El escritor dominicano Juan Bosch (1909-2001), autor de dos obras literarias excepcionales ambientadas en Bolivia, el cuento El indio Manuel Sicuri y la novela El oro y la paz, me dijo en una ocasión en Santo Domingo que “Bolivia es, en sí misma, una gran novela”. Tengo entendido que Miguel de Unamuno apeló a la misma metáfora para describir a la Bolivia del siglo pasado en una conversación o intercambio epistolar con Alcides Arguedas. Lo que no dijeron es que esa gran novela pertenece al género del realismo mágico.
Es cierto que en Bolivia nadie ha ascendido en cuerpo y alma al cielo, como la bella Remedios en Cien años de soledad; tampoco sabemos de nadie que haya nacido con cola de cerdo, como el último Aureliano de la saga de los Buendía, pero cuando escuché recientemente a un honorable diputado nacional, en una de las tantas declaraciones que suelen ofrecer los parlamentarios en la plaza Murillo, no pude menos que recordar a Mauricio Babilonia, con la diferencia de que nuestro personaje criollo tenía las mariposas amarillas revoloteando dentro de su cerebro.
Algo tiene Bolivia de Comala y Macondo, las aldeas míticas de Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, donde lo inexplicable encuentra explicación en la fantasía y lo irreal se convierte en real gracias a nuestra mágica vida cotidiana. De tantas cosas irreales que hemos visto pasar nos hemos acostumbrado a ver la anormalidad como algo normal y a considerar lo improbable como algo probable.
El gobernador de La Paz, Feliz Patzi, quien presume de un doctorado universitario, asegura que gracias a la ayuda de “algunos yatiris”, que “han empezado a invocar y han traído la lluvia”, fue sofocado el incendio que amenazaba al Parque Nacional Madidi. Entonces, digo yo, el error del gobierno no es resistirse a la ayuda internacional, sino no convocar a un equipo de yatiris para sustituir a los bomberos en la Chiquitania.
Otro personaje macondiano es el señor Chi Hyun Chung, quien propone “educar a la mujer para que se comporte como mujer”, porque, ya se sabe, “el varón tiene un estilo de comportamiento, la mujer tiene otro”. La prueba, según el candidato, es que “mientras el hombre habla uno, la mujer habla diez” ¿Violencia contra la mujer? “¡Qué habrá hecho (la mujer) para que el hombre reaccione de esa manera!”.
La corte electoral, una institución digna de El otoño del patriarca o La fiesta del Chivo, le pone peros por cuestiones técnicas a una encuesta de la Universidad de San Andrés, desfavorable al gobierno, después de haber avalado una candidatura ilegal y anticonstitucional, pasándose a la torera un referéndum vinculante que ellos mismos organizaron, y luego de haber autorizado el pone y saca de candidatos que no fueron elegidos en unas primarias que ellos impusieron sin chistar, costosas e inútiles.
La realidad, como dijo alguna vez García Márquez al hablar de América Latina, supera a la ficción, más aún en tiempos electorales. Como en la Comala rulfiana, las palabras nos llegan como voces gastadas, simples murmullos, con la diferencia de que sus autores las presentan como grandes verdades. Como el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, muchos de nuestros políticos son “la mentira de todas las cosas reales” y “la realidad de todas las ficciones”.
A raíz de los incidentes ocurridos en Santa Cruz hace 15 días, Evo Morales denunció un supuesto “golpe de Estado”, una “conspiración contra la democracia”. Pero uno se pregunta, ¿no fue el propio Presidente quien dijo que no aceptar el resultado del referéndum del 21F equivalía a dar un golpe de Estado? “Si el pueblo dice No, ¿qué podemos hacer? No vamos a hacer un golpe de Estado. Tenemos que irnos callados”, dijo públicamente una semana antes de la consulta… ¡Y no se fue! Entonces, el único “golpe de Estado” es el suyo.
Es de antología el discurso que pronunció ante la Cumbre sobre Acción Climática celebrada en la sede de Naciones Unidas, no solo porque dijo que su gobierno enfrentó los incendios de manera “rápida y efectiva” –con un saldo de más de tres millones de hectáreas arrasadas por el fuego–, sino por afirmar que “sólo liberándonos del lujo, el lucro, el consumismo podremos salvar nuestro planeta tierra”. Es un buen consejo, digo yo, pero, ¿no deberíamos empezar por casa? La recomendación viene de un presidente que ha hecho del despilfarro una política de Estado.
García Márquez describe a su personaje de El otoño del Patriarca como “un déspota viejísimo que se queda solo en un palacio lleno de vacas”. No sabemos cómo vive nuestro Señor Presidente en su lujosa suite de 1.068 metros cuadrados de la “Casa Grande del Pueblo”, pero seguro que “cree que puede ordenar que quiten la lluvia de donde estorbaba y la pongan en tierra de sequía”. Y como en la novela del colombiano, “nadie se mueve, nadie respira, nadie vive sin su permiso”.
Página Siete – 26 de septiembre de 2019