El Padrino como mentor político

Un político español dijo en una reciente entrevista que todo lo que sabía de política lo había aprendido de El Padrino. Tal vez sólo quiso ser ingenioso al responder al periodista, pero algo de cierto hay en sus palabras. No en vano el hijo de Don Corleone, Michael, obviamente el mejor discípulo del capo, decía que “la política y el crimen son lo mismo” y que su padre, como toda persona con poder, no era diferente de “cualquier hombre poderoso, como un presidente o un senador”.

Desde luego, no todos los políticos piensan que todo vale para conquistar o mantenerse en el poder, pero la falta de escrúpulos de muchos de ellos induce a creer que, si bien no tienen a Don Corleone como mentor, han visto varias veces la saga cinematográfica completa y suponen que el fin justifica los medios. 

Y no me refiero únicamente a conductas claramente criminales, como las que vimos en el  reciente bloqueo al suministro de oxígeno e insumos médicos a los hospitales, sino a la ausencia de todo principio ético en el quehacer político de quienes están obligados no solo a ser personas de sólidos principios morales, sino también a parecerlo, porque, como bien dijo el historiador y politólogo James MacGregor Burns, “divorciado de la ética, el liderazgo se reduce a la gestión y la política a una mera técnica”.

La ética empieza por el reconocimiento de los errores cometidos y la promesa de enmendarlos. Si no hay consciencia de la falta, tampoco hay contrición. Obviamente me refiero a quienes han ejercido funciones públicas y, tras haber sido desplazados del poder, creen que pueden reconquistarlo con solo volcar la página y volver a fojas cero.

Clama al cielo escuchar hablar al presidente huido y a su vicario en Bolivia de “golpe” y “fraude”, como si el propio líder exiliado no hubiese sido el primero en señalar que desconocer el resultado del referéndum equivalía a dar un golpe de Estado y como si él no hubiese sido quien anuló las elecciones del 19 de octubre pasado, en un reconocimiento implícito de su carácter fraudulento.

Pero no, ahí los tenemos a ambos, hablando de “golpe” y “fraude”, como si no existieran ni el 21 de febrero ni el 19 de octubre. ¡Los burros hablando de orejas! Lo grave no es la falta de memoria, sino la amenaza que implican sus advertencias.

Algunos observadores creen ver en ciertas declaraciones de la dupla electoral masista una suerte de autocrítica y un síntoma de división interna, como cuando afirman que el desconocimiento del referéndum fue un error, que el famoso “entorno” no puede volver al gobierno  o que el Jefazo “tiene que resolver primero sus temas pendientes en los estamentos judiciales”. Sin embargo, la praxis partidaria histórica y reciente del Movimiento Al Socialismo (MAS), la práctica del todo vale, no invita precisamente al optimismo. 

“Ahora tal vez (haya) otro golpe (de Estado) y ahí estamos hablando con algunos miembros de las Fuerzas Armadas, con empresarios, con la Iglesia Católica”, declaró el líder exiliado. “Nosotros no vemos la posibilidad de que nos ganen, excepto con un fraude”, repitió su vicario. Son declaraciones que dejan entrever que la cúpula masista da por cierta su derrota y se apresura a abrir el paraguas para justificar acciones futuras. ¿Y cuáles serían esas acciones? Es fácil adivinarlas. ¿Acaso no desconocieron el resultado de un referéndum? ¿Acaso no intentan imponer sus razones por la vía de los hechos?

Las advertencias no sólo están dirigidas a las autoridades y rivales políticos, sino al propio electorado: O ganamos o convulsionamos el país, un chantaje digno de un guion de Francis Ford Coppola para la saga de El Padrino. En uno de los diálogos memorables de la película, Don Corleone le dice al cantautor Johnny Fontane: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”.

Es la “oferta” que estará en la mesa el próximo 18 de octubre y que requiere de una respuesta contundente en las urnas. Las tres últimas encuestas perfilan una probable segunda vuelta, posibilidad reforzada con la renuncia de la señora Jeanine Añez a su candidatura, pero la persistente división del bloque antimasista podría dar la victoria en la primera vuelta al partido desplazado del poder. 

