Fernando Salazar Paredes
Querido compañero Gato (Juan Carlos Salazar): Decía el Comandante de América, en respuesta, a una señora Guevara que le preguntaba si eran parientes, “no creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”.
Te ví en el programa Pentágono y observé tu reacción cuando alguien hizo referencia a las majaderas acusaciones que le hicieron a nuestro común y digno amigo Raúl Peñaranda sobre su parentela. A los parientes uno no los escoge, dijiste, a los amigos sí.
Dicen algunos aprendices de genealogías que los Salazar de Bolivia, sean éstos de Tupiza o de La Paz, provienen de un ilustre capitán granadino que vino a estos lares en la famosa expedición que trajo mujeres de España a Paraguay. Pues algún cura comedido convenció al Gobernador de que los varones vivían en pecado al acostarse con las indianas y corrían el riesgo de la excomunión, lo que era un decir, porque a pesar de que sí se envió damas españolas, el mestizaje continuó, sin que nadie pueda limitarlo.
Hernando de Salazar se llamaba ese capitán que llegó en 1552 a Asunción y fue muy amigo, y posteriormente concuñado, de otro capitán, Ñuflo de Chávez; juntos fundaron lo que se conoce como Santa Cruz de la Sierra.
Queda establecido entonces que no somos parientes, pero tal vez lo somos por culpa del muy proficuo Don Hernando. Pero lo que sí somos, es amigos y compañeros.
Como amigo y compañero he sentido íntima satisfacción por tu designación como director de Página Siete, pues conozco de tu profesionalismo y de tus convicciones. Recuerdo esas peligrosas jornadas que, con Andrés Solíz Rada, Juan León Cornejo, Víctor Hugo Carvajal, Jean Leclere du Sablon, tú y otros periodistas comprometidos, cada lunes sacábamos el semanario del Sindicato de la Prensa, luchando contra las adversidades de un contradictorio Gobierno que nos dio esa posibilidad y que, a la vez, nos la negaba mediante oscuros artificios.
Ahí nos forjamos en la lucha. Muchos, como Andrés y yo, terminamos presos; finalmente, ya con la dictadura de Banzer, todos salimos al largo exilio. Nuestro delito era ser periodistas. Fueron esos gobiernos autoritarios los que convirtieron a toda esa pléyade de periodistas en compañeros y, como dice Guevara, eso es lo que importa.
Nos volvimos a encontrar, junto con Cucho Vargas, Chichi Solís y Pachi Ascarrunz, en la fundación del diario Hoy. Aún conservo una fotografía en la que, como siempre, estas sonriente, pero sin barba, al lado de Pepe Luque y Mario Cañipa.
Hay que resaltar, en este breve recuento, al matutino Presencia de las primeras épocas, sementero fecundo de periodistas, donde muchos nos formamos y llegamos a lo que ahora somos. Me vienen a la memoria Juan Javier Zevallos, Juan León, Alfredo Arce, Humberto Vacaflor, Jaime Humérez, Alberto Bailey, Norah Claros, Luis Ballivián, Raúl Rivadeneira, José Luis Alcázar, José Vidaurre, Pedro Shimose, Alfonso Prudencio, Luis Peñaranda, Juan Quiroz, Hernán Maldonado, los hermanos Carvajal y otros, incluyendo tu propio breve periplo por ese gran periódico.
A propósito, he dejado para el final mencionar al gran forjador de esa hornada de periodistas -no comunicadores, como bien lo distinguiste- Don Huáscar Cajías. Con cultura excepcional, paciencia, buen humor, disciplina y gran sentido de la pedagogía, ese maestro hizo del periodismo en Bolivia, como diría Alejo Carpentier, “una maravillosa escuela de flexibilidad, de rapidez, de enfoque concreto; de ahí que todo buen periodista debe manejar el adjetivo con virtuosismo que, a veces, no tiene el novelista detenido en sus cuartillas…”. Sobre todo, don Huáscar nos enseñó lo más valioso que poseemos: a tener convicciones y luchar por ellas.
He aquí un ejemplo a seguir en tus nuevas responsabilidades. Cajías, con serenidad y aplomo, supo salir airoso de una serie de embates, desde atropellos a sus periodistas, intimidaciones hasta la increíble censura gubernamental dentro del periódico mismo.
En Bolivia, no sólo ahora, ser periodista es enfrentarse a los riesgos de las amenazas en algunos casos, las agresiones en otros y, finalmente, la intolerancia de quienes creen que el manejo de la cosa pública les otorga una impunidad permanente. Hay un par de ellos que –amenazadoramente– no sólo aconsejaban a que andemos con el testamento bajo el brazo, sino que proclamaban quedarse por 20 años en el poder. Hoy están terminando sus días en la cárcel de Chonchocoro.
Este periodista heteróclito que te escribe, tu amigo, no tu pariente, pero sobre todo tu compañero, te desea lo mejor en esta nueva aventura. Cuenta con todos y cada uno de los que he mencionado, aún con aquellos cuya presencia terrenal extrañamos.
Página Siete – 17 de septiembre de 2013 .