“A la guerra en taxi”, de Juan Carlos Salazar

Gonzalo Lema

Sabemos de los hechos porque alguien los cuenta. Los muy menudos los cuenta el chisme del vecino parado en la puerta de su casa; los medianos, quizás los amigos o nuestra gente próxima frente a un café; pero los grandes hechos, aquellos que inciden en la realidad colectiva, que perturban nuestro bienestar y anhelada paz interior, que narran la explosión del mundo en una esquina, el hondo quiebre de una sociedad apenas visible a nuestros ojos, el fastidio digno de quienes se han propuesto salvar al planeta y concienciar al ser humano, lo cuentan los intrépidos y valerosos periodistas de primera fila. La infantería de este oficio maravilloso que no duda en arriesgar la vida por el afán de informar. Léase: denunciar. Léase: sensibilizar. Léase: etcétera.

Mi artículo lleva el esclarecedor título del libro de Juan Carlos Salazar del Barrio. Su decente subtítulo expresa la única manera de enfrentarse a la delincuencia de todo orden, a sus balas, a la injusticia que campea, de manera creciente, en toda sociedad, y la posición ética de estos profesionales que, a riesgo de sus vidas, afanosos nos sitúan en la perturbadora realidad del siglo que nos toca vivir: Crónicas desarmadas. En taxi, con papel y lapicero, tal vez una máquina fotográfica, rumbo al confín para cubrir el hecho. Entiendo que desarmados de prejuicios, de militancias partidarias, de verdades quietas y graníticas; armados, claro que sí, de la pasión de informar con objetividad, con contexto histórico y la conciencia libre de pecado. 

El barrido de las crónicas de Salazar provoca envidia. Es escalofriante. Es también maravilloso. ¿Acaso nosotros no anhelamos aventura en nuestra vida? Desde el inquietante rumor de la presencia del Che Guevara en Bolivia, hasta el fantasmal terrorismo de Oriente en capitales de Occidente; desde el muy infame Plan Cóndor de las sanguinarias dictaduras suramericanas, hasta la búsqueda de respuestas de los hijos y nietos de la revolución cubana; desde el expectante retorno de Perón, hasta el rezo de Chan Kim Viejo, el patriarca Lacandón, a sus dioses de la selva. En fin: desde la utopía que embaucó y embarcó a la generación de los 60, hasta los descreídos milennians actuales, incapaces de cerrar los ojos y, en la abstracción, concretar la idea de un país diverso en culturas y etnias. 

Salazar narra los hechos en primerísima persona porque es testigo de cuanto sucede. Esa primera línea de información y verificación de los hechos nutre de vitalidad su crónica, aún salpicada de dudas o convicción. El lector se siente conmovido y avanza en el proceso de lectura que, yo diría, también es ideologizante, sensibilizador y ampliador de la conciencia política, que buena falta nos hace. Es buen libro y opera en nosotros sin descanso.

Muchas de estas crónicas me han reordenado las informaciones de la prensa que, en su momento, recibí. Noticias, unas detrás de otras, o aisladas, que, como cualquier persona, traté de armarlas como quien trabaja un rompe cabezas. Las crónicas me las contaron de nuevo, pero en estricto orden, muy ceñidas a los famosos hechos, y con valioso contexto histórico, para que por fin yo comprenda lo sucedido casi siempre a la distancia temporal o espacial. Al mismo tiempo, me ayudaron a reflexionar e imaginar sobre el valor de lo aparentemente nimio. 

Es el caso de “Cronología de un instante”, crónica en la que Salazar narra lo sucedido el 17 de julio de 1980. El golpe de Estado de García Meza se había desatado y los líderes de CONADE, Consejo Nacional de Defensa de la Democracia, leyeron un texto convocando a la resistencia general. ¿Qué sucedió? Que los integrantes del canal estatal llegaron tarde a la conferencia de prensa y solicitaron que se volviera a leer todo el texto para grabarlo y difundirlo. Así lo hicieron, como atestigua la foto histórica. Los rostros de los líderes reflejan la angustia mientras el minero Simón Reyes releía el comunicado con la voz más firme posible. Fue una amabilidad fatal, desgraciada: los paramilitares irrumpieron en el ambiente, ordenaron que se bajara las gradas con brazos en alto, y un esbirro reconoció al gran Marcelo Quiroga Santa Cruz. “¡Es él!”, exclamó. Y pronto le vació el cargador de su arma. “¡Fueron por él!”, rememoró siempre Óscar Eid Franco.

Muy valioso libro que Salazar nos regala para estar al tanto (es posible) de nosotros mismos. ¿Qué sería el mundo sin crónicas periodísticas? Algo plano, recortado de atrás, sin densidad. Ni siquiera podríamos imaginar el futuro.

Ramona/Opinión – 1 de septiembre de 2024

https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/guerra-taxi-juan-carlos-

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *