Con el idioma de la rabia

Augusto Vera Riveros

Tomo el libro y mi pulgar izquierdo se interpone entre la escueta semblanza de un maestro del periodismo boliviano y la página 33, a que le antecede.  No supe si hojear u ojear ante la indiscriminada agrupación de personajes de la historia –preferentemente de la segunda mitad del siglo XX–, lo que me provocó cierto desconcierto sobre su contenido.

Semejanzas: Esbozos biográficos de gente poco común (Plural, 2018) llegó a mis manos de forma casual, sí; pero inconscientemente buscado, porque antes ya tuve la oportunidad de leer y reseñar una magnífica obra de coautoría de Juan Carlos Salazar (JCS).

Me congratulo, porque el albur hizo marcar aquella página dedicada a Héctor Borda Leaño, a quien de muy niño vi sin saber por qué llamaba mi atención. Después supe algo más de él, no mucho; había una gran distancia generacional; pero ver su imagen y el subtítulo que da nombre a la presente reseña, estimuló mi curiosidad.

Creo  que toda obra literaria constituye una unidad indisoluble que no admite valoración a primera impresión. Y entonces se vino abajo aquélla, que me provocó de inicio ver a Juan Rulfo y Cesar Luis Menotti, entre quienes no parece haber mucha semejanza, pero Semejanzas no es una obra histórica que segmente circunstancias o personajes y la ubicación grupal de todos los que en el libro aparecen.

Más bien obedece, creo yo, a una generosa consideración horizontal del autor respecto a la figura de cada uno de aquéllos. Y ante eso, el lector puede comenzar a leerla por cualquiera de sus partes y dentro de ellas, por cualquiera de sus personajes, lo que no justificaría dejar inconclusa ninguna de sus páginas, porque es probable que solo al final de ellas se haga una reflexión cabal sobre el carácter holístico del conjunto de su texto.

Y, con ese preámbulo, resulta complejo categorizar el género literario de Semejanzas, en tanto no son biografías strictu sensu, pero riesgoso sería considerar que sus páginas contengan datos históricos en la rigurosidad del concepto. Cuando leí La guerrilla que contamos, percibí que Salazar no es escritor de encasillamientos literarios; su pluma fluye con soltura, haciendo uso de un talento nato, propio del periodista que sabe de lides del oficio desde que era un imberbe. Así, podría decirse que son perfiles, historias de vida, facetas personales de cada uno de los que protagonizan la cuarentena de vidas y, aún, rasgos de una época.

Si hay algún atributo común en esta obra de mediano volumen pero de importante contenido, es que todos, con contadísimas excepciones, han tenido una relación con el autor, aunque sea efímera, como él mismo señala en la introducción metodológica.  Esa interacción hace posible un recurso testimonial directo y con el aprovechamiento que JCS tiene en el manejo comunicacional, se crea una combinación que desahucia cualquier posibilidad de distorsión del temperamento del personaje.

Ahora bien; el libro, que parece aproximarse al subgénero biográfico, no aspira al papel de instrumento heurístico, porque nada hay de inédito en su metodología, pero la literalidad estilística ecléctica a que JCS acude lo muestra en una faceta de historiador antropológico, en tanto cada semblanza apareja una descripción individual del pensamiento y las experiencias en el campo que a cada uno le cupo desempeñar en su vida y que él considera trascendente divulgarlas.

Así, Semejanzas se reparte en lo que la teoría denomina historias de vida, como subgénero de la biografía en su definición clásica, y en lo que en la técnica literaria se conoce como fuentes orales. 

Es decir que en el libro concurren técnicas distintas pero no antagónicas. Para Amalia Decker, se emplea una narración en primera y tercera persona, y casi en todos los casos, salvo error u omisión, el expediente de la entrevista. Esa danza de técnicas parece caótica, pero hay un orden y armonía que va más allá de la simple recopilación de datos que suele casi siempre ser fría, porque eso es biografía pura, con móviles distintos del escritor.

En la entrevista hay una estimulación al entrevistado de manera que siga un hilo conductor de su narración para garantizar la profundidad de la información (que no tiene por qué ser sinónimo de amplitud literaria). De hecho, en ese ámbito hay asimetrías entre personajes que no debe y no tiene porqué entenderse como inicua asignación del autor a uno u otro. La acuciosidad de JCS se traduce fielmente en la intención que tiene de transmitir al lector substancia y no cantidad.

