Periodismo en cuarentena

Para el periodismo escrito, dejar el papel y la tinta es lo más parecido a un destierro; sin embargo, las redacciones de los periódicos bolivianos no se han permitido el duelo: los sitios web y las redes sociales han cobrado protagonismo y la ciudadanía ha podido acceder a las noticias –más importantes que nunca en tiempos de incertidumbre y desinformación– de una manera más o menos normal.

Una normalidad que, empero, no es la que viven los reporteros, quienes se han visto, por razones de seguridad, restringidos para circular y acceder a sus fuentes.

Y aunque es difícil hacer periodismo sin estar en las calles, aplicaciones como Zoom, Hangsout y las plataformas como Facebook Live, Whatsapp y otras, han permitido acceder a las fuentes y llegar a las historias de la gente. Asimismo, las redacciones han podido, por estas mismas plataformas, coordinar, redactar y evaluar el trabajo diario, con la misma eficiencia que de forma presencial.

¿Qué pasará con el periodismo?

El periodista Juan Carlos Salazar, exdirector de Página Siete, sostiene que “sin necesidad de apuntarnos a ninguna teoría apocalíptica acerca de lo que ocurrirá cuando pase la pandemia, difícilmente volveremos al punto de partida. Lo que hoy es experimento seguramente se convertirá, más temprano que tarde, en normalidad, como, por ejemplo, el trabajo a distancia”.

Pero, ¿qué pasará en el periodismo? “Es difícil saberlo –señala Salazar-, sin ir más lejos, ¿alguien piensa que las redacciones virtuales de los medios, hoy generalizadas en casi todo el mundo, pasarán al olvido? Las reuniones de redacción cara a cara serán cosa del pasado. El trabajo telemático supone un gran ahorro en infraestructuras y, por lo demás, está demostrando efectividad”, añade.

Pero, en la opinión de Juan Carlos Salazar, la pregunta no es qué pasará con el periodismo en el futuro, sino qué ocurrirá en el presente. “Tras el terremoto que supuso el advenimiento de internet y la crisis económica mundial de fines de la década pasada, los medios que lograron sobrevivir están pasando actualmente por un momento dramático a causa de la caída de sus ventas e ingresos publicitarios. Y no estamos hablando del Tercer Mundo. Ante la gravedad de la situación, el gobierno de Dinamarca, por ejemplo, ha aprobado una partida de 24 millones de euros para ayudar a los periódicos que están en crisis. En España, según la Asociación de Medios de Información, los ingresos por publicidad de la prensa han caído estas semanas entre un 75 y un  80%, lo que ha obligado a muchos medios a realizar importantes reajustes de sueldos y personal”.

Mientras El País anuncia que no venderá en los kioskos mientras dure la emergencia sanitaria, el Diario.es pide a sus lectores pagar por suscripciones, y anuncia que reducirá salarios de sus periodistas.

“Lo grave es que esta nueva crisis se produce en el peor momento –añade Salazar– , cuando el periodismo serio y responsable es más necesario que nunca para hacer frente a la desinformación, interesada o no, sobre la pandemia. El presidente de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores, Fernando de Yarza López-Madrazo, afirma que el periodismo es el “mejor antídoto” contra las “fakesnews”, ese “virus real”, como llama el filósofo surcoreano Byung-Chul Han a ese mal del siglo XXI que fomenta la “apatía hacia la realidad”.
 
Lo cierto es que para el periodismo, especialmente para los diarios, el futuro ya se ha instalado  y está siendo encarado por los periodistas con el mismo amor por el oficio que siempre, la gran pregunta es si este ánimo será suficiente y si habrá cómo darle primeros auxilios a un servicio público de primera necesidad que está, también, en estado de emergencia.

Página Siete – 11 de abril de 2020

El futuro ya es historia

Las calles desiertas de las grandes urbes de la vieja Europa, hasta ayer llenas de vida, me trajeron a la memoria la película 12 monos (1995), dirigida por Terry Gilliam y protagonizada por Bruce Willis, Madeleine Stowe y Brad Pitt, que nos muestra una Filadelfia devastada por un poderoso virus supuestamente diseminado por una organización terrorista, el “Ejército de los Doce Monos”, que obliga a la población a sobrevivir bajo tierra. Si traigo a colación esta extraordinaria película de ciencia ficción no es porque sea partidario de las teorías de la conspiración, tan en boga hoy en día, ni para adscribirme a la ola apocalíptica global, sino para rescatar la frase que le sirve de leitmotiv y que tomo prestada para el título de este columna: “El futuro ya es historia”.