Dependerá de la “unidad en la base del electorado” a favor del candidato con mayores posibilidades de vencer al binomio masista, a través de la conquista de los indecisos y de los “votos útiles”, y de la contundencia de la respuesta, imprescindible para garantizar una segunda vuelta. Pero, claro, no todo lo resolverá el “voto útil”. Nunca falta el “tonto útil” que, con su persistencia en el error, ayuda al rival que dice combatir, como ocurrió en elecciones pasadas.

Página Siete – 24 de septiembre de 2020

Los días de la marmota

Como en El día de la marmota, la comedia interpretada por Bill Murray y Andie MacDowell, los bolivianos parecemos condenados a revivir cada día la misma historia. Murray interpreta en la famosa película a un periodista que acude a Punxsutawney, un pequeño pueblo de Pennsylvania, donde, según una tradición rural, una marmota “predice” cuán largo será el invierno a través de la sombra que proyecta su cuerpo al salir de su madriguera. Una tormenta obliga al reportero a pernoctar en la ciudad, pero al día siguiente –y en los días sucesivos–, al despertar y escuchar la radio, comprobará azorado que el tiempo ha detenido su marcha y que está condenado a vivir una y otra vez el mismo día, el día de la marmota.

Al igual que Bill Murray, los bolivianos nos desayunamos cada mañana con las mismas noticias y la sensación de estar atrapados en el tiempo. Pero a diferencia del héroe de la película, que a fuerza de revivir sus acciones y enmendar sus errores termina cambiando el curso de la fatídica jornada, el pueblo boliviano gira y gira en torno a sus problemas como el borrico alrededor de la noria. Los conflictos aparecen y reaparecen, sin haberse movido ni un milímetro del punto en que surgieron. 

La pandemia y la cuarentena han acrecentado esta sensación, con días calcados unos de otros.  Esta suerte de inmovilismo que parecería haberse instalado en el país se refleja en los medios de comunicación, con contenidos monotemáticos y titulares que se repiten cíclicamente, y en los discursos de muchos de los políticos, en una retahíla que resulta aburrida cuando no cínica.

“¿Y si no hay mañana? Hoy no lo ha habido. Hoy es mañana”, dice Murray en uno de los diálogos del filme. “¿Sabes qué día es hoy?”, insiste en otro. “Hoy es mañana”. Cuando uno ve la portada de los periódicos queda con la sensación de estar viendo los diarios del día anterior. Lo peor es saber que al día siguiente nos encontraremos más o menos con las mismas noticias. 

Y no se trata simplemente de las estadísticas de contagiados y fallecidos, de las que el lector o el televidente ya no lleva la cuenta, ni del recuento de las carencias para enfrentar la pandemia o de las cuarentenas que se flexibilizan o endurecen en función de cómo sopla el viento político, sino de muchas conductas previas a la aparición del coronavirus que uno hubiese querido ver superadas a la luz de la desgracia colectiva.

¿Acaso es nuevo el chantaje de “los abajo firmantes” con las medidas de hecho “hasta las últimas consecuencias”? Ahí están los bloqueos por todo y para todo, movilizaciones de unos pocos que afectan a muchos, conductas –muchas de ellas delictivas– que nos hacen pensar, como escribí en una columna anterior, que la “nueva normalidad” no será otra cosa que la “vieja anormalidad”. Como diría la canción ranchera, “nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores”. 

Y la política no es ajena a esta realidad. El hoy se parece demasiado al ayer. Las últimas encuestas parecen indicar que marchamos hacia un escenario muy parecido, calcado, al de octubre pasado, con una campaña de todos contra uno, pero con los “todos” divididos, como siempre. ¿Quién se baja? ¡Nadie se baja! A diferencia del protagonista de El día de la marmota, la repetición de los errores no nos ha ayudado a enmendarlos. 

Alguien ha dicho que la historia envejece rápidamente hasta marchitarse por completo y que la memoria no es otra cosa que la historia marchita, pero a muchos de los candidatos que dicen querer evitar el retorno del autoritarismo, no les queda ni la memoria. En la persistencia del error, confunden al rival y ayudan al candidato que dicen combatir, como en octubre pasado. No tienen opciones de éxito, pero siguen en carrera con el argumento de que “las encuestas mienten” o “la campaña recién empieza”, aunque saben a ciencia cierta –lo dicen los expertos- que una campaña no cambia tendencias. Las reafirma, si no las profundiza.

