Pérez Prado inventó el mambo en una noche de desvelo

Alisándose sus largos bigotes y estirando su prominente cuello, Dámaso Pérez Prado, el genial Cara de foca, decía a cuantos querían escucharle: “Yo inventé el mambo en una noche de desvelo”. El hombre que revolucionó la música caribeña en  los 40, cuyo centenario de  nacimiento se conmemoró en diciembre pasado, también solía decir que nunca soñó que un día haría bailar a toda una generación al ritmo del “mambo, qué rico el mambo”.

“La mitad de su cerebro estaba compuesto de música… Y la otra mitad también”, dijo de él la famosa rumbera cubana Ninón Sevilla (1929-2015), quien reivindicaba para sí la “ocurrencia” de haberlo sacado de su natal Matanzas para llevarlo a México, donde se consagró como el “Rey del mambo” en la década de los 50.

Hijo de un periodista, vendedor y maestro de piano, Pérez Prado nació el 11 de diciembre de 1917 y falleció el 14 de septiembre de 1989 en la capital mexicana. Después de estudiar música con su padre y tocar con algunos grupos locales, en 1942 se trasladó a La Habana, donde inició su carrera profesional. Fue pianista de la Sonora Matancera y de la Orquesta Casino de la Playa. 

En 1948 se trasladó a México porque “en Cuba no reconocían lo valioso que era el mambo”, según explicó, y porque “allí se discriminaba mucho a los negros”. Ninón Sevilla dijo que lo convenció en un viejo café de La Habana, donde solían reunirse los músicos y artistas para dar a conocer sus composiciones.

“Era uno de los mejores pianistas y arreglistas de la isla. Le hablé de la posibilidad de venir a México para dar a conocer lo que estaba componiendo, y él aceptó hacer el viaje”, recordó la rumbera, quien lo acogió en  casa a su llegada a México.

Aunque el primer danzón-mambo fue compuesto por otro músico cubano, Orestes López, en 1938, los críticos consideran a Pérez Prado como el verdadero creador del género. “En el mambo no sólo inventé un ritmo, sino también un estilo de orquestación”, declaró en una ocasión al salir al paso de la polémica sobre la génesis del ritmo. “Escuché jazz y me gustó el tiro, porque mi música es negroide”, agregó.

La polémica sobre la paternidad del mambo siempre estuvo presente a lo largo de los años, pero todos reconocen que Pérez Prado le dio la estructura que le hizo popular, al fundir la música cubana con el jazz estadounidense. Dio protagonismo a los metales, como en el swing, y a las percusiones, en un ritmo que un fascinado Gabriel García Márquez, por entonces joven reportero de El Heraldo de Barranquilla, describió como una “milagrosa ensalada de alucinantes disparates” y una mezcla de “rebanadas de trompetas, picadillos de saxofones, salsa de tambores y trocitos de piano bien condimentado”.

En 1949 firmó un contrato de exclusividad con la RCA Víctor, la más importante compañía disquera de la época, con la que grabó un primer disco simple, con Mambo, qué rico el mambo, en un lado, y Mambo número 5, en el otro, temas que marcaron el inicio a la “mambomanía” en medio mundo.

Pérez Prado y su orquesta debutaron en Nueva York y recorrieron Chicago, San Francisco y Los Angeles en 1951, pero su gran éxito en los Estados Unidos llegó en 1955, año en el que la RCA lanzó Cerezo Rosa (Cherry Pink, en inglés), que se mantuvo en el primer lugar de la lista de popularidad de Billboard durante 10 semanas. 

Con su famosa orquesta, conformada por cinco trompetas, cuatro saxofones, un trombón, un contrabajo, un piano, congas, bongó y timbales, en 1958 puso de moda Patricia, que Federico Fellini tomó como tema para su película La dolce vita (1960). La “fiebre del mambo” se expandió por Oriente y Occidente.

Al ritmo de Uno, dos, tres… maaamboooo, Pérez Prado hizo bailar a grandes personalidades de la política y la cultura de su época, desde el emperador Hiroito de Japón hasta Marilyn Monroe, a quien dedicó un mambo que lleva su nombre, y Brigitte Bardot, que lo bailó en la película Y Dios creó a la mujer.

“Mis músicos me conocen, me entiendo muy bien con ellos”, presumió una vez. “Los miro, les hago un gesto y les grito: ¡Dilo!, con un grito hondo, profundo, que parece un gruñido, ¡ugh!, y ellos saben lo que significa. Me siguen, me saben todo, lo que tengo y cómo me muevo. Los miro y les grito: ¡Maaaaamboooo…!”, relató.

El apodo de Cara de foca se lo puso Benny Moré (1919-1963), otro genio de la música cubana, a quien tuvo como cantante de su orquesta. Conocido por su capacidad de improvisación, durante una actuación preguntó: “¿Quién inventó el mambo que me sofoca? / ¿Quién inventó el mambo que a las mujeres las vuelve locas? / ¿Quién inventó esa cosa loca? / ¡Un chaparrito con cara de foca!”. Sin embargo, nunca se molestó por el apodo. “¿Feo yo? Bueno, digamos mejor que no soy bello, pero ¿qué hombre lo es?”, bromeó en una ocasión.

Fue elogiado por el compositor y director de orquesta ruso Ígor Stravinski y por el escritor y musicólogo cubano Alejo Carpentier, en tanto que Stan Kenton, uno de los grandes directores de las big bands estadounidenses, lo consagró al grabar uno de sus mambos. Grabó más de 200 discos. Su mayor éxito, Patricia, vendió millones de copias. Nunca llevó la cuenta de las obras que compuso.

Paradójicamente, jamás aprendió a bailar el mambo. Se desplazaba por el escenario dando saltitos y agitando los brazos de arriba abajo, rodeado de rumberas curvilíneas, como María Antonieta Pons, Rosa Carmina, Meche Barba y Amalía Aguilar. Al grito de “¡Dilo!”, taconazo de por medio, ponía a tronar las trompetas y marcaba el ritmo de los percusionistas.

Pérez Prado no volvió a Cuba y adquirió la nacionalidad mexicana. “Llegué con un boleto de ida y otro de vuelta. El de vuelta está ahí guardado”, recordó.

Eludía hablar sobre temas políticos. “Nada tengo contra el doctor (Fidel) Castro. No me pronuncio sobre su régimen porque soy ciudadano mexicano. Quiero a Cuba porque allí nací y pasé en esa tierra mi juventud. Yo quiero que se olviden los rencores y que los cubanos, los de adentro y los de afuera, seamos los mismos”, declaró en una ocasión cuando un diario mexicano le pidió su opinión sobre la revolución cubana.

Reconocido mundialmente como el verdadero creador del mambo, la generación que bailó a su ritmo lo recuerda enfundado en sus ternos blancos o azules eléctricos de grandes hombreras, chalecos dorados ajustados, pantalones tipo bombacho y zapatones negros de charol y tacón alto. Se dice que él mismo diseñaba su vestuario y que fabricaba la gomina para fijar su tupé.

“¿Te gusta?”, le preguntó a un periodista que contemplaba con los ojos abiertos como platos ese derroche de extravagancia. “A mí tampoco, pero lo voy a usar allá arriba”, le dijo, señalando el cielo con el índice. Como si fuera a una nueva actuación, el Rey del mambo fue trasladado a su última morada el 15 de septiembre de 1989 vestido con uno de sus exclusivos trajes.

Página Siete –  7 de enero de 2018

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