No sé si estamos viviendo un cambio de era, como afirman muchos pensadores, y si de aquí a un tiempo hablaremos de un antes y un después de la pandemia, como hablamos de un antes y un después de Cristo, pero lo cierto es que estamos viviendo una eternidad en apenas una semanas, una eternidad que nos hace ver como prehistórico lo que ocurrió apenas ayer y nos introduce de manera dramática a un futuro que, siendo desconocido, es tan real como incierto. El futuro nos ha alcanzado, y como toda desgracia, llegó sin previo aviso.

El historiador, escritor y académico israelí Yuval Noah Harari, uno de los intelectuales más destacados del siglo XXI (Sapiens: De animales a Dioses) dice que la humanidad está rescribiendo las nuevas reglas de juego. Todas las reglas. Las económicas, las políticas y las sociales, porque, a raíz de la expansión del coronavirus, “todo está en juego”, para bien o para mal. Según Henry Kissinger, uno de los grandes estrategas políticos del Siglo XX, “el mundo nunca será el mismo después del coronavirus”, a tal punto que “discutir ahora sobre el pasado sólo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer”.

El mundo no sólo está en cuarentena, sino que está paralizado, en estado letárgico, como si alguien hubiese puesto freno a la rueda de la historia, a causa de esa “sensación de peligro incipiente, dirigido a ninguna persona en particular y que golpea al azar y devastadoramente”, como dice Kissinger. ¿Quién iba a imaginar hace apenas tres meses que sobrevendría lo que sobrevino? “El futuro era esto”, escribió el científico y periodista español  Javier Sampedro Pleite al recordar una frase del matemático estadounidense John Allen Paulos: “Nadie dijo en 1900: Ya sólo faltan cinco años para que se descubra la teoría de la relatividad”.

Sí, el futuro está aquí, con manifestaciones de ciencia ficción. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, otro intelectual de moda que radica en Berlín, nos acaba de recordar que China ha derrotado al virus gracias al férreo control que aplica el gobierno a sus ciudadanos mediante la utilización del “big data”, un sistema que le permitirá en un futuro cercano controlar incluso la temperatura corporal de sus ciudadanos sin que éstos se enteren, porque se combatirá las epidemias no sólo con virólogos y epidemiólogos, sino también con informáticos y especialistas en macrodatos.

Una partícula microscópica ha puesto al mundo de cabeza y ha convertido todas las predicciones futuras en papel mojado. Sin ir más lejos, ¿quién habla hoy de las elecciones en Bolivia? Como en todo el mundo, las preocupaciones de la sociedad van por otro lado. ¿Qué podemos esperar de una sanidad pública débil e insuficiente si enfermamos? ¿Qué ocurrirá con nuestros empleos? ¿Cómo sobreviviremos en el futuro inmediato? 

Nadie duda de una inminente reestructuración del mercado laboral a causa de la recesión que se avecina y del “descubrimiento” del trabajo a distancia que se está implementando en todo el mundo, por ahora a nivel experimental. ¿Qué decir de la enseñanza? Son cambios que tendrán un gran impacto en la economía y en el trabajo.

La pandemia ha dejado a las instituciones de muchos países en cueros, tanto en el mundo desarrollado como en el  subdesarrollado. Las instituciones, todas, han fallado a la hora de enfrentar la crisis. La globalización nos ha mostrado su cara más cruel, la que no espera acuerdos ni tratados para saltarse fronteras y  soberanías. Y encima, los organismos internacionales nos advierten que cuando pase la pesadilla, antes de que la gente se recupere de la depresión del confinamiento y el “estrés postraumático”, seremos globalmente más pobres, con una caída estimada del 10% del Producto Interno Bruto.

Hay quienes ven la crisis como una oportunidad. ¿Aprenderemos finalmente las lecciones? El virus ha puesto temas vitales en la agenda mundial, desde el fortalecimiento de la salud pública, tan debilitada a raíz de las políticas neoliberales, hasta la necesidad de enfrentar de manera efectiva el cambio climático, a partir del convencimiento de que su deterioro es causa de males mayores, pasando por la urgente atención a los sectores más desfavorecidos de la sociedad, primeras víctimas de fenómenos como el que nos ocupa. 

