Harold Olmos
Cuando Juan Carlos Salazar, conocido universalmente como El Gato, me pidió que presentara la obra que esta noche nos congrega, con mucha ingenuidad creí que no sería una tarea demasiado compleja. No fue así. Para abordar el tema con alguna seriedad, debí detenerme en casi todos los capítulos para escudriñar mis propias memorias y poder avanzar.
Antes de seguir, debo declarar que la vocación informativa nos une desde hace décadas, aunque nuestras rutas no siempre se cruzaron por mucho tiempo, sino durante algunos de los oasis que se forman durante las turbulencias a menudo asociadas a esta profesión.
A medida que fui leyendo el texto, reconocí que estaba ante retratos de la vida de toda una generación, quizá hasta de dos.
No dispongo del tiempo que me habría gustado tener para hablar de todo lo que esta obra requeriría. Haré solo referencias a algunos de los temas que mayor impresión me han causado en este conjunto de crónicas, muchas escritas a lo largo de la dilatada carrera del autor, que ahora las re-edita y les suma novedades inéditas.
La obra no es apenas una suma, es una suma enriquecida de crónicas hilvanadas cuidadosamente sobre sucesos que esculpieron la historia de estos años.
En primer lugar, quiero destacar que las semblanzas que nos presenta Juan Carlos Salazar forman una obra que no solo proyecta gran parte de nuestra vida contemporánea.
Se trata de historias que a muchos nos han tocado muy de cerca. Son un ramillete de textos bien escritos y mejor ensamblados como para servir de manuales en las redacciones de los diarios sobre cómo escribir de una manera atractiva y cautivante, un atributo de quien sabe competir con calidad en ambientes donde el buen uso del idioma y el buen criterio para jerarquizar la información son esenciales para mantenerse profesionalmente a flote y sobresalir.
El recorrido de Juan Carlos Salazar se introduce con un brochazo del genio de Enrique Arnal para pasar por acontecimientos de la historia reciente y desembocar en semblanzas que han dejado huellas profundas en nuestros días.
Con detalles poco conocidos, algunas de ellas son una invitación para obras mayores. El Gato ha lanzado el guante. Esperemos que haya muchos que lo recojan.
Es de esperarlo, en un medio en el que los acontecimientos suelen sucederse a una velocidad tal, que lo nuevo, a veces al día siguiente, se sobrepone a lo anterior, lo oculta y con frecuencia queda en el olvido, son muy pocos los que recogen los escombros de la avalancha para reconstruirlos y explicarlos al público en perspectiva.
Quizá pocos sepan que en la casona de piedra y adobe de la paceñísima calle Sagárnaga, muy cerca de la Avenida Mariscal Santa Cruz, tomó forma final y estrenó Gracias a la Vida, de la chilena Violeta Parra, cuando bajo el embrujo de la Peña Naira, la canta-autora se reconcilió con el quenista (clarinetista) suizo Gilbert Favre.
El dato está en la ¨apariencia¨ que escribe el autor sobre Pepe Ballón Sanjinés, el dueño y gestor de Peña Naira. ¿Alguien sabía que este personaje se llamaba Luis Alberto? El Gato nos lo recuerda y lo describe como héroe anónimo, presencia inolvidable de los inviernos fríos y madrugadas desiertas de La Paz que, desde ese cenáculo del folklore, confirió universalidad a muchas tonadas tristes y alegres del folklore andino que peregrinan por el mundo.
Sus páginas nos llevan al inolvidable maestro de periodistas Luis Ramiro Beltrán, quien a los 18 años ya era un periodista pleno, con sus primeras armas ajustadas y pulidas en el venerable La Patria, de su Oruro natal.
De ahí nos lleva a Héctor Borda Leaño, para entretener al lector con anécdotas que volvieron al político socialista un orureño universal, un personaje que, ya diputado, en gesto desesperado para detener la aprobación de un contrato que iba a entregar la explotación de una mina de zinc muy rica a capitales privados, bajó al sótano del Palacio Legislativo y reventó los fusibles, dejando todos los ambientes sin luz hasta el día siguiente.
Las tribulaciones de la cochabambina Amalia Decker, quien, en su propio domicilio y a los 15 años fue juramentada como discípula del ELN por Inti Peredo, están registradas aquí. Conocida en el mundo literario nacional y extranjero, hace un par de años estuvo en Santa Cruz para presentar su Mamá, cuéntame otra vez, la novela de su experiencia en las filas del ELN y su mutación hacia la social-democracia en las filas del MIR.
Nos dice Salazar que esta ex luchadora de fuste, decepcionada del que creyó que era ¨el paraíso socialista¨ de Cuba, ahora cree que la única herencia de Che Guevara es un ícono hermoso, de una de sus fotografías más conocidas. Nada más.
Ser corresponsal de una agencia internacional de noticias tiene ventajas que compensan el estar alejado de las realidades cotidianas del terruño.