Una particularidad es la transcripción que refleja adecuadamente el estilo personal de cada figura. A propósito de ello, es probable que exista cierta incoherencia en la clasificación de algunos de ellos en los diferentes segmentos temáticos. 

Una historia de vida-fuente oral por demás objetiva es la del exministro del Interior de 1983, que siendo uno de los hombres que más sabía de las argucias de la política, de los más polémicos de su tiempo y no siempre cristalino, debió formar parte del tercer bloque (política) del libro. Conocedor como era de las intrigas del oficio, Gustavo Sánchez, querido y odiado por idénticas causas, confesó al autor: “Todo gobierno tiene un hijo de puta, y yo soy el hijo de puta del gobierno de Siles Zuazo”. Pero ésos son aspectos anecdóticos que en nada enturbian el formidable contenido de Semejanzas.

En breves semblanzas biográficas también puede adscribirse este trabajo, que abre paso al conocimiento de vidas yuxtapuestas, a las que solo identifica el ámbito temporal, y hábilmente condensadas por un escritor que tiene la ventaja del oficio periodístico, lo que le permite lograr un enfoque integral gracias al trabajo de campo que hizo en casi todos los casos, respetando rigurosamente el estilo narrativo propio de cada personaje, y compartiendo en consecuencia la autoría, en cierta manera, con quienes no siendo formalmente creadores, han puesto su sello propio, sello que JCS respeta puntillosamente. 

En consecuencia, el escritor, al ajustar los monólogos, o las interlocuciones en su caso, a los cánones literarios y periodísticos que no colisionen con el perfil psicológico o social del personaje, está en cierta forma recurriendo al lenguaje de cada uno de ellos, predominantemente de rebeldía, sin renunciar a una prosa muy de su estilo y en un idioma muy suyo, atildado; matizando en cada caso particular en conformidad con quien de él o ella trata. Por eso, más que en un lenguaje rabioso, Semejanzas nos habla en un idioma que supera cualquier obstáculo emocional.

Página Siete – 24 de julio de 2020

La Higuera: el fin de los de barba y melena

Augusto Vera Riveros

Haciendo de lado toda valoración ideológica, quién no sabe algo del Che Guevara… La leyenda de su vida pública –sobre todo en Bolivia– ha llegado a oídos de gran parte de los latinoamericanos. En la década de 1970, la juventud de la clase media alta quiso emular el rostro de esa figura, dejándose crecer el cabello y la barba, aunque no tuvieran muchos pelos en la cara.

Quizá el hecho de más notoriedad de  1967 fue la promulgación de la Constitución Política del Estado; su vigencia superó los 40 años. Pocas semanas después, tres muy jóvenes periodistas de formación autodidacta encontraban la oportunidad de comenzar una carrera exitosa en ese ámbito y con una prueba de fuego: periodismo de guerra.

Y luego de 50 años, José Luis Alcázar, Juan Carlos Salazar y Humberto Vacaflor narran sus experiencias de una cobertura que, en el frente de operaciones, sin duda fue de algo más que sobresaltos, y que La guerrilla que contamos traduce con esmero pero también con picardía. En 280 páginas, la editorial Plural nos presenta lo que sus autores subtitulan como la historia íntima de una cobertura emblemática.

En un razonamiento lógico, parecería ilógico que estos tres audaces un poco más que adolescentes se hayan armado, en representación de sus casas periodísticas, de apenas una libretita de apuntes y, en algún caso, de una máquina fotográfica,  y que transcurrido medio siglo cuenten sus experiencias del levantamiento armado dirigido por Ernesto Che Guevara.

La  lectura de ese libro me hizo caer en cuenta que no resulta descabellado haberlo hecho  luego de tantos años, porque la rutilante carrera de sus autores ha servido, entre otras cosas, precisamente para comprender con genial madurez lo que aquel lejano 1967 significó para la posterior influencia del guerrillero en el pensamiento de los pueblos.

Para cubrir un conflicto de las características del que La guerrilla que contamos trata, se requiere de una formación mayor que la de cualquier otro periodista, porque además de los conocimientos básicos que todos necesitan para desarrollar no solo labor informativa, sino de corresponsalía, se debe poseer técnicas específicas que, unidas a la experiencia y la prudencia, eviten en la medida de lo posible los indudables riesgos que corren. Algunos conflictos bélicos en el mundo dieron como resultado, en proporción, más muertes de periodistas que de militares.

