Cincuenta años después: “La guerrilla que contamos”

Gloria Helena Rey, Especial para EL TIEMPO

No siempre se tiene la suerte como reportero de vivir momentos únicos en la historia de un país y, mucho menos de una región, pero los periodistas bolivianos Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor recibieron ese regalo del destino y acaban de publicar ‘La guerrilla que contamos’, narración de sus vivencias en el cubrimiento de la guerrilla que comandó en Bolivia el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara, hace 50 años.

El hecho marcó la historia de Bolivia y la de América Latina, donde la figura del Che sigue siendo un ícono, como en el resto del mundo. El famoso retrato que le hizo al Che el fotógrafo cubano Alberto Korda, en 1960, y cuyas reproducciones se ven hoy en universidades públicas y privadas del continente y en toda clase de suvenires.

El libro cuenta, sin apasionamientos, lo escrito en la piel de nuestro continente por el Che y su proyecto de vida, que siguen vivos en nuestra historia.

Después de medio siglo de su muerte, el mito pervive porque lo sucedido en Bolivia se mantiene como un secreto de Estado, que solo se revelará cuando se den a conocer archivos confidenciales de Cuba, la ex-URSS, algunos de la CIA y del ejército boliviano.

El relato de 280 páginas, editado por Plural Editores, agotó dos ediciones en dos meses. Incluye documentos y fotos inéditas de personalidades de la talla del filósofo y escritor francés Régis Debray (exconsejero del presidente François Mitterrand), detenido por el ejército boliviano en la población de Muyupampa tras reunirse con el Che, en 1967, después condenado a 30 años de cárcel, bajo el régimen presidencial del general René Barrientos (1964-1969), y finalmente amnistiado y liberado en el gobierno del presidente Juan José Torres, en 1970.

Figuran también la famosa periodista italiana Oriana Fallaci y la modelo Michèle Ray, esposa del famoso director de cine franco-griego Costa Gavras, entre muchos otros.

Juan Carlos Salazar, uno de los autores de ‘La guerrilla que contamos’, a quien EL TIEMPO entrevistó, comenzó a escribir sobre el Che y su guerrilla boliviana cuando tenía apenas 21 años y hacía el cubrimiento para las Agencias de noticias Fides y DPA. Debray, como Fallaci, le escriben a Salazar con cariño, recordándole su aprecio y resaltando sus cualidades como la de “… todos los que luchan con honradez desde adentro…”, como le dice Debray, o la divertida nota en la que Fallaci se suscribe como “tu devotísima y nunca consumada amante”.

Alcázar y Vacaflor, los otros dos autores del libro, trabajaban en la época para el periódico Presencia.

Salazar fue el primero en llegar a la zona de conflicto en marzo de 1967. Él cubrió la detención y juicio de Debray y del argentino Ciro Bustos, miembros de la red subversiva guevarista.

Alcázar dio la primicia mundial de la captura del Che “vivo y herido” el 8 de octubre de 1967. Y Vacaflor, expulsado dos veces de la zona militar e incluso amenazado con un juicio tras ser acusado de formar parte de la campaña para la liberación de Debray, fue quien reveló el robo de los diarios del Che, años después.

Los tres fueron enviados por sus respectivos medios hace 50 años a la zona del río Nancahuazú, en el departamento de Santa Cruz, días después de que las autoridades bolivianas informaron del primer combate entre los militares y la guerrilla.

Alcázar también fue el único reportero que estuvo presente en las operaciones militares contrainsurgentes de la época y el primero en descubrir la farsa montada por Barrientos sobre la supuesta muerte en combate del Che, pues, además, tocó su cadáver en la lavandería del hospital de Villegrande, donde fue llevado después de la ejecución y notó que aún todavía estaba tibio. “Sentí un escalofrío, un estremecimiento. Aún estaba caliente”cuenta en el libro. También fue el primero en comprender, después de hablar con los soldados que custodiaban al Che, que no solo fue ejecutado por Mario Terán, sino que fueron tres los militares que participaron en su asesinato.

