Tres libros sobre el Che

Carlos Decker  Molina

Los tres volúmenes patrocinados por Página Siete e impresos por Plural son excelentes trabajos. Che una cabalgata sin fin, tiene pequeñas redundancias si comparo y clasifico como primer libro La guerrilla que contamos, pero hay contribuciones de carácter primicial como los escritos por Gonzalo Mendieta y un round up pergeñado con respeto académico por Carla Hannover.

El Che, miradas personales tiene un marco referencial en el texto escrito por Carlos Mesa, no sólo describe la psicología de todos los que quisieron ser el Che sino sabe muy bien colocar el fenómeno en el contexto histórico de ayer y de hoy. Variaciones, desde el cuento y el relato hasta la remembranza y la afrenta anarca de Urrelo.

La puerta de los demonios (mi traducción) es una película de Akira Kurosawa, la vi en versión sueca, se trata de un crimen relatado por sus cuatro participantes, muestra la relatividad de la verdad.

La esposa cuenta su versión de la violación y el crimen. El asaltante describe su lucha con el asesino y la entrega voluntaria de la esposa. El asesinado (a través de un médium) habla de su lucha, de la traición y su muerte. Finalmente, el testigo participa dos veces, al inicio describiendo el contexto y al final dándole un sorprendente desenlace.

Cito la película de Kurosawa porque  Ciro Bustos (Pelado) hablaba mucho de ella. El pintor de cuadros lúgubres cargó gran parte de su vida el sanbenito de Judas del Che, lo mismo que Regis  Debray, aunque en menor grado. Como intelectual mundialmente conocido tenía más recursos defensivos que el pintor introvertido, insomne y depresivo.

El Pelado acusaba a Debray de “arreglos con el estado mayor”, ahí comenzaba su bronca, me daba la impresión de que el francés lo basureaba. Regis Debray no quería hablar del tema, se negó frente a las cámaras de la Tv sueca y cuando me encontré en un seminario en Estocolmo invitado por Pierre Schori, me preguntó por conocidos comunes, frontera del diálogo sobre Bolivia, no pasaba a la historia del Che, quizá está todo dicho en Alabados sean nuestros señores.

Juan Carlos Salazar (Gato), José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor, autores de La guerrilla que contamos (los testigos-Kurosawa) coinciden en algo que también señalaba con énfasis el Pelado. “No había sido Regis Debray el que delató la presencia del Che en la guerrilla; la CIA ya lo sabía y los retratos de Bustos sirvieron para confirmarlo”.

Bustos no negaba haberlos dibujado: “El paso siguiente fue dificultoso, porque implicaba un reto doble, dibujarlo a él (al Che) ya no era un chiste, pues resultaba ser un compromiso, no sólo de la memoria, sino de la emoción. Como no tenía voz para hacer ruido, debía usar otros talentos, y estaba preparado para el envite de Gonzales (cubano-CIA), que terminó por decir: “Y ¿Ramón? … Dibújalo a Ramón”.

Y lo dibujaste, pero, antes habías dibujado a los otros, le dije.

“El dibujo (del Che) fue desafortunado; es evidente que lo importante no era la figura exterior, sino una fuerza interior que fui incapaz de plasmar. Resultó la imagen de un poeta con hambre. De todos los dibujos que debí hacer, son rescatables los del Chino y el Ñato, casualmente con quienes mayor trato había tenido en el campamento, y el de Papi, a quien lo apreciaba especialmente”.

La tesis justificadora del Pelado era: “no hacer pública la presencia del Che en Bolivia era hacerle juego al enemigo”, Ciro pensaba que, enteradas, las “masas” apoyarían el foco. Del croquis del campamento no hablamos nunca.

Los trabajos de los tres corresponsales son coincidentes con la mayoría de los historiadores: la CIA y la cúpula militar boliviana sabían de la presencia del Che en Bolivia.

Hay más coincidencias. El proyecto no estaba dedicado a liberar Bolivia, se trataba de una escuela de guerrilleros.

Vuelvo al Pelado, en su libro El Che quiere verte, reproduce el diálogo que sostuvo con el Che en el campamento de Bolivia:

– (Che) “El objetivo estratégico: toma del poder político en la Argentina. ¿Estás de acuerdo?