Las crónicas, divididas en tres partes y cada una escrita por uno de los coautores, establecen que ni Alcázar, Salazar o Vacaflor, sabían cómo funcionaba el ejército ni sus aparatos de censura para obtener información de ellos y no caer en los partes,  que no siempre son ciertos. El libro más bien evidencia que los militares, cuyo centro de operaciones era Camiri, sí conocían por la experiencia que solo la edad hace posible, el funcionamiento de los medios de comunicación y sus periodistas para encontrar la forma de evitar que éstos obtengan informaciones que resulten ventajosas para los insurgentes o que deterioren su imagen ante la opinión pública. 

Empero, una cosa es segura: a quienes fueron enviados al conflicto armado les sobró ese olfato que el periodista debe poseer para acceder a la información que las circunstancias a veces pueden negar. A pesar de ello, los corresponsales, a más de galantear a alguna moza chaqueña, nunca perdieron la compostura ni la prudencia  en un evento que, independientemente de sus convicciones progresistas muy propias de la juventud, puso en juego la seguridad del Estado. Su agudeza y la posibilidad ya no solo de transmitir los hechos, sino de llegar hasta el propio guerrillero y lograr una entrevista, no les dejó perder el norte de un trabajo que, en resumen de cuentas, sirve hoy de documento fundamental para la averiguación del mito que representa todavía hoy el argentino-cubano.

Confieso que antes de leer La guerrilla que contamos ninguna de mis lecturas sobre el tema me había permitido saber que después de un grupo de avanzada que el Che había enviado a la zona de Ñancahuazú y su propia aprobación a las características geográficas del lugar, el objetivo central era su propio país, Argentina, desde donde tenía planeado instaurar el germen de su revolución.

Ñancahuazú y sus alrededores fueron concebidos como lugar de formación y escuela de guerrilleros,  y solo una indiscreción de uno de los insurgentes  hizo que se descubriera su presencia en el sudeste boliviano, obligando a que se desataran los duros enfrentamientos.

Resulta fascinante la lectura de las tres partes que componen la obra. Cada una con un estilo propio, pero todas con un denominador común: la descripción de las limitaciones de aquellos años, que obligaban a redoblar el ingenio periodístico, disfrutando en cierta forma del oficio a pesar de exponer sus propias vidas. Los tres hacen crónicas no solo de la insurgencia guerrillera en Bolivia, sino de su propia actividad periodística. Podría decirse que el entonces “más soltero de todos” –como se autodefine en la obra el propio Vacaflor– de una ironía que ha pervivido hasta hoy  como consumado columnista, fue también el más resuelto del grupo. Eso le valió su expulsión de la zona militar y, por supuesto, de la cobertura bélica.

En sus inicios, Alcázar, Salazar y Vacaflor hicieron periodismo de guerra, el más extremo del  ya riesgoso oficio del  periodismo. La labor de este equipo  fue heroica y entre todo el caudal de información que obtuvieron –y con ella el enriquecimiento de la historia– solo un objetivo quedó trunco: el de entrevistar al mito viviente. 

Tocar las manos aún calientes del Che luego de su ejecución, en la escuelita de La Higuera, pudo ser el consuelo de uno de ellos. Quizá… pero ahí terminaron los intensos meses de despachos, tertulias y chismes en medio de colegas de todo el mundo, militares y espías, de los que el restaurante Marietta del pueblo fue su escenario. La Higuera, distante a unos 60 Km de Vallegrande, se llevaba no solo al comandante insurrecto, sino de alguna manera a todos los “jóvenes de barba y melena”, como en la página 50 de la obra se los describe, y que sobrevivieron a ese día.

Página Siete – 1 de marzo de 2020

Dos libros imperdibles

Hernán Maldonado

Prontuario (Casos de la crónica roja que conmocionaron a Bolivia) y Semejanzas (Esbozos biográficos de gente poco común) son dos libros que no tienen ni un año de haber salido a la luz pública y, al leerlos, tuve la sensación de haber visto dos buenas películas que deberían finalizar con la palabra: “Continuará”.

Juan Carlos Salazar, el Gato para sus amigos, se luce con Semejanzas, portarretratos de 40 personalidades, personajes con las que trató, conoció, fueron sus amigos, entrevistó, los vio actuar a lo largo de su extensa carrera periodística.

Como él, al menos a 20 de esas personas yo las traté de cerca y puedo asegurar, sin que me quede nada por dentro, que el Gato hace una primorosa pintura de todos ellos. Así eran, eso es lo que hicieron, pensaban y dijeron, oralmente o por escrito.