Reportaje del reportaje

Reportaje del reportaje

“Todo acontecimiento periodístico tiene dos historias –precisa Salazar–: la que uno cuenta a sus lectores y la que vive para contar ese hecho. Este libro cuenta los entretelones de esa cobertura. El libro está dividido en tres partes, cada una de ellas escrita por uno de los coautores. El título de mi parte, ‘Entre guerrilleros escurridizos, censores militares y atractivas espías’, da una idea de su contenido”.

Señala que su colega José Luis Alcázar, el único periodista que participó en combates, y quien tocó la mano del Che, minutos después de su ejecución.

“A las cinco de la tarde llegó el helicóptero con el cadáver del Che. Ahí estaba el cuerpo del guerrillero, envuelto con una frazada o cobija militar. Un círculo de soldados resguardaba el helicóptero, evitando que la muchedumbre, que se había dado cita en la precaria pista, se acercara a la nave. Ahí estuve. A mi lado, un agente de la CIA, el cubano Gustavo Villoldo, alias capitán Eduardo González. Villoldo rompió el cerco militar y yo aproveché y juntos corrimos hacia el helicóptero. Mientras Villoldo-González levantaba la cobija para ver el rostro y jalarle la barba y decirle: “¡Por fin has caído!”, yo vi una de las manos del Che que aparecía a un costado de la improvisada camilla en el patín del helicóptero. La tomé y sufrí un escalofrío, un estremecimiento. Estaba caliente. Había muerto recién…”, explica Alcázar en el libro

Sobre el filósofo Debray, dado por muerto por el gobierno de Barrientos, se cuenta que Hugo Delgadillo, reportero y colega de los autores del libro, le salvó la vida. Delgadillo envió a La Paz una imagen de Debray y otros detenidos, la cual fue publicada por el diario ‘Presencia’, provocando un escándalo y una campaña mundial por su liberación, en la que intervinieron el presidente Charles de Gaulle, el papa Pablo VI, el filósofo Jean-Paul Sartre y el novelista André Malraux, entre otros.

Para Salazar, esa foto sentenció a muerte al Che, pues, tras ese incidente Barrientos decretó una guerra de ejecuciones, sin prisioneros, contra la guerrilla.

Por eso, al ser capturado el 8 de octubre de 1967, el Che fue ejecutado por los militares al día siguiente en la pequeña localidad de La Higuera, departamento de Santa Cruz, y sus restos enterrados en secreto en Villegrande, a 60 kilómetros de allí y solo encontrados 20 años después, tras innumerables investigaciones.

Vacaflor, el otro autor del libro, cuenta cómo lo persiguió el fantasma del Che hasta Londres, donde fue convocado por la empresa rematadora Sotheby’s para que certificara la autenticidad del diario de Guevara, que pretendía rematar por encargo del militar que robó el documento.

Reflexión

Reflexión

‘La guerrilla que contamos’ es, también, una reflexión sobre lo sucedido y las consecuencias políticas de la guerrilla en Bolivia, que polarizó y radicalizó a la juventud de la época. Porque sin la acción del Che no se explican los gobiernos progresistas de los generales Alfredo Ovando Candia (1969/70) y Juan José Torres (1970/71), quienes combatieron al Che y, según los testimonios, decidieron su ejecución.

Ovando era Comandante en Jefe de las FF. AA. y Torres Jefe del Estado Mayor. La guerrilla polarizó a la sociedad boliviana y radicalizó a muchos sectores sociales, pero también permeó al Ejército, que se sintió interpelado por las injusticias económicas y sociales que agitó el Che como banderas.

“Ovando tomó el poder en septiembre de 1969, nacionalizó el petróleo (Gulf Oil Company) y prometió una nueva revolución. Cuando la derecha militar intentó derrocarlo”, explica Salazar.

