El sutil cincelado de los cuentos de J.C. Salazar

Victoria Azurduy

Los inefables desbordes de la vida se suelen exorcizar asegurando que la realidad supera a la ficción. Con su verdad de Perogrullo –toda imaginación parte de la realidad– la frase es una buena muletilla para quienes como los periodistas deben hurgar en la caótica, vertiginosa multiplicidad del acontecer en busca de posibles claves esclarecedoras.

Precisamente, Juan Carlos Salazar del Barrio es un veterano maestro en ese curioso y noble oficio de la literatura  como lo es el periodismo, capaz de volver verosímil cualquier suceso por más extraordinario y absurdo que sea, aunque para ello se tenga que apostar la vida.

Esa privilegiada experiencia de  pulsear cotidianamente la noticia, sin horarios ni lugares fijos, tratando con seres singulares, siempre observando, preguntando, escuchando, tratando de dominar la sensibilidad a flor de piel, impulsa a indagar en la propia subjetividad el otro impacto de lo registrado, como contracara del oficio.

De ahí el sutil cincelado de sus cuentos reunidos en Figuraciones, título exacto puesto que, a la inversa de lo acostumbrado, en vez de acompañar a los personajes en sus mundos y peripecias, el lector los actúa, los representa y hasta puede que, en ocasiones, se sorprenda fingiendo ser uno de ellos.

Con diálogos coloquiales que dan sonoridad a los pensamientos, deseos y hasta silencios de seres marginales, rebeldes, idealistas, mediante descripciones precisas, con ritmos ajustados a las circunstancias, ninguno de los relatos de Figuraciones deja siquiera un intersticio donde se pueda evadir la empatía, de ese ser en el otro, aunque éste a su vez sea figurado.

Así, es el propio lector, en vez del guerrillero herido, quien invoca a Lenca, combatiente y militante la Patria Grande y de la poesía, que en sus transmisiones de radio aludía  a la columna rebelde salvadoreña “caminando más allá de la niebla”, que asociaba a la pólvora de su fusil con la flor de la retama, y que le contaba a su amigo que, muy a menudo, la muerte le susurraba en sueños “¡vive, vive!”.

Del mismo modo, es el lector quien sufre la acuciante ansiedad del hombre que al amparo de los astros, de los horóscopos y de un muñequito de lana chiapaneco, en el madrileño café de Malasaña porfía en esperar un reencuentro imposible con un amor inolvidable. Y es también el que se reconoce en ese Nazareno de barrio y aspirante a boxeador para salir de pobre, que va recorriendo cada una de las estaciones del Vía Crucis durante la tortura que le inflige la policía tras que fuera entregado por un compinche de la venta de drogas.

En ese tren de figuraciones, uno se involucra en los trajines para la celebración de la vigilia del Día de los Santos Difuntos en una hacienda del sur boliviano; se convierte en cualquiera de los parroquianos que en el bar de un pueblo tomado por los narcos, defiende a San Judas contra el advenedizo Malverde, santito de bigotes, corbata y pelo relamido, importado de México, protector de los traficantes; se hace cómplice del romance clandestino del Triste Pizarro y la Selene.  Y otra vez más, es uno quien retiene el aliento y las  lágrimas para seguir acompañando en el silencio más absoluto el derrotero de imágenes y sensaciones que se le van agolpando al Che Guevara en su agonía en San Ernesto de la Higuera.

Por Figuraciones, por la movilización interna y las vivencias que generan estos cuentos de Juan Carlos Salazar, se puede concluir que la ficción no supera la realidad. Lo que es más importante: la ficción, como todo arte, nos muestra otras realidades.

Página Siete – 16 de enero de 2022

“Figuraciones”, la cálida prosa del Gato Salazar

Amalia Decker

Ya lo dije, quedé maravillada con la prosa cálida y poética de Juan Carlos Salazar (para mí y para muchos que lo queremos, el Gato) Quienes sabíamos de su talento en las lides del periodismo, lamentamos el anuncio de su alejamiento de la profesión. Ya no sabremos de sus estupendas crónicas. Pero su caminar ahora lo hace por senderos muy cercanos.