Al vicario del presidente huido le preocupa –y con razón– que el presente convoque al pasado y que termine por deteriorar su “voto duro”, como parece indicar su caída en las encuestas. Tal vez por ello mira a otra parte ante las acusaciones que pesan contra su mandante y respira aliviado ante su inhabilitación, confiado en que “la distancia es el olvido”, como en el bolero.

Su principal rival repite la estrategia que lo llevó a la gran final de octubre pasado. Como dijo el líder histórico de los trabajadores mexicanos, Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la foto”. No se movió de esa línea y sigue ahí. Si las tendencias se mantienen, saldrá en la foto del 18 de octubre. Alguien ha dicho que “gobernar es hacer descontentos”. Es lo que le ha pasado a la tercera en discordia. Ha tenido errores de gestión, pero también es justo reconocer que le ha tocado bailar con la más fea: la crisis sanitaria.

Vamos, pues, hacia una elección que será dirimida por el voto útil, como en octubre pasado, con la esperanza de que la balanza se incline a favor de la democracia.

Página Siete – 10 de septiembre de 2020

El año que vivimos peligrosamente

Bolivia ha caminado muchas veces al borde del precipicio durante su vida republicana. Tantas que incluso han dado material para una que otra broma. El periodista argentino Rogelio “Pajarito” García Lupo solía contar una anécdota de su visita a La Paz tras una de las tantas asonadas de los años 70, cuando un general del Ejército, al hacer el balance de la crisis militar recién resuelta, le comentó aliviado: “Hemos estado al borde del precipicio, pero hemos dado un paso al frente…”.

Después de tres guerras internacionales, revoluciones y rebeliones armadas de todo signo y más de un centenar de golpes de Estado, sin contar catástrofes naturales, hambrunas y epidemias, no deja de ser un tópico afirmar que Bolivia vivió siempre al filo de la navaja. Y también que el país supo frenar al asomarse al abismo, que es lo que quiso decir el militar entrevistado por García Lupo.

“¡Tranquilo! Ya verás cómo se soluciona todo en el último minuto”, fue una de las frases más escuchadas durante los sucesos de noviembre pasado y los recientes bloqueos, cuando todo parecía indicar que nos acercábamos dramáticamente a un enfrentamiento fratricida. Cualquiera diría que a los bolivianos nos gusta acariciar el peligro, pero damos un paso atrás -¡no adelante!- cuando sentimos el vértigo del precipicio.

Al hacer el recuento de los acontecimientos que vivió Bolivia desde los pavorosos incendios de la Chiquitania hasta la insensata movilización de la COB masista, no pude menos que recordar la película El año que vivimos peligrosamente, no tanto por el tema, como por el título. No soy el primero en evocar el filme. Lo han hecho otros columnistas de la prensa internacional a propósito de la pandemia que afecta a la humanidad. ¡Cómo olvidar este 2020! El caso es que Bolivia no sólo fue víctima del coronavirus. Sufrió otras “pandemias”, no menores, que se fueron concatenando una tras otra, sin darnos tiempo para tomar aire, en una suerte de maldición bíblica.

En “el año que vivimos peligrosamente” en Bolivia, perdimos cientos de miles de hectáreas de bosques y más de un millar de especies, sufrimos un intento de fraude electoral, vimos caer a un régimen autoritario de catorce años, sobrevivimos un cerco a las ciudades, fuimos víctimas de un bloqueo de carreteras, con atentados criminales a la salud pública, y aguantamos la pandemia “a pecho descubierto” debido a la falta de recursos humanos y materiales. “¿Todavía están vivos?”, me preguntó un periodista español después de la última emergencia.

Como dijo Gabriel García Márquez en una de sus primeras novelas, La mala hora, “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”. Parecería que los bolivianos hemos estado haciendo precisamente eso, sobrevivir a las tragedias que nos depara cada “mala hora” de nuestra historia, aferrándonos, como podemos, a las oportunidades que nos salen al paso.                  

Los bolivianos vivimos con el Jesús en la boca y respiramos aliviados después de cada crisis, a la espera de soluciones que nunca llegan. Como en el famoso cuento de Augusto Monterroso (El dinosaurio), cuando despertamos, los problemas siguen aquí.  Tal vez por eso, a la frase “ya verás cómo se arregla todo en el último minuto…”, agregamos en tono precavido: “….vamos a ver hasta cuándo”, mientras tocamos madera y cruzamos los dedos. 

