La producción periodística de Marcelo Quiroga Santa Cruz durante su exilio de Chile, Argentina y México (1971/77) es prácticamente desconocida en Bolivia, no solo porque la censura impuesta por la dictadura de Hugo Banzer Suárez impidió la difusión de sus escritos y opiniones en la prensa nacional de la época, sino también por la trayectoria al menos curiosa de la primera edición de Hablemos de los que mueren (1984), la recopilación de sus artículos periodísticos.
Publicado por la editorial Tierra del Fuego, una empresa fundada por un grupo de intelectuales argentinos en la Ciudad de México, el libro tuvo corto recorrido, debido, sobre todo, a los problemas económicos que confrontó la editora poco después del lanzamiento de la que sería su primera y única producción. No eran buenos tiempos, ni entonces ni ahora, para las aventuras editoriales independientes.
La edición de 1.000 ejemplares apenas tuvo circulación en la colonia de exiliados latinoamericanos y terminó, como el propio proyecto editorial, en el fondo de un depósito de la capital azteca. Su reedición en Bolivia tampoco tuvo suerte. El sangriento golpe de Luis García Meza y Luis Arce Gómez, que costó la vida del propio Marcelo, interrumpió la impresión en 1980.
La práctica política y obra teórica que desarrolló Quiroga Santa Cruz en Bolivia son harto conocidas por la opinión pública, debido al papel preponderante que desempeñó el líder socialista en la lucha democrática entre 1960 y 1980, año en que fue asesinado y sus restos desaparecidos por la dictadura de Luis García Meza y Luis Arce Gómez.
Opositor de primera línea de los regímenes militares dictatoriales de la segunda mitad del siglo XX, Quiroga Santa Cruz sentó en el banquillo de los acusados a los generales René Barrientos Ortuño y Hugo Banzer Suárez, acciones parlamentarias que le valieron la cárcel y el exilio. También dio prueba cabal de coherencia política al promover y ejecutar –como ministro de Minas y Petróleos del gobierno de Alfredo Ovando Candia (1970)– la nacionalización de la Bolivian Gulf Oil Company y encabezar la resistencia al golpe fascista del 21 de agosto de 1971. No menos conocida es su actuación, como fundador y líder del Partido Socialista-1 (PS-1), durante la apertura democrática de fines de la década de los 70.
Quiroga Santa Cruz dedicó los años del exilio a la cátedra, como profesor de Ciencias Políticas y Economía Política en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UNBA), primero, y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), después. Fueron años de intensa producción intelectual que fructificó en dos libros: El saqueo de Bolivia (1972) y Oleocracia o patria (1982), editados inicialmente en Buenos Aires y México, respectivamente, y después en Bolivia
Pero no fue su única actividad. Quiroga Santa Cruz alternó la docencia con el periodismo en varios medios. El Día, un diario que abrió sus páginas a los intelectuales latinoamericanos exiliados en México, y la agencia Inter Press Service (IPS) recogieron en columnas semanales sus análisis de la coyuntura política boliviana y regional.
Su actividad periodística coincidió con hechos de importancia ocurridos en Bolivia y América Latina, como el “abrazo de Charaña” de Banzer y Pinochet y el destape del escándalo de los sobornos de la Gulf Oil Company al general Barrientos Ortuño, para mencionar algunos, así como los dramáticos sucesos que acompañaron al proceso de militarización del Cono Sur, incluidas las acciones de la “Operación Cóndor”, una de las cuales costó la vida del general Juan José Torres.
La lectura de esas crónicas, a cuarenta años de distancia, muestra no solo la aguda y certera percepción de su autor, sino, en muchos casos, su inusitada actualidad, como reflejan los títulos de algunos de los escritos “Los principios flexibles de una moralidad laxa”, “La pretensión de arrestar la historia”, “¡Qué bien estábamos cuando estábamos mal!”, “El hambre desde la opulencia”, etc.
A su paso por México, camino a La Habana, a fines de 1979 o principios de 1980, Marcelo me hizo depositario de un pasaporte duplicado. Me lo entregó en previsión de que tuviera que salir clandestinamente del país, como lo había hecho en ocasiones anteriores, y también previsión de que la represión no le diera tiempo a tomarlo para llevarlo consigo.
“Nunca se sabe si lo necesitaré en caso de un nuevo exilio”, me dijo al entregarme el documento. Era, pues, como él mismo lo llamaba, un “pasaporte de emergencia”. Quien ha vivido el exilio sabe la importancia que tenía contar con un pasaporte, documento al que los perseguidos políticos no tenían derecho ni acceso fuera del país. Era la manera que tenían las dictaduras de controlar los movimientos de los opositores.
El pasaporte tiene un solo sello. El de su entrada a Lima, el 27 de diciembre de 1977, cuando se dirigía a Bolivia. Quiroga Santa Cruz viajó por tierra de Lima a la frontera con Bolivia y entró al país clandestinamente cuando Banzer ejercía todavía el poder. El pasaporte contiene otro importante. En la casilla correspondiente a la profesión, aparece la inscripción: “Periodista”. Probablemente es el único documento oficial en el que el líder socialista figura como periodista. Y lo fue. Y a carta cabal, como demuestran sus artículos de “Hablemos de los que mueren”.
Nueva Crónica – 2ª. Quincena de agosto de 2012