Fue el escritor y periodista estadounidense Charles Dudley Warner, coautor con Mark Twain de la novela La edad dorada: un cuento de hoy, quien dijo que “la política hace extraños compañeros de cama”. Groucho Marx le corrigió: “No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio”. Sin ánimo de contradecir a mi “marxista” de cabecera, yo diría que es el “matrimonio electoral” el que forma, si no extraños compañeros de cama, sí insólitos “compañeros de ruta”, para citar a otro famoso, el inventor del término, Leon Trotsky, quien recomendaba no desdeñar a los “simpatizantes” circunstanciales en la lucha por el poder.
Recordé a Warner, Groucho y Trostky al ver los “fichajes” del MAS para las elecciones del 20 de octubre, que han convertido a los enemigos irreconciliables de ayer en los amigos de hoy. No sólo por esa constatación, sino también por las declaraciones de algunos de los protagonistas de las elecciones del 20 de octubre. Dime a quién criticas (directamente) y te diré a quién apoyas (indirectamente). Dicho de otro modo, dime a quién elogias y te diré cuánto has cambiado.
Evo Morales nos sorprendió al invitar y elegir a connotados empresarios del denostado neoliberalismo para puestos clave del futuro Congreso, a despecho de sus aliados de los movimientos sociales. Según el mandatario, “sin ser masistas, sin ser del proceso”, algunos empresarios, “gente responsable”, se ha sumado “de manera sincera” a su proyecto político. “Me dicen: no soy del MAS, no soy del proceso, pero estoy ganando mejor que con mi partido”, reveló. No necesitaba decirlo. La alianza es notoria, como se está viendo a propósito de los desgraciados incendios de la Chiquitania.
No sólo eso. En la campaña de “todos contra Carlos Mesa”, hemos visto a personajes del oficialismo hacer pinza con los principales voceros del gonismo para demoler al candidato de Comunidad Ciudadana. El yerno de Gonzalo Sánchez de Lozada, Mauricio Balcázar, acusa a Mesa de “extorsión”, y el exministro Carlos Sánchez Berzaín, desde Miami, pide el voto nulo. No deja de ser paradójico ver a masistas y gonistas unidos en un mismo afán.
Los candidatos del MAS también sorprendieron al afirmar que es “inteligente” por parte de la oposición –se referían a Bolivia dice No– proyectar a Óscar Ortiz, como dijo Evo, y pronosticar, como hizo García Linera, una “sorpresa electoral” del candidato cruceño. Tampoco deja de ser curioso ver a los representes del oficialismo y de Bolivia dijo No hacer causa común en los debates de televisión.
Lo del jefe militar con nombre de superhéroe (masista) es otra cosa. A juzgar por las prebendas, de las que Página Siete ofreció un cabal recuento, no estamos ante un compañero de cama, sino ante un compañero de cama y rancho.
Semanas antes, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, a quien se supone en las antípodas del “proceso de cambio”, dijo que su colega boliviano está dando “señales” de querer apartarse de sus aliados ideológicos tradicionales y que es un dirigente de la “vieja izquierda” que “está evolucionando”. ¿Hacia dónde? Poco después, con motivo de la Cumbre de la Amazonia, elogió a Evo como “un hombre de la tierra” y felicitó a Bolivia porque es un país donde “un indio puede ser presidente sin problema”, unas declaraciones sorprendentes para quien no ha tenido consideración alguna para la causa indígena de su propio país.
Al repasar los “fichajes” de Evo y las “señales” de las que habló Bolsonaro, recordé el tango de Santos Discépolo y Juan de Dios Filiberto, tan bellamente interpretado por el polaco Roberto Goyeneche: “¡Decí, por Dios, qué me has dao, que estoy tan cambiao! ¡No sé más quién soy!”. Para seguir con la letra, supongo que el masismo “extrañao” mira a su líder “sin comprender”.
¿Tanto ha cambiado el MAS? Tal vez. La necesidad (electoral) tiene cara de hereje (ideológico) y el oficialismo sabe dónde le aprieta el zapato. Los que parecen no saberlo son los opositores, que se despedazan en una lucha caníbal –guerra sucia mediante–, sin poder precisar cuál es el objetivo principal de su campaña ni apuntar al rival a vencer, mientras el oficialismo aplaude desde la azotea de la Casa del Pueblo.
Como se ha visto reiteradamente en la historia de Bolivia, los “matrimonios electorales” no son tales, porque son resultado de intereses coyunturales, simples promesas de amor, que tarde o temprano terminan en desengaño. Como dijo la marquesa de Merteuil, genialmente interpretada por Glenn Close en la película Relaciones peligrosas: “Le prometí amor eterno, y realmente así lo creí durante un par de horas”. No duran eternamente, en cierto, pero dan votos.
Página Siete – 12 de septiembre de 2019