Ya se habla, por ejemplo, de un sistema global de producción y distribución de equipamiento médico, a fin de evitar que los países ricos monopolicen los recursos en detrimento de los pobres, para hacer frente de manera más justa y eficiente a la “globalización de las enfermedades”. No sólo eso. En el plano nacional, ¿alguien se atreverá a decir en el futuro que es más importante construir canchas que hospitales? La salud pública estará a partir de ahora en el centro de las preocupaciones de todo gobierno. 

Otro aspecto positivo, “el regreso del conocimiento”, como llama el escritor español Antonio Muñoz Molina “a la abierta celebración del conocimiento y de la experiencia” que se nota en el mundo entero a raíz de la pandemia. ¿Algún gobernante dirá el día de mañana que agradece no haber ido a la universidad? 

YYa que empecé evocando una película, termino recordando otra, La hora final (1959), de Stanley Kramer, con Gregory Peck, Ava Gardner y Anthony Perkins. Se trata de otro filme postapocalíptico, propio de la Guerra Fría, que imagina el futuro de la humanidad tras un holocausto nuclear. Si la memoria no me falla, la última escena muestra una banda de música entonando un himno religioso bajo un gigantesco letrero: “Todavía hay tiempo hermanos”.  Toda una alegoría de la esperanza.

Página Siete – 11 de abril de 2020

30 escritores y periodistas bolivianos alistan selección de narcocuentos

Milen Saavedra / La Paz

Caspa de ángel es el nombre de la antología, compilada por Homero Carvalho, que se propone reunir narraciones breves de autores bolivianos sobre el narcotráfico que confrontan ficción y realidad. El escritor conversó con Página Siete para explicar los detalles de la iniciativa y adelantar los nombres de los participantes.

La obra será publicada por la editorial Kipus una vez que termine la cuarentena nacional por la llegada del coronavirus.

¿Cómo surgió la idea de la selección de «narcocuentos»?

La literatura siempre ha puesto su mirada en los grandes temas universales y nacionales, y el narcotráfico es de esos temas que los escritores no podemos eludir. Si bien en Bolivia aún no hemos tenido un boom extraordinario tanto en lo cultural como en lo comercial de lo que en México y Colombia denominan la «narcocultura», con profusión de novelas, ensayos, telenovelas, películas, artes plásticas y otras manifestaciones artísticas; creí necesario hacer un inventario de historias del narcotráfico, es decir, una antología de cuentos, crónicas y testimonios para confrontar la ficción con la realidad.

Por estas razones es que decidí compilar esta antología e invité a Márcia Batista Ramos a sumarse al proyecto para que la enriquezca con sus consejos y escriba una nota crítica introductoria. La antología la denominamos “Caspa de ángel”, otro de los nombres que los consumidores le dan a la cocaína pura.

¿Cuántos autores participan en la selección?

Ya sabíamos de antemano que algunos escritores tenían cuentos y crónicas y otros podían tener textos inéditos, así que invitamos a unos treinta escritores y periodistas, a la fecha ya tenemos 25 textos: 19 cuentos, 5 crónicas y un testimonio.

¿Quiénes son?

Cuando invitamos a escritores a participar de esta antología recibimos respuestas positivas de la mayoría de ellos, algunos ya tenían cuentos listos, otros nos pidieron tiempo para terminarlos; así como también algunos nos hicieron saber que no tenían nada escrito, pero que el tema les interesaba y que querían escribir un cuento. Cada uno de los narradores es dueño tanto de sus demonios como de sus santos; así como de los dramas, los amores, las tragedias y las aventuras que nos cuentan. Decidimos que el orden de presentación de los textos sea por género y los autores por orden alfabético, así en cuento tenemos a Sisinia Anze, Márcia Batista Ramos, Carla Maria Berdegué, Rosssemarie Caballero, Adolfo Cáceres Romero, Amalia Decker, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Rosalba Guzmán, Ramiro Jordán, Juan Claudio Lechín, Fernando Ortiz, Teresa Constanza Rodríguez Roca, Silvia Rózsa, Juan Carlos Salazar, Gaby Vallejo, Rodrigo Urquiola y Sandra Concepción Velasco. Como verá el lector nuestro propósito también fue mezclar a autores consagrados con algunos noveles para promocionar la literatura boliviana. En los próximos días se completará la lista.