– (Bustos) Por supuesto.

– Quiero entrar al país por la zona donde ustedes andaban, con dos columnas de unos cien hombres, en un plazo no mayor de dos años.

Pero, el mandato que llevó Bustos de sus compañeros argentinos subrayaba “la falta de condiciones”, después del desastre salteño.

Los últimos puntos de contacto histórico de los autores de La guerrilla que contamos son la improvisación, la mala elección del lugar y la presión de Moscú que bien pudo ser la antipatía que le tenían al Che después de su furibundo discurso en Argel.

Hay un punto importante en el texto del Gato y es la actitud del “imperialismo”, no querían repetir Vietnam. Aquí el Che dejó de ser dialéctico, pues no entendió que los gringos evolucionaron.

Leer La Guerrilla que contamos ha sido volver a aquellos años turbulentos, pero llenos de optimismo.

Todos leíamos los mismos libros, muy pocos conocían otra literatura o novelas críticas como La noche quedó atrás, de Jan Valtin.

Los medios que enviaron a los tres eran anti comunistas, pero los hombres, una mayoría, eran grandes humanistas capaces de conmoverse con la realidad, algunos hasta se convirtieron. 

En esa época era director general de Radio Universidad de Oruro, capturada por la inteligencia maoísta y por lo tanto nada foquista, pero respetuosa del hecho. Fue la única emisora que hizo cadena con Radio Habana cuando Fidel confirmó la muerte del Che.

Además, estaba “enamorado hasta las patas, receloso y huraño como un perro”. Mi camarada Raúl Quispaya (Raúl) estuvo en la radio, me dijo que iba a hacer un viaje largo. No mencionó dónde. Me dio un abrazo que me dejó sin respuesta.

José Castillo (Paco), el único sobreviviente del vado del yeso, me dejó prestado su diario. Lo leí en un par de noches. Mis anotaciones se las llevó la Policía en uno de los allanamientos a mi domicilio.

Gracias por escribir tan bien. Gato Salazar, con esa maestría del que llega a “lo objetivo” sin ninguna dificultad. Alcázar, el reportero que cuenta como si estuviera hablando en “vivo y en directo” sin ocultar su deseo de “desertar” y Vacaflor, con esa caligrafía salpimentada y por lo mismo ácida, han escrito el cuadro histórico mejor logrado de la guerrilla del Che en Bolivia.

Página Siete –  28 de enero de 2018

Jane Fonda conserva a sus 80 años sus ideales juveniles

Harriet Winslow alisó las arrugas de su falda plisada y entró al salón de baile de la hacienda. “Las paredes eran dos largas filas de espejos ensamblados del techo al piso: una galería de espejos destinados a reproducir, en una ronda de placeres perpetua, los pasos y vueltas elegantes de las parejas…” 

Así describe Carlos Fuentes el ingreso de la institutriz recién llegada de Washington al “Versalles en miniatura” de la Hacienda Miranda del México revolucionario de 1910 en su novela Gringo viejo, y así entró Jane Fonda del brazo de Gregory Peck al salón cabalmente reproducido de los estudios Churubusco de la capital mexicana.

La bella actriz y pacifista (Regreso sin gloria), quien cumplió 80 años en diciembre pasado, y el veterano actor (Matar un risueñor), fallecido en junio de 2003, cruzaron la frontera sur de los Estados Unidos en el ya lejano enero de 1988 para llevar a la pantalla la novela de Fuentes bajo la dirección de otro Premio Óscar, el argentino Luis Puenzo (La historia oficial).

Fuentes novela en Gringo Viejo la historia del periodista, escritor y aventurero estadounidense Ambroce Bierce (1842-1914), reportero de la cadena Hearst y autor de una serie de narraciones y cuentos fantásticos (Una ocurrencia en Owl Creek Bridge, Diccionario del diablo), que en 1913 se declaró “viejo y cansado” y viajó a México en busca de la muerte so pretexto de seguir la campaña del legendario héroe revolucionario Pancho Villa.