El Gato no escribió biografías, simplemente en su libro esboza a personas de carne y hueso con la maestría de un periodista curtido en mil batallas. No disimula su implícita admiración por algunos de los personajes que retrata, como Liber Forti, o su adhesión sin retaceos al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz (Me pregunto si ¿alguien lo conoció mejor que él?).

Prontuario es el otro libro, pero no de la autoría exclusiva del Gato, sino de un equipo mayoritariamente compuesto por periodistas de Página Siete, del que Salazar fue su director. (Quizás escriba otro libro sobre sus experiencias en esa tribuna acosada ferozmente por el régimen de Evo Morales).

En buena parte de sus 224 hojas, el libro es una denuncia del lerdo, negligente, incapaz, ineficiente y corrupto Poder Judicial. El Fin de la fiesta, de la pluma de Isabel Mercado Heredia, muestra cómo el dinero sirve para dejar impune a un criminal, amparado en chicanerías de abogados inescrupulosos y de un juez venal que tras largos años no fue capaz ni siquiera de iniciar un juicio. Si ello hubiera ocurrido el acusado podría haber sido extraditado desde el país en el que se fugó, pero…

Leny Chuquimia Choque escribe sobre el caso del bebé Alexander dejando entrever de que el poder político se sirvió de jueces y fiscales inescrupulosos para inculpar a un joven galeno de un crimen que no cometió (como se probó después de que salió el libro) para denostar al gremio médico que en esos meses estaba en ardua lucha contra el régimen gobernante.

El Gato nos regala con la sabrosa crónica de los Tres crímenes perfectos para retrotraernos al misterio que rodea hasta hoy los asesinatos del periodista Alfredo Alexander y su esposa Martha, del dirigente campesino y ex ministro Jorge Soliz Román y del periodista Jaime Otero Calderon. ¿Cuánto tuvo que ver en los tres el futuro “ministro de la cocaína”, Luis Arce Gómez?

¡Ah!, claro, está la nota de Cecilia Lanza Lobo, justamente refiriéndose al militar hoy preso en Chonchocoro. Hace años, cuando estuvo encarcelado en Estados Unidos, traté de entrevistarlo sobre las acusaciones que se le hacían. Me respondió que estaba muy enfermo “casi ciego” y que solo hablaría cuando estuviera en Bolivia.

Eran mentiras. Aparte de ser cruel, indolente, era y es un mentiroso. En la página 39 refiere a Lanza Lobo que no trabajó como fotógrafo de Presencia y que lo único que hacía era llevar las fotos que tomaba su primo Freddy Alborta para el diario.

Expulsado del Colegio Militar, se dedicó a la fotografía. Alborta (el de las históricas fotos del Che Guevara muerto en La Higuera) todavía no trabajaba en Presencia y el fotógrafo titular era Nils Valle.

Como dije al principio, el libro merece una “continuación” o al menos una nueva edición aumentada y corregida porque algunos casos faltan por escribirse, como el de la Masacre en el Hotel Las Américas: para saber en qué quedan los jueces y fiscales corruptos que encarcelaron al médico Jhiery Fernández, si finalmente será encarcelado el prófugo Alejandro Zapata.

Falta saber si habrá poder alguno que le haga devolver algo de los millones a Gabriela Zapata, los entretelones que llevaron a la muerte a la periodista Hanaly Huaycho Hannover, la esposa del policía que sabía mucho sobre lo ocurrido en el Hotel Las Américas, en fin, un libro que no tiene el clásico FIN de las películas. Amanecerá y veremos.

Página Siete – 11 de agosto de 2019

“Semejanzas”, y su trasfondo de historia, periodismo y estética

Óscar Rivera Rodas

Acabo de leer el libro Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común (La Paz, 2018), de Juan Carlos Salazar del Barrio. Aunque es un viejo compañero de ajetreos periodísticos por décadas, y me considero conocedor respetuoso de su estilo periodístico sagaz, objetivo y preciso, experimentado en múltiples procedimientos y modalidades acordes a los hechos cotidianos que enfrenta la tarea comunicativa, la lectura de su libro me sorprendió.

Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común reúne tres sistemas teóricos o disciplinas aparentemente inconexas: historia, periodismo y estética.

La relación de la historia y el periodismo es obvia. Las crónicas periodísticas de cada día son imprescindibles para las historias que se escribirán en el futuro; más aún, serán una fuente de materia prima. La historia se escribe sobre documentos, entre los que se hallan los hechos narrados por los periodistas.