Luego, están cinco crónicas de periodistas bolivianos que reflejan diversos puntos de vista de la realidad del narcotráfico en nuestro país: La de Nelfi Fernández sobre la mujeres que intentan pasar droga a Chile; la de Edson Hurtado que mezcla sexualidad, trata de personas y tráfico de drogas; la de Cecilia Lanza que da cuenta de un santo popular de los narcos -al igual que Jesús Malverde en México, los narcos del Chapare también tienen su santito a quien le rezan para que sus envíos sean exitosos-; la de Roberto Navia que nos lleva volando a la sangrienta realidad de Ciudad Juárez, una las ciudades más violentas de  México; además Ramón Rocha Monroy, narrador por antonomasia, ingresa a esta antología con una crónica acerca de una visita suya al Chapare. El testimonio le corresponde a Mauricio Reyes.

¿Cómo los seleccionó?

Los cuentos por su calidad literaria, las crónicas por la calidad que va más allá del periodismo clásico y el testimonio porque es la confirmación del drama narrado por su protagonista. Los tres géneros son narrativos.

¿Cuál es la importancia de hablar sobre este tema en la coyuntura actual? ¿y de hacerlo desde la literatura?

En realidad, la idea surgió unas semanas antes de la cuarentena y el aislamiento sirvió para que algunos escritores que no tenían textos escritos sobre el tema tuvieran el tiempo de hacerlo. Creo que en Bolivia, desde hace décadas, se han ido publicando algunos libros sobre el tema del narcotráfico desde el ensayo académico, científico, psicológico y policial. El libro «La veta blanca» (1982), de René Bascopé Aspiazu, fue un éxito el año de su aparición; luego apareció «Narcotráfico y política» (1982) de varios autores cuyo título es muy explícito y así sucesivamente hasta el día de hoy. Artículos, reportajes y ensayos periodísticos se han publicado en todos los medios de comunicación escrito y ahora, también, digitales; las crónicas ocupan un destacado lugar en este tema desde la precursora «Noticia de un secuestro» del Premio Nobel de literatura 1982, Gabriel García Márquez, por esta razón hemos incluido en esta antología cinco crónicas de periodistas bolivianos que reflejan diversos puntos de vista de la realidad del narcotráfico en nuestro país.

En la década de los noventa, inolvidable fue la serie documental televisiva «Coca», dirigida por el escritor y periodista Jorge Suárez. En literatura en cambio no hubo mucha producción al respecto; en novela se confunde a «Jonás y la ballena rosada», de Wolfango Montes, como una obra sobre el narcotráfico cuando es una historia de infidelidades entre un profesor y su cuñada, que tiene por telón de fondo un suegro narco. Tito Gutiérrez escribió una narco novela titulada «Magdalena en el paraíso», con la que ganó el Premio Nacional de Novela, el 2000 y algunas otras novelas que no alcanzaron el éxito de novelas publicadas en Colombia o México, como «La Virgen de los Sicarios», de Fernando Vallejo; «Rosario Tijeras», de Jorge Franco, «Delirio», de Laura Restrepo, por mencionar algunas de escritores colombianos o «Trabajos del reino», de Yuri Herrera; «El amante de Janis Joplin», de Élmer Mendoza. En Europa y Estados Unidos el tema ha tenido y tiene muchos escritores como el español Arturo Pérez Reverte con «La reina del sur» o el norteamericano Don Winslow con «El poder del perro».

¿Por qué eligió los cuentos sobre otros géneros?

La narrativa nos da la oportunidad de retratar a la sociedad. El cuento siempre fue la manifestación literaria por antonomasia, especialmente si nos atenemos a Julio Cortázar: “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”. Por eso decidí hacer una selección de cuentos de los mejores escritores de Bolivia; este libro es una muestra de lo que estamos escribiendo sobre este tema, desde diversos registros; desde el tráfico mismo y sus protagonistas, las adicciones, la educación, la globalización del crimen y muchas otras miradas de cada uno de los autores incluidos con sus particulares y genuinas propuestas narrativas. Hemos elegido desde narradores consagrados hasta jóvenes que están empezando a transitar el camino de las letras: algunos de ellos con un toque de ironía, otros de humor negro, otros exorcizando sus demonios o convocando a la crueldad; estoy seguro que los lectores se identificarán con más de alguno de sus personajes y reconocerán a varios, porque en nuestro país el narcotráfico es un secreto a voces en una realidad que es necesario nombrarla.