Como siempre ha ocurrido en nuestra historia, no bien superamos una crisis, aparece la que sigue en turno, la que faltaba, la que había permanecido agazapada en el recodo del camino mientrasnos ocupábamos de la primera, tal vez porque en la anterior no dimos un paso atrás, sino un paso al costado. 

El bloqueo cobista es cosa del pasado, pero el futuro sigue siendo tan incierto como hace un año, con unas elecciones generales como la meta a conquistar y un pico epidemiológico de por medio. 

¿Sobreviviremos? Como dicen los mexicanos, “lo más seguro es que quién sabe”. El corto plazo en Bolivia es demasiado largo como para aventurar  pronósticos. En todo caso, si en algo podemos confiar, es en ese “sexto sentido” del pueblo boliviano –algunos lo llaman madurez política– para evitar el suicidio.

En la película de Peter Weir, interpretada por Mel Gibson como el periodista Guy Hamilton, y la actriz Linda Hunt, quien da vida a un personaje masculino, el fotógrafo Billy Kwan, ambientada en la Indonesia de la rebelión comunista contra el dictador Sukarno de fines de los 60, Kwan le dice a Hamilton: “Uno no debe ver los problemas de manera global, debe hacer lo que puede para aliviar las pequeñas miserias cotidianas”. 

Tal vez ese sea el problema de Bolivia. Que no supimos resolver nuestras “pequeñas miserias cotidianas”. Ojalá que podamos hacerlo después de reflexionar y sacar las consecuencias del año que vivimos en peligro.

Página Siete – 27 de agosto de 2020

Nicolás Guillén, la poesía en ritmo de son

Nació con la independencia formal de su país, en la Cuba de la enmienda constitucional Platt que concedía Estados Unidos el “derecho” de intervención, hecho que marcaría su vida política y literaria como intelectual comprometido. Hijo de padres mulatos, síntesis de la cubanidad, Nicolás Guillén, el poeta que reivindicó el “color cubano” del mestizaje afroantillano, cantó sus versos en ritmo de son. 

Tenía 28 años cuando el periódico habanero Diario de Marina publicó por primera vez sus Motivos de son (1930), ocho poemas rítmicos y sonoros como la música afrocubana, que inicialmente se constituyeron en motivo de escándalo más que de halago, no por el son, que daba ritmo al tradicional octosílabo, sino por su contenido reivindicativo del mestizaje y la afirmación de un orgullo que impregnaría  también su siguiente libro de título onomatopéyico: Sóngoro cosongo (1931).

“He tratado de incorporar a la literatura cubana, no como simple motivo musical, sino como elemento de verdadera poesía, lo que pudiera llamarse poema-son, basado en la técnica de esa clase de baile tan popular en nuestro país”, explicaría años después. “Mis poemas-sones –añadiría–  me sirven además para reivindicar lo único que nos va quedando que sea verdaderamente nuestro, sacándolo a la luz, y utilizándolo como un elemento poético de fuerza”.

Hijo de un combatiente por la independencia que murió en una de las tantas luchas entre liberales y conservadores de principios del siglo pasado, Nicolás Cristóbal Guillén Batista, conocido como Nicolás Guillén a secas, nació en la provincia de Camagüey el 10 de julio de 1902. Fue educado en los principios católicos de su madre, Argelia Batista Arrieta, y las ideas igualitarias de su padre, el senador  liberal Nicolás Guillén Urra, credo e ideario que alimentarían su poesía y su afán por la justicia social. 

Perdió a su padre, asesinado por soldados del régimen conservador de la época, a sus 15 años, hecho que le obligó a ocuparse del sustento familiar como primogénito entre seis hermanos. Dejó constancia de su amor filial en uno de sus poemas: ”No puedo hablar pero me obligan/ el perfil de mi padre, su índice del recuerdo;/ no puedo hablar, pero me llaman/  su detenida voz y el sollozo del viento”  (Elegía camagüeyana).

