El entonces presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), José Sulaimán, lo presentó como “el número uno, el más grande de todos los tiempos”, pero la figura que compareció ese día en el auditorio repleto de púgiles y dirigentes de los cuatro continentes era la de un hombre enfermo y acabado.
Con las manos temblorosas a causa del mal de Parkinson, la voz apenas audible y un andar de viejito achacoso, Muhammad Alí, “Alí el Bocón”, el gran Cassius Clay, era apenas una sombra del campeón invencible, el incorregible fanfarrón, pese a que entonces tenía apenas 45 años. ¿Sigue siendo el más grande?, le preguntó el autor de esta crónica. “Hace tiempo que no digo eso”, respondió.
Alí asistía en Coyococ, a 60 kilómetros al sureste de la capital mexicana, a un simposio sobre protección médica para boxeadores, organizado por el CMB, con la participación de especialistas de varios países. “El boxeador nunca piensa en los asuntos médicos. Ojalá que esta preocupación, la de hacer un simposio médico, la hubiera tenido antes”, declaró el excampeón, quien desde algunos años atrás había empezado a sufrir las consecuencias de los golpes que recibió a lo largo de su espectacular carrera deportiva.
Con voz cansada y una sonrisa que apenas rompía la rigidez de su rostro, dijo: “No soy el más grande, ni nunca lo he sido. El único grande es Dios. Cierto que muchas veces dije eso, que era el más grande, pero sólo era para vender entradas en mis peleas y hacerlas interesantes”.
Para entonces ya estaba retirado. Años antes, en su último combate, el 11 de diciembre de 1981, había sido humillado por un desconocido, Trevor Berbick, de 27 años, quien cobró 250.000 dólares para vapulear a quien había sido su ídolo e inspiración. La prensa especuló que Alí había aceptado el combate por problemas económicos. Todo el mundo se había percatado de la dificultad que tenía para hablar, aparente síntoma del daño cerebral, al punto de que las autoridades del boxeo estadounidense se negaron a autorizar la pelea y el combate tuvo que realizarse en la capital de Bahamas, Nassau.
Nacido en Louisville, Kentucky, 17 de enero de 1942, Cassius Marcellus Clay Jr, nombre con el que fue bautizado, murió en Scottsdale, Arizona, el 3 de junio de 2016, aquejado por mal de Parkinson.
Era considerado el mejor boxeador estadounidense de todos los tiempos y una figura de enorme influencia en la lucha contra la segregación racial en la década de los 60. Convertido al Islam, durante la guerra de Vietnam se opuso al reclutamiento militar y se declaró objetor de conciencia.
Es conocida su respuesta al periodista que le criticó por negarse a defender la bandera de las barras y las estrellas. “No tengo problemas con los Viet Cong, porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger (negro)”, le dijo, aunque también defendió a Estados Unidos: “Es todavía el mejor país del mundo”.
Campeón olímpico en Roma 60 tras una exitosa campaña amateur, Alí se convirtió en mito con su victoria sobre George Foreman, el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, donde era adorado como un dios. Alí noqueó a Foreman en el octavo asalto, ante una multitud de 60.000 espectadores que lo alentaban al grito de “¡Alí, mátalo!”.
Para entonces ya había vencido a boxeadores de la talla de Sonny Liston, Floyd Patersson, Joe Frazier y Ken Norton. Como profesional tuvo un récord de 56 victorias (37 por nocaut y 19 por decisión) y sólo cinco derrotas (cuatro por decisión y una por nocaut técnico). Fue campeón mundial de los pesos pesados entre 1964-1971, 1974-1978, y 1978-1980. Cuando murió, llevaba 35 años alejado de los cuadriláteros, pero mantenía la fama intacta.
Obtuvo el Premio Martin Luther King (1970) y la Medalla Presidencial de la Libertad (2005); fue proclamado “Rey del Boxeo” por el Consejo Mundial del Boxeo (2012) y Deportista del Siglo XX por la revista Sports Illustrated. La revista Time lo eligió como uno de los 20 personajes más influyentes de los Estados Unidos en el siglo XX. Bill Clinton, quien asistió a su sepelio, lo definió como un “verdadero hombre libre y de fe”.
Durante la breve entrevista en Cocoyoc, confesó: “Creo que el más grande ha sido Sugar Ray Robinson. Siempre fue mi ídolo”. ¿Y Mike Tyson? “Es un peleador fuerte, que pega duro, pero si se hubiese enfrentado conmigo, sin duda lo hubiera derrotado rápidamente. No sabe boxear”, subrayó, recuperando el tono presumido de siempre. “En la actualidad no hay buenos pesos completos, porque yo acabé con todos. Ahora es difícil encontrarlos”, afirmó, casi deletreando las palabras.
Genio y figura: fanfarrón, incluso en la enfermedad.
Página Siete – Anuario 2016 – 18 de diciembre de 2016