Que pase la cuarentena y los lectores tendrán una Antología de cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico que será publicada por Kipus. La idea es que es esta selección se convierta en una referencia para futuras investigaciones sociales y literarias.

Página Siete – 3 de abril de 2020

Pedro Shimose, el “verso suelto”

Suele definirse como un “verso suelto”. Y lo es. Por su independencia de criterio y por la libertad con que se mueve, en su mundo y en las vecindades. Como esa forma de expresión poética alejada de toda pauta de rima y métrica, Pedro Shimose se guía por sus propias convicciones, sin importarle las consonancias o disonancias con las opiniones ajenas. Se diría que el “versolibrismo” es su filosofía de vida.

Vivió días duros a causa de las represiones políticas y los apremios cotidianos. Eran los tiempos en que quería escribir y le salía espuma. Lo expresa sin resentimiento, mientras otea el pasado en un café de Madrid. Tiene la mirada dulce, el rostro diáfano y la piel tersa, casi juvenil. Nada delata sus  80 años, si obviamos el gris de su cabello.

Poeta laureado, periodista, trovador popular y dibujante de mano alzada, adivinó la poesía en la floresta de su Riberalta natal. A los ocho años le escribía poemitas a su madre, Laida; después, a las querencias juveniles idealizadas. Aficionado a la música, compuso polcas y taquiraris. “La pelada del sombrero de saó, sí existe, pero no fue mi corteja”, me aclara.

Memorioso, como es, entrega sus recuerdos a borbotones, pero los vierte con delicadeza oriental y tono entrañable. Te lleva de la mano por el panteón de los ilustres, como Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Nicanor Parra, Vicente Aleixandre o Rafael Alberti, a quienes conoció en tertulias y recitales. Evoca su viaje a La Higuera a lomo de mula con Yevgueni Yevtushenko, el poeta ruso de las camisas floreadas, quien le pidió que corrigiera el poema que acababa de escribir en memoria del Che Guevara. “¡No me atreví!”, me confiesa, con esa sonrisa que le estalla en los ojos incluso cuando rememora vivencias amargas.

Nació en Riberalta, el vergel al de la barranca colorada que los indígenas amazónicos originarios conocían como Pamahuayá, que significa “el lugar donde está la fruta”. Hijo de un emigrante japonés, Ginkichi Shimose, y de una riberalteña mestiza, Laida Kawamura Rodríguez, vio la luz el 30 de marzo de 1940. Creció arrullado por las “aguas insomnes” de los ríos Beni y Madre de Dios, entre ceibas en flor, palmeras de penachos cansados, bibosis frondosos  y tajibos de flores blancas. Cantó a su pueblo con la cadencia de su mejor poesía.

No hay nada más lindo que contemplar tus crepúsculos.

Soñar sueños que soñaron nuestros padres.

Circular por el color violeta del aire anochecido 

y terminar echándote de menos.

Renacer en tu fragancia húmeda,

buscándome en la niebla de los arroyos más recónditos,

Lejos de mí mismo  en los ríos y curichis,

en el naufragio de la isla que descubrimos juntos

cuando tus barcos recorrían mi infancia.

Llegó a un “mundo revuelto”, como relató en una conferencia que ofreció en Santander, cuando Bolivia había perdido la guerra contra el Paraguay, España se había desangrado en una lucha fratricida y los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgaban desbocados sobre Europa. “Fui nacido gracias a un despiste doble. Pudiendo haber nacido en otro sitio, me nacieron en pleno trópico sudamericano, y pudiendo haber nacido en otra época (en el siglo X europeo, por ejemplo), me nacieron en medio de un estruendo infernal”.

Recuerda a su padre como un campesino bueno, sencillo y pobre, “ni samurái, ni aristócrata arruinado, ni intelectual cazafortunas”, que llegó a Bolivia a principios del siglo pasado, abriéndose paso a través de la selva peruana, junto con otros doscientos inmigrantes japoneses. Se instaló en Riberalta, donde se casó con Laida, con quien fundó una familia de siete hijos. 

Dice que hizo dinero al frente de una cooperativa agrícola, pero perdió todo cuando el gobierno le expropió su propiedad y lo encarceló, como a otros japoneses y alemanes radicados en Bolivia, después del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. “Yo le llevaba comida a la cárcel (…) Mi padre nunca se lamentó de nada, ni acusó a nadie, ni clamó justicia”.