En efecto, si convenimos que el periodismo es la narración inmediata de hechos extraídos de la realidad de todos los días para comunicar a los lectores, la literatura se construye de la misma materia prima. Por supuesto con una gran ventaja, la vida de las gentes se entremezcla con la de los sueños. Los personajes van creándose con la discreción del autor, aunque muchas veces y a pesar del mismo creador, se escapan para tomar vida propia. La literatura pues, suele ser más conmovedora y convocadora. No hay mayor realismo que el que se encuentra en los rincones donde se tejen los sueños.

No sé por qué sensaciones tuvo que pasar el autor para saltar a la otra orilla. Como periodista era laureado, pasó por todos los caminos de su profesión, como otros tantos. Pero para bien de nosotros, sus lectores, la tentación de tomar el territorio afín, el de la república de las letras, intuyo que ha sido empujado por el deseo íntimo de no permitir que parte de esos recuerdos, la intensa vida vivida y la de los personajes reales de la larga caminata periodística, queden en el olvido.

En este libro que Gato me ha hecho el honor de presentar, nos cuenta historias que convergen en la invención literaria con unos tonos muy bien logrados y que evocan tramos contundentes de su recién dejado oficio. Lo hace con todo un bagaje a cuestas y con las ganas de contar un pasado o quizá un futuro que imagina mejor que este que vivimos. Este acto de transformación del autor ha sido posible con la argamasa de años de trabajo, con imágenes muy bien bordadas de poesía y estructuras moldeadas en la máquina interior de sus lecturas.

Figuraciones nos invita a transitar por los entresijos de una travesía literaria que da vida a personajes entrañables como el de Casilda, una niña curiosa que veía a su abuela otear el infinito. O aquella otra mujer dedicada a zurcir los rotos de un pueblo que todavía no era pueblo.

Confieso que me dejé llevar como el agua. Me dejé sorprender con las historias que convergen en rincones diáfanos y oscuros. Seguí su andadura guiada por los hilos del tiempo pasado o el tiempo que se aproxima invisible. El tono es casi siempre evocativo. No sé si dan cuenta de él. No importa. Me queda claro que son fantasías retrospectivas, junto a una gran necesidad de imaginar lo vivido o lo que quiso vivir, como si a momentos quisiera convertir el pasado en presente.

Pensándolo bien, creo que la clave narrativa de Gato, radica en la construcción admirable de personajes potentes que perduran y que son universales. Sin embargo, se nota la riqueza del trotamundos que tuvo el privilegio de habitar los dramas, la angustia, el dolor de los buenos periodistas, de aquellos que tienen el alma penetrada por aquello que vio, oyó y contó. Y, entonces, también descubriremos en este viaje, lugares donde la vida se desposó con la muerte a través del presagio de las alevillas y de las orquídeas. Cierro los ojos y puedo imaginar a la Chiapas que cobijó las ilusiones de muchos jóvenes, donde otra vez más, los sueños se trocaron en pesadillas. O la última imagen del Che, mirándose en el espejo de su conciencia.

En todas estas historias he encontrado la aleación perfecta y peculiar de mentiras que tienen el don de soñar verdades o de permitir al lector vivir las historias dibujadas en su propia imaginación y que ejercerán el don de adentrarse en un pasado, donde se confunde lo mítico con lo real. Son historias de sauces acongojados. Son historias de obsesiones que se pegan en el alma como la hiedra y, de sueños que se disuelven como el agua que corre entre las manos.

Me pregunto si es una búsqueda de estilo que sale del periodismo para envolvernos en historias de ayer, de hoy y de mañana. Tampoco importa. Ahora solo le queda al lector, descubrir estos misterios.

(Texto leído por la autora en la presentación del libro Figuraciones, en la Feria Internacional del Libro de La Paz, en septiembre de 2021).

