J.C. Salazar se retira del periodismo activo y de la dirección de Página Siete

Ivone Juárez /  La Paz 

El periodista  Juan Carlos Salazar anunció su decisión de retirarse de la dirección de Página Siete y del periodismo activo el 31 de diciembre próximo, después de 52 años de ejercicio profesional.

«El 31 de diciembre dejó la dirección de Página Siete. No sólo me retiro del diario, sino del periodismo activo”, afirmó el periodista, que asumió la dirección de este periódico el 15 de septiembre de 2013.

«Cuando Raúl Garáfulic, presidente del directorio de Página Siete,  me hizo el honor de invitarme a hacerme cargo de la dirección del diario, yo acepté el encargo por dos años, pero mi gestión  se prolongó a tres. Creo que ha llegado la hora del retiro”, dijo el periodista, conocido en el medio periodístico  como El Gato.

Salazar,  quien ejerció el periodismo   durante 52 años  (40 en  el extranjero), se jubiló el 31 de diciembre de  2010 en España. De regreso a Bolivia, aceptó colaborar con el padre José Gramunt, director de la Agencia de Noticias Fides (ANF), de la que es cofundador, y después  con  Página Siete.

«En 2010 me jubilé en Madrid, cuando dirigía  la agencia de noticias alemana DPA. Regresé a Bolivia con la idea de hacer efectivo mi retiro, pero se produjo la salida de Raúl Peñaranda , debido al acoso del Gobierno, y Garáfulic me ofreció hacerme cargo de Página Siete”, recuerda.

Salazar expresó su agradecimiento a Garáfulic y a  los ejecutivos de Página Siete por haberle dado la oportunidad de  cerrar su carrera profesional   en Bolivia y en Página Siete,  «el diario  más importante  e  influyente  de Bolivia”.

De los 52 años que tiene de experiencia, 40 los  forjó en el extranjero:  Argentina, México, Centroamérica,  Cuba y España. Salió del país en  1971 como exiliado político de la dictadura. 

«Me tocó trabajar en diferentes circunstancias, bajo todo tipo de gobiernos: bajo dictaduras militares, en Bolivia y Argentina; en gobiernos autoritarios y en situaciones de guerra, en Centroamérica, y   en democracia, en España”, comenta.

Consultado sobre la coyuntura política en la que le tocó dirigir  Página Siete, declaró: «Fueron tres años difíciles, muy duros, debido al acoso permanente del Gobierno, pero mi trabajo estuvo siempre orientado a defender la independencia del diario y los valores con los que fue creado.

Página Siete   no es un diario opositor, es un diario independiente del poder político y del poder económico. Su trabajo puede o no satisfacer al poder, pero no estamos aquí para eso, sino para servir  a nuestros lectores”.

El Gato Salazar  espera mantenerse en la cátedra universitaria y terminar los trabajos bibliográficos que tiene postergados. En enero próximo presentará un libro a «seis manos”,  con Humberto Vacaflor y José Luis Alcázar, sobre la emblemática  cobertura de la guerrilla del Che Guevara, hace 50 años, de la  que fueron protagonistas.

Página Siete – 30 de octubre de 2016

Voces, ecos e imágenes en la mediación de los medios

Manuel Leguineche, un veterano corresponsal de guerra español que cubrió la mayoría de los conflictos bélicos del siglo XX, dice que la prensa y los partidos políticos son instituciones democráticas que se necesitan mutuamente y, por tanto, son complementarias; “son profesiones que viven la una de la otra”, pero, al mismo tiempo, son dos oficios enfrentados. La relación entre periodistas y políticos, apunta Leguineche, es “una constante de doble filo” por los términos en que se produce, y en gran parte porque los políticos “desean escuchar los ecos más que las voces”, escuchar los ecos de sus propias acciones y propuestas e ignorar las voces de la sociedad.

Bien podríamos decir que las voces y los ecos de los actores sociales y políticos que participan en el debate público, y las imágenes que recogen y reflejan los medios de comunicación, están en el trasfondo de la excelente y novedosa investigación sobre la mediación de los medios impresos en tiempos electorales realizada por Claudio Rossell Arce.

El autor pone bajo la lupa el debate entre los agentes de la sociedad política y la sociedad civil en la “esfera pública”, donde los medios y los partidos discuten asuntos que interesan a la sociedad en su conjunto, en un diálogo, una “conversación social”, que el autor define como la “esencia de la democracia”. Y capta ese debate en un momento especial, las campañas electorales, un espacio -nos dice-, donde “la comunicación política se desarrolla hasta los extremos”, es decir el mejor escenario posible para ver en acción no sólo a políticos y candidatos en su afán por conquistar el voto ciudadano -diríamos en su propia salsa-, sino también a los actores de las sociedad civil y los medios de comunicación en su relación con el mundo político.