Estudió la primaria y secundaria en Camagüey, época en la que asistía en horario nocturno a las lecciones de preceptiva literaria que dictaba el profesor Tomás Vélez, con quien estudió a los autores del Siglo de Oro español (Quevedo, Góngora y Lope de Vega). Publicó sus primeros poemas en las revistas Gráfico y Camagüey.

Al terminar el bachillerato, se trasladó a La Habana para estudiar Derecho, carrera que abandonó poco tiempo después por el amor a la poesía y la falta de recursos económicos. Escribía “una que otra notita” para la prensa local y asistía los viernes por la noche a la tertulia literaria del café Martí. “Yo que pensaba en una blanca senda florida,/ donde esconder mi vida bajo el azul de un sueño, hoy,/ pese a la inocencia de aquel dorado empeño,/muero estudiando leyes para vivir la vida”, se refirió con ironía a su paso por la universidad.

Retornó a Camagüey, donde dirigió la revista literaria Lis, mientras se ganaba la vida como tipógrafo, corrector de pruebas y redactor del periódico El Camagüeyano, pero no tardó en volver a La Habana, en 1926, a sus 24 años, en busca de nuevos horizontes. Por esos mismos días entabló contacto con varios poetas, entre ellos Federico García Lorca (1898-1936) y el afroamericano Langston Hughes (1902-1967).

La publicación de Motivos de son, en 1930, lo lanzó a la fama, ya que varios de los poemas del libro fueron musicalizados por compositores de la época. No fue esa la única razón por la que el poemario se convirtió en un gran acontecimiento cultural, sino –y sobre todo– porque Guillén  incorporó a la poesía la musicalidad del son, el ritmo afrocubano por excelencia, y la fonética y modismos del lenguaje mestizo de la isla, algo que no había ocurrido hasta entonces en la literatura antillana.

Lo llamaron el “poeta de la negritud”, pero, en realidad, como él mismo decía, lo que siempre quiso reivindicar fue el “color cubano” del “mestizaje blanquinegro”. “La inyección africana en esta tierra es tan profunda, y se cruzan y entrecruzan en nuestra bien regada hidrografía social tantas corrientes capilares, que sería trabajo de miniaturista desenredar el jeroglífico”, según escribió en el prólogo de Sóngoro cosongo.

¿Po qué te pone tan brabo,
cuando te disen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?
Bembón así como ere
tiene de to;
Caridá te mantiene,
te lo da to.

Mario Benedetti (1920-2009) elogió “el ritmo y la música verbales” de Sóngoro cosongo, el “versolibrismo” de West Indies Ltd. y el “humor travieso” de El Gran Zoo, como muestras de su gran versatilidad. Citó su poema Todo mezclado  para señalar que, si bien en su poesía estaba “todo mezclado”, las tendencias y estilos se complementaban sin estorbarse, porque en la obra del cubano cada “movimiento se origina en el anterior, casi sin contradecirlo, simplemente abriendo sus cauces, generando afluentes, incorporando palabras recién nacidas”.

En una carta dirigida al autor de la poesía mestiza, el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936) le confesó haber sentido el ritmo y la música de los negros y mulatos en cada uno de los versos de Motivos de son y Sóngoro cosongo. “Es el espíritu de la carne, el sentimiento de la vida directa, inmediata terrenal. Es, en el fondo, toda una filosofía y una religión”, le escribió.

Como recuerdan los estudiosos de su obra, Guillén mantuvo en Sóngoro cosongo la “línea negrista” de la poesía que inauguró en Motivos de son, pero al mismo tiempo profundizó la denuncia política y social, producto de su observación de la discriminación, marginalidad y pobreza en que vivían negros y mulatos.

“No ignoro, desde luego, que estos versos les repugnan a muchas personas, porque ellos tratan asuntos de los negros y del pueblo. No me importa. O mejor dicho: me alegra”, escribió en Las grandes elegías y otros poemas.

¡Ay, negra, 
si tú supiera! 
Anoche te bi pasá
 y no quise que me biera. 
A é tú le hará como a mí, 
que cuando no tube plata 
te corrite de bachata, 
sin acoddadte de mí. 
Sóngoro cosongo, 
songo bé; 
sóngoro cosongo 
de mamey; 
sóngoro, la negra 
baila bien; 
sóngoro de uno 
sóngoro de tre.

