Cuenta Heródoto en su libro Historia que Creso, el último rey de Lidia, le pidió consejo al oráculo de Delfos sobre su plan para invadir Persia. El oráculo le contestó: “Si cruzas el río Halys (situado en la frontera), destruirás un gran imperio”. Creso interpretó la frase como una respuesta favorable, pero el gran imperio que destruyó fue el suyo.
No sé si Mauricio Macri consultó a algún oráculo cuando afirmó que “estas elecciones definen los próximos 30 años”, como advertencia al pueblo argentino contra el kichnerismo, pero lo cierto es que el electorado interpretó el mensaje a su manera y asestó al mandatario una derrota contundente.
Nadie esperaba una victoria tan espectacular del binomio peronista, con una ventaja de 15 puntos sobre la fórmula encabezada por Macri. Los primeros sorprendidos fueron los candidatos, puesto que las encuestas habían pronosticado un empate o la victoria opositora por la mínima diferencia. Los mercados cerraron el viernes previo con una euforia inusitada, considerando que un empate era un triunfo para el Presidente.
Como ocurrió en el célebre microcuento El dinosaurio de Augusto Monterroso, cuando Macri despertó, Cristina todavía estaba allí.
No voy a entrar a analizar las causas de la derrota oficialista, aunque es obvio que la principal fue la crisis económica y su mala gestión. Más que lecciones –y no me refiero a las que puedan extraer los argentinos, que seguramente serán muchas–, quisiera señalar los avisos para navegantes que ofrece ese proceso, útiles en tiempos electorales.
¿Por qué las encuestadoras se equivocaron de tal manera? Ni siquiera asignándose un margen de error de 10%, que ya es exagerado, hubiesen acertado. Es difícil, si no imposible, salvo la mediación de una catástrofe, que una tendencia cambie de manera tan dramática en cuestión de horas, como ocurrió en Argentina.
No creo que el chasco hubiese sido producto de la falta de profesionalismo de las encuestadoras o de un complot para influir en el ánimo de los votantes. Pienso, más bien, que fue el voto oculto, que no es detectable, precisamente porque el encuestado no revela su preferencia, sea por miedo, vergüenza o cualquier otra razón, el que hundió a Macri.
No es, pues, el voto indeciso el único que puede marcar la diferencia. Es el oculto, que no aparece en las encuestas, porque el encuestado engaña al encuestador con una respuesta “políticamente correcta”, muy de la clase media. “Voto clandestino”, lo llama el ministro Carlos Romero. Primer aviso para navegantes.
La pregunta es hasta qué punto las encuestas revelan el estado de ánimo del electorado –la famosa “foto fija”–, ya sea en períodos de crisis, como la argentina, o de estabilidad, cuando el ciudadano debe decidir entre opciones aparentemente irreconciliables. Si en algún momento tuvo alguna duda, el elector argentino atendió los argumentos económicos antes que los éticos. La inflación, el desempleo, la pérdida del valor adquisitivo, el aumento de las tarifas y la creciente pobreza pesaron mucho más que las denuncias de corrupción que acumula el kirchnerismo.
Por otra parte, como ya vimos en Bolivia durante el gobierno de la UDP, que tuvo que lidiar con una crisis de la que no era responsable, el recuerdo del votante suele ser de corto alcance. Para él, sobre todo en momentos de crisis, todo pasado es mejor, más allá de que los males que le aquejan se hubiesen incubado en ese mismo pasado. Puesto a elegir, preferirá la certidumbre –cierta o aparente– del presente a la incertidumbre –real o imaginaria– del futuro. Otro aviso para navegantes.
El batacazo macrista supone también un desengaño para quienes consideraban irreversible el avance de la ola conservadora en América Latina y el consiguiente retroceso populista. Los duros ajustes del conservadurismo, sumados a la incompetencia, están dando alas al discurso populista al no acertar en la solución de los problemas económicos y sociales de una población crecientemente empobrecida.
Los medios liberales y conservadores de la región lamentaron la derrota de Macri como propia, porque temen el retorno de una etapa que pensaban superada. “La banda de Cristina Kirchner, que es la misma que la de Dilma Rousseff, que la de Maduro, Chávez y la de Fidel Castro, dio señales de vida”, resumió Bolsonaro. Un eventual cambio en la Casa Rosada tendría un fuerte impacto en la política regional.
La izquierda también celebró la victoria peronista como propia, porque supone un balón de oxígeno en un momento de reflujo de sus expectativas electorales y porque le permite agitar la bandera de la estabilidad económica y social ante un “neoliberalismo fracasado”. Tercer aviso para navegantes.
Página Siete – 15 de agosto de 2019