El costo de la palabra

Prólogo al libro Contra viento y marea

Sergio Ramírez (Premio Cervantes de Literatura)                   

El primer número de Página Siete se publicó en La Paz el sábado 24 de abril 2010, y el último el jueves 29 de junio de 2023, poco más de trece años después. Una vida intensa y azarosa, de lucha constante por mantener a flote una empresa informativa, acosada por el poder político, y que en este libro está contada por los cuatro periodistas que tuvieron a su cargo la dirección del diario, Raúl Peñaranda, Juan Carlos Salazar del Barrio, Isabel Mercado y Mery Vaca.

La historia dramática de Página Siete ilustra la lucha de los medios de comunicación que en América Latina persisten en informar de manera independiente, con valentía y sin concesiones, a costas de su propia existencia, y no pocas veces de la persecución, la cárcel, el exilio, y hasta la vida de los periodistas, como lo vemos repetirse en países como Venezuela, Guatemala, México, Colombia o Nicaragua, donde los trabajadores de prensa resultan víctimas de la represión política, así como de los carteles de la droga y el crimen organizado.

Página Siete nace cuando el presidente Evo Morales, dirigente indígena del Movimiento al Socialismo (MAS), ha sido reelegido ese año de 2010 con el 65 por ciento de los votos, en el auge del “socialismo del siglo veintiuno” que pregona el presidente de Venezuela, comandante Hugo Chávez, cuando una ola de gobiernos de izquierda de diferentes matices, crece en el continente, fruto de elecciones populares: Lula da Silva, un obrero metalúrgico, en Brasil; Fernando Lugo “el  obispo de los pobres” en Paraguay; José Mujica, un antiguo guerrillero tupamaro, en Uruguay; Rafael Correa, en Ecuador; Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; Daniel Ortega, que ha regresado al poder en Nicaragua; además de Cuba, donde el régimen de Fidel Castro es oxigenado por los petrodólares de Chávez.

Dentro de este panorama expansivo de la izquierda, esos mismos petrodólares de Chávez buscan asegurar instrumentos de influencia y poder a los gobernantes socios de su proyecto bolivariano, entre ellos la compra de medios de prensa; y es por lo que el diario La Razón, el más importante de La Paz, pasa a manos de empresarios ligados a los intereses venezolanos, en busca de convertirlo en aliado, o vocero del oficialismo. Y así nace la oportunidad para un nuevo periódico independiente.

Peñaranda, el primer director, señala que la independencia, la pluralidad, y la información a profundidad, fueron las metas que el periódico se propuso desde el inicio: “de ninguna manera podríamos defender intereses sectarios, partidistas”. Y para los cuatro directores, y autores de este libro, el término de diario independiente, muy distinto del término diario de oposición, se volvió esencial. Un periódico independiente no se opone a un gobierno enarbolando una bandera política. Escarba, investiga, saca a luz lo oculto. Reconoce aciertos y expone desaciertos. Informa.

Esta tarea nunca es fácil de entender, o de asimilar para el poder político, sobre todo cuando el brillo de su propio proyecto ideológico lo ciega. Y, así, un periódico independiente, que investiga a fondo los hechos, y no hace concesiones, se enfrentará tarde o temprano con ese poder, que, aunque originado en unas elecciones libres, y dueño de respaldo popular, no admite voces críticas, ni tolera otra verdad que la verdad oficial.

Bajo el segundo periodo presidencial de Evo Morales se afianzaba el “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario” consagrado en la nueva constitución política de 2009; se seguían profundizando reformas económicas, entre ellas la reivindicación de los recursos naturales, minerales y gas, se ampliaban programas sociales transformadores, sobre todo en educación y salud. Y el presidente afianzaba su popularidad, al punto que en las elecciones de 2014 volvería a ser reelecto por más del 60 por ciento de los votos; pero, al mismo tiempo, consolidaba su control político sobre las instituciones, más allá de los límites democráticos.

“La presión del gobierno empezó a sentirse más fuertemente”, dice Peñaranda. “Todavía quería más un gobierno que controlaba dos tercios de ambas cámaras del Legislativo, el sistema judicial, el Ministerio Público, todas las antiguas superintendencias, la Contraloría General, el grueso de los sindicatos, dos tercios de municipios y gobernaciones y buena parte del sistema mediático…quería controlarlo todo. No podía haber un diario díscolo, que señalara los errores, las contradicciones, las inconsecuencias, las imposturas. Aunque ese diario sea moderado y razonable, ese diario molestaba, irritaba sobremanera…”.

