Alfonso Gumucio Dagron
Este Gato no es pardo, se lo distingue claramente incluso de noche. Tampoco es negro, de modo que quienes se cruzan con él no sufren ninguna calamidad, más bien les trae buena suerte, como a mí. Este Gato es Juan Carlos Salazar del Barrio, periodista.
Hay muchos refranes populares y anónimos que hacen alusión a los gatos: “como gato panza arriba”, “siete vidas tiene un gato”, “gato maullador no es buen cazador”, “con los curas y los gatos, pocos tratos”, “buscarle cinco patas al gato”, “gato con guantes no caza ratones”, “cuando el gato está ausente los ratones se divierten”, “cara de beato y uñas de gato”, “la curiosidad mató al gato”, “dar gato por liebre”…, y muchos más, pero yo he optado para el título de este texto: “Aquí hay gato encerrado”.
En Semejanzas hay Gato encerrado en cada página, pero como los gatos son sigilosos no se deja ver fácilmente. Entre las 42 semblanzas en este libro, la del propio autor atraviesa las demás.
Porque lo maravilloso de los retratos es que el retratista se mira en los personajes y no todos los lectores se dan cuenta de ello. Se retrata en los valores, en las aventuras, en las complicidades y en los sueños de los retratados. Por eso es que en lugar de semblanzas, le queda muy bien al libro el título Semejanzas.
Alguna semejanza hay también entre el Gato Salazar y yo, puesto que me invitó a presentar su libro. Estas semejanzas datan de varias décadas, dos exilios y numerosos desayunos en algún café de Ciudad de México (en el Café Habana, donde muchos años antes se reunía Fidel Castro con los que se irían en el Granma a Cuba), o en años recientes en San Miguel en un café con nombre de especia.
El exilio suele unir y consolidar amistades solidarias entre los que tienen buena calidad de argamasa. Al Gato le debo mi primer trabajo en el diario Excélsior cuando llegué becado por el general García Meza con una mano atrás y otra adelante. Esos meses que pasé en la sección internacional dicen más de su solidaridad que de mis desvelos.
Así fue siempre, porque cuando regresé a México luego de un año de trabajo en la Nicaragua sandinista, me ofreció escribir reportajes sobre cine para el servicio especial de la DPA (la Agencia Alemana de Prensa), y eso me permitió no solamente ganar unos pesos sino conocer a personajes tan emblemáticos como el Indio Fernández, Gabriel Figueroa, Irene Papas, Alberto Isaac, Rui Guerra o Cantinflas, a quien fuimos a entrevistar juntos.
Entonces, así se va tejiendo eso que se llama complicidad, ingrediente indispensable de toda amistad. Y por esa complicidad es que varias de las semejanzas retratadas en este libro resuenan en mi memoria como fragmentos que recorrimos juntos.
Puesto que “gato con guantes no caza ratones” el autor escarba la vida de sus retratados con generosidad, es decir sin maltratarlos pero yendo más allá de la contemplación pasiva para escudriñar los pequeños rasgos que definen una personalidad, tal como los dibujos que solía hacer Pérez Alcalá de sus amigos –entre ellos el propio Gato–.
El autor dibuja como si tuviera en la mano un carboncillo. Esa cualidad de descifrar a los personajes hace la diferencia entre el retrato neutro de una enciclopedia y un relato vivido: la diferencia está en el testimonio, en la crónica personal y en la cercanía con la que se entrega un efusivo abrazo a un amigo (sin robarle la cartera, pero quizás un pedazo de su alma).
En Semejanzas no están todos los que son, ni son todos los que están (y alguno sobra a mi criterio) pero así son los libros de tipo antológico, porque no se puede poner todo en un libro como no se puede incluir todo en un cuadro o en una película. El Gato ha conocido de cerca de muchos otros personajes.
El riesgo de algunos de estos esbozos o apariencias (Quico Arnal, por ejemplo) es que quien no haya conocido a los personajes retratados puede quedarse con sabor a poco, pero quienes los hemos conocido, disfrutamos con esa mirada de microscopio que completaría la más sesuda biografía.
Otros textos, más extensos, introducen a los personajes de cuerpo entero ante cualquier lector, como sucede con los relatos entrañables sobre Amalia Decker, Pepe Ballón, Goyo Selser, Liber Forti, el Tata Gramunt, el Chingo Baldivia, Filippo Escóbar o el Chino Sánchez, entre otros, donde el vínculo personal con ellos es fundamental para enriquecer la crónica y hacerla única, es decir, diferente a la que cualquier otro periodista podría cocinar con base en información ya publicada.
Finalmente están los retratos menos cercanos (pero no menos interesantes) de personajes que el autor no ha frecuentado mucho, por lo que no es fácil capturarlos en su vida cotidiana. Es el caso de Luis Ramiro Beltrán, Domitila de Chungara, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Vargas Llosa, Juan Pablo II y algún otro personaje fotografiado con teleobjetivo sin que ello disminuya la acuciosidad de las observaciones, sobre todo para revelar los vínculos con Bolivia en el caso de los que no son bolivianos pero tuvieron algo que ver con nuestro país.
Aunque estos son simples esbozos de apariencias, como señala el autor en su introducción, uno echa de menos las referencias al pie de página de aquellas frases o párrafos entrecomillados, pues no siempre se entiende si provienen de una entrevista o conversación sostenida con el autor de la crónica, o de otra fuente que merecería el crédito respectivo.
Mención aparte merece un texto que me ha conmovido, donde el personaje se impone con fuerza: José María Bakovic, una de las víctimas de la judicialización de la política, sobre quien Juan Carlos Salazar escribe un texto inspirado y dolido.
“Nada de lo humano me es ajeno” escribió Publio Terencio Africano (el esclavo liberado) casi 200 años antes de nuestra era cristiana. La frase le viene bien a este libro que no aborda la comedia humana sino, casi siempre, la ternura, el respeto y la amistad, que quizás son al fin de cuentas, parte de lo mismo: la semejanza entre los que comparten los mismos valores humanos.
(Texto leído en la presentación del libro Semejanzas, el 7 de junio de 2018)
Página Siete – 10 de junio de 2018