El Che fue protagonista en la literatura boliviana en 2017

Manuel Filomeno /  La Paz

Ernesto Che Guevara fue protagonista en la literatura boliviana el año pasado. Se publicaron al menos ocho libros sobre la vida  del guerrillero, en conmemoración del medio siglo de su paso por Bolivia y su muerte a manos del Ejército en La Higuera.

De esa inusualmente vasta producción bibliográfica, destaca la obra del renombrado periodista y exdirector de Página Siete, Juan Carlos Salazar, quien junto a José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor publicaron La guerrilla que contamos. Historia íntima  de una cobertura emblemática (Plural, 2017). El texto  resume las coberturas periodísticas que los tres hombres de prensa realizaron en 1967, durante el periplo boliviano del guerrillero.

En el libro, que fue el más vendido en la Feria del Libro, los periodistas  incluyen  crónicas y  una colección de fotos y documentos  inéditos de   la cobertura que se hizo a    la guerrilla del Che Guevara.

En una entrevista con motivo de la presentación del libro, Alcázar señaló que el  libro fue una  oportunidad de recordar, como dice el subtítulo, “una cobertura emblemática”, además de añadir que cada uno de los autores comparten en la obra varias anécdotas personales que  sucedieron en la cobertura de este  acontecimiento que se convirtió también en noticia internacional. “Además de actualizar alguna información sobre lo que motivó a Guevara a preparar un movimiento armado en Bolivia para hacer la revolución en su patria, Argentina”.

Por su parte, Página Siete se sumó al aniversario con dos libros: El Che, una cabalgata sin fin y Che: Miradas Personales.

El primero de ellos, dedicado a las historias no contadas del personaje latinoamericano por excelencia, fue  elaborado por un equipo multidisciplinario  de  periodistas de este medio   e investigadores, como:  Gonzalo Mendieta, Luis González, Mery Vaca, Liliana Carrillo, Carla Hannover, la directora del periódico, Isabel Mercado, y el exdirector Juan Carlos Salazar.

“Este libro es un  reportaje profundo sobre la guerrilla.  Es  fundamentalmente un trabajo  periodístico. Hemos intentado hacer una relectura completa de los hechos. No se trata de un homenaje a la memoria del Che ni tampoco una  crítica a si fue acertada o no su aventura en Bolivia”, dijo Mercado en la presentación del texto durante la XXII Feria Internacional del Libro de La Paz.

Por su parte, Vaca, la subdirectora de Página Siete, señaló que  en la obra se plantea preguntas como: ¿Qué pasa ahora con  el pensamiento del Che?  y ¿qué ocurre con las dudas y las interrogantes  que han existido a lo largo de la historia y  que, pese al tiempo, no se han podido resolver? “Por ejemplo, yo escribí una historia sobre los rangers; he entrevistado a los rangers que han combatido en  contra del Che. Ellos se sienten abandonados  y discriminados en una coyuntura como la actual. Por lo tanto, se puede ver el otro lado de la medalla, no de  la de los guerrilleros, sino la de los soldados bolivianos”,  contó.

El segundo libro publicado por Página Siete (junto a  Plural Editores) Che: Miradas personales reúne textos que expresan la particular mirada de 20  autores sobre el guerrillero muerto hace 50 años. Además de ensayos, testimonios y crónicas la obra incluye obras de ficción escritas por    autores de la talla de  Áex Aillón Valverde, Gloria Ardaya, Daniel Averanga, Javier Badani, Rosario Barahona, Robert Brockmann, y Willy Camacho, entre otros.

Muchos de los autores convocados decidieron esbozar la  imagen que guardan del Che en   ensayos,  testimonios o  crónicas. No obstante, otros escribieron textos de ficción inspirados en la figura revolucionaria.

En ellos el Che funge como protagonista, como referente o como evocación de tiempos lejanos en los que se construían utopías por las que algunos estaban dispuestos a dar la vida.

La Guerrilla del Che, ayer y hoy de Eduardo Machicado  fue otro de los libros publicados en 2017 sobre la figura del argentino y está basado en los escritos de Humberto Vázquez Machicado  y la prensa de la época, además de libros escritos sobre la guerrilla y otros autores.

Otro de los libros que se presentó el año pasado fue  El asesinato del Che en Bolivia. Revelaciones de los autores cubanos Froilán González y Adys Cupull, quienes en su investigación denuncian el papel de  Estados Unidos y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la eliminación del Che.

Otros libros exploran la figura de Guevara a través de las personas que compartieron con él, como es el caso de Desencuentros en la orilla, una novela sobre la vida del guerrillero beniano Freddy Maymura Hurtado, un estudiante de medicina en Cuba que fue ejecutado en 1967, cuando integraba la retaguardia de la guerrilla del Che Guevara. El libro fue escrito por su sobrina, la periodista Vania Solares.  

Otro de estos volúmenes es el escrito por el abogado e investigador Tomás Molina Céspedes quien  publicó Chato Peredo, el último soldado del Che, en el que reúne siete entrevistas realizadas a Osvaldo Chato Peredo entre agosto de 2012 y mayo del año pasado.

También en esta línea está el libro Regis Debray, entrevista y textos de Marcelo Quezada quien explora la figura  del filósofo marxista francés, autor de varios textos sobre Guevara, quien llegó a Bolivia para entrevistarse con el guerrillero y al que, una vez capturado por el Ejército, se le llegó a acusar de haber dado información que llevaría a la captura y muerte del Che por parte de los militares.