Página Siete – 17 de octubre de 2021

“Figuraciones”

Por Hernán Maldonado

Juan Carlos Salazar, talentoso colega y entrañable amigo desde los años 60, me acaba de honrar obsequiándome su primer libro de cuentos: Figuraciones.

Se trata de otra faceta en su dilatada producción literaria que empezó con el periodismo en la Agencia de Noticias Fides, de la que es cofundador, y que se extiende en el tiempo.

Anteriormente ya nos sorprendió con otros libros en coautoría, pero esta es la primera vez que incursiona en el cuento. Figuraciones, fue uno de los libros más vendidos en la reciente Feria del Libro de La Paz.

Me imagino que varios de los cuentos que expone fueron escritos hace tiempo y en diversos escenarios por la excelente descripción de paisajes. Por ejemplo, creo que Casilda es producto de su observación en las costumbres de algún rincón de su natal Tupiza.

La prosa de Juan Carlos corre como fresco manantial con ingeniosas frases como: “Sonrisa vestida de luto”. “¿Dónde se ha visto un santo con bigote?…” “Las ramas de los sauces que se van sin irse”, “el pata verde” (en lugar del pisacoca) etc.

En mucho tiempo acudí al diccionario para entender los significados de palabras que jamás escuché, como tijtincha, palquia, capias, escaqueaba, telele, paliacates…

En la historia de Jacinto, florece el lenguaje coloquial mexicano (Salazar vivió mucho años allí), pero que parece recrearse también en El Chapare. Es estremecedora la descripción de la tortura del infeliz al que sus verdugos le preguntan: ¿Acaso crees en Dios?

Salazar ha vivido intensamente, como corresponsal de la dpa, los años en los que cientos de jóvenes del continente se fueron a las montañas encandilados por la Revolución Cubana. Esos sentires, sin juicio de valor, alguno, se “reviven” con Lenca.

Juan Carlos cierra su libro con lo que muchos nos figuramos fueron los últimos momentos de la vida del Che Guevara. El excelso criminólogo boliviano, Huáscar Cajías, solía decir que nadie puede trasmigrar el alma humana. Salazar lo hace. Así debió ser. Así fue.

Tierra Lejana – 2 de Octubre de 2021

Presentación de “Figuraciones”

Agradezco a Amalia sus comentarios; le agradezco también por haberme acompañado en el proceso de creación de estos cuentos. Sus generosas opiniones, así como las que me hicieron llegar otras queridas amigas y amigos, me alentaron a dar vida a estas figuraciones.

Me refiero a la periodista y escritora argentina Victoria Azurduy, a la escritora chilena Odette Magnet, al poeta, escritor argentino y columnista del diario Clarín de Buenos Aires Miguel Espejo y al entrañable pintor boliviano Luis Zilveti, cuyos comentarios, que aparecen en la contratapa del libro, me ayudaron como ya dije a emprender esta aventura.

Una de las preguntas más recurrentes que me han formulado los amigos y colegas periodistas es, precisamente, qué me impulsó a incursionar en la ficción tras haber dedicado mi vida profesional al periodismo; cómo se dio esa transición del relato periodístico al literario; cuándo y en qué momento.

Tal vez, como declaré en alguna entrevista, por la necesidad de transmitir vivencias, imágenes, sensaciones y percepciones que no tienen cabida en una crónica o en un reportaje, menos aún en una noticia.

Como sabemos todos los ejercemos este oficio, las estructuras periodísticas, incluso las más flexibles, como el formato de la crónica, tienen reglas rígidas que no permiten fantasías ni “figuraciones”.

Es, pues, yo diría, la necesidad de expresión que siente todo periodista cuando no encuentra asidero para contar una historia que la percibe como cierto o probable.

La creación literaria es un acto individual, muy personal. Uno escribe, tal vez, para uno mismo, por la necesidad que tienes de volcar sentimientos que llevas dentro y que de otra manera no encontrarían salida, a diferencia del periodismo, que es un oficio nacido para contar las cosas de los demás.

