Comenzaba con los sones marciales de las gestas heroicas y terminaba con los boleros de caballería de los días de duelo, con las proclamas inflamadas de las alboradas patrióticas y el inevitable recuento de víctimas de los atardeceres ahogados en sangre. Era el ritual de los golpes militares en “Villa balazos”, como había bautizado el periodista Ted Córdova-Claure a la ciudad de La Paz de la prehistoria democrática: la capital de la asonada, el motín cuartelero y la revuelta callejera.
Así empezó, con aires marciales y arengas patrioteras, el “movimiento cívico-militar” del 4 de noviembre de 1964. La metralla de los aviones Mustang de la Fuerza Aérea sobre el cerro de Laikacota, el emblemático bastión de las milicias movimientistas, anticipó desde las primeras horas de esa nublada mañana de la primavera paceña que el nuevo “pronunciamiento” nada tenía que ver con los intentos golpistas suicidas que había protagonizado la derechista Falange Socialista Boliviana (FSB) en los años anteriores.
No era un cuartelazo más. Era la “Revolución Restauradora”, encabezada por los generales René Barrientos Ortuño y Alfredo Ovando Candia, la revuelta que clausuró a balazos el “doble sexenio” de la Revolución Nacional -la gesta que habían encabezado Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo (1952-64)- e inauguró el “triple sexenio” militar (1964-82), con su galería de dictadores fascistas, líderes “socialistas” y caudillos de opereta.
–¡El “Mono” se está despidiendo! Ha dicho que está saliendo a inspeccionar las barricadas de los milicianos, pero las secretarias están llorando. ¡El Mono se va!-, advirtió agitado José Luis Alcázar, reportero de Radio Fides en el Palacio de Gobierno, en una llamada urgente a la redacción de la emisora.
Alcázar, uno de los periodistas mejor informados de la época, sabía lo que decía. Paz Estenssoro había perdido la partida y entregaba el poder a los mismos militares que hasta un día antes juraban lealtad al MNR, con el vicepresidente Barrientos a la cabeza.
Una foto de ese día le muestra en la escalinata del Palacio Quemado, al pie del mural multicolor de Alandia Pantoja, con un abrigo negro, un sombrero gris y un maletín de cuero bajo el brazo, despidiéndose de sus colaboradores, acompañado del propio Ovando Candia, mientras las milicias resistían inútilmente el asedio de la aviación con los últimos cartuchos de una revolución que agonizaba desde años antes.
Bolivia estrenó “copresidentes” el 5 de noviembre, pero una multitud obligó a Ovando Candia a renunciar a la Copresidencia una hora después del juramento, cuando salió con Barrientos a saludar a la multitud congregada en la plaza Murillo. La gente le acusaba de haber facilitado la huida de Paz Estenssoro y quería a Barrientos como único líder.
“El general del pueblo”, como se hizo llamar desde el primer día, dijo que se quedaría en el poder todo el tiempo que fuera necesario, es decir indefinidamente, para “reconducir” la Revolución Nacional y “reorganizar” al país, pero unos cables del telégrafo, con los que se enredó la hélice de su helicóptero al levantar vuelo en la comunidad de Arque, se atravesaron en su destino un domingo de abril de 1969.
Página Siete – 30 de octubre de 2014