Las obras más vendidas en la FIL

La guerrilla que contamos. Historia íntima de una cobertura emblemática se convirtió en el libro más vendido de la XXII Feria Internacional del Libro de La Paz (FIL). La obra, editada por Plural  y escrita por los periodistas José Luis Alcázar, Juan Carlos Salazar y Humberto Vacaflor se agotó un día antes de la clausura de la FIL, en agosto de 2017.

La primera edición de este texto contó con 500 ejemplares, que se vendieron sin pausa durante los 12 días de la feria.

Por otra parte, Che: Una cabalgata sin fin, publicado por Página Siete, fue otra de las obras de mayor demanda en la FIL, vendiéndose más de 250 ejemplares durante los días de la feria.

Página Siete –  7 de enero de 2018

Presentación del libro “Elecciones judiciales y Reelección presidencial”

El 12 de febrero de 2014, dos años y cuatro meses después de las primeras elecciones judiciales, el presidente Evo Morales admitió el fracaso de un experimento que su gobierno postulaba como una revolución en materia de justicia. Al inaugurar una Casa de Justicia en Muyupampa, municipio del departamento de Chuquisaca, dijo textualmente: «Yo quiero decir la verdad, aunque algunos se molesten. Creo que en vano incorporamos poncho y pollera en la justicia, no cambia nada”. Reconoció que “la retardación y la corrupción son el cáncer dentro de la justicia” y, dirigiéndose a los operadores de la justicia, dijo que todavía había tiempo para cambiar esta lacra y “de verdad hacer justicia en Bolivia”.

Previamente, el 23 de enero de ese mismo año, al asumir el cargo, la entonces ministra de Justicia,  la abogada Elizabeth Sandra Gutiérrez Salazar, consideró que la elección judicial había sido «un desacierto». “Vamos a ser autocríticos –dijo-, a veces nos equivocamos. Es una posición personal, hemos podido ver que no está funcionando, yo creo que debería ser bajo méritos que se elija a los miembros del Consejo de la Magistratura, del Tribunal (Constitucional), Supremo de Justicia y Agroambiental, en base a su currículum y no en base al voto; yo creo que ha sido un desacierto. Sin embargo, creo que vamos a tener que trabajar para cambiar este tipo de situaciones”, afirmó entonces.

Quince meses después, el 22 de mayo de 2015, el vicepresidente del Estado, Álvaro García Linera, declaró a una canal de televisión que “un tribunal de justicia huele a azufre”.  “La justicia está muy mal –dijo-, no hay una justicia rápida, barata y que obre en equidad y en legalidad. Se tienen un sistema judicial muy corrupto y lento, es un padecimiento entrar a la justicia y acercarse a un tribunal huele a azufre a diez cuadras de distancia”, señaló textualmente.

Era la época en que el Gobierno promocionaba la cumbre judicial como punto de partida para llevar adelante lo que el mismo García Linera definía como “profundas reformas institucionales” del sistema y el cambio de personal para, según dijo entonces, “deshacernos de los jueces corruptos”.

Un año después, el 27 de enero de 2016, la misma autoridad admitió: “La justicia en Bolivia está podrida, si tiene dinero, le va bien; si tiene tiempo, le va bien; si tiene amigos, le va bien; si tiene la justicia de su lado, no le va bien. Lo que prima por encima de la verdad es el amiguismo, el dinero y la presión, es una vergüenza”.

García Linera aceptó en la ocasión que el Gobierno se había equivocado. “Nos hemos equivocado y ahora queremos enmendar drásticamente, un giro de timón de 180 grados, para que haya una justicia rápida, gratuita y justa”, señaló en el programa “El hombre invisible”. Reconoció que el problema está en la elección de las autoridades judiciales. Dijo que antes se elegían mediante cuoteo político, pero, luego, bajo el actual Gobierno,  se pasó a un cuoteo de organizaciones sociales y que “no había sido (bueno) ni lo uno ni lo otro”.

“Tiene que haber algún tipo de acción política y nuestra propuesta es que se elijan con criterios meritocráticos”, señaló a manera de conclusión.”Vamos a encontrar el consenso entre todos de cuál es la mejor manera de seleccionar jueces, cuál debe ser la calidad de los códigos, cómo debe mejorar la educación, cómo debemos sancionar a quienes rompen la norma; todo esto lo vamos a ver en esta cumbre que tiene que ser operativa”, agregó.

“La justicia está tan mal hoy, que no se puede corregir con pequeñas reformas, necesita un cambio estructural, una auténtica revolución que transforme sus pilares. Hoy no es justa, no es barata y no es rápida”, añadió.

Nada de eso ocurrió

Todo esto debía hacerlo la Cumbre de Justicia, realizada en junio del año pasado en Sucre, pero,  ¿alguien recuerda cuáles fueron las conclusiones de ese evento? Si acaso una sola, que dio lugar a títulos llamativos de la prensa nacional: la propuesta para incorporar la pena de cadena perpetua para los delitos de violación contra niños y niñas seguida de muerte.

Seis años después de las primeras elecciones judiciales y un año después de la famosa cumbre, nos enteramos de que Bolivia se encuentra entre los 10 países con peor justicia del mundo, en el puesto 104 entre 113 países, de acuerdo con el ranking elaborado por la organización internacional Proyecto de Justicia Mundial (WJP), que publica anualmente un Índice sobre el Estado de Derecho.