En todo caso, esta transición no debería llamar la atención, porque, como decía un gran amigo y colega español, el corresponsal de guerra Manu Leguineche, a quien suelo citar a menudo, el periodismo y la literatura son orillas de un mismo río. O en palabras del periodista mayor, Gabriel García Márquez: son hijos de la misma madre, la narrativa. Y en el peor de los casos, primos hermanos, pero parientes de un mismo linaje.

Toda narrativa está anclada en la realidad, en percepciones del mundo que nos circunda. La periodística, en hechos, y la literaria, en sensaciones fugaces, en vivencias inacabadas, que dejan profundas huellas en nuestro espíritu y que cobran cuerpo y sentido por obra y gracia de la imaginación.

Es el abordaje de la realidad desde una perspectiva diferente, la exploración de aristas apenas perceptibles por nuestros sentidos. Una búsqueda, si se quiere, porque, como dijo Kafka,  “la literatura es siempre una expedición a la verdad”, una verdad que se hace cierta el momento en que la concebimos.

A García Márquez no le costó trabajo cruzar el río, porque había descubierto que la historia contada en un reportaje o en una crónica no solo podía llegar a ser igual a la vida, sino, más aún, mejor que la vida misma. Es lo que le permitió contar una crónica como un cuento y un cuento como una crónica.

¿Cuándo abandoné la orilla del periodismo para incursionar en la ficción? Tal vez el día en que no pude respaldar con hechos mis propias percepciones, mis intuiciones, las vivencias inacabadas que mencioné al principio.

Siempre me pregunté, por ejemplo, cómo vivió el Che Guevara la agonía de los condenados a muerte, qué le pasó por la mente cuando se dio cuenta de que había llegado su hora final, qué recuerdos le atormentaron o lo consolaron cuando vio entrar al sargento Mario Terán a la escuelita de La Higuera para ejecutar la sentencia del Alto Mando militar.

No pude contarlo en una crónica, puesto que no tenía las evidencias que prescriben las reglas del periodismo, así que intenté reconstruir ese dramático final, esos dos o tres minutos últimos de su vida, en un cuento, en El Espejo, abusando tal vez de una figuración.

Lo imaginé así: (el Che) “sintió que miles de agujas de hielo le atravesaban el cuerpo y le estallaban en el corazón. Se escuchó lanzando un aullido, inaudible, y advirtió que su grito, impotente, quedaba petrificado en una mueca. Se vio suspendido sobre sus despojos, mirándose desde lo alto, y reconoció su rostro a lo lejos como en un espejo, con la claridad de los amaneceres y la transparencia de la que hablaría el trovador. Se descubrió con los mechones desprolijos, sedosos, brillantes; la barba rala y el bigotillo a lo Cantinflas; la boina negra, apoyada sobre la oreja izquierda, con la estrella roja de cinco puntas en la frente; el habano humeante en la boca y la mirada perdida en el infinito. Sonrió, socarrón, mientras la imagen se desvanecía en su propio confín”.

Al comentar este cuento, el historiador Gustavo Rodríguez Ostria, autor de una biografía inédita del Che, también muy generoso en su comentario, dijo que la ficción permite una libertad que el historiador no dispone. Y eso es lo que hice. Llenar con imaginación un espacio que la historia dejó abierto.

Como ya dije toda ficción tiene un anclaje en la realidad. García Márquez decía que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites, pero que la crónica tiene que ser verdad hasta la última coma, aunque nadie lo sepa ni lo crea. Siguiendo el mismo razonamiento, yo diría que el relato literario debe ser verosímil, creíble, aunque no sea cierto.

Los personajes surgen de los pliegues de la memoria, apenas esbozados, escondidos como estaban en rincones desapercibidos, para inventarse a sí mismos y recorrer su propia historia, con el autor como testigo o si acaso como un simple amanuense que se deja llevar por su propia criatura.

