A 50 años de la ejecución del Che, un pueblo boliviano lo recuerda como si hubiese sido ayer

Por NICHOLAS CASEY, The New York Times

LA HIGUERA, Bolivia — Irma Rosales, cansada tras décadas de atender su pequeña tienda, se sentó una mañana con una caja llena de fotos y recordó al extraño que hace cincuenta años fue ejecutado en la escuela local.

Contó que su cabello era largo y grasoso, sus ropas estaban tan sucias que podrían haber sido las de un mecánico. Recordó que no dijo nada cuando ella le llevó un plato de sopa poco antes de que se escucharan las balas. El Che Guevara había muerto.

Acaba de cumplirse medio siglo de la ejecución de Guevara, el médico argentino cuyo nombre de pila era Ernesto y que dirigió a columnas de guerrilleros desde Cuba hasta el Congo. Fue un hombre que combatió a Estados Unidos durante la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, el mismo que pronunció un discurso ante las Naciones Unidas y predicó sobre un nuevo orden mundial dirigido por los marginados de las superpotencias.

Su vida brillante solo fue opacada por el mito que surgió con su muerte. La imagen de su barba desaliñada y su boina con una estrella se convirtió en la tarjeta de presentación de los revolucionarios románticos de todo el mundo. A lo largo de varias generaciones, se le ha visto en todas partes: desde los campos selváticos de milicias hasta los dormitorios universitarios estadounidenses.

Sin embargo, los pobladores de La Higuera que vivieron esa época narran una historia mucho menos mítica, que describe un episodio corto y sangriento en el que un rincón olvidado de esta provincia montañosa se convirtió en un campo de batalla de la Guerra Fría.

Rosales recuerda que al poco tiempo de que Guevara y los demás forasteros que le acompañaban aparecieran en el área, con promesas de igualdad, los guerrilleros fueron arrastrados hacia un mar de sangre.

“Fue una tortura para nosotros”, dijo. “Para nosotros, esa fue una época de sufrimiento”.

Y conforme América Latina recuerda la muerte de Guevara, la región también inicia un amplio ajuste de cuentas con los movimientos de izquierda que se inspiraron en este personaje.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la guerrilla más grande que quedaba en la región, este año salió de la selva y entregó las armas culminando una guerra en la que nadie se declaró victorioso y en la que Colombia perdió a más de 220.000 personas.

El movimiento inspirado en el socialismo del difunto presidente venezolano Hugo Chávez condujo a mejoras en la educación y los servicios de salud, pero el país se ha hundido en el hambre, la agitación y un gobierno que algunos tildan de dictadura.

Incluso Cuba, que por años ha vivido con orgullo bajo la bandera revolucionaria que izó Guevara, ahora se enfrenta a un destino incierto a medida que el deshielo que se había alcanzado con Estados Unidos se complica con el gobierno de Trump.

Bolivia es una de las últimas democracias de América Latina donde la izquierda sigue en el poder y es difícil para los movimientos políticos florecer en ese vacío, según uno de los gobernantes del país. “No se puede prosperar ni mantenerse en el tiempo si no se tienen victorias y luchas en otros lugares”, comentó Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia.

Jon Lee Anderson, quien escribió una biografía de Guevara y fue clave para descubrir sus restos —que escondieron los soldados hasta la década de los noventa— dice que Guevara y la izquierda ya tocaron fondo en otros momentos.

“Pero el Che permanece puro”, agregó. “Es un modelo siempre presente, un icono. ¿Hacia dónde irá en el futuro? Tengo esta idea de que el Che viene y va”.

La desaparición de un revolucionario

Durante sus últimos años de vida, el paradero de Guevara era un misterio para todo el mundo.

Después de que supervisó los escuadrones establecidos después de la victoria comunista en Cuba, y tras un periodo en el que dirigió el banco central de ese país, Guevara se desvaneció en 1965, enviado por Fidel Castro a organizar revoluciones en el extranjero. Lo mandó a una misión fallida en el Congo; después anduvo en distintas casas de seguridad de ciudades como Dar es Salaam y Praga.