Guillén publicó West Indies Ltd. en 1934, un año después de la “revuelta de los sargentos” encabezada por el coronel Fulgencio Batista, instigada por Estados Unidos, obra en la que denuncia la injusticia social y la intervención extranjera (“¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y/ aguardiente…/ Éste es un oscuro pueblo sonriente,/ conservador y liberal,/ ganadero y azucarero,/ donde a veces corre mucho dinero,/ pero donde siempre se vive muy mal”).

Tres años después, en 1937, visitó México para participar en un congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México, donde  coincidió con decenas de escritores y artistas socialistas y comunistas, como el compositor Silvestre Revueltas y los muralistas Diego Rivera y Alfaro Siqueiros. Ese mismo año se desplazó a España, en plena Guerra Civil (1936-1939), para asistir al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, evento en el que conoció e hizo amistad con Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Octavio Paz, Rafael Alberti, César Vallejo y León Felipe, entre otros.

De esa época datan sus poemarios Cantos para soldados y sones para turistas (1937) y España. Poema en cuatro angustias y una esperanza (1937). El primero incluye el poema No sé por qué piensas tú,  musicalizado por conocidos intérpretes, como Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Horacio Guarany y Mercedes Sosa, muy popular como “canción de protesta” en la Bolivia de las dictaduras militares (“No sé por qué piensas tú,/ soldado, que te odio yo,/ si somos la misma cosa/ yo,/ tú./ Tú eres pobre, lo soy yo;/ soy de abajo, lo eres tú;/ ¿de dónde has sacado tú,/ soldado, que te odio yo?”).

Conmovido profundamente por la experiencia de la Guerra Civil española, ingresó a fines de los años 30 al Partido Comunista, en el que militaría toda su vida. Tras su asistencia al congreso de escritores en España, retornó a Cuba en compañía de León Felipe. Desarrolló una intensa actividad política entre 1939 y 1941 como dirigente del Frente Nacional Antifascista. Llegó incluso a postularse sin éxito a la alcaldía de La Habana.

En 1945 inició una gira de tres años por Venezuela, Colombia, Chile, Perú, Brasil, Uruguay, Argentina y Colombia. En Argentina publicó El son entero (1947). Años después recogería las experiencias de su periplo en el libro La paloma de vuelo popular (1958). Visitó París, Bucarest, Varsovia, Budapest y Bruselas. Participó en el Consejo Mundial por la Paz en Praga y Viena, viajó a la Unión Soviética, a la República Popular China y Mongolia. En 1954 recibió el Premio Lenin de la Paz, durante su estancia en Estocolmo para el Congreso de la Paz.

El triunfo de la revolución de los guerrilleros de la Sierra Maestra  lo sorprendió en Buenos Aires, pero retornó de inmediato a La Habana para sumarse al movimiento. 

Un mes después del ingreso triunfante de Fidel Castro a La Habana, le escribió a Rafael Alberti, comunista como él: “Aquí estamos en un clima de verdadera revolución y la consigna es protegerla y hacerla avanzar. Visto de cerca, Fidel Castro mejora, si ello es posible, la excelente impresión que da visto de lejos. Me parece un hombre valiente, audaz, temerario, dispuesto a llevar lejos lo que se ha conquistado y que no le tiene miedo a que le llamen ‘rojillo’ o rojo de una vez, cosa que por supuesto no es (…). Los fusilamientos siguen su curso y el pueblo los alaba y agradece, tantos fueron los crímenes –cada día aparecen nuevos– y atropellos que cometió aquella gente”.

Guillén y Bolivia

Admirador del Che Guevara, le dedicó cuatro poemas, uno de los cuales leyó el 18 de octubre de 1967, diez días después de su ejecución en La Higuera, en el multitudinario homenaje que se le tributó en la Plaza de la Revolución de La Habana, presidido por Fidel Castro: “No porque hayas caído/ tu luz es menos alta./ Un caballo de fuego/ sostiene tu escultura/ guerrillera/ entre el viento y las nubes de la Sierra./ No por callado eres silencio./ Y no porque te quemen,/ porque te disimulen bajo tierra,/ porque te escondan/ en cementerio, bosques, páramos,/ van a impedir que te encontremos/ Che Comandante,/ amigo”

Otro poema, Guitarra en duelo mayor,  al que Paco Ibáñez puso música, está dedicado al soldado boliviano: “Soldadito de Bolivia/ soldadito boliviano./ Armado vas de tu rifle/ que es un rifle americano/ que es un rifle americano/ soldadito de Bolivia/ que es un rifle americano”.

