Es sabido que la primera víctima de un conflicto es la verdad. Y el que estamos viviendo en la actualidad no es la excepción. No lo digo por mis colegas bolivianos, quienes han realizado y realizan un trabajo profesional excepcional, yo diría incluso heroico. Es realmente conmovedor ver a los reporteros, sin apenas medios de protección y probablemente con el Jesús en la boca, cubriendo en vivo y en directo los enfrentamientos callejeros, esquivando golpes y pedradas, sufriendo el desesperante ahogo de las gasificaciones. Gracias a ellos estamos fiel y puntualmente informados sobre el acontecer de las últimas semanas.
Cuando hablo de la verdad como víctima no me refiero tanto a las noticias de los sensacionalistas de siempre, de los que surfean entre el amarillismo y las fake news para postularse como protagonistas de los hechos, sino a la cobertura de cierta prensa internacional, no de toda, la que propala versiones sesgadas por la ideología, la que ve víctimas de un solo lado y represores del otro, la que olvida el sufrimiento de la gente atrapada entre los dos fuegos.
En todo caso, nada justifica las agresiones y amenazas de que han sido víctimas algunos colegas extranjeros de parte de manifestantes exaltados e incluso de algunas autoridades. Un gobierno respetuoso de la libertad de prensa está para proteger a los periodistas, con mayor razón si tienen visiones discrepantes.
Página Siete – 24 de noviembre de 2019