El acoso contra Página Siete empezó a manifestarse desde el primer año de su existencia. Si el socialismo del siglo veintiuno de Chávez proveía recursos para comprar medios de comunicación, y de esta manera alinearlos, o silenciarlos, también proveía un modelo represivo contra aquellos que no se sometían, y del que se hacía uso constante en Venezuela con los diarios y revistas, los portales de noticias, las estaciones de radio y las cadenas de televisión; un modelo que en Nicaragua llevaría, a partir de 2018, a la cancelación de todo los medios críticos, confiscados y suprimidos, y los periodistas encarcelados o enviados al exilio.

Contra Página Siete se ensayaron medidas muy variadas, basadas todas en el uso de entidades del estado, la primera de ellas, y la más socorrida por el poder, la cancelación de las pautas de publicidad de las entidades controladas por el gobierno, y la presión a empresas privadas para no anunciarse; es el mismo díctum autoritario del viejo PRI de México, común como arma política en América Latina contra la prensa independiente: “no pago para que me peguen”.

Y, a la par, como detallan los autores del libro, la apertura de procesos judiciales por difamación, las auditorías arbitrarias y las multas, las acusaciones constantes de parte de voceros del gobierno, y los ataques de los medios de comunicación afines; el hostigamiento por medio de troles en las redes sociales; la interposición de obstáculos en el acceso a las fuentes oficiales, los ataques cibernéticos contra la página web del periódico. Un diario enemigo, que debía ser tratado como tal.

La independencia a la hora de informar, que presupone no tomar bando, y rechaza la afiliación partidaria, sólo puede ser entendida por un gobernante fiel a su identidad democrática, consciente de que la crítica, y aún la denuncia de los abusos de poder y de los casos de corrupción documentados, contribuyen a salvaguarda el estado de derecho, y hacen que el ejercicio de la función pública sea más cuidadoso consigo mismo, y por tanto más transparente.

Pero cuando el poder cae en la tentación autoritaria, y busca cerrar espacios, las voces críticas irritan, e incitan a la represión; y aquí la frontera entre regímenes de izquierda o de derecha desaparece, porque la regla de intolerancia y castigo a causa de la fiscalización, viene a ser la misma. El autoritarismo sólo cambia de ropaje, o de retórica, pero conserva el mismo rostro. Un rostro que tampoco ríe nunca, y jamás entiende de humor.

Página Siete, navegando contra la corriente, logró posicionarse como un medio de comunicación creíble y se ganó un amplio mercado de lectores, pero se trataba de un experimento arriesgado en términos empresariales, y nunca pudo ganar su punto de equilibrio financiero. A la hostilidad gubernamentales, que significaba el cierre de las fuentes de publicidad de entidades públicas, se sumaron otros factores, entre ellos la crisis provocada por la pandemia, y la tendencia mundial a la reducción, o desaparición, de los diarios impresos, sin que tampoco le fuera posible sumar suscripciones pagadas suficientes para sostener la edición digital.

Pese a todo, sobrevivió durante trece años, y la historia del país quedó reflejada en sus páginas.  De los años de auge político de Evo Morales, a su renuncia al cargo presidencial en 2019 antes acusaciones de fraude electoral y graves protestas populares, y su exilio en Argentina, a la recuperación del poder por la derecha con la presidencia provisional de Jeanine Áñez, al regreso del MAS tras el triunfo electoral de Luis Arce, y a la creciente división del partido oficial, patente desde  finales de 2021, entre las facciones de Morales y Arce, en disputa por el control del partido, y la futura candidatura presidencial.

En el último número de Página Siete, los periodistas de planta, que vivían en carne propia la crisis financiera y tenían meses de no cobrar sus salarios, firmaron todos una valiente y nostálgica nota de despedida: “Queremos recordar que Página Siete fue uno de los medios más premiados a lo largo de sus 13 años de vida y también uno de los pocos que marcó huella con revelaciones que destaparon hechos de corrupción y otros delitos…el trabajo periodístico fue clave para que la sociedad boliviana abra los ojos ante hechos de corrupción y todo tipo de injusticias”.

