Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

Clark Kent, alter ego de Supermán, acaba de renunciar al Daily Planet. Lo hizo por razones éticas, en protesta por la deriva sensacionalista del periódico. El director del diario, Perry White, lamentó la decisión de su reportero estrella, pero no dio ninguna explicación sobre el giro editorial de su periódico. No lo dijo, pero está claro que la crisis del modelo de negocios de los medios impresos ha llegado a Metrópolis y ha golpeado a su medio más emblemático. La propia editorial DC Comic admitió que la dimisión es “un reflejo de los problemas por los que pasa la profesión” en estos momentos, a raíz del nuevo “rol de los medios de comunicación, el desequilibrio entre información y entretenimiento y el crecimiento del periodismo ciudadano”. De hecho, el propio Kent, al anunciar su renuncia en medio de reproches a su jefe y a su novia y colega, Luisa Lane, ocupada en la cobertura de un escándalo sexual, reveló que seguirá trabajando como periodista, pero que a partir de ahora lo hará en su propio blog de Internet.

Esto ocurre en el cómic, pero tampoco hay buenas noticias para los medios impresos en el mundo real. El semanario Newsweek, un verdadero ícono de la prensa estadounidense y mundial, dejará de imprimirse en papel y, a partir de ahora, con menos personal y recursos, publicará exclusivamente una edición digital, que será de pago. Su directora, Tina Brown, afirmó que ha sido imposible superar los problemas económicos que supone la impresión en papel ante la brutal caída de la publicidad y la drástica reducción de las circulación, que ha bajado de los cuatro millones de ejemplares, en los años 80, a 1,4 millones este año. Cuatro meses antes, Andrew Miller, presidente del diario londinenses The Guardian, otro referente del periodismo de calidad durante décadas, había anunciado la decisión de su empresa de dar prioridad a la edición digital con la evidente intención de cerrar la edición impresa en el corto plazo, aunque no fijó fecha.

Y, claro, uno se pregunta si Supermán no pudo hacer nada para evitar que el Daily Planet acuda al sensacionalismo para sobrevivir, qué puede hacer la señora Brown por Newsweek o el señor Miller por The Guardian, que no sea cambiar de soporte, teniendo en cuenta que a estas alturas del partido el periodismo de calidad resulta insuficiente para salvar un modelo de negocio en crisis. Y quienes todavía persisten en la aventura de imprimir periódicos bien podrían exclamar, evocando a otro superhéroe, “…y ahora, ¿quién podrá defendernos?”.

La respuesta no es sencilla. Juan Luis Cebrián, presidente ejecutivo del Grupo Prisa, editor del diario El País de Madrid, y Rosental Calmon Alves, director del Centro de Periodismo de la Universidad de Austin, Texas, coincidieron en señalar en la última Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que el periodismo está en un “proceso irreversible y doloroso de transformación”. El propio Andrew Miller afirmó que el paso del periodismo impreso al digital “es una tendencia inexorable”.

Hace once años, en 2001, me tocó planificar, poner en marcha y dirigir el Servicio Online en Español  de la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Eran los años del boom de las “punto.com”. Un joven uruguayo, Fernando Espuelas, había revolucionado Internet con el portal en español StarMedia, que llegó a alcanzar un valor de mercado de más de 3.800 millones de dólares, mientras Terra, el portal de la Telefónica de España, veía crecer la cotización de su título bursátil desde los 11,81 euros hasta los 157,65 euros por acción en apenas cuatro meses.

La agencia Reuters creó más de 50 redacciones en todo el mundo para alimentar su servicio online con contenidos exclusivos. El propio portal Terra abrió oficinas en todos los países latinoamericanos y llegó a pagar más de 60 millones de dólares a un diario brasileño por el derecho a reproducir sus contenidos la noche anterior a la salida de la edición impresa. Era la época en que el dinero fluía a raudales por las venas de la Red, tanto o más que las noticias.

La agencia DPA negociaba un contrato millonario con Terra para la instalación de sendas redacciones en inglés, español y portugués en Madrid cuando se produjo el estallido de la “burbuja”, porque, como se sabe, la ilusión duró lo que una pompa de jabón. DPA se quedó sin contrato, Reuters, Terra y StarMedia cerraron una a una las redacciones online que habían sembrado por todo el mundo, y todos tuvimos que desandar el camino para retornar al punto donde habíamos empezado, a la modesta redacción multimedia y a los periodistas “milusos”.

Han pasado más de diez años desde el estallido de la burbuja y de la crisis de las “punto.com”. La revolución tecnológica sigue su marcha a pasos agigantados y, con ella, el periodismo digital. Del volcado de noticias de los medios impresos de hace una década, hemos pasado a la producción de contenidos propios. Las visitas a los portales y periódicos digitales han crecido exponencialmente. Internet tiene actualmente 1.500 millones de usuarios, una cifra que se triplicará en los próximos seis años.