Bolivia está por debajo de países como Nigeria, Bangladesh y Honduras. Es el penúltimo de América Latina y el Caribe, sólo superando a Venezuela, que ocupa el último puesto del ranking.

El índice toma en cuenta ocho parámetros para calificar el estado de derecho sobre una puntuación que va del 0 al 1: restricciones a los poderes del Gobierno, ausencia de corrupción, transparencia, derechos fundamentales, orden y seguridad, cumplimiento normativo, justicia civil y justicia penal.

¿Y qué dice el Gobierno sobre esta calificación?

El diputado masista Víctor López declaró: “Considero que se trata de una suerte de complot internacional para hacer ver a Bolivia como un infierno judicial. Lamentablemente, creo que estas organizaciones internaciones no toman criterios técnicos sino cuestiones políticas para elaborar sus informes”.

No sólo eso.  Según un informe oficial, en el primer trimestre del año, la cantidad de detenidos en las cárceles, entre preventivos y con sentencia, sumaron 16.613. Se trata del número más elevado de los últimos 16 años de acuerdo a los datos de la Dirección de Régimen Penitenciario publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). De los 16.613 detenidos hasta marzo de este año, apenas 5.028 tienen sentencia y 11.585 están con detención preventiva. Al comentar estas estadísticas, el ministro de Justicia, Héctor Arce, admitió que, evidentemente, «algo está mal” para que esto ocurra.

¿Qué es lo que ha pasado?  ¿No había reconocido el Gobierno los errores y coincidido con los expertos en el diagnóstico?

Hablando ante un grupo de juristas extranjeros, García Linera dijo en junio pasado que “la justicia está enferma” y requiere de “una nueva pedagogía en la propia sociedad”.

«El mal viene de antes (…)”, así se haga hagamos  20 procedimientos penales, cinco reformas judiciales, cambiemos a todos los personeros de la justicia, barramos con los abogados y vengan otros abogados, vamos a seguir reproduciendo los males de la justicia que hoy por hoy todos las aborrecemos», declaró.

La pregunta es: si conocemos los errores y acertamos en el diagnóstico, ¿por qué tropezamos ahora en la misma piedra? 

La Cumbre de la Justicia transcurrió sin pena ni gloria. El Gobierno ignoró las propuestas de los expertos y convocó a la gente de siempre, a los representantes de las llamadas organizaciones sociales, desconocedores de la materia.

Los expertos coincidieron que la cumbre fue una oportunidad perdida. «La cumbre judicial ni siquiera ha tratado a fondo, y menos ha dado respuestas, el principal problema de la administración de justicia, que es la falta de independencia de todos los operadores del sistema judicial con relación al poder político; tumor cancerígeno del cual se derivan todos los demás males y defectos del sistema y que tienen de víctima al conjunto de la población boliviana”, resumió el constitucionalista Carlos Alarcón, a quien se ignoró el convocatoria, como a muchos otros experimentados juristas.

Eso sí, la cumbre determinó mantener la elección de altas autoridades del Órgano Judicial por voto popular y la preselección de los candidatos a cargo de la Asamblea Legislativa sin mayores cambios.

Todos conocemos el resultado de esta preselección y estamos en vísperas de una nueva elección de autoridades judiciales, en las que el elector deberá optar de una nómina de candidatos sólo conocidos por su adhesión y lealtad al partido de gobierno.

Pese a las advertencias y a las propuestas formuladas por expertos independientes para implementar una preselección meritocrática sin alterar el mandamiento constitucional, el Gobierno ha optado por la repetición de los métodos y por tanto de los errores, olvidándose de su autocrítica y sus golpes de pecho.

Pero, no sólo eso, resulta que ahora es la oposición la oposición la culpable de los males por impugnar a los candidatos oficialistas.

“La oposición quiere seguir manteniendo en pie la vieja justicia corrupta; creo que la oposición celebra la corrupción de la justicia actual”, dijo García Linera en junio pasado. Apelando al sanbenito antichileno de siempre, agregó: “La oposición como siempre, ha dicho que no debería haber elecciones, parecen chilenos, todo lo que hacen en su vida política, todo es no, todo es no”.

En la era de la posverdad, al Gobierno no le importa cambiar de paso y borrar con el codo lo que escribió con la mano. Si antes era cierto que el poncho y la pollera no habían cambiado nada en la justicia, como dijo el presidente Morales, o que el “cuoteo político” había sido sustituido por el “cuoteo de las organizaciones sociales”, como admitió García Linera, ahora, por la simple magia de la palabra, pretenden hacernos creer que una nueva elección –convocado bajos mismos métodos y parámetros- salvará a la justicia de todos sus males.

No es que los asesores gubernamentales no consulten las hemerotecas para contrastar las declaraciones de antes con las actuales. Si lo hacen, pero los imperativos coyunturales –y no tanto. son otros. Al poder político no le interesa una justicia independiente, porque una justicia independiente va en contra de la hegemonía que pretende mantener. Y menos aún en este momento en que se debate la presidencia vitalicia del Primera Mandatario.

Hace más de dos mil años, el poeta latino Marco Anneo Lucano dijo que la virtud y el poder no se llevan bien. “Aléjese de los palacios el que quiera ser justo. La virtud y el poder no se hermanan bien”, dejó dicho.

Y aquí, como se ha visto en las elecciones de 2011 y en las que veremos ahora, no son precisamente los justos los que se acercan al poder. Es el poder el que se rodea de sumisos para llevar adelante sus propósitos partidarios.