El relato a cuatro voces contenido en este libro representa un testimonio de las luchas del periodismo independiente latinoamericano por convertir la libertad de expresión en un instrumento de lucha cotidiana por la democracia, que lejos de quedarse en un concepto abstracto es un hecho que debe hacerse realidad cada día. La democracia la construyen también los medios de comunicación que asumen su papel crítico, y vigilan al poder político con integridad ética.

Es cuando la palabra libre cobra sus fueros, y se vuelve temida, porque el poder autoritario prefiere la palabra oficial, que es igual al silencio.

Madrid, diciembre de 2023.-

Gato con botas

Alfonso Gumucio Dagron

Sin querer queriendo, Juan Carlos “Gato” Salazar calzó las botas de reportero de guerra a lo largo de su fructífera carrera de más de medio siglo como corresponsal nacional e internacional.

Una foto histórica (que está en otro libro suyo), donde aparece con el rostro imberbe de adolescente, lo sitúa como corresponsal de la Agencia de Noticias Fides en Camiri, durante la guerrilla del Che Guevara, en 1967, y a partir de allí las circunstancias quisieron que se convirtiera en cronista (y víctima) de la violencia desatada en Bolivia, Chile y Argentina durante las dictaduras de Banzer, Pinochet y Videla, y años después desde su puesto en la Agencia Alemana de Noticias (DPA) en México, cubriera las guerrillas y acuerdos de paz en Centroamérica, la eclosión de la insurrección zapatista, el “periodo especial” en Cuba o la “tercera guerra mundial” del terrorismo y de la informática desde la DPA en Madrid.

Toda una vida de periodismo serio, documentado, impecable y apasionante que el “Gato” ha plasmado en su libro A la guerra en taxi. Crónicas desarmadas (2023), donde reúne una selección de las notas de corresponsalía que hizo en su vida y que quizás se hubieran perdido si no era porque su padre tuvo el cuidado de guardar los recortes que se publicaban en diarios y revistas de toda la región y del mundo.

Los papeles dispersos se los lleva el viento. Reciclar lo que uno ha publicado a lo largo de décadas de trayectoria es una buena idea a condición de organizar el material y convertirlo en un cuerpo que respira nueva vida porque reactiva las sinapsis que el tiempo había debilitado. Este libro no es la suma de viejos artículos, sino un ensayo bien estructurado con un estilo narrativo consistente.

La crónica es un género que el autor cultiva con talento. No es casual el subtítulo “Crónicas desarmadas”, porque los cronistas de entonces ejercían su oficio armados de una libreta de apuntes o una máquina de escribir portátil.

Hay guerras de todo tipo, además de las convencionales: guerra de guerrillas, insurrecciones, golpes militares, guerras “sucias” y desastres naturales que obligan al periodista a calzar las botas y llegar (aunque sea en taxi), al frente de los hechos para dar testimonio de ellos.

Para quien haya transitado por los países que menciona el autor, y más aún en los tiempos en que se sitúan las crónicas, este libro es una suerte de exorcismo para la memoria. Lo ha sido para mí en cada página referida a Guatemala, Cuba, Haití, Nicaragua, México y por supuesto Bolivia. El relato pormenorizado de su relación estrecha en el exilio en Buenos Aires con el expresidente Juan José Torres es un ejemplo de los personajes con los que tuvo el privilegio de caminar un trecho de vida.

La sección referida al “periodo especial” en Cuba es reveladora de la deriva autoritaria y del fracaso económico del socialismo caribeño, pero a diferencia de otros textos tan viscerales como superficiales, los de este libro son agudas crónicas bien informadas y documentadas porque su eje es la vivencia personal: no se puede escribir sobre Cuba sin haber estado allí. Los textos escritos con sobriedad (y cierta tristeza entre líneas) se distinguen de aquellos que parecen alegrarse de que a los cubanos les vaya mal: aquí se subraya la dignidad y la resiliencia de un pueblo engañado (como tantos otros en nuestra región).

