Los días de la marmota

Como en El día de la marmota, la comedia interpretada por Bill Murray y Andie MacDowell, los bolivianos parecemos condenados a revivir cada día la misma historia. Murray interpreta en la famosa película a un periodista que acude a Punxsutawney, un pequeño pueblo de Pennsylvania, donde, según una tradición rural, una marmota “predice” cuán largo será el invierno a través de la sombra que proyecta su cuerpo al salir de su madriguera. Una tormenta obliga al reportero a pernoctar en la ciudad, pero al día siguiente –y en los días sucesivos–, al despertar y escuchar la radio, comprobará azorado que el tiempo ha detenido su marcha y que está condenado a vivir una y otra vez el mismo día, el día de la marmota.

Al igual que Bill Murray, los bolivianos nos desayunamos cada mañana con las mismas noticias y la sensación de estar atrapados en el tiempo. Pero a diferencia del héroe de la película, que a fuerza de revivir sus acciones y enmendar sus errores termina cambiando el curso de la fatídica jornada, el pueblo boliviano gira y gira en torno a sus problemas como el borrico alrededor de la noria. Los conflictos aparecen y reaparecen, sin haberse movido ni un milímetro del punto en que surgieron. 

La pandemia y la cuarentena han acrecentado esta sensación, con días calcados unos de otros.  Esta suerte de inmovilismo que parecería haberse instalado en el país se refleja en los medios de comunicación, con contenidos monotemáticos y titulares que se repiten cíclicamente, y en los discursos de muchos de los políticos, en una retahíla que resulta aburrida cuando no cínica.

“¿Y si no hay mañana? Hoy no lo ha habido. Hoy es mañana”, dice Murray en uno de los diálogos del filme. “¿Sabes qué día es hoy?”, insiste en otro. “Hoy es mañana”. Cuando uno ve la portada de los periódicos queda con la sensación de estar viendo los diarios del día anterior. Lo peor es saber que al día siguiente nos encontraremos más o menos con las mismas noticias. 

Y no se trata simplemente de las estadísticas de contagiados y fallecidos, de las que el lector o el televidente ya no lleva la cuenta, ni del recuento de las carencias para enfrentar la pandemia o de las cuarentenas que se flexibilizan o endurecen en función de cómo sopla el viento político, sino de muchas conductas previas a la aparición del coronavirus que uno hubiese querido ver superadas a la luz de la desgracia colectiva.

¿Acaso es nuevo el chantaje de “los abajo firmantes” con las medidas de hecho “hasta las últimas consecuencias”? Ahí están los bloqueos por todo y para todo, movilizaciones de unos pocos que afectan a muchos, conductas –muchas de ellas delictivas– que nos hacen pensar, como escribí en una columna anterior, que la “nueva normalidad” no será otra cosa que la “vieja anormalidad”. Como diría la canción ranchera, “nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores”. 

Y la política no es ajena a esta realidad. El hoy se parece demasiado al ayer. Las últimas encuestas parecen indicar que marchamos hacia un escenario muy parecido, calcado, al de octubre pasado, con una campaña de todos contra uno, pero con los “todos” divididos, como siempre. ¿Quién se baja? ¡Nadie se baja! A diferencia del protagonista de El día de la marmota, la repetición de los errores no nos ha ayudado a enmendarlos. 

Alguien ha dicho que la historia envejece rápidamente hasta marchitarse por completo y que la memoria no es otra cosa que la historia marchita, pero a muchos de los candidatos que dicen querer evitar el retorno del autoritarismo, no les queda ni la memoria. En la persistencia del error, confunden al rival y ayudan al candidato que dicen combatir, como en octubre pasado. No tienen opciones de éxito, pero siguen en carrera con el argumento de que “las encuestas mienten” o “la campaña recién empieza”, aunque saben a ciencia cierta –lo dicen los expertos- que una campaña no cambia tendencias. Las reafirma, si no las profundiza.

Al vicario del presidente huido le preocupa –y con razón– que el presente convoque al pasado y que termine por deteriorar su “voto duro”, como parece indicar su caída en las encuestas. Tal vez por ello mira a otra parte ante las acusaciones que pesan contra su mandante y respira aliviado ante su inhabilitación, confiado en que “la distancia es el olvido”, como en el bolero.

Su principal rival repite la estrategia que lo llevó a la gran final de octubre pasado. Como dijo el líder histórico de los trabajadores mexicanos, Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la foto”. No se movió de esa línea y sigue ahí. Si las tendencias se mantienen, saldrá en la foto del 18 de octubre. Alguien ha dicho que “gobernar es hacer descontentos”. Es lo que le ha pasado a la tercera en discordia. Ha tenido errores de gestión, pero también es justo reconocer que le ha tocado bailar con la más fea: la crisis sanitaria.

Vamos, pues, hacia una elección que será dirimida por el voto útil, como en octubre pasado, con la esperanza de que la balanza se incline a favor de la democracia.

Página Siete – 10 de septiembre de 2020

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