Las elecciones judiciales fueron implementadas para eso. Como recordó el abogado Gonzalo Mendieta Romero, en su origen no están ni Fausto Reinaga ni René Zavaleta, sino Rousseau y su país de origen, Suiza, y  los asesores españoles de la fundación anticapitalista Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) que participaron en la redacción de la Constitución.

“Parece que la idea era cambiar de sucursal europea, no desarrollar pensamiento propio. De esto el Viceministro de Descolonización no se queja. El salto intelectual al vacío de las elecciones judiciales nació de un razonamiento elemental: la felicidad pública estaría garantizada si el poder constituyente mandara siempre y eligiera magistrados. No se preguntaron cómo reclutar a los mejores, cómo asegurar su independencia y que no se sometieran al poder prevaleciente o a la platita”, escribió Mendieta Romero.

Mendieta Romero cita un documento del consultor valenciano Martínez Dalmau, difundido por la vicepresidencia en 2009, en el que sostenía: “En el caso boliviano, ni se va a ir por la gerontocracia ni por la designación por el Presidente de la República o el Parlamento, se va a ir por la designación directa del pueblo, el pueblo va a decidir qué magistrados van a formar parte del tribunal constitucional, viendo sus currículums, sus trayectorias, sus publicaciones, y van a votar si quieren que tal persona esté o no (…) Eso van a poder hacer ustedes con el nuevo proyecto de constitución cuando pase a ser constitución. Eso no existe en ninguna parte del mundo. Otros aspectos que no existen son, por ejemplo, la elección de los miembros de la Corte Suprema de Justicia (…)”.

Y esto es lo que hizo que el gobierno anticolonial de Evo Morales, aceptar el consejo de unos asesores extranjeros.

Pero el problema no es la elección como tal, sino, en este caso, la preselección, que ha sido espuria, bajo el control del partido de Gobierno, lo que lleva a suponer que los elegidos, como ocurrió en los últimos seis años, actuarán bajo ese mismo control. El  Gobierno impuso a la lista de precandidatos a través de sus dos tercios en la Asamblea sin escuchar las observaciones y pedidos de la oposición.

¿Alguien conoce los méritos profesionales de alguno de los candidatos? Evidentemente, no están los mejores, porque no hubo una selección meritocrática, sino política, y, como dijo el escritor español Francisco de Quevedo, “menos mal hacen los delincuentes que un mal juez”.

Pero, como dije, el asunto no era elegir a los mejores, sino a los leales. Henry Oporto cita en el prólogo del trabajo que hoy presentamos a Luis Pásara, un experto peruano  que estudió la experiencia boliviana. En el libro “Elecciones judiciales en Bolivia: Una experiencia inédita”, Pásara recuerda que “una función importantísima del juez es servir de control sobre el uso del poder. En un gobierno democrático, si usted no tiene una instancia ante la cual pueda reclamar el hecho de que se incurre en una inconstitucionalidad, una ilegalidad, en un abuso de poder de cualquier funcionario, si usted no tiene un juez para esto, ¿podremos hablar de democracia? ¿qué democracia es una en la que usted no tiene el derecho a reclamar lo que es un derecho?, se pregunta Pásara.

Y éste es el quid de la cuestión.

Resulta paradójico que el magistrado que más obtuvo en las elecciones de 2011, en las que los votos nulos y blancos superaron a los válidos en una proporción de 60 a 40%, haya sido expulsado del Tribunal Constitucional Plurinacional por actuar de manera independiente. Gualberto Cusi Mamani, quien obtuvo el 15,70% de la votación, se opuso a la re-reelección de Evo Morales, cuando el Tribunal Constitucional “interpretó” que los períodos anteriores a la aprobación de la Constitución, reconocidos en un artículo transitorio, no contaban parea la nueva era masista.

Evo Morales no podía ser candidato en las elecciones de 2014 no sólo porque se lo prohibía la Constitución, sino porque él mismo había empeñado su palabra. Pero se ve que eso no cuenta.

Y en este caso también conviene repasar la hemeroteca.

Una semana antes del referéndum, el 15 de febrero del año pasado, cuando se sentía ganador, el presidente Morales declaró: «Si el pueblo dice ‘no’, ¿qué podemos hacer? No vamos a hacer golpe de estado. Tenemos que irnos callados”.

El 22 de febrero, un día después del referéndum, Morales declaró textualmente: “Aunque con un voto o con dos votos va haber un ganador, eso se respeta. Esa es la democracia“. Dos días después, el 24, señaló: “Quiero decirles que respetamos los resultados, es parte de la democracia”.

Pero miren lo que declaró el Vicepresidente al diario El Deber hace tres semanas: «En verdad, lo que hubo es un empate. Han ganado por 70 mil votos, eso no es ganar, eso es empatar… “

¿No era que el gobierno aceptaba la victoria del No incluso por uno o dos votos? Ahora resulta que no hubo victoria del No, que hubo un empate, y como hubo empate, el pueblo debe desempatar. ¿No era que si ganaba el No se iban callados, porque de lo contrario era protagonizar un golpe de estado?.

Sobre esta posverdad –la derrota que se convierte en empate- el gobierno pretende construir la “verdad” –entre comillas- del supuesto “derecho humano” del presidente a la reelección vitalicia. 

En el excelente trabajo que hoy presentamos, el constitucionalista José Antonio Rivera demuestra que el  resultado del proceso de selección de los candidatos de este año no ha sido cualitativamente mejor que el de 2011,ya que los aspirantes “no han sido seleccionados en razón de su idoneidad y probidad”, sino por su “afinidad política con los gobernantes de turno”.