Sin embargo, el dinero sigue sin fluir hacia los nuevos medios. Como dijo Cebrián, el modelo de negocio de los medios tradicionales se agota día a día y todavía no existe una alternativa clara que permita a las grandes empresas periodísticas volver a ser rentables. Pero, en cualquier caso, según el mismo editor, la respuesta a todas las incógnitas está en la revolución digital, en Internet, aunque este nuevo modelo no acaba de encontrar su quicio. “¿Cuál será el modelo de negocio?”, se preguntó el ejecutivo de PRISA. “De momento no hay un modelo definido. Nadie por ahora ha conseguido rentabilizar las operaciones en la Red. Puede ser que algunos medios hayan tenido éxito en cuanto al número de usuarios, pero económicamente nadie ha dado aún con la respuesta”.

Los anuncios en las ediciones impresas se han visto reducidos en más de un 60 por ciento en los últimos cinco años y, al mismo tiempo, la publicidad en Internet ha crecido vertiginosamente. Según la asociación IAB de España, la inversión publicitaria en medios digitales españoles superó por primera vez a la de los medios impresos, al registrar en un semestre 434,4 millones de euros frente a los 369,7 millones de los medios impresos. No obstante, según Cebrián, el modelo en la Red sigue sin ser rentable. Por cada dólar que ganan los medios digitales, los impresos pierden diez.

La edición digital de The Guardian alcanzó en mayo pasado 50 millones de lectores únicos mensuales y 2,8 millones de lectores púnicos diarios, pero ese éxito aún no se ha traducido en beneficio económico. Los ingresos digitales suponen actualmente entre 35 y 40 millones de euros. La empres espera que llegue a 90 millones en cinco años, menos de la mitad de los ingresos totales actuales de la edición impresa.

La lucha de los medios impresos por la supervivencia frente al mundo digital tuvo una particular expresión en Brasil. Los 154 miembros de la Asociación Nacional de la Prensa decidieron hace un par de semanas retirarse de Google News debido a que el gigante de Internet, el buscador más utilizado en  mundo, se rehusó a pagar a los periódicos un canon por la utilización de la información en su sitio.

El conflicto tiene que ver con el papel de Google en el mercado de la publicidad en línea. Los medios impresos brasileños, como los de otros países, quieren parte del papel para compensar las pérdidas que sufren con sus ediciones impresas. “Google Noticias se beneficia comercialmente con este contenido de calidad y se niega a discutir un modelo de remuneración por la producción de esos materiales”, explicó el presidente de la Asociación de la Prensa, Carlos Fernando Lindenberg Neto.

En 2010, la agencia de noticias Associated Press (AP) se había retirado del portal en protesta por la difusión gratuita de sus contenidos, pero poco después alcanzó un acuerdo con el buscador.

Pero no es únicamente una crisis del modelo de negocios. Es también una crisis del periodismo tradicional. La revolución tecnológica ha provocado no solamente un cambio en los hábitos de consumo de medios, sino también en la actitud de los usuarios antes estos. La sociedad se resiste a mantener una actitud pasiva, como hasta hace poco, y quiere participar en la producción y difusión de la información.

Muchos autores, entre ellos los partidarios del llamado “periodismo ciudadano”, sostienen que las nuevas tecnologías han lanzado al público a la conquista de los medios y algunos afirman que estamos ante una rebelión de los ciudadanos contra el poder de la prensa tradicional y de los periodistas profesionales. Es decir, no estamos únicamente ante una revolución mediática, sino ante una “revolución democrática”, un proceso que está redefiniendo el rol del periodismo y del periodista y que permitirá, gracias a los nuevos medios, “proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”, en la conocida definición de Bill Kovach.

En medio de tantas malas noticias sobre el futuro de los medios impresos, el columnista de política internacional Moisés Naím acaba de llamar la atención sobre la noticia que difundió el corresponsal de The New York Times en Shanghai, David Barboza, sobre la corrupción de los familiares del primer ministro chino, Wen Jiabao. Naím pone este artículo de gran repercusión mundial como un ejemplo del buen periodismo, que no hubiese podido ser elaborado por un bloguero o por un portal que se limita a reproducir contenidos de otros en la Red, ya que la investigación requirió no solamente recursos financieros, sino de los altos estándares profesionales de The New York Times.

“Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial. Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad de financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como este del The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobreceríamos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad”. Sostiene Naím.