Cruzó la frontera con un maletín y un ejemplar del Quijote como único equipaje. Nunca más se supo de él. “¡Ah!, ser un gringo en México; eso es eutanasia”, había escrito en una de sus últimas cartas, revelando así su verdadera intención de buscar un paredón revolucionario como vía digna hacia la muerte. Se cree que murió fusilado en Chihuahua en 1914.

Fuentes imagina la historia del “gringo viejo” y su relación con la institutriz en una obra que los críticos describieron como “una novela de encuentros y desencuentros personales y nacionales”, que Puenzo intentó traducir, “más allá del tema mexicano”, como “la confrontación entre dos culturas, la estadounidense y la latinoamericana”.

Fonda conoció a Fuentes en 1979, en Nueva York, a su retorno de una visita a México. “Le dije que me fascinaría hacer una película sobre México y Estados Unidos. Carlos me respondió: estoy escribiendo una novela sobre el tema, con un personaje para ti. Cuando la termine, te la envío”, según me comentó durante un paréntesis de la filmación.

La luchadora por los derechos civiles de la década de los 60, por entonces una cincuentona de bien conservados años, quedó encantada con la historia y la heroína de Fuentes. “Harriet está llena de ilusiones, aunque ya no es joven. Y como ella, tengo muchos sueños, ilusiones y esperanzas, para mí y para el mundo”, dijo durante la entrevista.

Imbuida del tema y del personaje de la maestra que supera las barreras culturales para acercarse a la revolución mexicana, la Fonda habló elípticamente del tema, a través de las imágenes de la novela de Fuentes: “La revolución creó conciencia e identidad en los mexicanos. Como en el salón de los espejos de Fuentes, los mexicanos se miraron y se dieron cuenta, por primera vez, de quiénes eran en realidad”.

Tanto Peck como Fonda dijeron sentirse identificados con el mensaje de la obra: “Creo que todos, Puenzo, Peck y yo misma, somos gente que pensamos con gran fuerza sobre la dignidad humana y la justicia”, señaló la actriz.

Hija de un mito del cine, Henry Fonda (Las uvas de la ira, El fugitivo), y hermana de otro gran actor, Peter (Easy Rider), Jane nació el 21 de diciembre de 1937 en Nueva York. Cuando llegó a México ya era conocida por sus ideas progresistas como feminista y activista de los derechos civiles, sobre todo por su participación en las grandes movilizaciones en contra de la Guerra de Vietnam de los años 60, activismo que le valió el sobrenombre de “Hanoi Jane”.

También hizo crítica feroz de la política de Ronald Reagan en Centroamérica en la década de los 80, aunque, durante la entrevista, se negó a hablar del tema, “no por miedo”, según me dijo, sino porque “estoy aquí para hablar de la película, no de tácticas revolucionarias”.

Barbarella (1968), un filme de ciencia ficción dirigida por su primer marido, Roger Vadim, la convirtió en el sex symbol de su época, en tanto que Regreso sin gloria (1978), un alegato antibelicista con John Voight, y El síndrome de China (1979), sobre un accidente nuclear con Jack Lemmon y Michael Douglas, la marcaron como ícono del pacifismo y el ambientalismo.

Después de trabajar durante 30 años en 51 películas, en 1990 anunció su retiro de la industria cinematográfica, pero regresó en 2002 y aún sigue activa. A sus 80 años mantiene su buen ver, que ella atribuye a los aeróbics–práctica de la que fue pionera y promotora–, pero también “a los genes, a la forma de vida y al buen sexo, en partes iguales”. “Pese a los años y las operaciones de rodilla y cadera, resulta difícil adivinar su edad (…). Todavía sigue conservando ese sex appeal y elegancia que la caracterizan”, escribió un diario europeo.

Pero no sólo eso. A los 80, conserva los mismos ideales de su juventud. Descrita alguna vez por un diario estadounidense como una “rebelde con causa”, nunca renegó de sus principios. Criticó la intervención estadounidense en las Guerras del Golfo, como lo hizo durante el conflicto de Vietnam, y se mantiene firme en la defensa del medioambiente, los derechos de la mujer y la libertad de expresión.