Rossell Arce se pregunta qué actores de la esfera pública –políticos, sociales y estatales-reciben atención y cobertura de los medios de comunicación, en qué proporción participan de la agenda mediática, qué orientación tienen los mensajes que producen esos agentes, qué instituciones aparecen en los medios como representativas de la sociedad civil, qué hechos se convierten en noticia y cuáles en opinión, a quiénes se dirigen los mensajes de los agentes que proveen los hechos noticiosos a los medios y a quiénes los mensajes que los medios presentan como opinión.

En resumen: cómo mediaron los medios impresos de comunicación en el contexto de las elecciones generales.

Y encuentra interesantes respuestas en el muestreo y análisis de 1.342 publicaciones de seis diarios de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz de las campañas electorales de 1985, 1989, 1993, 1997, 2002 y 2005, durante las dos semanas previas al día de la elección.

Yo quisiera concentrarme  en algunas de las conclusiones que,  aunque lógicas, dado el contexto de la investigación –las campañas electorales-, no dejan de ser sorprendentes y en alguna medida preocupantes.  

El autor nos recuerda que los agentes de la sociedad civil compiten con los de la sociedad política por la notoriedad en la esfera pública a fin de recibir atención, traducida en cobertura, de los medios de comunicación, que operan en este espacio no sólo como canales de comunicación entre los diferentes actores políticos y sociales, sino también como agentes con voz propia, que interpelan y aconsejan  por igual al resto de los actores.

Al actuar en esos dos sentidos, añade Rossell Arce, los medios ejercen al menos tres funciones: el de la mediación, al recoger hechos noticiosos para ponerlos a disposición de las audiencias; el de la interpretación, al ofrecer visiones ampliadas de esos hechos, dando lugar a reacciones; y el de la opinión, al comentar esas informaciones en artículos y editoriales.

En su obra clásica, “Teoría del periodismo: cómo se forma el presente», Lorenzo Gomis, varias veces citado por el autor, nos dice que “el periodismo interpreta la realidad social para que la gente pueda entenderla, adaptarse a ella y modificarla”. Y recuerda que la interpretación tiene siempre dos caras: la comprensión y la expresión. Si el intérprete ha comprendido mal, expresará mal, y a la inversa.

Rossell Arce sostiene, por su parte, que  “los medios de comunicación vehiculan los mensajes de los partidos políticos, pero no lo hacen de modo acrítico ni mucho menos complaciente (….)”, sino que al hacerlo están mediando  entre los distintos actores que participan en la esfera pública discutiendo esos mensajes”.

El cómo se produce esta conversación social es el centro de atención de su investigación. Y su importancia radica, como él mismo nos dice, en que los medios tienen la gran virtud de que por su naturaleza poseen mayor poder persuasivo sobre sus audiencias (…) al constituirse en mensajeros  de “lo-que-es-verdad” (o al menos de “lo-que-es-real”).

Por su parte, la sociedad civil, representada por instituciones plurales y autónomas respecto del Estado que promocionan el debate público,  participa en el debate no sólo otorgando su aquiescencia o manifestando su desacuerdo con los sociedad política, sino con su participación como destinataria de los mensajes e imágenes o como entidad con voz propia que plantea problemas y exige respuestas.

Es así que la sociedad civil se vale de la esfera pública para promover debates abiertos y libres para llevar a los gobernantes la voz de los gobernados, demandando soluciones y respuestas a sus necesidades o poniendo en cuestión el rumbo de las instituciones de gobierno y las decisiones que adoptan. Y lo hacen no solamente a través de los sistemas de representación popular, sino de los medios de comunicación.

Y aquí surge una de las conclusiones más llamativas de la investigación:

La observación establece que los agentes de la sociedad política tienen una presencia protagónica en los medios  de comunicación en desmedro de los actores de la sociedad civil. Un 46 por ciento de los textos tienen como origen del hecho noticioso a los candidatos y sus portavoces, mientras que los agentes de la sociedad civil tienen “voz propia” solamente en un siete por ciento y los representantes de los órganos estatales en 14 por ciento.

Esto indicaría que los actores políticos logran con creces su propósito de imponer sus mensajes en la agenda mediática. Se dirá que es lógico, dado que la campaña electoral está precisamente para eso, para que los  candidatos promuevan su imagen y los partidos sus propuestas.