“En aquel entonces, se decía que Fidel lo había matado; otros decían que había muerto en Santo Domingo o que estaba en Vietnam”, dijo Juan Carlos Salazar, quien en 1967 era un reportero boliviano de 21 años que buscaba su primer reportaje importante. “Decían que estaba aquí o allá, pero nadie sabía dónde”.

Loyola Guzmán, una revolucionaria que formaba parte de los líderes juveniles comunistas de La Paz, sería una de las primeras personas en saber dónde estaba el célebre guerrillero. Un día recibió un mensaje: se requería de su presencia en Camiri, un pequeño poblado cerca de la frontera de Paraguay. Dijo que no tenía idea del motivo de la reunión.

Guzmán es una mujer de 75 años, pero una foto de enero de 1967 muestra su rostro con el rubor de la juventud, en ropa de trabajo y una gorra, sentada sobre un tronco de un campo selvático donde hacía un calor sofocante. A su lado estaba Guevara.

“Dijo que quería crear ‘dos o tres Vietnam’”, recordó Guzmán, con Bolivia como base de una revolución tanto local como para los países vecinos, Argentina y Perú. Guzmán estuvo de acuerdo con la idea y fue enviada a la capital a obtener apoyo para los revolucionarios y administrar su dinero.

En marzo de 1967, comenzó la batalla.

Salazar, el periodista, supo en días posteriores de ese mismo mes que se habían desatado combates entre el ejército boliviano y un grupo armado, los cuales habían dejado a varios soldados heridos. El reportero fue enviado al área para investigar, pero no estaba claro quiénes eran los guerrilleros, solo se sabía que daban golpes importantes a las fuerzas gubernamentales.

Poco después, se empezó a correr la voz de que el cabecilla podía ser Guevara.

El ejército quería encontrarlo y derrotarlo. Entre los periodistas “todos querían entrevistarlo”, recordó Salazar.

Un pueblo receloso

Aunque Guevara era conocido en todo el mundo, su fama le sirvió poco para granjearse la simpatía de los campesinos bolivianos.

El país ya había pasado por una revolución una década antes, la cual instituyó el sufragio universal y la reforma agraria, además de que expandió la educación. No hay documentación alguna de que, durante el tiempo que Guevara pasó combatiendo en Bolivia, un solo campesino se haya unido a sus filas.

“No lo pensó bien”, dijo Carlos Mesa, expresidente de Bolivia e historiador, quien tenía 13 años cuando Guevara llegó. “Fracasó porque tenía que fracasar”.

Rosales —la mujer que le dio a Guevara el plato de sopa tras su captura— recordó haberse quedado estupefacta un día en La Higuera, poco antes de que Guevara fuera asesinado, cuando uno de sus guerrilleros, Roberto Peredo, conocido como Coco, entró al edificio donde trabajaba y le pidió usar el teléfono.

Ninguno de los pobladores esperaba esa visita, ya que los guerrilleros no tenían buena reputación. Todos los hombres del pueblo habían huido a las colinas, temiendo que los guerrilleros trataran de llamarlos a sus filas.

“Nos decían que los guerrilleros golpeaban a los hombres y violaban a sus esposas, que se llevaban cosas, y por tal motivo nadie les daba la bienvenida”, dijo Rosales.

Rosales recuerda que ese mismo día, el alcalde del lugar le informó a las autoridades que los guerrilleros habían llegado al pueblo.

Cada vez más cerca

Con información como la provista por el alcalde, el ejército comenzó a asediar al grupo de guerrilleros. Entre los que estaban al acecho se encontraba Gary Prado, entonces un joven oficial que había perseguido a Guevara por las montañas durante todo el verano.

Desde su estudio en la ciudad de Santa Cruz, el general jubilado, ahora de 78 años, admitió que el ejército apenas estaba preparado para combatir a una guerrilla en su elemento y en terreno conocido. Sin embargo, pronto comenzó a recibir ayuda con capacitación estadounidense y la llegada de agentes de la Agencia de Inteligencia Central (CIA, por su sigla en inglés), que ansiaban ver muerto a Guevara.

Guevara había sido aclamado por sus tácticas militares en la victoria de Castro en Cuba y escribió un manual, La guerra de guerrillas, que todavía utilizan los insurgentes de todo el mundo como guía. Sin embargo, Prado comentó que el Che estaba cometiendo errores en Bolivia: estableció bases que no podía defender, dividió sus fuerzas y dejó atrás fotos que los soldados estaban usando como pistas.