Siente que le debe mucho, porque le enseñó a apreciar la belleza de la vida, una “enseñanza estética vinculada a la moral, un modo de percibir y sentir las cosas, entre ellas el país, el amor, la muerte, la dignidad humana”. Le enseñó el amor a la naturaleza mientras paseaban por un jardín cuajado de orquídeas, azaleas,  crisantemos, siemprevivas y geranios, y le mostró “el camino de la perfección a través de la percepción de la belleza”. 

De él aprendió  que ser rico después de ser pobre es una experiencia que enriquece, pero ser pobre después de ser rico, enriquece más.  Le resumió la sabiduría en una sola frase: “Las palabras deben ser pronunciadas cuando no hay más remedio. Los actos son más importantes”. 

Él me educaba con parábolas de vientos y bambúes.

(Los peces en el cielo)

Navegábamos por redes y colores,

surgíamos del agua,

soñábamos la luz y las naranjas.

(…)

Él sabe de su humilde grandeza de hombre y sabe

que como él respeta le respetan,

y que le aman como él ama.

Este es mi padre.

Su madre, como casi todas las mujeres  de su época,  apenas pudo estudiar hasta el tercero de primaria, pero le guió en sus primeras lecturas y lo arrulló desde la infancia con los Versos sencillos, de José Martí, y las Rimas, de Gustavo Adolfo Bécker, “poemas que hablaban de amores melancólicos y amistades limpias; de oscuras golondrinas, arpas olvidadas y de una rosa blanca”.  

Dibujabas árboles y ríos. Navegabas la corriente oculta de la forma. Urdías  oropéndolas y lunas. Funda mas destrucciones  y naufragios, madre vida madre tierra madre selva madre selva.

Estudió en el colegio Pedro Krámer de Riberalta. Sus padres le habían fomentado la lectura y su devoción a los libros, pero fue la extraordinaria biblioteca de su escuela, donada por el Rey del caucho, Nicolás Suárez, la que le abrió las puertas a un mundo hasta entonces desconocido.

Allí leyó a los grandes clásicos de la literatura universal y frecuentó a los autores que aún forman parte de su vida. Allí también buscó las respuestas para sus obsesiones juveniles y allí, como diría más tarde, se incubó su poesía.

A sus 17 años se fue a La Paz por aquello de que en las ciudades grandes “suceden cosas”. Su padre hubiese querido que estudiase Medicina, pero él ya había empezado a tomar en serio la poesía. Intentó disuadirlo. “Escribe novelas”, le había dicho. “Los poetas se mueren de hambre”. Salió de Riberalta “con pasaje de ida y dinero para dos meses, recaudado entre los amigos de la colonia japonesa”. En La Paz se inscribió en Derecho y Ciencias Políticas. “Vivía en un cuartito, iba a la universidad caminando, comía en la calle y ahorraba para libros”.

Estando en el primer año de carrera se presentó a un concurso literario del que el crítico y sacerdote Juan Quirós era jurado. Ganó con un poema a Simón Bolívar. Quirós quiso conocerlo. “¿Tú eres Pedro Shimose?”, le preguntó cuando se presentó. “Sí”, le respondió con la timidez del novato. “¡Ah!, pensé que era un seudónimo. ¿Y de dónde viene tu apellido?”,  insistió. “Mi padre es japonés”, contestó, según relató en una entrevista. De ese primer encuentro nació una amistad profunda y duradera. 

A partir de entonces comenzó a frecuentar la facultad de Filosofía y Letras, de la que monseñor Quirós era docente. De la mano de Quirós llegó posteriormente al diario Presencia. Descubrió la biblioteca de la Universidad Mayor de San Andrés, donde leyó nuevos autores y encontró nuevos amigos. Era la época en que se sentía “embrujado” por Góngora, Franz Tamayo, Pablo Neruda, Walt Whitman, García Lorca y Saint-John Perse, entre otros. Ya había escrito Triludio en el exilio (1961) y empezaba a escribir Sardonia (1967).

“La poesía canta y sintetiza  experiencias, emociones, percepciones y creencias religiosas, míticas o políticas. Está más cerca de la magia, de la religión, del mito”, resumiría años después. “El verso es medida, cadencia, ritmo, música, es la esencia verbal de un sentimiento”.