En el caso de Torres, afirma que hizo un gobierno más de izquierda. “Bajo su mandato se reunió la Asamblea Popular, conocida como el Sóviet boliviano, una suerte de parlamento integrado por obreros, campesinos y estudiantes que intentó disputarle el poder. Ante la radicalización, el coronel Hugo Bánzer Suárez lo derrocó en un golpe el 21 de agosto de 1971”.

La polarización no fue solo en Bolivia. En Perú gobernaba otro militar de izquierda, Juan Velasco Alvarado (1968/75) y en Chile Salvador Allende (1970-73). “Fue el signo de esos tiempos”, recuerda.

Anota que ni la guerrilla del Che ni otras que nacieron en los 60 y 70 cambiaron en algo la opresión de los pueblos de América Latina, pues “tuvieron como correlato las dictaduras militares, con su dramáticos saldos de torturas, asesinatos, desapariciones y descabezamiento de las izquierdas y movimientos populares, sino porque muchas de sus reivindicaciones sociales siguen vigentes, a pesar de que algunos líderes políticos, como el presidente Evo Morales, se reclaman como seguidores del Che”.

Desmitificaciones El libro desmitifica parte de la historia oficial respecto de la figura del Che y de la guerrilla que comandó en Bolivia. Por ejemplo, su categorización como estratega político y militar. Alcázar desmenuza los fracasos militares del argentino, quien llegó a Bolivia después de su primer gran descalabro político militar en el Congo en 1965, a donde fue enviado por Fidel Castro para establecer, en el corazón de África, una plataforma contra “el imperialismo yanqui” y “el neocolonialismo continental”.

No pudo. ¿Por falta de preparación, por conocimiento superficial de la situación o desconocimiento de la mentalidad de población o todo a la vez? Igual pasó después en Bolivia. “El Che no entendió el contexto político y social boliviano al elegir el país como escenario de su lucha y tampoco pudo hacer frente a la estrategia militar”, dice Salazar.

Él y Alcázar coinciden en asimilar los dos experimentos como fracasos. En Bolivia encontró a campesinos con los que nunca logró establecer la relación esperada.

“Desde el punto de vista militar, el Che vivió en la selva 337 jornadas de penurias, acosado por el asma, el hambre, las diarreas y las calenturas; aislado, cercado y perseguido por las tropas del Ejército”, escriben en su libro.

Quedó consignada en el diario del Che: “Sigue sintiéndose la falta de incorporación campesina”.

“Desde las primeras semanas de la campaña, también había perdido todo contacto con la incipiente red urbana, que nunca llegó a funcionar, e incluso con La Habana”, se afirma en el libro.

La idea del Che era utilizar Bolivia para crear una escuela, una célula madre de guerrilleros, que se expandirían hacia otros países. Pero los autores recuerdan que menospreció a grupos internos que pudieron apoyarlo dentro de Bolivia, como el Partido Comunista, y subestimó al ejército y al gobierno bolivianos. Se amparó en la supuesta debilidad del gobierno de Barrientos.

En la época de la guerrilla del Che comenzó a escribirse en América Latina, con el apoyo de Estados Unidos, uno de los capítulos más sangrientos de la historia continental con golpes militares, asesinatos, desapariciones y torturas en Paraguay y Brasil en los años 60 y después, en los 70, en Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay.

Todo planeado desde la Escuela de las Américas y después, con la creación regional de uno de los procesos represivos más criminales de nuestra historia, la llamada Operación Cóndor, que se articuló en el marco de la Guerra fría global. En esa atmósfera de represión y miedo surgieron las guerrillas como una respuesta política a las dictaduras militares en el Cono Sur, o, como en el caso de Colombia, a la expropiación de las tierras campesinas por terratenientes, en los 60 y 70.

Así se dibujó el mapa de la subversión continental en el que creció la mítica guerrilla de Guevara en Bolivia. “La historia de un gran fracaso”, según el propio Che.

El Tiempo (Bogotá, Colombia) – 9 de noviembre de 2017

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