“Todavía estoy desconcertada por aquellos que sienten que criticar a Estados Unidos no es patriótico, una opinión que se está adoptando cada vez más en los Estados Unidos desde el 11 de septiembre (atentado a las Torres Gemelas) como una excusa para hacer sospechoso lo que siempre ha sido un derecho estadounidense. Una ciudadanía activa, valiente, abierta es esencial para una democracia saludable”, escribió en su autobiografía, My life so far (2005).

Reprochó a quienes transitan por este mundo “como si tuviéramos uno de repuesto en nuestra maleta”, y aconsejó a la “gente común” que se postula para un cargo “mantener sus bolas y ovarios intactos”. Autodefinida como liberal, pero con fama de “revolucionaria”, recomendó a quienes pretenden serlo: “Para ser revolucionario, debes ser un ser humano. Tienes que preocuparte por las personas que no tienen poder”.

Página Siete –  21 de enero de 2018

«La guerrilla que contamos», entre los mejores libros sobre el Che

Leonard Kósichev *

Del Che Guevara se han escrito muchos libros y en diferentes idiomas. Se diferencian por su nivel profesional y por la profundidad del análisis de tan complicado tema. Situaría el libro  La guerrilla que contamos,   escrito por tres  bolivianos (José Luis Alcázar, Juan Carlos Salazar y Humberto Vacaflor) y publicado en La Paz en 2017, entre las mejores obras sobre el legendario revolucionario.

Es digna de la mayor confianza dado que sus autores, medio siglo atrás, como corresponsales de guerra cubrieron la lucha del Ejército boliviano con el destacamento guerrillero del Che Guevara y se mantuvieron fieles a la temática guevarista durante toda la vida.

Tal como indica Gonzalo Mendieta en el prólogo del libro, “los tres pasaron de espectar la siempre movida, pero periférica política boliviana desde el edificio de  Presencia  y la agencia Fides, a la primera fila de las noticias mundiales”.

Cada uno de los tres autores tiene su propio estilo, su manera de entregar los materiales, pero los une un denominador común: el deseo de penetrar en la esencia del problema y ofrecer un cuadro objetivo de los sucesos con sus numerosos detalles y episodios curiosos. 

Solo los testigos de la guerrilla, que vieron muchas cosas con sus propios ojos,  pudieron escribir un libro tan serio e interesante. Al mismo tiempo, los autores parten no solo de su propia percepción periodística, sino también se basan en las más diferentes fuentes y testimonios. En el enorme flujo de materiales sobre el Che Guevara, con frecuencia muy contradictorios, eso hace que su visión de los hechos sea sopesada, ellos no caen en los extremos.

Se puede felicitar a los autores por haber hecho una verdadera narración documental que abarca todo el periodo de la guerrilla sobre el telón de fondo de la bulliciosa vida política de Bolivia en aquellos años. Desde las páginas del libro aquellos sucesos, que sacudieron el país andino, emergen con toda justeza como uno de los periodos más dramáticos de la historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. El eco de la guerrilla del Che retumba hasta el día de hoy.

Después de haber leído  La guerrilla que contamos  pensé que sus autores son dignos merecedores de la conocida frase de que los periodistas son los escritores de los anales de su época. El libro de José Luis Alcázar, Juan Carlos Salazar y Humberto Vacaflor brinda un material valioso y a la vez único para los investigadores y el público lector.

En lo que se refiere a la personalidad del Che Guevara, los autores han procurado evitar estimaciones unilaterales, no hacer de él un “ícono”, de lo que pecan muchos de sus discípulos radicales. Los indudables méritos del Che no deben cegarnos ni tapar sus equivocaciones, que condujeron al comandante a su trágica muerte en pleno florecimiento de sus fuerzas.

Más de una vez he pensado en que no se puede etiquetar al Che Guevara de la misma manera que a las personas comunes y corrientes. Si bien no ha demostrado su razón, sí ha dejado un sorprendente ejemplo de combatiente.

Ernesto Che Guevara sacrificó su vida por sus convicciones, intentó dar un impulso revolucionario al estancado movimiento de izquierda. Como hijo de su turbulenta época personificó sus contradicciones, estancamientos ideológicos y la tragedia de una extraordinaria personalidad. 

Los “eurocomunistas” buscaban entonces la salida de la crisis del movimiento de izquierda en las vías de la “alternativa democrática”. El comandante apostó por la lucha armada “contra el dominio imperialista” en los países de América Latina, Asia y África. Es notable que incluso entre los adversarios ideológicos del Che no pocas personas  rinden tributo a su actuación consecuente y coraje revolucionario.

