Un político español dijo en una reciente entrevista que todo lo que sabía de política lo había aprendido de El Padrino. Tal vez sólo quiso ser ingenioso al responder al periodista, pero algo de cierto hay en sus palabras. No en vano el hijo de Don Corleone, Michael, obviamente el mejor discípulo del capo, decía que “la política y el crimen son lo mismo” y que su padre, como toda persona con poder, no era diferente de “cualquier hombre poderoso, como un presidente o un senador”.
Desde luego, no todos los políticos piensan que todo vale para conquistar o mantenerse en el poder, pero la falta de escrúpulos de muchos de ellos induce a creer que, si bien no tienen a Don Corleone como mentor, han visto varias veces la saga cinematográfica completa y suponen que el fin justifica los medios.
Y no me refiero únicamente a conductas claramente criminales, como las que vimos en el reciente bloqueo al suministro de oxígeno e insumos médicos a los hospitales, sino a la ausencia de todo principio ético en el quehacer político de quienes están obligados no solo a ser personas de sólidos principios morales, sino también a parecerlo, porque, como bien dijo el historiador y politólogo James MacGregor Burns, “divorciado de la ética, el liderazgo se reduce a la gestión y la política a una mera técnica”.
La ética empieza por el reconocimiento de los errores cometidos y la promesa de enmendarlos. Si no hay consciencia de la falta, tampoco hay contrición. Obviamente me refiero a quienes han ejercido funciones públicas y, tras haber sido desplazados del poder, creen que pueden reconquistarlo con solo volcar la página y volver a fojas cero.
Clama al cielo escuchar hablar al presidente huido y a su vicario en Bolivia de “golpe” y “fraude”, como si el propio líder exiliado no hubiese sido el primero en señalar que desconocer el resultado del referéndum equivalía a dar un golpe de Estado y como si él no hubiese sido quien anuló las elecciones del 19 de octubre pasado, en un reconocimiento implícito de su carácter fraudulento.
Pero no, ahí los tenemos a ambos, hablando de “golpe” y “fraude”, como si no existieran ni el 21 de febrero ni el 19 de octubre. ¡Los burros hablando de orejas! Lo grave no es la falta de memoria, sino la amenaza que implican sus advertencias.
Algunos observadores creen ver en ciertas declaraciones de la dupla electoral masista una suerte de autocrítica y un síntoma de división interna, como cuando afirman que el desconocimiento del referéndum fue un error, que el famoso “entorno” no puede volver al gobierno o que el Jefazo “tiene que resolver primero sus temas pendientes en los estamentos judiciales”. Sin embargo, la praxis partidaria histórica y reciente del Movimiento Al Socialismo (MAS), la práctica del todo vale, no invita precisamente al optimismo.
“Ahora tal vez (haya) otro golpe (de Estado) y ahí estamos hablando con algunos miembros de las Fuerzas Armadas, con empresarios, con la Iglesia Católica”, declaró el líder exiliado. “Nosotros no vemos la posibilidad de que nos ganen, excepto con un fraude”, repitió su vicario. Son declaraciones que dejan entrever que la cúpula masista da por cierta su derrota y se apresura a abrir el paraguas para justificar acciones futuras. ¿Y cuáles serían esas acciones? Es fácil adivinarlas. ¿Acaso no desconocieron el resultado de un referéndum? ¿Acaso no intentan imponer sus razones por la vía de los hechos?
Las advertencias no sólo están dirigidas a las autoridades y rivales políticos, sino al propio electorado: O ganamos o convulsionamos el país, un chantaje digno de un guion de Francis Ford Coppola para la saga de El Padrino. En uno de los diálogos memorables de la película, Don Corleone le dice al cantautor Johnny Fontane: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”.
Es la “oferta” que estará en la mesa el próximo 18 de octubre y que requiere de una respuesta contundente en las urnas. Las tres últimas encuestas perfilan una probable segunda vuelta, posibilidad reforzada con la renuncia de la señora Jeanine Añez a su candidatura, pero la persistente división del bloque antimasista podría dar la victoria en la primera vuelta al partido desplazado del poder.
Dependerá de la “unidad en la base del electorado” a favor del candidato con mayores posibilidades de vencer al binomio masista, a través de la conquista de los indecisos y de los “votos útiles”, y de la contundencia de la respuesta, imprescindible para garantizar una segunda vuelta. Pero, claro, no todo lo resolverá el “voto útil”. Nunca falta el “tonto útil” que, con su persistencia en el error, ayuda al rival que dice combatir, como ocurrió en elecciones pasadas.
Página Siete – 24 de septiembre de 2020