En los tiempos actuales el periodista archiva los documentos que serán leídos mañana por los historiadores. La crónica periodística no trasciende su presente, como muy bien señaló el estadounidense Hayden White (1928-2018), filósofo de la historia, en su libro El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica (1992).

Del cronista escribió: “Más que concluir la historia suele terminarla simplemente. Empieza a contarla pero se quiebra in media res, en el propio presente del autor de la crónica; deja las cosas sin resolver o, más bien, las deja sin resolver de forma similar a la historia. (1992: 14). Ahí radica la diferencia y también –paradójicamente– la similitud del periodismo con la historia. El periodismo queda cautivo en su presente”.

No es mi interés redundar en la obra periodística de Juan Carlos, sino en su libro con el que incursiona en la historia y en la estética, cuyo subtítulo afirma “esbozos biográficos”. El material que debe examinar la lectura es un conjunto de “esbozos biográficos”, llamados también por su autor “semblanzas”, sobre los que advierte: “la semblanza no es una historia de vida, como se supone, ni siquiera un perfil, sino una visión fugaz, la percepción del destello de una trayectoria” (2018: 14).

De los personajes representados dice: “La selección tiene que ver, como todo lo que ocurre en el periodismo, con la pertinencia noticiosa. Ha sido su fugaz asomo a la actualidad mediática, en algunos casos, o esa última anécdota vital que es la muerte” (2018: 15). 

Cabe subrayar que los personajes no fueron elegidos ni al azar ni por preferencia; fueron protagonistas de hechos periodísticos. Su presencia (aunque “fugaz asomo a la actualidad mediática”) originó un fondo múltiple de los tres campos señalados: periodismo, historia y estética.

Tras cumplir la tarea periodística, y publicados los relatos correspondientes, Salazar guardó en su memoria el conocimiento que obtuvo de los hechos y sus protagonistas; es decir, ideas, impresiones e intuiciones. Los filósofos empiristas del siglo XVIII revelaron que todo conocimiento humano es adquirido mediante los sentidos que perciben los hechos.

El filósofo inglés David Hume (1711-1776) inicia su Tratado de la naturaleza humana con la discusión del tema Del origen de nuestras ideas, inicial del Libro Primero. Ahí escribió: “Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas”; explicó la diferencia según la fuerza y vivacidad con que “se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia”.

Las impresiones “penetran con más fuerza y violencia…, y hacen su primera aparición en el alma”. Las ideas, en cambio, son imágenes débiles que ocupan lugar en el pensamiento y razonamiento.

Las ideas se instalan en el razonamiento; las impresiones despiertan sensaciones y emociones. Las primeras pueden ser entendidas como objetivas y se relacionan con el conocimiento conceptual; las segundas, subjetivas, con la comprensión sensible.

Estas diferencias guiaron a Juan Carlos Salazar. Las semblanzas fueron escritas en la lejanía y ausencia de sus respectivos protagonistas y sus hechos. El autor sólo disponía de algunas ideas escritas y los inasibles archivos de la memoria, imposibles de ser releídos o revisitados: los recuerdos. El único recurso que permite recuperarlos es rememorar: fijar temporal y virtualmente en la mente algo del pasado, en toda su existencia aparente, y escribir un testimonio.

El filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005), que llevó a discusiones sorprendentes las controversias sobre la filosofía de la historia, ha escrito en su voluminosa obra La memoria, la historia, el olvido, que “el testimonio constituye la estructura fundamental de transición entre la memoria y la historia” (2004: 41).

Las semblanzas de Salazar fueron extraídas de la memoria que carece de percepciones, convertidas en datos subjetivos: recuerdos puros. Otro filósofo y escritor francés, Henri Bergson (1859-1941), Premio Nobel de Literatura en 1927, en su libro Materia y memoria, escribió: “El recuerdo puro es, en efecto, por hipótesis, la representación de un objeto ausente” (1900: 84). El biógrafo en este caso es un buscador de reminiscencias con el fin de representar algo del pasado, pero que permanece para el futuro.

Porque como bien define Bergson, la memoria es “síntesis del pasado y del presente en vista del porvenir, en que contrae los momentos de esta materia para servirse de ella” (1900: 296). Sobre esa síntesis las semblanzas capturan la vivencia histórica de sus personajes.