Y lo último que quiero decir es que autores de diferentes países que escriben sobre la guerrilla del Che Guevara no tienen acceso a todas las fuentes de archivo de La Habana, Washington y  Moscú.

Quedé sorprendido al enterarme de que en los archivos militares de Bolivia tampoco no todo sobre el particular está al alcance de quienes lo necesitan. De modo que el tema del Che Guevara, especialmente en sus aspectos internacionales, dista de haberse agotado. Nos pueden esperar nuevas revelaciones.

*Leonard Kósichev. periodista ruso, exdirector del servicio en español de la radio La voz de Rusia (ex Radio Moscú).

Página Siete –  14 de enero de 2018

Pérez Prado inventó el mambo en una noche de desvelo

Alisándose sus largos bigotes y estirando su prominente cuello, Dámaso Pérez Prado, el genial Cara de foca, decía a cuantos querían escucharle: “Yo inventé el mambo en una noche de desvelo”. El hombre que revolucionó la música caribeña en  los 40, cuyo centenario de  nacimiento se conmemoró en diciembre pasado, también solía decir que nunca soñó que un día haría bailar a toda una generación al ritmo del “mambo, qué rico el mambo”.

“La mitad de su cerebro estaba compuesto de música… Y la otra mitad también”, dijo de él la famosa rumbera cubana Ninón Sevilla (1929-2015), quien reivindicaba para sí la “ocurrencia” de haberlo sacado de su natal Matanzas para llevarlo a México, donde se consagró como el “Rey del mambo” en la década de los 50.

Hijo de un periodista, vendedor y maestro de piano, Pérez Prado nació el 11 de diciembre de 1917 y falleció el 14 de septiembre de 1989 en la capital mexicana. Después de estudiar música con su padre y tocar con algunos grupos locales, en 1942 se trasladó a La Habana, donde inició su carrera profesional. Fue pianista de la Sonora Matancera y de la Orquesta Casino de la Playa. 

En 1948 se trasladó a México porque “en Cuba no reconocían lo valioso que era el mambo”, según explicó, y porque “allí se discriminaba mucho a los negros”. Ninón Sevilla dijo que lo convenció en un viejo café de La Habana, donde solían reunirse los músicos y artistas para dar a conocer sus composiciones.

“Era uno de los mejores pianistas y arreglistas de la isla. Le hablé de la posibilidad de venir a México para dar a conocer lo que estaba componiendo, y él aceptó hacer el viaje”, recordó la rumbera, quien lo acogió en  casa a su llegada a México.

Aunque el primer danzón-mambo fue compuesto por otro músico cubano, Orestes López, en 1938, los críticos consideran a Pérez Prado como el verdadero creador del género. “En el mambo no sólo inventé un ritmo, sino también un estilo de orquestación”, declaró en una ocasión al salir al paso de la polémica sobre la génesis del ritmo. “Escuché jazz y me gustó el tiro, porque mi música es negroide”, agregó.

La polémica sobre la paternidad del mambo siempre estuvo presente a lo largo de los años, pero todos reconocen que Pérez Prado le dio la estructura que le hizo popular, al fundir la música cubana con el jazz estadounidense. Dio protagonismo a los metales, como en el swing, y a las percusiones, en un ritmo que un fascinado Gabriel García Márquez, por entonces joven reportero de El Heraldo de Barranquilla, describió como una “milagrosa ensalada de alucinantes disparates” y una mezcla de “rebanadas de trompetas, picadillos de saxofones, salsa de tambores y trocitos de piano bien condimentado”.

En 1949 firmó un contrato de exclusividad con la RCA Víctor, la más importante compañía disquera de la época, con la que grabó un primer disco simple, con Mambo, qué rico el mambo, en un lado, y Mambo número 5, en el otro, temas que marcaron el inicio a la “mambomanía” en medio mundo.