“Dominaba la guerra de guerrillas”, dijo Prado. “Llegó aquí e hizo todo al revés”.

En la última entrada de su diario, el 7 de octubre, Guevara escribe que se encontró con una vieja que pastoreaba a sus chivas, a quien tomó de rehén para interrogarla acerca de los soldados cercanos. “Se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ninguna palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpliera sus promesas”, escribió.

‘Soy el Che’

El 8 de octubre hubo una balacera entre los soldados bolivianos y un grupo de combatientes.

Sin embargo, según Prado, la refriega acabó de manera distinta. Cuando uno de los guerrilleros se rindió, gritó: “No disparen, soy el Che y valgo más vivo que muerto”.

Julia Cortés, ahora de 69 años, recuerda haber escuchado una balacera a la distancia ese día mientras se acercaba a La Higuera, donde daba clases en la escuela local.

Luego de capturar a Guevara, el ejército lo trasladó a esa escuela. El guerrillero apenas y podía hablar cuando Cortés entró a la escuela al día siguiente, el 9 de octubre. Musitaba cosas sobre la revolución, dijo la exmaestra, sobre la lucha que estaba perdiendo.

“Dicen que era feo, pero a mí me parece que era increíblemente hermoso”, relató Cortés. Ella comentó que recién había llegado a su casa cuando se escucharon los disparos que lo mataron.

Salazar, el reportero, había regresado a La Paz para cubrir el juicio de otro guerrillero cuando se enteró de la ejecución en La Higuera. Se apresuró a volver a la región para informar sobre la muerte, lamentando haberse perdido la que para él “habría sido la entrevista del siglo”.

García Linera, vicepresidente de Bolivia, era un niño ese día y recuerda haber visto la imagen de Guevara en la primera plana de Presencia, un periódico boliviano, cuando estaba en la cama de su abuelo. “Todavía puedo ver esa foto, con la vista hacia el cielo, todo en blanco y negro”, dijo. “De primera vista, se veía como cualquiera, incluso como un indigente”.

Guzmán, la compañera guerrillera de Guevara, ya estaba bajo custodia del ejército para cuando Guevara fue capturado. No supo de su muerte sino hasta que encontró la copia de Presencia en un baño de la cárcel.

Rosales recuerda haber visto a Cortés acercarse a la escuela en La Higuera, tras el asesinato, para limpiar la sangre derramada en el salón.

“Desde entonces no ha habido clases”, dijo Rosales mientras explicaba que la escuela se convirtió en un pequeño museo. “Los niños no quieren ir ahí”.

(César Del Castillo Linares colaboró en este reportaje).The New York Times – 10 de octubre de 2017

“La guerrilla que contamos”, un encuentro con Salazar

Historias de una cobertura emblemática de la guerrilla del Che se plasman en el libro de los periodistas Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor, presentado el jueves pasado. En esta oportunidad, hablamos con Salazar para conocer cómo fue ser corresponsal de guerra hace 50 años.

¿Cómo surge este libro?

Yo pienso que cualquier acontecimiento que un periodista cubre vive dos historias: la historia que cuenta a sus lectores y la historia que vive para contar esa historia. Entonces, este libro no es la historia de la guerrilla, sino la historia que vivimos los periodistas para contar la historia de la guerrilla; es el reportaje del reportaje, para decirlo en pocas palabras.

Siempre con mis alumnos, estudiantes de periodismo, jóvenes periodistas en México, en España, donde radiqué, siempre me preguntaban por esta cobertura, cómo había sido, cómo se cubría cuando no había celulares, no había Internet, no había laptops, no había computadora. Incluso, un amigo periodista catalán, que fue durante muchos años el corresponsal de la Vanguardia Barcelona en América Latina, cuando estábamos en El Salvador cubriendo la guerra centroamericana me dijo: “Yo hubiese pagado por cubrir la guerrilla del Che” y resulta que a nosotros nos pagaron por algo que nos gustaba hacer. Entonces, de ahí viene el subtítulo “de la cobertura emblemática”, creo que la guerrilla ha sido un hecho que ha marcado a mi generación en Bolivia y en América Latina y la cobertura marcó a la generación de periodistas, entonces de ahí nació la idea de contar cómo había sido.