También se ocupó de Bolivia en circunstancias menos dramáticas. Como recordaba Pedro Shimose, citado por el periodista Harold Olmos, Guillén se refiere en uno de sus poemas al Pilcomayo y al Mamoré “como si los hubiera navegado y conocido sus recodos, cuando no era así, pues los mencionaba sólo por el gusto musical que sentía al pronunciar sus nombres”. Shimose conoció al cubano cuando acudió a La Habana para recibir el Premio de Poesía Casa de las Américas (1972).

América malherida,
te quiero andar,
de Argentina a Guatemala,
pasando por Paraguay.
Mi mano al indio en Bolivia
franca tender;
que el Pilcomayo me lleve,
que me traiga el Mamoré.

Guitarra en duelo mayor y No sé por qué piensas tú no son sus únicos versos musicalizados. Pablo Milanés llevó al pentagrama once poemas de Guillén, entre ellos la canción De qué callada manera, una de las más populares del cantautor de la Nueva Trova (¡De qué callada manera/ se me adentra usted/ sonriendo/ como si fuera/ la primavera!/ Yo, muriendo).

Como dijo la académica chilena Norma Castillo Eichin, los compositores no necesitaban modificar los textos del poeta, porque su construcción era rítmica y para transformarlos en canciones bastaba con agregarles la melodía.  El propio Guillén había escrito: “Tengo el alma hecha ritmo y armonía; / todo en mi ser es música y es canto, / desde el réquiem tristísimo de llanto / hasta el trino triunfal de la alegría”.

El Poeta Nacional de Cuba, título que le concedió el gobierno de Castro, militó en el Partido Comunista hasta el día de su muerte, el 16 de julio de 1989, a sus 87 años; también dirigió hasta el fin de sus días la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), fundada en 1961. Trató de distanciarse físicamente del “caso Padilla”, al darse de baja por “enfermedad” en la célebre sesión de “autocrítica” del poeta disidente Heberto Padilla, convocada por la Uneac, pero no pudo evitar el descrédito entre los intelectuales de todo el mundo.  

Decepcionado del socialismo, Padilla había ganado el premio nacional de poesía en 1971, convocado por la Uneac, por su libro Fuera del juego, que fue considerado posteriormente como “contrarrevolucionario”. Detenido junto con su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé, fue formalmente acusado de “actividades subversivas”. Después de 38 días de reclusión, fue obligado a retractarse de sus obras e ideas en una humillante “autocrítica”.

Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Octavio Paz, Jean Paul Sartre, Juan Goytisolo, Alberto Moravia y Mario Vargas Llosa, entre otros conocidos intelectuales, acusaron al gobierno castrista de haber obligado a Padilla a renegar públicamente de sus ideas, en lo que consideraban una “confesión” típica de un “juicio stalinista”. La crítica alcanzó a Guillén. También la ruptura. 

Por esa misma época la salud de Guillén empezó a quebrantarse a causa de graves trastornos cardiacos. Dejó de asistir a su oficina de la Uneac y a la sede de la Casa de las Américas, donde solía departir con escritores y periodistas, y se recluyó en su departamento de El Vedado, frente al Malecón. Reacio a las entrevistas, gustaba, sin embargo, platicar con sus ocasionales interlocutores sobre sus temas favoritos, la política y la literatura.

El escritor argentino Armando Almada Roche, amigo suyo, lo recordaba como un hombre “simpático, dulce, conversador incansable, y sonoro como sus poemas”, con “una lucidez extraordinaria y una vitalidad asombrosa”, “alegre como un niño”. Para el docente mexicano Gerardo Farías Rangel, era “un hombre más apegado a sus circunstancias sociales”, moldeado por “su labor periodística, su actitud antiimperialista, la constante crítica social y su militancia política”.

A tres décadas de su muerte y a 90 de la publicación de su primer libro, nadie lo recuerda como el soldado disciplinado y abnegado de la revolución castrista, como él mismo se definía, sino como al bardo que supo encontrar motivos poéticos en el son cubano.

Dibujo de Marcos Loayza

Página Siete – 20 de agosto de 2020