Entre ellas, está la de conocer en carne y hueso a grandes protagonistas de la literatura universal, el arte, la religión y la política. De los encuentros periodísticos con Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa, el Gato nos entrega las crónicas que escribió en su tiempo y que acaparan páginas agradables de la obra que esta noche nos entrega, inclusive las crónicas sobre las visitas de Juan Pablo II a Cuba y México.
Merecen atención especial, sin la duda más mínima, las páginas dedicadas a Gloria Ardaya, la combatiente heroica del MIR, que salvó la vida milagrosamente aquella tarde del 15 de enero de 1981, temblando aterrada debajo de un catre mientras esbirros del régimen militar asesinaban a los compañeros con los que había estado reunida.
Si tuviera que escribir una reseña periodística de la obra de Salazar, habría dicho al comenzar: “La única sobreviviente de una masacre brutal hace casi 40 años, que segó la vida de ocho líderes políticos y multiplicó las angustias de vivir bajo un régimen de terror, ha anunciado que escribe sus memorias que incluirán detalles de la carnicería del 15 de enero de 1981 y las ambiguedades de su partido, que nunca contó al público ni a su militancia todo lo que llegó a saber”.
Las memorias de Gloria Ardaya traen de vuelta momentos que muchos querrían olvidar. Entre muchas otras cosas, pueden abrir heridas sobre actitudes de género en la sociedad política boliviana con discriminaciones aberrantes hacia las mujeres, que en esos tiempos y tal vez aún ahora tenían que quintuplicar esfuerzos para alcanzar el equivalente a un varón. El desarrollo informativo del tema y su profundización, corresponde a los medios nacionales pues lo que hago esta noche es solo una reseña de una obra que merece ser leída.
Un capítulo indispensable, que nunca fue abordado en nuestros medios, encierra pinceladas de la vida de un personaje del mundo periodístico, que se destacó por sus ocurrencias por donde quiera que pasó. Augusto Montesinos Hurtado fue un “periodista de alma” y un reportero en todo momento de su vida, como lo describió en una ocasión en Caracas una de las plumas más valiosas del periodismo argentino, Rogelio García Lupo, muerto hace un par de años.
La mención que de él hace Juan Carlos Salazar es tributo a este personaje (orureño, por supuesto) muerto en Cochabamba hace unos cinco años, que paseó sonriente y con holgura por muchas redacciones del continente. A las anécdotas que cuenta el Gato podrían agregarse muchas otras, incluso aquella cuando detuvo el tráfico en una calle céntrica de Lima, para que el vehículo en el que estábamos pudiese pasar, interrumpiendo una ceremonia matrimonial en la que los novios, desconcertados, no sabían qué hacer.
Augusto los hizo entrar con prisa a un taxi que por allí pasaba. Al conductor le impartió la instrucción de llevar a los novios al hotel más próximo. Apremiado por el bullicio de las bocinas del tránsito embotellado, el sorprendido conductor partió. Nunca se supo adónde llevó a los novios. Padrinos e invitados tampoco.
Por las páginas de estas semblanzas circulan decenas de nombres de periodistas. Antonio Miranda Soliz, Luis Gonzáles Quintanilla, los hermanos Víctor Hugo y René Carvajal, Eduardo Ascarrunz, Jesús Urzagasti (+), Juan León, Leticia Sainz, Sandra Aliaga, Ana María Campero (+), Alfonso Prudencio, Ramiro Cisneros (+), Walter Montenegro, José Luis Alcázar, Humberto Vacaflor. Creo que el etcétera tendría que ser largo, sin dejar de observar que los dos últimos, Alcázar y Vacaflor, pasean en la obra con frecuencia.
Hay al menos tres con crónicas destacadas en este ramo de apariencias. Son las semblanzas de José Gramunt de Moragas, el patriarca jesuita, fundador de Agencia de Noticias Fides, y alter ego del autor; de José “Chingo” Baldivia (+) y de Cayetano Llobet (+).
Estoy seguro que Baldivia, colega del Gato en Radio Fides, con quien Alcázar escribió una obra a cuatro manos, es el inspirador de capítulos referidos a Chile, el país donde muchos periodistas compartieron segmentos de exilio.
Con 41 capítulos en los que puede encontrarse a Luis Espinal, Salvador Allende, Víctor Paz Estenssoro, Eduardo Rodríguez Veltzé, Hernán Siles Zuazo en una secuencia apasionante para el retrato histórico de nuestro tiempo, Semejanzas es una obra indispensable para quienes deseen estar informados sobre capítulos esenciales de la vida boliviana y de los personajes que cruzaron por el camino profesional de Gato Salazar.
Sin ninguna ironía, diría que se trata de una hazaña, en un medio donde, desde lo alto, se pregona que no leer en libros es una virtud. Es, por cierto, un verdadero desafío.
Al comenzar y al concluir la lectura de Semejanzas uno no puede evadir cierta nostalgia por esos tiempos y dejarse invadir por el deseo de ponerse a tono con lo leído y tomar una copa de vino tino, del buen tarijeño, una empanada y quizá algún queso de Charagua.
(Texto leído en la presentación del libro Semejanzas en Santa Cruz de la Sierra, el 9de junio de 2018).