A la luz de este dato, el acceso y la cobertura de la sociedad civil en los medios de comunicación es escasa en comparación a la que reciben los agentes políticos. Es tal vez por ello, como señala el autor, que “el retrato de la realidad (que ofrece la muestra) sea más parecido a las expectativas e intereses de los políticos (…) que al de las organizaciones sociales en toda su heterogeneidad”.

Si creemos como James Carey, uno de los creadores del Proyecto para la Mejora de la Calidad del Periodismo lanzado por la Universidad de Harvard hace casi dos décadas, que “el periodismo no es más que un modo de transmitir y amplificar las conversaciones de la gente”, coincidiremos en que en este contexto los medios no cumplen cabalmente su misión de vehicular las preocupaciones e inquietudes de la sociedad a la esfera política.

Pero no es sólo un problema de los medios. Y aquí viene otra conclusión significativa del investigador, según la cual son los representantes políticos los que más demandas formularon, en un 40 por ciento, contra apenas un 17 por ciento de la sociedad civil. Y lo más curioso, como apunta Rossell Arce, es que dichas demandas no fueron formuladas a la sociedad política, sino a la propia sociedad civil.

La investigación constata por otra parte que “los medios de comunicación analizan, interpretan y juzgan los hechos noticiosos adoptando posiciones, haciendo críticas y recomendaciones, y sobre todo ofreciendo opiniones razonadas acerca de los procesos en marcha”. 

En este sentido, como apunta el autor, los medios no sólo son influidos en el debate por los otros agentes de la esfera pública, sino que hacen posible la influencia de unos sobre otros e influyen con su propia voz sobre todos ellos.

La conclusión general de la investigación es que “la mediación opera de manera permanente en los contenidos de los medios y que los más beneficiados de esta función son los agentes de la sociedad política, pues reciben cobertura con mayor frecuencia, apareciendo más en las páginas de los medios, por lo general a través de declaraciones de los personajes dotados de notoriedad, pero también porque son objeto de más comentarios de parte de esos medios”.

Rossell Arce sostiene que el fruto de la discusión que desarrollan los agentes políticos y sociales en la esfera pública debería influir sobre las decisiones de los gobernantes, concretando así “la democracia de manera cotidiana”. Y la mediación de los medios de comunicación es crucial en la realización de la “conversación social” para tal fin.

Rossell Arce dice que queda mucho por indagar en el ámbito de la mediación de los medios en épocas electorales, pero sin lugar a dudas su trabajo es meritorio no sólo por su rigor académico, sino por su carácter precursor.

Me parece igualmente una lectura obligada para los responsables de los medios si quieren ofrecer una cobertura equitativa y equilibrada en épocas electorales, teniendo en cuenta, en palabras de Bill Kovach y Tom Rosenstiel, que  “el propósito principal del periodismo es proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan  para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”.

Finalmente, quisiera destacar el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer a la Carrera de Comunicación de la Universidad Católica Boliviana, en general, y a la investigación de sus docentes, a través del fondo concursable Dr. Salvador Romero Pittari, que tiene en el trabajo de Rossell Arce un primer y exitoso fruto.

(*) Texto leído en la presentación del libro “La mediación. Medios y elecciones en Bolivia”, de Claudio Rossell Arce, el 28 de abril de 2015.

Los soliloquios del amor

Cuando conocí Lanzarote, la isla de José Saramago, me sentí cautivado por sus playas de arena negra. Nunca había visto nada igual. La arena finísima, con su extraña textura esparcida al pie de los riscos volcánicos, ejercía la poderosa atracción de un imán, aunque recién tomé conciencia de la sensación hipnótica de ese espectáculo cuando leí la  novela de Odette Magnet. 

La editorial Plaza y Janés presenta Arena negra como una «historia de amor y desamor”, la de su protagonista, la periodista Maite Aguirre, pero todos sabemos que el «desamor” no existe. No se puede «desquerer”, como no se puede desandar un camino, aunque se retorne por el mismo sendero. Los caminos son de ida y vuelta, es cierto, pero siguen siendo los mismos, sólo que vistos desde perspectivas diferentes. El desamor es la otra cara del amor o, si se quiere, la cal viva que suele repartir el destino por cada porción de arena que ofrece  a lo largo de la vida.

Maite no lo sabe, aunque lo intuye, y en la búsqueda del amor perdido, vuelve la mirada hacia atrás, a la arena negra de las playas de su infancia, el imán que la atraerá de manera recurrente y al que se aferrará, cual anclaje, como se aferra el navegante a la brújula en plena tormenta para reencontrar el norte perdido. Lo hará en un soliloquio que no la devolverá por el camino añorado, pero le otorgará las claves para recuperar las certidumbres que dan sentido a una existencia. 