La reflexión de Mosés Naím no deja de ser alentadora para quienes disfrutamos la lectura de la prensa diaria incluso a riesgo de terminar el desayuno con las manos entintadas. Y, como Naím, pienso que el buen periodismo salvará a la prensa tradicional de su muerte anunciada y dignificará a los nuevos medios.

Las nuevas tecnologías han ampliado la libertad de expresión y el acceso a la información, al haber dado voz a los que no la tienen, y han dado a luz a nuevas formas de comunicación; el hipertexto y la intercreatividad han revolucionado los géneros periodísticos, pero el periodismo siempre será un oficio de periodistas, porque detrás de cada contenido siempre estará la mano de un profesional.

La revolución digital ha cambiado y está cambiando los paradigmas. Nos plantea muchas incógnitas y pocas respuestas, sea sobre el futuro de los medios tradicionales, el modelo de negocio o el rol del periodismo, pero si hay alguna certeza es que los nuevos medios no ponen en riesgo nuestro oficio, como temen muchos colegas, porque el buen periodismo no está reñido con la urgencia online ni depende de los soportes que lo sustentan.

El escritor guatemalteco Augusto Monterroso se consagró como el autor del cuento más corto de la historia de la literatura en español, El dinosaurio, un texto de apenas siete palabras y 50 caracteres: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”. Si los 140 caracteres de un Twitt sobran para escribir un cuento de la complejidad, concisión y belleza de El dinosaurio, ¿por qué no ha de ser posible redactar una pieza periodística de calidad dentro de los mismos límites digitales?

(Ponencia presentada por el autor en la mesa redonda “El futuro del periodismo y el rol de los medios en la era digital”, organizada por la Fundación para el Periodismo, con la participación de Josh Friedman, Premio Pulitzer 1985 y director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia; Miguel Wiñazki, director de la Maestría de Periodismo del diario Clarín de Buenos Aires, y el expresidente Carlos Mesa. La Paz, 30 de octubre de 2012).

La Sala de Redacción, taller del periodista

Víctor Toro Cárdenas, presidente de la Fundación Para el Periodismo, nos recuerda el intenso debate que agitó al gremio periodístico en coincidencia con el surgimiento de las primeras escuelas de periodismo a nivel universitario. ¿El periodismo es una ciencia o es un oficio?

Yo, como muchos colegas, soy de los que piensa que el periodismo es un  oficio y que, como tal, se aprende en un taller. Y el taller del periodista no es otro que la sala de redacción. Yo pertenezco a una generación de periodistas que se formó en esa escuela, en la escuela de la cobertura diaria.

En esa época, estamos hablando de los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica ni siquiera existía en proyecto, lo más cercano a la “formación académica” –si podemos llamarla de ese modo– a la que podía aspirar un joven boliviano, era el curso de periodismo “por correspondencia” que se ofrecía desde algún país latinoamericano.

Hasta entonces, las escuelas de los periodistas eran las salas de redacción de los periódicos y de algunos medios en particular, como la Agencia de Noticias Fides (ANF) o el diario Presencia, donde maestros como el padre José Gramunt o Huáscar Cajías impartían su cátedra con un lápiz rojo en la mano y un amplio bagaje de normas estilísticas que habían ido acumulando en la memoria a fuerza de corregir originales.

Bolivia no era la excepción. Ocurría lo mismo en otros países, como nos cuenta el maestro Gabriel García Márquez en su texto clásico El mejor oficio del mundo, en el que evoca sus clases prácticas en las redacciones de El Universal y El Heraldo, donde se graduó como “reportero raso”, y sobre todo en las tertulias de los cafetines y las cantinas de Cartagena y Barranquilla.

No es difícil supone que los “manuales de estilo” surgieron precisamente de la práctica diaria de esos editores curtidos en la experiencia, en sus “cátedras ambulatorias y apasionadas”, como las llama García Márquez, ante la necesidad de unificar criterios mediante reglas precisas, a fin de dar coherencia a los relatos periodísticos.

Es la explicación también para la proliferación de manuales y libros de estilo, tanto que llevó a Ernest Hemingway, maestro de varias generaciones de periodistas, a dar un consejo hoy todavía vigente: “Las fórmulas periodísticas –dijo– han sido probadas, aprobadas y santificadas. Todas  en conjunto se reducen a ciento diez reglas, de las cuales solo dos son válidas. Regla número uno: usar frases cortas; regla número dos: emplear un estilo directo, sin rodeos”.

Alguna vez le preguntaron al amigo Paulovich  (Alfonso Prudencio Claure) si el periodista nace o se hace. “¡Se deshace!”, respondió sin asomo de duda, tal vez pensando en que no existe nada más letal  para cualquier pretensión literaria que las normas básicas del lenguaje periodístico: claro, preciso, conciso y directo.

