Las voces y los ecos

El corresponsal de guerra español Manuel “Manu” Leguineche, un periodista trotamundos que cubrió casi todos los conflictos armados de la segunda mitad del siglo pasado, dijo alguna vez que los políticos se quejan del trabajo periodístico porque no desean escuchar las voces de la sociedad, sino el eco de sus propias palabras. Les irrita cualquier freno a su tendencia a gobernar sin críticas ni contrapesos.

No conozco ningún político opositor que no defienda la libertad de expresión desde el llano ni a ninguno que no la ignore en mayor o menor grado cuando llega al poder. Desde la oposición, todos exigen respeto para la prensa, pero apenas toman las riendas del gobierno, reniegan del escrutinio y el control que exigían para los gobernantes que combatían. Por supuesto, hay excepciones que confirman la regla, pero son eso: excepciones.

¿Por qué lo que es bueno mientras se busca el poder deja de serlo cuando se lo consigue? No se trata de un simple cambio de punto de vista, del cristal con que se mira la realidad desde una u otra posición, sino del pragmatismo que olvida principios democráticos elementales en aras de la ansiada hegemonía y de la verdad única que la sustenta.

El principal destinatario de la prensa es el ciudadano, al único al que el periodista debe lealtad. Si su primera obligación es acercarse a la verdad, a partir del reconocimiento de que no existe una verdad única, su segundo compromiso es la apertura a los demás. De ese deber nace el pluralismo: la necesidad de ofrecer un foro público a la sociedad, no sólo para la información, sino también para la crítica y la opinión, a fin de que todos tengan la oportunidad de compartir “su verdad” y de que el ciudadano tenga la opción de elegir entre los muchos puntos de vista que se le ofrecen como interpretación de la realidad.

Como sostienen los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel (Los elementos del periodismo), la función de los medios es, precisamente, “proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”. O, en otras palabras, como reza el lema de un importante grupo de periódicos americanos: “Dale luz al pueblo y el pueblo encontrará su propio camino”.

Interpelar y desconfiar del poder son cuestiones inherentes a la función social y a la misión del periodismo; cuestionar y poner en duda la verdad única para contrastarla con la otra cara de la realidad; exigir la rendición de cuentas y hacer frente a la arbitrariedad y a la impunidad, cuando se dan, forman parte de esa misma misión, siempre en el marco de principios y valores éticos rigurosos.

Tales principios no suelen ser aceptados por los gobernantes, y si lo son, es a regañadientes, porque el control del poder desde la independencia y el pluralismo choca con sus afanes hegemónicos. A mayor hegemonía política, menor libertad para los medios, como hemos visto hasta no hace mucho tiempo en Bolivia. 

El periodismo irrita al poder. Y como dice el periodista y escritor Juan Cruz, cuando el poder está irritado, culpa de sus errores al periodismo, porque enfangar al periodismo es muy fácil. Cuando no escucha el eco de su propia voz, acusa a los periodistas de “desinformar” y “generar confusión” o intenta desacreditarlos para restarles credibilidad.

Lo paradójico es que muchos lo hacen en nombre de la democracia y la supuesta protección de la sociedad en momentos de crisis. Sin embargo, una emergencia nacional no puede inhibir a la prensa de la crítica ni eximir a los gobernantes de la rendición de cuentas. Por otra parte, y es bueno recordarlo, no se defiende la democracia encubriendo errores, sino señalándolos para su enmienda y rectificación.  

La reticencia a aceptar las críticas de la prensa no distingue ideologías ni colores políticos. Donald Trump y Evo Morales coincidían en sus ataques a los medios independientes e incluso apelaban al mismo lenguaje para descalificarlos, al tildar a los que les eran incómodos de “enemigos del pueblo”. Muchas diferencias ideológicas, tal vez, pero el mismo rechazo al control y la fiscalización.

Al conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa, que celebramos el domingo pasado, conviene recordar que el periodista no defiende su derecho individual a expresarse libremente, que también, sino el de todos los ciudadanos, sobre todo de quienes no comparten sus ideas, porque, como dijo Rosa Luxemburgo, “la libertad es siempre libertad para quien piensa diferente”.

Página Siete – 7 de mayo de 2020

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