Alguien dijo que se debe dejar que el Año Viejo entierre sus propios muertos y permitir que el Nuevo tome el reloj del tiempo, con sus deberes y oportunidades. No voy a repetir las frases comunes a las que apelamos estos días para repartir buenaventuras entre amigos y familiares, pero creo que todos estamos cruzando los dedos ante el futuro que se avecina, porque el país no se encuentra ante un nuevo año, sino ante una etapa inédita de su historia. Henry Ward Beecher, un famoso activista estadounidense que luchó contra la esclavitud y a favor del sufragio femenino en el siglo XIX, decía que “todo hombre debe nacer de nuevo y comenzar una nueva página el primer día de enero”. Bolivia está ante ese desafío.
No soy particularmente optimista, pero tampoco pesimista sobre el futuro inmediato, sobre todo porque el pueblo boliviano ha sabido sortear con gran madurez democrática las pruebas y trampas que le ha sembrado la historia. Tal vez por aquello que decía René Zavaleta Mercado, que en Bolivia “la eternidad no dura veinte años”, el pueblo boliviano ha logrado sacudirse de dictaduras y autoritarismos de manera relativamente pacífica, mientras otros pueblos no logran encontrar el camino de la libertad. Sobran los ejemplos.
Los 30 días que vivimos los bolivianos en octubre y noviembre pasados sí que los sentimos como una eternidad. Si el país no estuvo al borde la guerra civil, deseada por los sectores radicales masistas, como proclamaban abierta e irresponsablemente en sus manifestaciones, sí fue víctima de la violencia terrorista, como se vio en los atentados contra los buses PumaKatari, el incendio de viviendas, el ataque a dinamitazos a la planta Senkata y los saqueos de El Alto y otras zonas del país.
Fueron días muy duros, cargados de malos presagios, superados gracias a la madurez del pueblo boliviano, pero también a la cordura y sensatez de muchos sectores políticos que se dieron a la tarea de bajar tensiones y pacificar ánimos. La pacificación no hubiese sido posible sin la participación del sector “concertador” del MAS, encabezado por la senadora Eva Copa, cuya aparición en la escena pública ha sido un soplo de aire fresco. Poner los intereses del país por encima de los partidarios le ha valido a ese sector el ataque del masismo radical, encabezado por el propio Evo Morales.
Tampoco hubiese sido posible sin la actitud dialoguista de la presidenta Jeanine Añez, quien ha hecho de la pacificación uno de los principales objetivos -y hasta ahora un logro- de su difícil gestión. La señora Añez, quien cumplió 50 días de mandato el 31 de diciembre, tiene todavía un duro camino por delante, no sólo para el cumplimiento de otro de sus objetivos, la realización de elecciones limpias, transparentes y creíbles, sino para llevar a buen puerto la transición democrática. La elección de vocales de solvencia ética y profesional, como Salvador Romero, María Angélica Ruiz y Óscar Hassenteufel, entre otros, es una garantía para ese objetivo y para la recuperación de la credibilidad institucional del Tribunal Electoral.
Tras la pacificación, la tarea más importante es la reconciliación, el sana-sana indispensable para la reconstrucción democrática. No es una labor fácil, como se ha visto en otros países que han transitado de la dictadura y el autoritarismo a la democracia. Una de las peores herencias de los tres lustros de masismo es, sin lugar a dudas, la prédica del amigo-enemigo, con el que ha sembrado cizaña no sólo en el plano político y social, sino también racial.
Restañar las heridas será difícil, aunque no ayudan ciertas actitudes y discursos revanchistas. Justicia, sí; utilización de la justicia para saldar cuentas políticas, no. El Gobierno no puede incurrir en lo que ha criticado desde la oposición, no sólo por una cuestión de principio, sino porque es uno de los argumentos de los sectores duros del masismo para anular a los concertadores y unificar al partido en torno a Evo. Daría la impresión de que el aparato judicial, hasta hace poco tiempo al servicio del masismo, quiere hacer “méritos” ante el nuevo Gobierno, lanzando demandas y órdenes de captura a diestra y siniestra, sin sopesar pruebas ni acusaciones.
La otra tarea inmediata está en el ámbito internacional. Tras la pérdida del “relato” sobre las características del cambio operado en Bolivia, el Gobierno de transición aparece cada vez más aislado. La expulsión de los diplomáticos españoles y mexicanos, más allá de las razones que las ha motivado, ha dañado las relaciones con la Unión Europea (UE), por ejemplo, que, obviamente, ha hecho causa común con España. No hay que olvidar el papel fundamental que han jugado la UE y España en la pacificación y la concertación de acuerdos con el MAS en la Asamblea Legislativa. Y seguramente será de vital importancia en la organización de los próximos comicios. El único beneficiado por la crisis de La Rinconada ha sido Evo Morales. Pero este es tema para otra columna.
Página Siete – 2 de enero de 2020