Cuentan que deambulaba por los bares de la Alcaicería de Granada, lloriqueando, siempre ebrio, frente a una copa de vino, repitiendo una y otra vez: “Perdóname, Federico, perdóname”. Era uno de los hermanos Rosales, jefe de la Falange Española en la región, arrepentido de su felonía. Años antes había entregado a Federico García Lorca a los esbirros de la dictadura franquista. Como escribiría el poeta Antonio Machado, el “Homero español” salió al campo frío por una calle larga, aún con las estrellas de la madrugada, caminando entre fusiles, rumbo al paredón.
Nacido un 5 de junio de hace 120 años en Fuente Vaqueros, una comarca andaluza de la vega granadina, el poeta del Romancero gitano fue fusilado en el camino de Víznar a Alfacar, Granada, el 18 de agosto de 1936, acusado de socialista, masón y homosexual. “El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico, sangre en la frente y plomo en las entrañas”, lloró Machado en su poema El crimen fue en Granada (1937).
“Tengo una poesía de abrirse las venas, una poesía evadida ya de la realidad como una emoción donde se refleja todo mi amor por las cosas y mi guasa por las cosas. Amor de morir y burlar de morir”, había escrito, premonitoriamente. Como no le preocupó nacer –según afirmó alguna vez–, tampoco le preocupaba morir. Pensaba, como dijo en otra ocasión, que sólo aquellos que temen a la muerte, la llevan sobre sus hombros.
Su nombre completo era Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, hijo de Federico García Rodríguez, un hacendado que cultivaba remolacha y tabaco, y de una maestra de escuela, Vicenta Lorca Romero, tierna y querendona, quien le fomentó el gusto por la buena lectura, aunque en su niñez se mostraba más interesado en la música que en la literatura.
Solía reunirse con otros jóvenes intelectuales en la tertulia El Rinconcillo del café Alameda, con quienes se trasladó en 1919 a la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, donde trabó amistad con los intelectuales más importantes de la época, como Salvador Dalí, Luis Buñuel y Rafael Alberti. Se dice que Lorca animó a escribir a Dalí y Dalí a pintar a Lorca, quien llegó a presentar una exposición en Barcelona.
También frecuentó a Juan Ramón Jiménez y a la camada de escritores que dieron nombre a la Generación del 27, como Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, entre otros. En 1921 conoció al maestro Manuel de Falla, con quien emprendió varios proyectos vinculados a la música, una de sus vocaciones juveniles. De esa relación nació el Poema del cante jondo.
Tenía 38 años recién cumplidos cuando estalló la sublevación de Francisco Franco, el 17 de julio de 1936, en Marruecos. Para entonces ya había escrito sus obras más emblemáticas, Poema del cante jondo (1921), Romancero gitano (1928), Un poeta en Nueva York (1930), Bodas de sangre (1933) y Yerma (1934, y terminado de escribir La casa de Bernarda Alba, el “drama de la sexualidad andaluza”.
Detestaba la política partidaria y se dice que incluso resistió la presión de sus amigos para hacerse miembro del Partido Comunista. Sin embargo, sufrió duras críticas de los sectores conservadores por su amistad con personalidades socialistas, como el ministro Fernando de los Ríos y la actriz Margarita Xirgu. Su popularidad y sus declaraciones a la prensa contra las injusticias sociales que él veía en España y en su Andalucía natal lo convirtieron en un blanco perfecto para el fascismo.
Alguna vez se definió como “católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico”, pero, si en algo creía, era en la libertad. “En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida”, afirmó en una ocasión.
La instauración de la Segunda República (1931) trajo una bocanada de aire fresco a la España conservadora. Junto con el escritor y escenógrafo Eduardo Ugarte y financiado por el Ministerio de Educación que dirigía Fernando de los Ríos, codirigió La Barraca, un grupo de teatro universitario, con el que representó obras teatrales del Siglo de Oro, pero el proyecto se vio truncado por el estallido de la guerra civil española.
Ya antes de que estallara el conflicto, España vivía un clima de violencia e intolerancia. Los embajadores de Colombia y México le ofrecieron asilo, temerosos de que pudiera ser víctima de un atentado debido a su identificación con la República, pero Lorca rechazó las ofertas y retornó a su tierra, adonde llegó el 14 de julio de 1936, tres días antes del alzamiento de Franco en Melilla. “Me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera”, había dicho a su familia.
En Granada buscó refugio en casa del poeta Luis Rosales, donde –según creía- estaba más seguro, debido a que dos de sus hermanos, en los que confiaba, eran dirigentes falangistas. A pesar de ello, el 16 de agosto de 1936, se presentó una patrulla de la Guardia Civil para detenerlo. Se dice que el gobernador de Granada, José Valdés Guzmán, consultó con uno de los líderes del alzamiento, el temible teniente general Gonzalo Queipo de Llano, lo que debía hacer con Lorca. El militar respondió: “Dale café, mucho café”. Es decir, que lo pasara por las armas.
Dos días después, lo sacaron de su celda, le dieron el “paseo de la muerte” y lo ajusticiaron en un descampado. El régimen franquista nunca reconoció su implicación en el crimen. Aunque no existen datos precisos, se dice que fue fusilado en el camino Víznar-Alfacar. Su cuerpo permanece enterrado en una fosa común anónima en un paraje conocido como Fuente Grande, junto con otros tres compañeros de desdicha.
“Estoy persuadido de que Lorca está en el parque que lleva su nombre, a dos pasos de la acequia de Aynadamar, construida por los árabes en el siglo XI para trasladar agua a Granada. La palabra significa Fuente de las Lágrimas. Toda una profecía”, dijo su biógrafo, el historiador dublinés Ian Gibson.
Como el Rosales que lloraba por el perdón de Federico, uno de los periódicos del franquismo intentó un mea culpa. “El crimen fue en Granada; sin luz que iluminara ese cielo andaluz que ya posees. Los cien mil violines de la envidia se llevaron tu vida para siempre”, escribió Luis Hurtado Álvarez en Antorcha, un semanario falangista de Antequera, en marzo de 1937. Su director, el poeta y catedrático Nemesio Sabugo Gallego, pagó con la prisión su osadía.
(Dibujo de Marcos Loayza)
Página Siete – 17 de junio de 2018