Se sentía atraído por la poesía, pero también por la música, una afición que, sin embargo, apenas pudo desarrollar en Riberalta, donde no había conservatorio ni condiciones para aprender a leer y escribir partituras. Tampoco tenía dinero para hacer este tipo de estudios. ¡Incluso tener una guitarra era un lujo! Pero, además, el oficio de músico era muy mal visto, lo que no le impidió formar parte de un conjunto musical, el trío Los Forasteros, con los también riberalteños Harold Olmos y Carlos Mercado. Tal vez por eso su poesía está impregnada de musicalidad.

Mañana, la palmera

dejará de crecer.

No dejes que me muera

sin volverte a ver.

Después de ser madera

guitarra quiero ser,

para cantar la espera

que espera florecer.

En 1958 compuso la más famosa de sus canciones, el taquirari Sombrero de Saó. “No fue resultado de una decepción amorosa personal, como muchos piensan”, sino la historia amorosa de un amigo de Riberalta, quien pretendía a una muchacha y enfrentaba la férrea oposición de su madre (“Oí, flojo, sinvergüenza, tiravida ¿qué querés?”). Fue el Trío Oriental el que la catapultó a la fama en 1966. “En pocos meses,  dominaba el escenario folclórico boliviano y empezaba a expandirse por todo el mundo”, recuerda Olmos.

Pedro dice que la canción le dio muchísimas satisfacciones, porque le hizo popular en Bolivia, pero al mismo tiempo “muchos disgustos”, debido a la reticencia de las discográficas a reconocerle los derechos de autor. Tiene otras composiciones entrañables, como Adiós mi Riberalta y Siringuero, pero dice sentirse avergonzado de otras, como Razones para ser soltero, muy popular en su época  (Por eso vivo soltero/ de vos nada espero para ser feliz/ no quiero ser el esclavo/ de un hermoso clavo / que me haga sufrir).

Con Los Forasteros apoyó la primera campaña electoral del humorista Alfonso Prudencio Claure (Paulovich), postulado por el Partido Social Cristiano (PSC) a una diputación. No fue su única incursión en política. Militó en el PSC entre 1959 y 1966, año en que fue elegido presidente de la Juventud en un congreso celebrado en el Teatro Achá de Cochabamba, pero duró poco, víctima de las intrigas de la politiquería boliviana. Dice que estuvo en el partido equivocado, porque “Bolivia no es un país católico”. “Dejé de ser político y me convertí en moralista”.

Se incorporó a la Universidad de San Andrés en 1969, en plena “revolución universitaria”, primero como docente de Filosofía y Letras y después como director de Extensión Cultural. Lo hizo de la mano de Jorge Lazarte, por entonces influyente dirigente estudiantil trotskista, y del rector Óscar Prudencio. Trajo al ballet de Moscú e invitó a Yevgueni Alexandrovitch Yevtushenko, con quien viajó a La Higuera, porque el poeta ruso quería conocer el lugar donde murió el Che, a quien le dedicó un poema escrito en castellano (La llave del comandante).

Eran los “días agitados y confusos” de las vísperas del golpe de Hugo Bánzer y Pedro se había ganado la fama de “comunista”, lo que le valió el exilio. Antes estuvo en Lille, Francia, más para dar la espalda a una decepción amorosa que para estudiar periodismo con una beca del cardenal Lienárt. “La beca no es del cardenal, es de los obreros del carbón de Lille”, le dijo el purpurado cuando lo visitó en su despacho para agradecerle.

En 1968 publicó su tercer libro, Poemas para un pueblo, en el que se refleja –según el poeta y crítico Eduardo Mitre– esa “poesía inmersa en la historia, agónica en la medida en que la padece, protagónica en cuanto tiende a transformarla mediante el testimonio, la denuncia, el grito de rebeldía”;  en la que mantiene “una dimensión social y aun política constante”, lejos de “los registros puramente líricos, subjetivos, abstraídos de un contexto  histórico-social determinado”. Él veía la injusticia en las calles, en las escuelas y en los centros laborales como parte de la vida cotidiana boliviana.

Para hablar de mi patria es preciso sufrirte. 

Pertenezco a esta patria sin victorias.

Mentiría si dijera que mi patria es la mejor del mundo.

Mentiría si dijera que mi patria es la peor del mundo.

Mi patria es un martirio de odios y tinieblas,

el sitio en donde amo, sueño, lucho, canto y muero.

Mi patria está fundada sobre el alba, sobre tu alba, América Latina.

Ella está sostenida por los muertos.

La llevo como una herida, sin mar y sin victorias.