Veamos ahora el tercer sistema teórico del libro de Salazar: la estética. Esta no es ajena ni a su intención ni a sus propósitos, tampoco a la historiografía contemporánea. En los párrafos primeros de la presentación, el autor refiere al artista plástico mexicano Juan Soriano (su nombre real fue Juan Francisco Rodríguez Montoya, 1920-2006). Y escribe: “Al igual que el retratista, el biógrafo traza bocetos, simples esbozos que buscan rescatar las apariencias que dejan esos destellos” (2018: 13). Los esbozos son retratos: productos del arte.

El término estética procede del griego  aisthetikós,  que refiere lo que se percibe por los sentidos o lo que se conoce por los sentidos. La conciencia estética retiene las impresiones que son exclusivamente suyas. Para la percepción de Salazar, la figura real de sus personajes implica otra representación específica según la cual escribe su narración.

Por ejemplo: el héroe anónimo (y Pepe Ballón Sanjinés), o el adelantado (y Luis Ramiro Beltrán), o la mujer símbolo (y Domitila Barrios de Chungara). La representación implicada no pertenece a la identidad del personaje biografiado; es producto de las impresiones percibidas por el biógrafo.

El filósofo alemán Nicolaï Hartmann (1882-1950) se ocupó extensamente del objeto estético en su obra Ästhetic (Berlín, 1953), examinó la estructura de las obras artísticas de todos los géneros, y apuntó la configuración general de estas obras: “Lo bello es un objeto doble, pero único. Es un objeto real y, por ello, se da a los sentidos, pero no se agota ahí, sino que es más bien y en 1a misma medida algo distinto, más irreal, que aparece en el real -o surge tras él” (1977: 42).

En seguida advierte: “Lo bello no es ni el primer objeto solo ni el segundo solo, sino más bien ambos unidos y juntos. Mejor dicho, es la aparición del uno en el otro” (1977: 43).

Cabe aquí otra aclaración respecto a los sistemas teóricos que discutimos. El filósofo italiano Benedetto Croce (1866-1952), que reflexionó sobre la historia como sobre el arte, no vio diferencia entre la actitud del historiador y del artista. Causando alarma entre los filósofos de la historia afirmó que la conciencia histórica actúa como la conciencia ante lo bello. En su libro Estética (Bari, 1908) rechazó el principio tradicional de considerar la historia junto a la ciencia y a la filosofía. Escribió: “Inexactamente se ha considerado a la historia como la tercera forma teórica. La historia no es forma sino contenido; como forma no puede ser más que intuición o fenómeno estético” (1912: 74).

Contenido de la historia es el conjunto de hechos objetivos; forma, la significación asignada a los mismos por el historiador según su percepción subjetiva. Este enfoque ha causado un conflicto serio a la filosofía de la historia. La significación de los hechos históricos es estudiada actualmente como conceptualización de éstos.

El filósofo alemán Reinhart Koselleck (1923-2006) ha escrito al respecto en su libro Historias de conceptos: “Todo historiador puede reencontrar de forma objetiva en su historia lo que subjetivamente ha introducido en ella. En consecuencia, las ideologías pueden penetrar sin freno en el terreno de las descripciones históricas” (2012: 43).

En fin, Carlos Medinaceli (1902-1949), en sus Apuntes sobre el arte de la biografía, con los que cierra su libro La inactualidad de Alcides Arguedas y otros estudios biográficos, exhortó a cultivar la biografía por ser “vehículo de proficuas enseñanzas, éticamente ejemplarizadora”, además, es “obra no sólo de arte, sino, lo que es más, de justicia” (1972: 210). Agregó: “En Bolivia hemos glorificado en forma desmesurada a los caudillos políticos, a los militares audaces, y hasta a los oradores huairalevas y picos-de-oro, olvidando de otros varones que han realizado obra más útil, positiva y benéfica en bien del progreso nacional” (1972: 220).

La afirmación de Medinaceli es muy cierta. Aunque cabe añadir que entre quienes han realizado obra útil, positiva y benéfica en bien del progreso nacional, hay también mujeres. Surge aquí un reparo al libro de Juan Carlos Salazar, que supo concertar periodismo, historia y estética. Un cálculo final desde las ciencias matemáticas nos hacer ver que Semejanzas. Esbozos biográficos de gente poco común incluye solamente un 12,5% de personajes femeninos. Por lo demás es un libro con trasfondo teórico complejo muy bien logrado.

Página Siete – 30 de junio de 2019