helicóptero, estaba perceptiblemente caliente”.
Eran las manos que después iban a ser cortadas para confirmar la identidad de Guevara, quien ahora continúa dando tinta para escribir historias y que La guerrilla que contamos, un libro recomendable para entender aquella Bolivia y aquel mundo, fue hecho a seis manos.
La Razón – 15 de octubre de 2017