Pérez Prado y su orquesta debutaron en Nueva York y recorrieron Chicago, San Francisco y Los Angeles en 1951, pero su gran éxito en los Estados Unidos llegó en 1955, año en el que la RCA lanzó Cerezo Rosa (Cherry Pink, en inglés), que se mantuvo en el primer lugar de la lista de popularidad de Billboard durante 10 semanas. 

Con su famosa orquesta, conformada por cinco trompetas, cuatro saxofones, un trombón, un contrabajo, un piano, congas, bongó y timbales, en 1958 puso de moda Patricia, que Federico Fellini tomó como tema para su película La dolce vita (1960). La “fiebre del mambo” se expandió por Oriente y Occidente.

Al ritmo de Uno, dos, tres… maaamboooo, Pérez Prado hizo bailar a grandes personalidades de la política y la cultura de su época, desde el emperador Hiroito de Japón hasta Marilyn Monroe, a quien dedicó un mambo que lleva su nombre, y Brigitte Bardot, que lo bailó en la película Y Dios creó a la mujer.

“Mis músicos me conocen, me entiendo muy bien con ellos”, presumió una vez. “Los miro, les hago un gesto y les grito: ¡Dilo!, con un grito hondo, profundo, que parece un gruñido, ¡ugh!, y ellos saben lo que significa. Me siguen, me saben todo, lo que tengo y cómo me muevo. Los miro y les grito: ¡Maaaaamboooo…!”, relató.

El apodo de Cara de foca se lo puso Benny Moré (1919-1963), otro genio de la música cubana, a quien tuvo como cantante de su orquesta. Conocido por su capacidad de improvisación, durante una actuación preguntó: “¿Quién inventó el mambo que me sofoca? / ¿Quién inventó el mambo que a las mujeres las vuelve locas? / ¿Quién inventó esa cosa loca? / ¡Un chaparrito con cara de foca!”. Sin embargo, nunca se molestó por el apodo. “¿Feo yo? Bueno, digamos mejor que no soy bello, pero ¿qué hombre lo es?”, bromeó en una ocasión.

Fue elogiado por el compositor y director de orquesta ruso Ígor Stravinski y por el escritor y musicólogo cubano Alejo Carpentier, en tanto que Stan Kenton, uno de los grandes directores de las big bands estadounidenses, lo consagró al grabar uno de sus mambos. Grabó más de 200 discos. Su mayor éxito, Patricia, vendió millones de copias. Nunca llevó la cuenta de las obras que compuso.

Paradójicamente, jamás aprendió a bailar el mambo. Se desplazaba por el escenario dando saltitos y agitando los brazos de arriba abajo, rodeado de rumberas curvilíneas, como María Antonieta Pons, Rosa Carmina, Meche Barba y Amalía Aguilar. Al grito de “¡Dilo!”, taconazo de por medio, ponía a tronar las trompetas y marcaba el ritmo de los percusionistas.

Pérez Prado no volvió a Cuba y adquirió la nacionalidad mexicana. “Llegué con un boleto de ida y otro de vuelta. El de vuelta está ahí guardado”, recordó.

Eludía hablar sobre temas políticos. “Nada tengo contra el doctor (Fidel) Castro. No me pronuncio sobre su régimen porque soy ciudadano mexicano. Quiero a Cuba porque allí nací y pasé en esa tierra mi juventud. Yo quiero que se olviden los rencores y que los cubanos, los de adentro y los de afuera, seamos los mismos”, declaró en una ocasión cuando un diario mexicano le pidió su opinión sobre la revolución cubana.

Reconocido mundialmente como el verdadero creador del mambo, la generación que bailó a su ritmo lo recuerda enfundado en sus ternos blancos o azules eléctricos de grandes hombreras, chalecos dorados ajustados, pantalones tipo bombacho y zapatones negros de charol y tacón alto. Se dice que él mismo diseñaba su vestuario y que fabricaba la gomina para fijar su tupé.

“¿Te gusta?”, le preguntó a un periodista que contemplaba con los ojos abiertos como platos ese derroche de extravagancia. “A mí tampoco, pero lo voy a usar allá arriba”, le dijo, señalando el cielo con el índice. Como si fuera a una nueva actuación, el Rey del mambo fue trasladado a su última morada el 15 de septiembre de 1989 vestido con uno de sus exclusivos trajes.

Página Siete –  7 de enero de 2018