Tres historias íntimas de la guerrilla que nos contaron

Por Mauricio Quiroz

Los gatos abundan en la casa de Juan Carlos Salazar. Hay estatuillas felinas de cerámica, de madera y de otros materiales en medio de plantas decorativas. En una de las paredes está el ojoso animal retratado por el pincel del artista boliviano Luis Silvetti; allí mismo, justo debajo de ese cuadro, el periodista se sienta para hablar de un libro que fue escrito “a seis manos” y que será presentado el 27 de julio en la sede de la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP), 50 años después de la guerrilla que lideró Ernesto Che Guevara.

“Somos los tres sobrevivientes de la cobertura del Che; los tres somos setentones y, que yo recuerde, el resto de los colegas que fueron enviados a esa misión ya han muerto”, explica el Gato Salazar, poco antes de hablar del  libro La guerrilla que contamos. Historia íntima de una cobertura emblemática que también fue escrito por José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor.

El libro, prologado por Gonzalo Mendieta y presentado por Harold Olmos, está dividido en tres partes, una para cada uno. “Es autobiográfico, está escrito en primera persona y es muy anecdótico porque contamos cómo fue la cobertura. Estamos publicando fotos inéditas nuestras; documentos inéditos, pero todo vinculado, precisamente, con la cobertura periodística”, explica Salazar, mientras bebe un poco de café antes de recuperar los recuerdos de hace medio siglo cuando fue enviado a cubrir la guerrilla del Che por la Agencia de Noticias Fides (ANF) y la Agencia Alemana de Prensa (DPA).

Al sur, en Tarija, radica Vacaflor, mientras que Alcázar está en Santa Cruz, desde donde envió algunos apuntes para este artículo sobre sus “crónicas de combate”. “El que más me impactó fue, sin duda, el combate del Espino, el 30 de mayo de 1967, cuando fui testigo de muertos y heridos, de rostros derrotados, de miedos, de arrojo, de valentía de esas tropas que acompañé; persiguiendo al movimiento armado que el Che había querido preparar en Bolivia para hacer la revolución en su país, Argentina”, escribe Alcázar.

El periodista fue enviado a la zona de la guerrilla por el matutino Presencia y de los tres fue el único que logró ver el cadáver del guerrillero, aunque su plan era entrevistarlo. Incluso había ideado dejar a los militares para llegar hasta la guerrilla. “Coger su mano caliente que aparecía por debajo de la cobija que lo cubría me estremeció y, tras constatar que ahí estaba el Che muerto, me acosó la frustración y la decepción, como reportero, de no haber podido concretar mi plan de entrevistarlo”.

Por teléfono, Vacaflor aclara que si bien la idea inicial fue escribir un libro “a seis manos”, es decir, un texto que armonice la experiencia de los tres solteros veinteañeros, se dieron cuenta de que tal emprendimiento sería posible y decidieron por dividirlo en tres grandes capítulos. A él le tocó contar la historia de cómo la foto de los tres primeros detenidos vinculados con la guerrilla llegó a ser publicada. La placa muestra nada menos que al francés Regis Debray, al argentino Ciro Bustos y al inglés George Andrew Roth, en manos del Ejército.

Vacaflor, quien también fue enviado por Presencia, fue expulsado en dos oportunidades de Camiri, donde estaba el centro de operaciones contra la insurgencia y luego también tuvo que salir del país “invitado” por la dictadura. Vivió en Londres desde donde reveló, a comienzos de los años ochenta, que se estaban por rematar los diarios del Che. “Yo me fui y el fantasma del Che Guevara me seguía persiguiendo”, afirma el periodista.

Inspirado en las utopías socialistas de su época y en plena Guerra Fría, el Che llegó a Bolivia en 1966 para desencadenar una revolución. Durante 11 meses combatió en una zona rural del sudeste del país, donde fue herido, capturado y ejecutado el 9 de octubre de 1967. La noticia llegó por un telegrama enviado por Alcázar desde Vallegrande.

“Fides (ANF) y la radio Fides dieron la primicia esa noche y al día siguiente se publicó en Presencia”, cuenta Salazar, quien al igual que el resto de los sobrevivientes de esa cobertura supo transmitir en morse, algo que ahora es imposible imaginar.

“El periodista debe ser crítico, no complaciente, veraz; no neutral. Es la misión que nos impone nuestro oficio”, anota Alcázar en una reflexión final para esta reseña, desde la luz de su combativa experiencia.

La Razón -30 de julio de 2017

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