También nos dice que, “si se toma en cuenta que una de las causas de la crisis judicial es la ausencia de independencia de los jueces y magistrados debido a la excesiva injerencia política”,  la elecciones judicial del próximo domingo “no es una solución a la crisis”, sino que, por el contrario, la profundiza, como ocurrió en los últimos seis años.

Y es que en realidad, agrega, “la finalidad que persigue el oficialismo” es “lograr la reelección indefinida del Presidente y Vicepresidente del Estado”, como ha quedado demostrado con la Acción de Inconstitucionalidad Abstracta planteada ante el Tribunal Constitucional para que declare inaplicables los artículos 156, 168, 285 y 288 de la CPE.

“…resulta evidente –dice Rivera- que el régimen político pretende consolidar un sistema judicial sumiso para que la jurisdicción ordinaria no ejerza un efectivo control de legalidad sobre los actos administrativos y sea efectivo en la persecución de los líderes cívicos, sindicales, sociales y políticos”, y consolidar “una jurisdicción constitucional sumisa para que no otorgue protección a los derechos de las víctimas de la persecución política, para dar validez constitucional a actos, decisiones o disposiciones legales o reglamentarias que contradicen a la Constitución”.

Sobre aviso, no hay engaño.

La Paz, 27 de noviembre de 2017.

Una de las más grandes gestas informativas de Bolivia

Harold Olmos

Me siento muy  feliz de participar esta noche en la presentación de esta obra en Santa Cruz. Tengo por lo menos dos razones para estarlo:

La primera es que se trata del trabajo de tres colegas muy cercanos que han formado parte de una experiencia compartida en mis primeros años de profesión;  después nos hemos mantenido relativamente conectados desde las geografías desde donde operamos. Perú, Argentina. Venezuela, Uruguay, Inglaterra, México, Colombia y Centroamérica

El trabajo de estos periodistas ha sido diseñado y ejecutado con las únicas herramientas con las que contábamos hace treinta o cuarenta años. Son también las mismas que manejaron los colegas de generaciones anteriores: Una lapicera, una libreta de apuntes, raras veces una grabadora y, sobre todo, una buena memoria para describir el entorno y el contexto  para proyectarlo al país y más allá.  Todo buen redactor y todo buen editor sabe que estas herramientas son el ABC de toda crónica y de todo reportaje.

Otra razón para sentirme  particularmente grato es compartir esta presentación con un colega  de los años mozos, bien mozos, de Presencia: Fernando Salazar Paredes, quien descolló en coberturas noticiosas desde todos los ámbitos y que también es un ejemplo de la persistencia, del buen escribir y de la paciencia y el empeño por conseguir noticias que marcaron la diferencia en reportajes, crónicas y narraciones diarias.

Los tres autores y quienes  los presentamos esta noche tenemos un vínculo común: Forjamos armas profesionales en el diario Presencia en una época en la que sobresalir en las coberturas informativas era un imperativo, y en  Radio Fides. Ambos han sido un semillero de profesionales del cual germinó  el trío que ha escrito la obra que esta noche presentamos.

En Presencia consolidó su carrera Humberto Vacaflor. La cuna de José Luis Alcázar y de Juan Carlos Salazar fue Radio Fides. Las dos instituciones tenían un mismo norte: difundir informaciones bajo una perspectiva cristiana cuya esencia suprema eran la veracidad y la objetividad.  La diferencia estribaba en que Radio Fides era dirigida por un gran sacerdote jesuita imbuido del carisma de una  misión que todavía lo acompaña, en sus años de retiro en Cochabamba. Presencia estuvo conducida durante más de 40 años por el personaje que es parte sobresaliente de la historia del periodismo boliviano y de sus peripecias: Huáscar Cajías, cuya huella ética, moral y profesional sigue siendo guía e inspiración en esta carrera.

De ahí arrancaron los tres autores que tuvieron la iniciativa de entregarnos sus memorias sobre cómo y en qué circunstancias cubrieron una de las más grandes gestas informativas de Bolivia.  

La obra de Alcázar, Vacaflor y Salazar viene en un momento oportuno para recordar que la historia de las sociedades, sus líderes y sus gobernantes tiene su primer gran borrador en las crónicas escritas en los medios. Los ojos que juzgarán los acontecimientos y las formas en que ocurrieron y fueron narrados para convertirlos en historia vendrán muchos años más tarde. De ahí la trascendencia del empeño y rigor que deban imponer a sus tareas los que hoy escriben en nuestros medios.

En un prólogo para esta obra, hago notar que el pensamiento de los tres fue esculpido por la cobertura informativa de los eventos de 1967. Enviados por sus medios informativos, ingresaron a las áreas de las guerrillas para contar lo que ocurría en las quebradas selváticas del sudeste boliviano.  Los despachos que de ellos leí narraban la historia con las fuentes oficiales  y las escasas contribuciones accesibles desde el lado de la  insurgencia.  Acabaron asimilando las motivaciones de la guerrilla y abrazando nociones sustantivas de las ideas que de ella surgieron. Para jóvenes que no habían traspasado el umbral de la tercera década, el mundo boliviano que se les abrió a partir de ese movimiento fue una ruptura con el conocimiento convencional y, cada uno por sus propias rutas,  se convenció de la urgencia de transformar una sociedad atrasada por mil razones que la mayoría de la gente, en las alturas y las llanuras, entonces y ahora, no alcanzaría a comprender.

