José Antonio Quiroga
Juan Carlos Salazar –Don Gato, como es más conocido entre los amigos– acaba de cometer un nuevo libro. Hace pocos meses publicamos una obra suya, en coautoría con Humberto Vacaflor y José Luis Alcázar, titulada La guerrilla que contamos, y, antes de reponernos de esa aventura, ya nos llega esta nueva “entrega”, como dicen los periodistas, que reúne esbozos biográficos de 39 personas a los que la generosidad –o la malevolencia– del autor llama “gente poco común”.
Este es un libro –Semejanzas– que Don Gato venía preparando desde hace varios años. Muchas de las notas fueron redactadas con sentido de oportunidad –un aniversario, una defunción, algún suceso político–, pero la mayoría son más bien ejercicios inactuales que revelan la vena literaria de este gran periodista boliviano.
La selección de los retratados muestra su larga trayectoria en Latinoamérica y España, a lo largo de 50 años de ejercicio profesional, que lo llevó a conocer a personas destacadas del mundo cultural, político y social. El hecho de haberme incluido en esa selección, me da ahora el derecho a la retaliación. Así que ofreceré un esbozo del Gato que yo conocí, que se parece mucho al que todos admiramos, con algunas excepciones de carácter testimonial.
A Juan Carlos Salazar y a Etel Elena –su esposa, que parece sólo llevar nombres en lugar de apellidos– los conocí durante una estadía de tres meses en Buenos Aires el año de 1973, en casa de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Cristina Trigo, mis tíos. Marcelo y Gato estaban exiliados por la dictadura de Banzer y los unía el destierro, el oficio periodístico y la militancia en el Partido Socialista. Recuerdo un almuerzo en el que también estaba Juan José Torres y su esposa junto a otros exiliados bolivianos. Yo tenía unos 14 años y despertaba al mundo de las ideas y de la política.
Al regresar a Bolivia me incorporé a una organización revolucionaria en la resistencia y mi aventura duró poco más de dos años. Tuve que salir al exilio antes de terminar el colegio y allí me reencontré con Don Gato y su pandilla, como le llamaba yo a su familia. Marcelo y Gato huyeron de la Argentina, arrastrando a sus familias a un nuevo exilio, esta vez en la generosa patria mexicana. Yo terminé el colegio y suspendí mis estudios universitarios para regresar a Bolivia con Marcelo a fines de 1977. Poco antes del golpe de García Meza, regresé a México a continuar mis estudios y allí me reencontré con Gato y su pandilla.
El 17 de julio de 1980, Ricardo Pérez Alcalá me invitó a almorzar a un elegante restaurante japonés en el barrio de la Condesa. Cuando llegó me dijo que había estallado un golpe de Estado en Bolivia. Desde el restaurante lo llamamos a Gato para confirmar la noticia. En esa época no había celulares ni Internet y las noticias llegaban por teletipo. Gato me dijo que aunque las noticias eran confusas parecía confirmado el asesinato de Marcelo. Así como uno no olvida el primer beso, tampoco olvida jamás a la persona que te transmite la noticia de la muerte de un ser querido.
Los meses siguientes fueron de mucha actividad política: llegaban oleadas de exiliados, incluyendo a la viuda y los hijos de Marcelo. Con Gato organizamos al Partido Socialista en México y nos incorporamos al CONADE. Publicamos dos libros: Una sola línea, que era una compilación de los documentos del PS-1 entre 1977 y 1980, y El asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz, que reunía testimonios y homenajes relacionados con la vida y la trágica muerte de Marcelo. Algunas de las semblanzas contenidas en este libro, Semejanzas, corresponden a amigos comunes de esos años de exilio mexicano: Héctor Borda, Quico Arnal, Juan Rulfo, Gregorio Selser, Chingo Baldivia, Roger Cortez y Cayetano Llobet.
Gato trabajaba en la Agencia Alemana de Prensa (DPA), en una oficina de la avenida Reforma. Yo era colaborador semanal del diario El Universal y comenzaba a hacer mis primeras experiencias como columnista. Recuerdo una vez que Gato me dijo que conocería al personaje que inspiró a Quino para crear a Felipito. Cuando lo vi, no pude reprimir la carcajada. Efectivamente, se parecía mucho a sí mismo. Gato siempre fue una persona con gran sentido del humor, lo que lo ha ayudado a sobrellevar las penurias de la política con gran bonhomía.
En Madrid lo vi una sola vez. Yo regresaba de Senegal y Gato me ofreció alojarme en su departamento en Chamartín, si no me equivoco. Llegué a las cinco de la mañana y toqué el timbre. Nadie me abrió y tuve que acurrucarme sobre el felpudo hasta que alguien se desperezó a eso de las ocho. Esa muestra de hospitalidad dio lugar a una infinidad de bromas. Hasta que finalmente Gato se jubiló y decidió regresar con Etel a Bolivia. Y desde que llegó no hemos dejado de hacer algunas cosas juntos, como la publicación del quincenario Nueva Crónica y Buen Gobierno que él dirigió durante unos meses y del que yo fui editor durante siete años, y de sus estupendos libros, como Semejanzas.
Gato es para mí un ejemplo de periodista que conoce su oficio y que practica la ética de su oficio con verdadera maestría. Es también un ejemplo de consecuencia política, en un mundo que ha dado dos volteretas desde que derribaron el muro de Berlín. Lo he visto de cerca en su paso por la dirección de Página Siete en la que tuvo que lidiar con el “cártel de la verdad”, y en sus incesantes artículos sobre la vida de esta su segunda patria –Bolivia– porque, como todas sabemos, su primera y definitiva patria es Tupiza.
(Texto leído en la presentación del libro Semejanzas, el 7 de junio de 2018)