No son menos intensos los relatos “en caliente” de la breve y estridente insurrección zapatista en Chiapas, aterrizados en la vida cotidiana de las comunidades indígenas atrapadas entre dos fuegos, indiferentes y confundidas frente al sancocho ideológico-poético del subcomandante Marcos, que logró su objetivo de fascinar a intelectuales del mundo, deseosos de asistir a la emergencia de un horizonte diferente a todos los hasta entonces conocidos.

Una suerte de epílogo, “Las guerras no son lo que eran”, constata que el periodismo tampoco es lo que era. El ataque a las torres gemelas en Nueva York en 2001 o las bombas del 11 de marzo de 2004 en Madrid inauguran la irrupción de la transmisión en vivo de la historia y la emergencia de las redes virtuales “sin pasar por los medios tradicionales”. Un campo abierto y desafiante para los nuevos periodistas que tienen que competir con charlatanes de toda especie que proliferan en plataformas virtuales como pastores evangélicos.

Los periodistas de la era TIC no tienen ni idea de lo que era ser corresponsal de guerra en las últimas décadas del siglo pasado. Ahora, ni con toda la tecnología a su favor, pueden ejercer su oficio con la dignidad y la elegancia que lo hacía la generación que los precedió, por ello quizás dejan el espacio libre a la nueva ola de charlatanes digitales, “influencers” y tiktokeros cuyo ombligo es más prominente que los hechos que narran. Salazar del Barrio se toma el trabajo de explicar con “chuis” a las nuevas generaciones lo que era manejar un teletipo o enviar una “pepa” en clave para tener la primicia.

Este formidable narrador sabe tejer tiempos, personajes y hechos sin desviarse del relato, pero haciéndolo intenso e interesante. No solo es un testigo de la historia, sino que enriquece cada descripción con datos duros y verificables, con referencias precisas y abundando en el contexto que ayuda a situar los hechos, sus causas y sus consecuencias. Es decir, un periodismo de alto rigor profesional que combina equilibradamente una aguda percepción histórica y social, con datos objetivos y entrevistas privilegiadas con protagonistas de los hechos.

A veces describe episodios de la historia en los que no estuvo presente, pero lo hace con la maestría de un cronista que revive cada momento y se apropia de los hechos en sus mínimos detalles. Aunque desaparezca el relato en primera persona, la investigación y el conocimiento profundo compensa la ausencia de la voz testimonial.

Los Tiempos – 28 de noviembre de 2023

https://www.lostiempos.com/doble-click/invitados/20231128/gato-botas

“A la guerra en taxi” en la Feria del Libro de Cochabamba

Santiago Espinoza A.

A la guerra en taxi: Crónicas desarmadas reúne crónicas, reportajes, perfiles y algunos textos más libres de las ataduras genéricas del periodismo, en los que Juan Carlos Salazar desgrana sus coberturas sobre los albores del periodo dictatorial en Bolivia (y sus resistencias), los horrores de la Operación Cóndor en Argentina y otros países, el genocidio ejecutado por EEUU y sus gobiernos títeres en Centroamérica, las penurias del “periodo especial” en Cuba y la guerrilla zapatista en México.

Más que una antología de textos de su autor, A la guerra en taxi está confeccionado como un mapa periodístico de algunos de los principales conflictos armados que desangraron a los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo pasado.

En sus textos se respira, de buenas a primeras, el aliento del periodista de raza: ese que sabe dónde encontrar historias y personajes, ese que sabe aquilatar sus narraciones con la información indispensable, ese que sabe cifrar en palabras sus certezas y dudas.

Ramona – Opinión – Cochabamba, 15 de octubre de 2023.-

https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/feria-libro-editoriales-bolivianas-primerisimo-primer-plano/20231007205440923374.html

“A la guerra en taxi”: geografía poética de la violencia

Santiago Espinoza A.

Juan Carlos Salazar del Barrio es un periodista boliviano de dilatada y meritoria carrera dentro y, sobre todo, fuera de Bolivia. Comenzó como reportero en los años 60 en la Agencia de Noticias Fides, el exilio lo llevó a Argentina en los 70 y, de ahí en más, el oficio lo condujo a las principales capitales latinoamericanas y europeas, que vivió y recorrió como corresponsal y director del Servicio Internacional en Español de la Agencia Alemana de Noticias (DPA) durante más de 40 años, antes de retornar a su país de origen, donde sigue haciendo periodismo, aunque ya no desde las trincheras de la coyuntura diaria, sino refugiado en los búnkeres sin tiempo de los libros y la formación. Esta apretada semblanza viene a cuento por dos razones. En primer término, por si al eventual lector su nombre no le suena de inmediato. En segundo, porque el itinerario periodístico y vital es fundamental para entender el origen de los textos que componen su libro A la guerra en taxi: Crónicas desarmadas (Plural, 2023).

