La imagen del embajador estadounidense de los años 60, Ben Stephansky, el “compañero Ben”, cubierto con el poncho indígena y el tradicional lluchu, haciendo la V de la victoria movimientista, en la entrega de obras del entonces presidente Víctor Paz Estenssoro, era frecuente en la prensa de la época. Para nadie era un secreto la intervención gringa en los asuntos internos de Bolivia, denunciada de manera cotidiana por la izquierda, pero lo que no se sabía era el grado de la injerencia. En una investigación excepcional publicada por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Vicepresidencia, el investigador Thomas C. Field Jr. nos da la medida de la intromisión.
Minas, balas y gringos reconstruye un momento dramático y fundamental de la historia nacional del siglo XX. El que vivió Bolivia en la fase final del segundo periodo presidencial de Paz Estenssoro, entre el agotamiento de la Revolución de 1952 y el advenimiento del ciclo militar con el general René Barrientos Ortuño (1961-64). El título original en inglés da una idea más cabal del tema y el momento histórico: From Development to Dictatorship: Bolivia and the Alliance for Progress in the Kennedy Era (Del desarrollo a la Dictadura: Bolivia y la Alianza para el Progreso en la era Kennedy).
Como bien dice el prologuista, James Dunkerley, un conocido “bolivianólogo” de la Queen Mary University of London (Rebelión en las venas y Orígenes del poder militar en Bolivia), la obra de Field desnuda el rol de la Alianza Para el Progreso y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) en esa coyuntura, pero al mismo tiempo pone en evidencia el “intervencionismo liberal” de la política exterior de Kennedy/Johnson como “una ideología que incorporó y promovió el autoritarismo” en Bolivia.
El libro contiene muchas revelaciones sobre las operaciones del Gobierno estadounidense en Bolivia, producto de la exhaustiva investigación del autor, quien consultó archivos y revisó cientos de documentos desclasificados del Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Usaid y otras agencias estadounidenses, y entrevistó a medio centenar de personajes vinculados a los hechos históricos de la época, en un trabajo que Dunkerley califica de sin precedente en los estudios de la política boliviana de los últimos 30 años.
No basta decir, para entender la dependencia de Bolivia, que el país era en esa época el segundo receptor per cápita de la ayuda estadounidense en el mundo y que la Alianza para el Progreso suministraba el 20 % del PIB nacional, como revela el autor. Ocurre, además, que Bolivia sufría de una creciente crisis económica y política que hacía de Paz Estenssoro cada vez más dependiente de la ayuda externa. Desde la “tercera vía”, a la que se adscribía el Tercer Mundo en plena Guerra Fría, intentó un equilibrio. Buscó un crédito de 150 millones de dólares de la Unión Soviética que nunca llegó a concretarse.
Según la documentación obtenida por Field, las administraciones de John F. Kennedy y Lyndon Johnson “estaban convencidas de que Paz Estensoro era la única persona que podía guiar a Bolivia por el camino de la modernización anticomunista”, en pleno auge de la revolución cubana.
Para Kennedy, ícono y paradigma de las democracias occidentales, Paz Estenssoro era un líder modélico latinoamericano, “un espíritu afín, un colega modernizador”, a quien decidió apoyar sin reticencias, con la intención de “reorientar el desarrollo de Bolivia” en el marco de la naciente Alianza para el Progreso, frente a la amenaza comunista. “Lo que usted está tratando de hacer en su país es lo que todos nosotros, en todos los países de este hemisferio, esperamos hacer por nuestros pueblos”, le dijo en Washington a fines de octubre de 1963, un mes antes del magnicidio de Dallas.
Sin embargo, como dice Field, “desde su concepción, la Alianza para el Progreso en Bolivia fue un proyecto politizado y autoritario”. “A medida que las crisis amenazaban de manera continua el poder de Paz Estenssoro -sostiene-, los liberales estadounidenses reafirmaban su compromiso con un régimen modernizador y autoritario”. Paz Estenssoro, “sin abandonar nunca el sueño de ejercer un control político total -según el autor-, fue cómplice voluntario de ese proyecto”. Y lo aplicó con mano dura.
EEUU necesitaba un programa amplio para convencer a Paz Estenssoro, pero, además, precisaba combatir a los dirigentes mineros izquierdistas, identificados por Washington como “el principal obstáculo para el desarrollo”. Es así que el Grupo Especial de Contrainsurgencia de Kennedy envió en julio de 1963, a través de Usaid, 100 mil dólares en equipo militar para armar a una milicia campesina encargada de “eliminar” a los líderes históricos de Siglo XX, Federico Escóbar e Irineo Pimentel, operación que fracasó. Ambos fueron apresados cuatro meses más tarde, detención que provocó la captura como rehenes de cuatro funcionarios de la cooperación estadounidense durante nueve tensos días.
No es la única novedad que contiene el libro de Field, rico en detalles de la guerra que lanzó Paz Estenssoro contra los sindicatos en su afán de imponer el Plan Triangular para la rehabilitación de la Comibol a exigencia de EEUU. El investigador, Profesor Asociado y Jefe de Facultad de Estudios Globales de Inteligencia y Seguridad en el Embry-Riddle College of Security and Intelligence, demuestra también que Washington sostuvo a Paz Estenssoro hasta el último día, el 3 de noviembre de 1964, contra la creencia generalizada de que alentó el golpe de Barrientos.
Minas, balas y gringos, que ganó el premio Thomas McGann del Consejo Rocky Mountain de Estudios Latinoamericanos, es una lectura imprescindible. Nadie podrá decir que los americanos no se ganaron a pulso la fama de intervencionistas. La obra de Field es útil para entender de qué viejos vientos vienen las actuales tempestades.
Página Siete – 13 de septiembre de 2016