A partir de la infancia, «ese estado tibio, momento teñido de sepia”, la periodista pasa revista a la sucesión de «silencios, desamor, promesas rotas, traición, abandono, frustración, vacío, cansancio, distancia, ira, espera, deseo contenido, paciencia agotada” que le ha deparado la vida y que le ha provocado un rencor «pesado, negro, como la arena de la tarde”. Busca enterrar sus frustraciones en la playa de su juventud, a manera de ataúd, pero la arena se le escurre entre los dedos.

En la añoranza del amor, el placer y el  deseo perdidos, Maite se pregunta, una y mil veces, ¿por qué?, lamentando, como diría Pablo Neruda, que el amor sea más corto que el olvido. La «samurái de acero inoxidable”, la exitosa corresponsal residente en Washington que había seducido y conquistado a un canciller latinoamericano,  el amor de su vida, al final de cuentas, no era más que una «Caperucita Roja de mazapán”, tan débil como la niña que se veía a sí misma como una mujer «transparente, sin sombra”, que «caminaba con la levedad de un fantasma, empujada por voces distintas”.

Maite siente que ha llegado la hora de su resurrección cuando una de las voces interiores -las que suelen acompañar a los necesitados en sus momentos  de angustia- le dice: «Ya estás regresando, ya casi, no temas”. Es decir, cuando, resignada, llega a la conclusión –en palabras de García Márquez- de que  la peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener.

Con una gran riqueza de lenguaje, cuajado de evocaciones poéticas, y un ritmo narrativo sorprendente para una estructura como la que sustenta el argumento, Odette construye el relato sobre los soliloquios de Maite y de su amante, Roberto, a tono con el tema de fondo de la novela. ¿No es acaso el amor una conjunción de dos monólogos? En este sentido, la obra recuerda a la novela Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, en la que la protagonista, Menchú, reconstruye la vida de su pareja en un largo soliloquio ante el cadáver de su marido, Mario, en lugar de contarla de manera directa y lineal. Y, como en el caso de Delibes, Odette logra a través de ese formato una recreación cálida e íntima de sus personajes. La utilización del monólogo le permite, además, ensayar una propuesta interesante, poco común en la literatura latinoamericana, a la que también apeló Carlos Mesa en su novela Soliloquio del Conquistador (Editorial EDAF/Universidad de las Américas, Puebla).

Periodista al fin y al cabo y a manera de telón de fondo, Odette evoca dos trágicos 11 de septiembres de la historia: el golpe de Pinochet, con «el dolor de la espera en los huesos, la extensión de la distancia y el peso de la ausencia” del exilio, y el atentado de «la bestia que atravesó el vientre de las Torres Gemelas”. El periodismo –dice en un guiño a su vocación primera– «es un oficio solitario y doloroso. Un viaje largo, como son los auténticos. Algunos regresan de la travesía; otros no vuelven nunca. Pero lo difícil es hacerlo”. Odette ya hizo ese viaje en su Chile natal y ahora, con Arena negra, inicia, auspiciosamente, uno nuevo.

Página Siete – 15 de septiembre de 2016

Los viejos vientos de las actuales tempestades

La imagen del embajador estadounidense de los años 60, Ben Stephansky, el «compañero Ben”, cubierto con el poncho indígena y el tradicional lluchu, haciendo la V de la victoria movimientista, en la entrega de obras del entonces presidente Víctor Paz Estenssoro, era frecuente en la prensa de la época. Para nadie era un secreto la intervención gringa en los asuntos internos de Bolivia, denunciada de manera cotidiana por la izquierda, pero lo que no se sabía era el grado de la injerencia. En una investigación excepcional publicada por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Vicepresidencia, el investigador Thomas C. Field Jr. nos da la medida de la intromisión.

Minas, balas y gringos reconstruye un momento dramático y fundamental de la historia nacional del siglo XX. El que vivió Bolivia en la fase final del segundo periodo presidencial de Paz Estenssoro, entre el agotamiento de la Revolución de 1952 y el advenimiento del ciclo militar con el general René Barrientos Ortuño (1961-64). El título original en inglés da una idea más cabal del tema y el momento histórico: From Development to Dictatorship: Bolivia and the Alliance for Progress in the Kennedy Era (Del desarrollo a la Dictadura: Bolivia y la Alianza para el Progreso en la era Kennedy).