En sus poco más de 300 páginas, el volumen reúne crónicas, reportajes, perfiles y algunos textos más libres de las ataduras genéricas del periodismo, en los que desgrana sus coberturas sobre los albores del periodo dictatorial en Bolivia (y sus resistencias), los horrores de la Operación Cóndor en Argentina y otros países, el genocidio ejecutado por EEUU y sus gobiernos títeres en Centroamérica, las penurias del “periodo especial” en Cuba y la guerrilla zapatista en México. Más que una antología de textos de su autor, A la guerra en taxi está confeccionado como un mapa periodístico de algunos de los principales conflictos armados que desangraron a los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo pasado. En sus textos se respira, de buenas a primeras, el aliento del periodista de raza: ese que sabe dónde encontrar historias y personajes, ese que sabe aquilatar sus narraciones con la información indispensable, ese que sabe cifrar en palabras sus certezas y dudas.

Algo que personalmente aprecio de los textos de Salazar es su despojamiento de vanidad para relatar peripecias que, en manos de un reportero menos hábil y/o más pagado de sí mismo, podrían derivar en fábulas exhibicionistas de aventuras exóticas. El autor boliviano no es ni se asume como un turista, esto es, un visitante ocasional más interesado en sacarse fotos con un paisaje de fondo que en conocer el lugar donde ha ido a parar. El suyo es un ejercicio periodístico en el sentido más digno de la palabra: reconocer la extrañeza del sitio en el que se encuentra y, desde ahí, intentar comprender qué y por qué ocurren las cosas a su alrededor. Los trabajos reunidos en este libro caminan a contrapelo de cierta tendencia autocomplaciente de la crónica actual, en la que el cronista se antoja más importante que el espacio y las personas que debería narrar. No en vano perteneciente a una generación más apegada al rigor de las salas y mesas de redacción, Salazar sortea el vicio pretencioso de generaciones posteriores que quieren hacer alta literatura antes que periodismo y, a la larga, no acaban haciendo bien ninguna de las dos cosas.

Ahora bien, no es que la escritura de Salazar carezca de estilo o renuncie al compromiso con la palabra escrita. Para nada. Hay sobradas muestras de un estilo forjado por los largos años de urgencia periodística y refinado por el deslumbramiento ante la potencia poética del lenguaje. De esto último son muy decidores algunos textos más breves que los reportajes, diferenciados por una tipografía especial y consignados con títulos en cursivas, en los que su autor dibuja perfiles de “monstruos” (Claudio San Román, José López Rega, Luis Arce Gómez) y de “santos” (Óscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande, Chan Kin Viejo). La poesía estalla, también, en escritos que, como “Villa Balazos”, “Perfumes democráticos” y “La poética geografía de la guerra”, hacen dialogar a Jaime Saenz y Jorge Suárez con la insurrección callejera en la Revolución del 52 y la resistencia al golpe de Barrientos en 1964, o a la canción popular del nicaragüense Carlos Mejía Godoy con el espíritu libertario que animó las guerrillas centroamericanas. Incluso su dedicación a la aventura zapatista es indicadora de su fascinación por la poesía, al tratarse de una guerrilla que, para muchos, dejó más palabras escritas que balas asesinas.

De conceder al lugar común, debería sugerir la lectura de A la guerra en taxi a periodistas y prospectos de periodistas, pero quiero creer que esa es sugerencia innecesaria por implícita. Prefiero pensar que las “crónicas desarmadas” de Salazar merecen ser leídas por todo aquel que crea en la exploración de la poesía que guardan los seres y las cosas del mundo, incluso los seres que ejercen la violencia, incluso las cosas que mueven la violencia.

Ramona – Opinión – 13 de agosto de 2023

https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/guerra-taxi-geografia-poetica-violencia/20230812201920917088.html