Es cierto que la vocación es fundamental, llevar “la tintan en la sangre”, pero también, como dije al principio, creo que el periodismo es un oficio y, como todo oficio, requiere de técnicas y herramientas para ejercerlo con la maestría y la solvencia  de cualquier artesano.

Muchos sostienen que el periodismo es un arte y algunos, como el veterano corresponsal de guerra español Manuel Manu  Leguineche, afirman que incluso “periodismo y literatura son orillas del mismo río”. En todo caso, yo creo firmemente que el periodista “se hace” y que no tiene otra “musa” que la realidad, a la que interpreta y recrea a la hora de contar historias en cualquiera de los géneros.

Y esto explica la utilidad de una publicación como Sala de Redacción, que alude, precisamente, al “taller” donde se forman los verdaderos periodistas. No es, como advierte Víctor Toro, un manual al estilo clásico, sino una “guía práctica”, como precisa el subtítulo de la obra.

“Sus autores” –nos dice Víctor Toro– no intentan dar lecciones de periodismo, sino orientar a periodistas y estudiantes de periodismo sobre cómo narrar de mejor manera la historia de cada día”, desde diversos puntos de vista, no solamente desde  “la necesidad de escribir bien”, sino de hacerlo a partir de  la práctica de principios fundamentales, como lo9s derechos humanos, la ética y la democracia.

Así, Isabel Mercado, verdadera arquitecta de la obra que presentamos, no recuerda la importancia de no olvidar principios elementales del lenguaje, la materia prima del periodismo, que nos suele jugar muy malas pasadas a todos los periodistas, novatos y veteranos. Se dice que los médicos entierran sus errores, que los abogados los encarcelan y que los periodistas los publicamos. Pues bien, conviene conseguir los consejos de Isabel, al menos hasta que la Real Academia de la Lengua tome en serio la propuesta de García Márquez de simplificar las reglas gramaticales.

Isabel también nos recuerda –yo diría que más bien nos enseña– cómo escribir sin aburrir al lector sobre economía y negocios, cómo contar las historias que afectan a la vida cotidiana y a los bolsillos de los ciudadanos, pero sobre todo nos enseña, en el marco de sus especialidad, cómo evitar el sensacionalismo, el estereotipo y la discriminación. En resumen, cómo escribir respetando los derechos humanos y la dignidad de las personas.

Renán Estenssoro, director ejecutivo de la Fundación, nos tiende una mano para evitar la vergüenza de la franca ignorancia o las imprecisiones a la hora de abordar temas jurídicos. Uno de los principios del periodismo es: “Si dudas o no sabes, no lo escribas”, pero, a partir de ahora, podemos decir, al menos en los temas jurídicos: “Si dudas o no sabes, consulta con Renán”. Todo ello, además, teniendo en cuenta que el periodista debe ser claro pero al mismo tiempo preciso, un equilibrio que suele ser difícil a la hora de escribir sobre temas especializados.

Alberto Bailey nos dice que la ética es la brújula que orienta el accionar del periodista y pasa revista a los principios de autorregulación que sostiene la calidad y credibilidad del trabajo periodístico, en tanto que Carlos Mesa, en su doble condición de periodista e historiador, nos describe diez momentos clave de la historia de Bolivia, un pequeño gran resumen de lo que debería conocer todo periodista que quiera escribir sobre la realidad boliviana.

Yo me inicié como periodista en 1964. Un amigo jesuita me dijo que el padre Gramunt necesitaba un redactor para el informativo del mediodía. Cuando llegué a Fides, Gramunt me preguntó: “¿Sabes escribir?  ”Depende”, le respondí para ganar tiempo. A continuación me dictó  algunos datos sobre un hecho cualquiera y me pidió que redactara con ellos una noticia. Así lo hice en una vieja máquina de escribir Olivetti. Cuando terminé, Gramunt leyó detenidamente mi texto, hizo varias correcciones con su lápiz rojo y me dio algunas indicaciones sobre la estructura de una noticia. Fue mi primera lección de periodismo. Años después, cuanto ingresé a la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica, a cuya primera promoción pertenezco, me enteré que la explicación del padre Gramunt correspondía a la “pirámide invertida”.

Recordé esta primera experiencia al leer Sala de Redacción y me dije a mi mismo: cómo me hubiese gustado tener un texto como éste cuando me inicié hace 48 años en la vieja redacción de la Agencia Fides del Colegio San Calixto.

(Texto leído en la presentación del manual Sala de Redacción – Guía práctica de periodismo y derechos humanos, editado por la Fundación Para el Periodismo. La Paz, 13 de septiembre de 2012).