En 1971 salió al exilio, a España, como resultado –según cree– de su activismo en la universidad, convertida durante el proceso del general Juan José Torres en un centro de efervescencia política e ideológica.  Dice que en el destierro se hizo “más hombre y más humano” y que aprendió a no compadecerse de sí  mismo ni a echarle la culpa a los demás, aunque admite que “hubo días negros de amargura y desaliento”.

Madre no llores, dime hasta luego y escríbeme seguido.

La cordillera está cerrada. La pena es un juguete en manos de  mis hijos.

Le digo a Rosario que se mantenga serena.

Atrás quedan mis treinta y un años “adiós, vidita del alma

y hasta el otro día”.

En 1972, ya en el exilio, ganó el Premio Casa de las Américas con su libro Quiero escribir, pero me sale espuma, un título prestado del peruano Cesar Vallejo. El galardón le dio fama internacional. Aunque posteriormente se distanció del castrismo y la Revolución Cubana, siempre se mostró agradecido por un reconocimiento que se tradujo en una edición de 23.000 ejemplares, “algo nunca soñado por un poeta”.

Poeticomienzo en vino avinagrado:

¿cómo escribir del tizne sin carbones;

de las tos, sin gargajo; y sin borrones,

cómo escribir de mí si estoy fregado?

Garrapateo espumas, cabreado,

con humo y humedad en los pulmones;

doliéndome en la sombra y los rincones

mi soledad en verso encebollado.

Desgarrado y vencido por las furias;

en el exilio, triste, voy sufriendo

el hambre de mi pueblo en mis penurias.

En lágrimas y pus voy escribiendo.

A medias muero en jácaras espurias.

A medias vivo, voy sobreviviendo.

También en el exilio escribió Caducidad de Fuego (1975), un “libro desolado”, que marca una “línea divisoria” en su poesía. “Yo subía a la colina y desde allí contemplaba mi infortunio. En mis manos se hacía trizas las diademas de mis sueños y, conteniendo el llanto, escribí Caducidad de fuego”, recordó en una ocasión. Le siguieron Al pie de la letra (1976), el libro de cuentos El Coco se llama Drilo (1976), Reflexiones maquiavélicas (1980), Diccionario de Autores Iberoamericanos (1982), Bolero de caballería (1985), Historia de la literatura hispanoamericana (1989), Riberalta y otros poemas (1996) y No te lo vas a creer (2000).

Fue asesor de publicaciones y director de poesía del Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) y dirigió la colección Letras del Exilio de la editorial Plaza & Janés. Recibió el Premio Nacional de Cultura de Bolivia (1999) y la Orden del Sol Naciente del Japón (2019).

El escritor rumano-brasileño Stefan Baciu dijo que “Shimose fue uno de los primeros poetas capaces de dar salto hacia el futuro, llegando a una notable renovación con medios personales”, en tanto que el español Jorge Rodríguez Padrón opinó  que la palabra del poeta boliviano es “un tono, una prosodia, un ritmo interior decisivo que fluye con la facilidad del habla, pero que se adensa en el vértigo de la fundación poética”.

Según The Times, “Shimose oscila entre una protesta vigorosa e ingeniosa y la intranquila inquietud expresada en el soneto de Vallejo” que da título a uno de sus libros. Para Robert Marquez, el trabajo del riberalteño muestra la “angustiada visión de un exiliado” de Vallejo y la “sensibilidad al ritmo” de Nicolás Guillén. Shimose entiende la poesía y la literatura como una suma de palabras, palabras que permiten  “soñar la justicia, la libertad y la convivencia en paz en este mundo devastado por la locura humana, donde las víctimas de ayer son los verdugos de hoy; palabras que nos hablan de los viejos e irrenunciables ideales de la humanidad; de las selvas vírgenes por donde serpentean arroyos de aguas cristalinas; de los mares limpios que ignoran la codicia del hombre; de los cielos puros y las noches serenas”.

Algún periodista le preguntó por qué escribía. Quizás, respondió, por “un deseo  de inmortalidad o un deseo de seducir a una mujer hermosa”. O tal vez por “un sentimiento de pavor ante el misterio de la muerte o una inmensa alegría ante el espectáculo de la naturaleza”. O también, como dice en uno de sus versos autobiográficos, porque la poesía lo visitaba de noche.

Dibujo de Marcos Loayza

Página Siete – 22 de marzo de 2020