Así nació Lenca, la guerrillera que transita por la tierra de los carbones encendidos, el lugar donde vivía la muerte; el Triste Pizarro, un joven condenado a vivir un duelo eterno con la sonrisa vestida de luto, víctima del sino hereditario de los malqueridos; y Casilda, la niña que cree descubrir la certeza que la realidad le negaba detrás de las sombras tortuosas y amenazantes que suelen tejer los ocasos.

Son estos personajes los que dan unidad, si es que tienen alguna, a los siete cuentos del libro: el heroísmo de los derrotados, la audacia de los inocentes, la porfía de los sobrevivientes.

Con los personajes surgen los escenarios y muchas veces son los mismos escenarios los que dan nacimiento a los personajes. Están ahí a la espera de que el autor los rescate. Los paisajes se apropian de las personajes, los recrean y los hacen suyos, hasta convertirlos en ánimas o fantasmas, según los humores y amores que recogen en su transitar por cada entorno.

Así pude entrever las aguas vidriosas, relampagueantes, que pujaban por alcanzar el río, entre guijarros bruñidos por el torrente y el tiempo, en la acequia de la hacienda de la abuela Herminia; el bosquecillo de eucaliptus de un pueblo, cuando ese pueblo todavía no era pueblo, sino apenas una parroquia de chacras y fincas floridas; las selvas pobladas por mil especies de mariposas y cubiertas por cuatrocientas variedades de orquídeas de un escenario bélico; al venado de cola blanca que correteaba en un bosque de mangales; o el firmamento de la gran ciudad que escondía las tres estrellas amarillas con nombres de odaliscas: Sadal-melik, Sadal-suud  y Sadach-bia.

La poesía, si existe, no está en las palabras, sino en los personajes. Nace con ellos y vive con ellos. Si el autor tiene algún mérito, es haberla detectado en las apariencias que dan paso a las figuraciones.  Al fin y al cabo, las apariencias no son otra cosa que realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos.

La creación literaria, como dije,  es un acto individual, muy personal, un acto que abre la puerta a la reflexión, más allá del propósito lúdico del autor. No es que yo crea en la literatura como mensaje, mucho menos como mensaje político, pero si en la introspección de la propia creación.

El cuento Aquí vive la muerte, una frase que recogió una colega mexicana de una campesina salvadoreña, me permitió reflexionar sobre la inutilidad de la lucha armada, la “violencia revolucionaria”, la que alguna vez, siendo jóvenes,  justificamos o toleramos.

“Los muertos nunca son ajenos, todos son propios”, dice Lenca, la guerrillera protagonista.

Es también una condena a las atrocidades de la guerra, como el asesinato del Poeta Mártir, Roque Dalton, a manos de sus propios compañeros de lucha. “Puedo entender la guerra, el combate cara a cara con el enemigo, pero no los ajustes de cuentas entre amigos, los fratricidios y parricidios entre compañeros”, dice Lenca, en otra reflexión autocrítica que la lleva a la revisión de sus propias convicciones.

El guerrillero agónico vive las dudas de todo convencido en el balance de su vida, en el final de su andadura, entre las consignas en desuso que pugnan por liberarse de las ataduras del olvido y las premoniciones que se le atoran en la mente.

O el Cristo ateo subido a la cruz que, en medio del vocerío amontonado de fariseos y samaritanos en túnicas níveas, judíos barbados, plañideras de rebosos enlutados, centuriones plateados y soldados en casacas entorchadas, alcancé a percibir una voz liberadora distante: “Pater in manus tuas commendo spiritum meum”.

Como digo en uno de los epígrafes del libro, a manera de presentación y justificación de mis textos, la ficción cobra vida y recupera certezas cuando la imaginación desvela lo que la realidad oculta.

Mis historias son eso, apariencias que creí observar, figuraciones mías, que quise rescatar por el solo hecho de verlas convertidas en realidad.

Espero que sean de su agrado.

Feria del Libro de La Paz, 25 de septiembre de 2001