El sombrero de cuero, tan popular como la flor de patujú, cubre su rostro moreno y oculta su mirada aguda e inquisidora. Su imagen recortada en un mar de banderas blancas y tricolores, se ha convertido en ícono de las marchas indígenas. Absorto en sus pensamientos, como suele estar incluso cuando departe con sus compañeros, rara vez sonríe. La voz pausada, casi monótona, y la palabra sencilla, medida, dan tono y forma a su timidez. Sus amigos lo describen como un hombre de carácter fuerte. Y así encara su misión, con una voluntad rayana en la terquedad.
Nacido en El Paraíso, asume su liderazgo como un mandato evangélico. “Como nos pidió Jesús, cuando dio toma tu cruz y sígueme, nosotros cargamos nuestra cruz y salimos a los caminos. Y como Jesús, fuimos golpeados y humillados”, reflexionó en la Carretera de la Muerte, con los moretones todavía a flor de piel. Fernando Vargas hablaba con la naturalidad de siempre, pocos días después de la represión de Chaparina.
Voz y rostro de las dos últimas marchas en defensa de la “Casa grande” de los pueblos Yuracaré, moxeño y chimán, el territorio indígena de Isiboro Sécure amenazado por la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, el líder del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) tiene sangre moxeña, ocho hijos, estudios a nivel técnico y una gran afición a la ganadería. Pero, a sus 48 largos años, es ante todo el abanderado de una vieja causa. En esa condición fue protagonista, víctima y testigo de la intervención policial con la que el gobierno de Evo Morales intentó dispersar la octava marcha de los indígenas de Tierras Bajas.
Ocurrió el domingo 25 de septiembre de 2011. Los policías –todavía no se sabe enviados por quién– lo detuvieron y apalearon, tras tomar por asalto el campamento de San Lorenzo de de Yucumo. Durante 24 horas, hasta que fue liberado en Rurrenabaque, soportó insultos y golpes. “Cuando llegué (a la carretera) yo vi que venían filas de policías tras de mí. Había un hombre civil de blanco que me dijo: ‘A vos te conozco y vos sos responsable de todo esto, vos vas a pagar eso’. Está bien, le dije, pero vos también vas a pagar por lo que vas a hacer ahora”, recordaría días después.
Nació el 2 de abril de 1964 en una propiedad de su padre, El Paraíso, hoy convertida en comunidad. Estudió hasta octavo en Gundonovia, en el norte del TIPNIS, y después se trasladó a Trinidad, donde sacó el bachillerato. “Luego, como siempre me gustó la ganadería, me dediqué a ese trabajo”, rememoró en una entrevista difundida por la Fundación Tierra. Sus padres, de quienes aprendió el oficio, llegaron a tener más de 600 cabezas. En 1982 dejó su hogar y se fue a Santa Cruz, donde hizo el servicio militar y trabajó de obrero y zafrero. Seis años después regresó al Beni, cuando sus padres lo creían muerto.
“Fui como el hijo pródigo de la familia”, recordó. Volvió casado y su padre le compró una propiedad en El Paraíso, en 1989, pero apareció otro supuesto dueño con un título que le otorgaba derechos sobre cuatro comunidades y la tierra que le regaló su padre. Vargas le inició una demanda y cree que, en venganza, el terrateniente ordenó matar a uno de sus sobrinos de seis años. “Después de eso mis hermanos me dijeron que dejara esa propiedad; tuve que hacerlo, pero yo no le tenía miedo”, relató. Él dejó la propiedad pero insistió en la demanda. Para ello pidió ayuda a la Iglesia Católica, que le dio un empleo como promotor jurídico. No le pagaban, pero aprendió un nuevo oficio y como tal hizo trabajos de saneamiento y titulación. “También tenía mi ganadito, pero tras una inundación, en 1991, perdí todas las cabezas”. El golpe fue duro y no sabía qué hacer.
Fue cuando inició su relación con la dirigencia indígena. En esa época, entre 1992 y 1993, la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano (CIDOB) impulsó el primer censo indígena, que arrancó en el TIPNIS. “Me capacitaron rápidamente y durante dos meses trabajamos con cuatro brigadas por todo el territorio”, recordó. En 1993 tomó un curso para técnicos jurídicos en Trinidad con catedráticos de la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz, a propuesta de los corregidores del TIPNIS.
En 1998 fue elegido secretario de Tierra y Territorio de la Subcentral del TIPNIS. En 2011 asumió la presidencia de la organización. “Todos los delegados, me parece, confiaron en mi persona”. Horas antes le habían preguntado: “Si nosotros te proponemos como candidato para presidente, no queremos que nos digas no, porque ahorita no hay otra persona en la que podemos confiar”. Y él les respondió: “Si ustedes consideran y mañana no me van a dar la espalda, yo acepto. Yo no quiero que cuando la lucha empiece me dejen”. Para entonces los indígenas ya habían tomado la decisión de realizar una nueva marcha.
Chaparina marcó su vida y selló su compromiso. Recuerda que llegó la policía y se lanzó en su persecución. “Me tumbaron, me volví a parar, pero me volvieron a golpear, y había una orden: ‘A este desgraciado hay que matarlo’. Después otro dijo que no: ´Deságanle la cara a punta de patadas’. Yo lo que hacía era cubrirme la cara y tirarme boca abajo”.
Un coronel espetó a los detenidos: “A nadie quiero escuchar hablar”. Los detenidos exigían a los policías que les desataran. El coronel les gritó: “¡Carajo!, ya les he dicho que nadie hable porque si no les voy a tratar realmente como animales”. En ese momento se paró Vargas y le dijo: “A ninguno de mis hermanos los va a maltratar. Si a mí me quieren, aquí estoy para que me maten, pero mátenme en este momento. Y él me dice: ‘si tuviera órdenes, lo haría en este momento’”.
La paliza le dejó dos costillas lastimadas y fuertes dolores que se agravaron con la caminata de dos las semanas siguientes, pero aguantó y entró a La Paz, triunfante, el 19 de octubre, y un año después protagonizó una nueva protesta, gracias al respaldo no solamente de sus bases, sino de su familia. “Mi mujer me dijo que tenga valor”, recordaría días después. Mucho antes, cuando asumió el liderazgo del TIPNIS, su esposa, Rafaela Menacho Monteverde, ya le había expresado su apoyo: “Me dijo que tenga valor y que no me deje influenciar, que jamás me deje comprar, que tengo que pensar en ella, en mis hijos y en mi reputación, y que eso hace grandes a mis hijos”.
Vargas no olvida Chaparina. “Ha despertado la conciencia de los bolivianos y ha logrado unir a todo el país en torno a la defensa del medio ambiente”, dijo mientras ascendía por la Carretera de la Muerte, rumbo a Chuspipata, cerca de la Cumbre, en las puertas de La Paz. Todavía no había terminado la octava marcha y la novena ni siquiera se vislumbraba en el horizonte. Caminaba a paso lento y acompasado. De vez en cuando volteaba la cabeza para constatar el ritmo de los marchistas. Haciendo visera con la mano derecha para cubrirse del sol, contemplaba la larga fila multicolor que avanzaba serpenteando por la cornisa del camino, entre caídas de agua, precipicios y acantilados. “¡Ya falta poco!”, alentaba a sus compañeros.
Nueva Crónicas – 2ª quincena de septiembre de 2012