Fue casi como un resultado natural de ese cambio que los tres acabaron exiliados al sucumbir el régimen inestable y sin rumbo cierto de los militares llamados de izquierda y en playas extranjeras forjaron sus destinos. Humberto Vacaflor y Juan Carlos Salazar fueron catapultados a Argentina y José Luis Alcázar a Chile tras vencer el desafío de llegar ilesos a alguna embajada amiga  cuando las sedes diplomáticas eran vigiladas  por la policía política. El ambiente en que se desenvolvieron no fue fácil. Fue como volver a empezar, pero en tierras extranjeras.

El libro de este trío habrá de reabrir un debate sobre las formas de comunicación que se dan en Bolivia y sobre las maneras de llenar vacíos en nuestra historia. Su lectura es un imperativo para periodistas y estudiantes de la carrera que genéricamente ahora se llama ¨de comunicación¨.

No me extiendo más y los invito a leer ¨La guerrilla que contamos¨. Gracias al trío y gracias a ustedes.

(Palabras pronunciadas en la presentación del libro La guerrilla que contamos en Santa Cruz de la Sierra, en Octubre de 2017).

“La guerrilla que contamos”: La historia en el momento mismo de su desarrollo

Fernando Salazar Paredes

Para empezar debo señalar que presentar un libro, no es cosa fácil. Es más bien, espinoso porque, primero, uno tiene la obligación de leer el libro, en un país donde hace falta leer libros, aunque algunos se jacten de tener miles de ellos y otros solo leen las arrugas de sus abuelos.

Segundo, uno tiene que medir sus palabras para no disgustar ni a los autores, que tanto se han afanado en producir el libro, ni defraudar a la audiencia que, seguramente, está esperando un breve resumen que los incite a comprarlo.

Finalmente, en tratándose de un libro escrito por colegas, amigos y coetáneos, la cosa se puede tornar comprometedora al haber sido parte de una misma generación de periodistas que hemos experimentado aventuras y desventuras profesionales y, en algunos casos, hasta personales.

Por el especial cariño que profeso a los autores de este libro acepté correr el riesgo que implica este desafío.

Escribir y publicar un libro en Bolivia es una aventura per sé. Escribir en tándem un testimonio sobre un acontecimiento histórico, implica, para los autores, un especial y delicado esfuerzo de convergencia, complementación y paciencia.

Rescatar tres visiones sobre un mismo tema, después de cincuenta años es, en sí, un reto a la memoria y a la capacidad de remembranza cuando los hechos han discurrido en el tiempo y la madures que otorga una vida vivida, los hacer evocar con un lente tal vez algo diferente.

No obstante, el libro refleja pulcritud y apego a los hechos que se relatan; eso sí, con una mirada más experimentada, se describe todo aquello reportado desde el lugar de los hechos en el albor de una carrera, con entusiasmo juvenil, con pasión profesional y con cierta saludable candidez.

Conozco a José Luis, Juan Carlos y Humberto desde antes de la guerrilla del Che. La lectura de su libro me trajo nostálgicos recuerdos de las redacciones de Presencia y de Hoy, donde ejercimos un periodismo honesto y combativo. Pocos, muy pocos, casi ninguno, habíamos estudiado periodismo, pero abrazamos la carrera con pasión y entrega. Fuimos una generación que abrió surcos para que surjan medios de comunicación respetables y respetados.

Los tres autores, el que habla, junto a  Andrés Soliz Rada, Juan León Cornejo, Oscar Peña Franco y los hermanos Carvajal, entre otros, pertenecemos a esa generación que se fajó para hacer valer el derecho de los periodistas a tener opinión propia, no repetitiva a la de las empresas periodísticas.

Con ese objetivo, estuvimos juntos en ese original experimento que se llamó Prensa Semanario Libre que fue, sin lugar a dudas, el medio de comunicación con mayor tiraje en la historia de Bolivia, pues alcanzó poco mas de 60.000 ejemplares impresos en la rotativa del ex diario La Nación por el Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz.

Ahí comprobamos que ser periodista en Bolivia, y escribir con la verdad a cuestas, es enfrentarse a los riesgos de las amenazas en algunos casos, las agresiones en otros y, finalmente, la intolerancia de quienes creen que el manejo de la cosa pública les otorga una impunidad permanente.

Somos pocos los que quedamos. En el camino se fueron muchos, como Juan León Cornejo, mi hermano del alma, Juan Javier Zevallos que contrajo matrimonio en mi casa en Quito, Raúl Rivadeneira Prada, Alfredo Arce Carpio, Oscar Peña Franco, Andrés Solís Rada, Eliodoro Ayllón, mi inseparable compañero en el exilio, Víctor Hugo Sandoval, Ángel Torres Sejas, René Villegas, Daniel Rodríguez, José Baldivia, y muchos otros.

Este libro lo tiene todo. Un contenido y un alcance serio, profundo e interesante. Un prólogo cabal y detallado como suele escribir sus artículos Gonzalo Mendieta Romero, un aventajado alumno mío en la Universidad Mayor de San Andrés. La presentación hecha por Harold Olmos es impecable y retrata fielmente esos tiempos gloriosos del periodismo boliviano a los que los tres autores dieron su invalorable aporte que hoy emerge vigoroso en este texto que presentamos.