Como bien dice el prologuista, James Dunkerley, un conocido «bolivianólogo” de la Queen Mary University of London (Rebelión en las venas y Orígenes del poder militar en Bolivia), la obra de Field desnuda el rol de la Alianza Para el Progreso y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) en esa coyuntura, pero al mismo tiempo pone en evidencia el «intervencionismo liberal” de la política exterior de Kennedy/Johnson como «una ideología que incorporó y promovió el autoritarismo” en Bolivia. 

El libro contiene muchas revelaciones sobre las operaciones del Gobierno estadounidense en Bolivia,  producto de la exhaustiva investigación del autor, quien consultó archivos y revisó cientos de documentos desclasificados del Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Usaid y otras agencias estadounidenses, y entrevistó a medio centenar de personajes vinculados a los hechos históricos de la época, en un trabajo que Dunkerley califica de sin precedente en los estudios de la política boliviana de los últimos 30 años.

No basta decir, para entender la dependencia de Bolivia, que el país era en esa época el segundo receptor per cápita de la ayuda estadounidense en el mundo y que la Alianza para el Progreso suministraba el 20 % del PIB nacional, como revela el autor. Ocurre, además, que Bolivia sufría de una creciente crisis económica y política que hacía de Paz Estenssoro cada vez más dependiente de la ayuda externa. Desde la «tercera vía”, a la que se adscribía el Tercer Mundo en plena Guerra Fría, intentó un equilibrio. Buscó un crédito de 150 millones de dólares de la Unión Soviética que nunca llegó a concretarse.

Según la documentación obtenida por Field, las administraciones de John F. Kennedy y Lyndon Johnson «estaban convencidas de que Paz Estensoro era la única persona que podía guiar a Bolivia por el camino de la modernización anticomunista”, en pleno auge de la revolución cubana.

Para Kennedy, ícono y paradigma de las democracias occidentales, Paz Estenssoro era un líder modélico latinoamericano, «un espíritu afín, un colega modernizador”, a quien decidió apoyar sin reticencias, con la intención de «reorientar el desarrollo de Bolivia” en el marco de la naciente Alianza para el Progreso, frente a la amenaza comunista. «Lo que usted está tratando de hacer en su país es lo que todos nosotros, en todos los países de este hemisferio, esperamos hacer por nuestros pueblos”, le dijo en Washington a fines de octubre de 1963, un mes antes del magnicidio de Dallas.

Sin embargo, como dice Field, «desde su concepción, la Alianza para el Progreso en Bolivia fue un proyecto politizado y autoritario”. «A medida que las crisis amenazaban de manera continua el poder de Paz Estenssoro -sostiene-, los liberales estadounidenses reafirmaban su compromiso con un régimen modernizador y autoritario”. Paz Estenssoro, «sin abandonar nunca el sueño de ejercer un control político total -según el autor-, fue cómplice voluntario de ese proyecto”. Y lo aplicó con mano dura.

EEUU necesitaba un programa amplio para convencer a Paz Estenssoro, pero, además, precisaba combatir a los dirigentes mineros izquierdistas, identificados por Washington como «el principal obstáculo para el desarrollo”. Es así que el Grupo Especial de Contrainsurgencia de Kennedy envió en julio de 1963, a través de Usaid, 100 mil  dólares en equipo militar para armar a una milicia campesina encargada de «eliminar” a los líderes históricos de Siglo XX, Federico Escóbar e Irineo Pimentel, operación que fracasó. Ambos fueron apresados cuatro meses más tarde, detención que provocó la captura como rehenes de cuatro funcionarios de la cooperación estadounidense durante nueve tensos días.

No es la única novedad que contiene el libro de Field, rico en detalles de la guerra que lanzó Paz Estenssoro contra los sindicatos en su afán de imponer el Plan Triangular para la rehabilitación de la Comibol a exigencia de EEUU. El investigador, Profesor Asociado y Jefe de Facultad de Estudios Globales de Inteligencia y Seguridad en el Embry-Riddle College of Security and Intelligence, demuestra también que  Washington sostuvo a Paz Estenssoro hasta el último día, el 3 de noviembre de 1964, contra la creencia generalizada de que alentó el golpe de Barrientos.

Minas, balas y gringos, que ganó el premio Thomas McGann del Consejo Rocky Mountain de Estudios Latinoamericanos, es una lectura imprescindible. Nadie podrá decir que los americanos no se ganaron a pulso la fama de intervencionistas. La obra de Field es útil para entender de qué viejos vientos   vienen las actuales tempestades.

Página Siete – 13 de septiembre de 2016