En resumen, el libro trata de una historia testimonial del experimento guerrillero liderado por Ernesto Guevara en la Bolivia  de 1967.  Los tres corresponsales son testigos de primer orden de esos ocho meses en que, efectivamente, la guerrilla fue de conocimiento público, pese a que Guevara ya estaba en el país desde Noviembre de 1966.

Desde una perspectiva amplia, es la historia efectiva de una incursión militar irregular foránea al territorio nacional, la misma que fue repelida por sus fuerzas armadas regulares. Constituye, seguramente, la última victoria de las fuerzas armadas bolivianas en una confrontación bélica. De ahí que uno de los autores, José Luis Alcázar, en una crónica que leí en estos días, expresa: “Lo que más me impactó fue, sin duda, cuando fui testigo de muertos y heridos, de miedos, de arrojo, de valentía de esas tropas que acompañé”.

Es un testimonio, que cincuenta años después, desmitifica la figura de un ídolo en la historia política latinoamericana sin acudir al discurso barato de la derecha, sino mas bien con datos, reflexiones y conclusiones contundentes que dan lugar a ese hilo novedoso que, según Vacaflor, es muy difícil encontrar en los aproximadamente ochenta libros que se han escrito sobre la aventura guerrillera del Che en Bolivia.

En la primera parte, Juan Carlos Salazar, con dominio periodístico sin par, nos da el gran contexto de lo que él denomina los maravillosos años sesenta, tanto en el mundo como en Bolivia lo que permite al lector, especialmente al que no está adentrado en la temática, ubicarse en el espacio tiempo histórico. Sitúa también a la profesión de periodista con todas las limitaciones que tenía en ese entonces.

Es interesante la descripción que hace Juan Carlos de varios actores que se desenvolvían desde el momento en que, en una mañana primaveral de Noviembre de 1966, en el hotel Copacabana de La Paz, hábilmente camuflado, Guevara se instala en Bolivia para cumplir su propósito. Políticos, periodistas nacionales y extranjeros, militares, desfilan en esta primera parte para reflejar la tarea periodista cuando las noticias debían transmitirse por telégrafo y las fotos eran enviadas en rollos de película.

Salazar nos recuerda que en ese entonces aun no había, en Bolivia, una escuela de formación de comunicadores sociales o periodistas pero que la cobertura de la guerrilla fue un bautizo de fuego para los periodistas bolivianos enviados al escenario de batalla como corresponsales de guerra.

En una síntesis histórica muy relevante, Juan Carlos termina su parte recordándonos que entre el estallido de guerrilla, en marzo de 1967, y la caída del general Juan José Torres, en agosto de 1971, pasando por lo que él denomina como el culebrón de los despojos del Che, la seguidilla de golpes revolucionarios y contra-revolucionarios y la instalación del “soviet” de la Asamblea Popular, Bolivia fue la meca de un peregrinaje incesante de periodistas, editores y escritores de todo el mundo.

José Luis Alcázar –conocido entre los periodista como Fidias, por su trabajo en la radio Fides y la agencia noticiosa del mismo nombre– le da el contenido medular al libro pues se apropia legítimamente de más de la mitad del texto en un enjundioso análisis y relato de lo que fue, en su verdadera realidad, el experimento guerrillero, aportando importantes datos sobre la limitada capacidad de estrategia militar y combativa del líder guerrillero, las diferencias con sus colegas, sus errores y desaciertos y, sobretodo, su obsesión de establecer un foco guerrillero y combatir en su natal Argentina.

Esta mención sobre la Argentina, que también la hace Salazar, me recuerda el libro del francés Pierre Kalfon “El Che Guevara, una leyenda de nuestro siglo” en la que el autor señala que el guerrillero, se jactó con un reportero en su país manifestando: en Argentina me instalo con veinticinco hombres en las sierras de San Luis y todo el ejercito será incapaz de sacarme de allí”. Esa petulancia, tan propia del Che, pronto se tornaría en desastre.

El objetivo de Ernesto Guevara no era Bolivia, sino Argentina, como se sostiene en este libro.  Ya en 1962, el Che había ideado un plan armado para Argentina que fracasó en Salta en 1964.  En 1967, volvería a intentarlo, esta vez utilizando a Bolivia como una suerte de operación puente. Según los estrategas de La Habana, la columna encabezada por Guevara que debía marchar a la Argentina, dependía del crecimiento y desarrollo de la escuela de guerrilleros en Ñancahuazú.

Si el Che tenía esa obsesión, Alcázar tenía otra: la de entrevistar a Ernesto Guevara, la de realizar la entrevista del siglo. La muerte del guerrillero en La Higuera abortó el sueño largamente acariciado por José Luis. Se tuvo que conformar con ser el periodista que lanzara la primicia que conmovió al mundo: la captura y ejecución del Che Guevara.

Rescato, para terminar esta parte, la sensación que José Luis sintió y que la describió en Presencia el 10 de Octubre de 1967 cuando estuvo frente al cuerpo inerte del guerrillero: “Un cadáver ya frio de quien ardió siempre en fuego interior tratando de plasmar en hechos el ideal político que animó su vida desde su adolescencia. Un ideal equivocado, si se quiere, pero que fue el motor de todos sus actos.”

Debo, ya ingresando a la última parte, coincidir con el historiador Robert Brokmann. Si Salazar y Alcázar tratan de ser objetivos y equilibrados en sus relatos, Humberto Vacaflor toma, más bien, el rumbo de la crítica irreverente y la audacia de emitir juicios de valor, aderezados con amenas ironías y sarcasmos. Seguramente por este su estilo, Humberto es un columnista muy leído y gustado por sus adeptos e, inclusive, sus colegas, y, a la vez, temido y perseguido por quienes detentan el poder.

Para Vacaflor, la historia del Che en Bolivia es una historia triste. Comenzó –dice– siendo un drama, paso a ser tragedia y termina como personaje de una función de titiriteros inescrupulosos que usan su imagen para disfrazar sus tropelías. Curiosamente, Humberto ilustra su opinión con una fotografía del Presidente Evo Morales junto al retrato del guerrillero Ernesto Guevara.

Y Humberto, después de leer los diarios de Guevara, que misteriosamente llegaron a manos de la empresa rematadora Sotheby’s; confiesa: “quedé entonces con la sensación de tristeza que produce haber repasado, durante tantas horas, las páginas escritas por un personaje que anduvo perdido en Bolivia en una campaña mal pensada, mal ejecutada, pero en la cual él creía firmemente”.

El Che, que sostenía que sólo existe un sentimiento mayor que el amor a la libertad: el odio a quien te la quita, tiene la particular virtud, después de muerto, de despertar la íntima faceta humana del mordaz, provocador y crítico Vacaflor que, sin querer queriendo, exterioriza un sublime sentimiento de tristeza por la suerte de su congénere.

Confieso que he saboreado el libro y me deleitado de principio a fin. No solo porque se trata de un excelente trabajo histórico periodístico, sino porque está escrito con claridad y con una ilación poco común cuando se escribe a seis manos.

Sus autores son, a la vez, los tres principales protagonistas. Los tres son periodistas de vocación, aquellos que nacen, viven y seguramente terminaran sus existencias como periodistas.

Han transitado la mejor de las escuelas de periodismo que es la redacción de un periódico o de un medio de comunicación. Aprendieron en las duras aulas de la vida.  Sus docentes fueron sus directores, jefes de redacción y sus propios colegas. Sus trabajos prácticos lo realizaron cubriendo sus fuentes cotidianamente y su exitoso examen de grado fue esta historia íntima de una cobertura emblemática.

Hay desde luego un otro protagonista de primer orden: Ernesto Che Guevara. De él se pueden decir muchas cosas, algunas buenas, muchas malas. Como todo personaje sobresaliente, ha tenido y tiene, apologistas y detractores. Para unos ha sido un paladín de la libertad y de la lucha antiimperialista, para otros un sanguinario político que anteponía su propósito ante cualquier sentimiento humano.

Cincuenta años después, personalmente puedo afirmar que el Che hizo soñar a mi generación.  No había utopía en la que él no estuviera presente y eso nadie se lo va a quitar.

Por eso es que Humberto recalca que, a pesar de su derrota, el Che ganó batallas después de muerto y Kalfon afirma que, a pesar de ser un gran imprecador, aquel que profiere palabras con el vivo deseo de que alguien sufra daño, también fue un portador de sueños.

Están, además, los militares bolivianos, aquellos que, según Vacaflor, se transforman tanto… que pocos los reconocemos.  Se autocalifican como pundonorosos.

Siempre escuché esta palabra repetida muchas veces, y nunca pude comprender su verdadero significado hasta que lo busqué en el diccionario.

Tener pundonor quiere decir tener un sentimiento de orgullo o amor propio que anima a mantener una actitud y apariencia dignas y respetables.

Al igual que Humberto, José Luis y Juan Carlos, he sufrido los rigores de la dictadura. Hemos sido perseguidos y exiliados por Banzer; apresados, torturados y exiliados por Luis García Mesa y Luis Arce Gómez.  De ahí que me resulta muy difícil sincronizarlos con el pundonor.

Pero que hay militares con pundonor, los hay. Y en esta historia de la guerrilla ha habido uno que ha actuado con actitud y apariencia digna, respetable y honorable.

Desempeñando su deber como militar que cumple ordenes, y defiende la soberanía patria, capturó al Che y lo entrego vivo a sus superiores del comando de la Octava División del Ejército.

El entonces capitán Gary Prado Salmon, militar boliviano, actuó pundonorosamente. Hoy, esos titiriteros a los que alude Humberto Vacaflor, no le perdonan su pundonor.

Para finalizar, me hago esta interrogante: ¿Es este un libro de historia o es simplemente un compendio de las reminiscencias de tres periodistas?

La respuesta la encuentro en Ryszard Kapuściński, considerado uno de los periodistas mas admirados a nivel global; “el maestro”, como lo llamó Gabriel García Márquez. Kapuściński no estudio periodismo.  En su libro “Los cínicos no sirven para este oficio”, escribió: “Todo periodista es un historiador. Lo que hace es investigar, explorar, describir la historia en su desarrollo.  El buen y el mal periodismo se diferencia fácilmente: en el buen periodismo, además de la descripción del acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido; en el mal periodismo, en cambio, encontramos solo la descripción, sin ninguna conexión o referencia con el contexto histórico.”

“La guerrilla que contamos”, edición ya agotada, gracias a sus tres autores, es el reflejo fehaciente del buen periodismo que es historia en el momento mismo de su desarrollo.

Adquieran el libro, no solo para tenerlo; adquiéranlo para leerlo, estoy seguro que lo disfrutaran.

(Palabras pronunciadas en la presentación del libro La guerrilla que contamos en Santa Cruz de la Sierra, en Octubre de 2017).