¿Cómo fue ser corresponsal de guerra?

Yo tenía 21 años entonces, estaba empezando en Fides. Empecé en 1964, tres años antes, fue también mi primera gran cobertura fuera de La Paz y para mí fue un bautizo de fuego, porque fue la primera cobertura de un conflicto armado. Después por circunstancias de la vida me tocó cubrir otros conflictos, de hecho estoy preparando un libro sobre eso, me tocó cubrir la guerra en Argentina, el conflicto centroamericano, el alzamiento zapatista de Chiapas, el periodo especial en Cuba, que es otra forma de guerra y finalmente me tocó los primeros atentados yihadistas en Europa. Entonces, sin proponérmelo, sin postularme para eso, terminé con muchas experiencias en la cobertura de conflictos. Pero para mí, el hecho que me marcó fue la guerrilla del Che, porque era muy joven y decidió mi futuro. Entonces, todavía estaba estudiando Derecho y Ciencias Políticas, después de eso dejé Derecho y entré a la Universidad Católica, soy de la primera generación de la Católica de Periodismo, marcó mi vida y también marcó el trabajo profesional a lo largo de toda mi carrera.

¿Qué repercusiones ha tenido este libro?

Nosotros cuando decidimos con José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor, ellos cubrieron la guerrilla para Presencia y José Luis también trabajaba para Fides; yo cubría para la Agencia Fides y para la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Entonces, ellos habían tenido la misma experiencia y contaban lo mismo hasta que un día dijimos “por qué no contamos nuestra historia” y claro, como se celebra el 50 aniversario, decidimos hacerlo. Pero, no teníamos mayores expectativas más que escribir para los amigos, para los estudiantes, los periodistas jóvenes y nos sorprendió el éxito que tuvo, porque se agoró la primera edición en la Feria del Libro de La Paz. En tres agencias internacionales (AFP, EFE y DPA) escribieron sendas reseñas y tuvo una difusión inusitada fuera de Bolivia, se publicó en más de 80 medios de América Latina y España, nos sorprendió el interés que provocó esto, supongo que es porque la figura del Che sigue siendo vigente y también interesó el enfoque del libro, esto de que tres periodistas recuentan la historia íntima de una cobertura emblemática.

¿Sigue vigente el tema del Che?

Es la pregunta que nos hicimos también, publicamos otro libro con Página Siete donde también yo escribo, y nos habíamos preguntado, 50 años después, qué hay de nuevo sobre el Che, si se puede contar algo nuevo. Resulta que esto es novedoso, porque no se había escrito sobre esto. Recuerdo haber visto un documental de la guerra de Vietnam donde un periodista contaba sus historias, entonces de ahí también vino la idea de que esta es una historia que podría interesar tratándose de un acontecimiento muy grave. De hecho, el libro que estoy escribiendo ahora, tiene el mismo tono autobiográfico de los conflictos armados que me tocó cubrir. Yo creo que el Che sigue interesando, se ha vuelto una figura mítica, los mitos no mueren y yo creo que más allá de la figura emblemática del Che muerto, el Cristo de La Higuera como le llaman, hay todavía muchos elementos, muchos cabos que están sueltos y que todavía hacen que la gente siga esperando aclarar.

¿Cuál fue la reacción de otros colegas que cubrieron el hecho?

Creo que José Luis Alcázar, Humberto y yo somos los últimos sobrevivientes de esa cobertura, porque yo menciono, le dedico un capítulo a la gente que cubrió esa guerrilla de muchos personajes que vivieron y todos los compañeros han muerto, por eso también nos apuramos al escribirlo antes de que partamos de esta vida.

En esa época, hubo muchos periodistas bolivianos y extranjeros, aunque a los extranjeros no les seguí mucho la pista, de todas maneras nosotros éramos los más jóvenes, éramos veinteañeros, así que supongo que todos eran mayores. Habían muchos colegas que habían cubierto la guerra de Vietnam que vinieron directamente acá, otros que habían cubierto la invasión a Santo Domingo del 65, habían muchos veteranos con mucha experiencia, en cambio para nosotros que estábamos recién iniciándonos, fue el bautizo de fuego.

Los Tiempos (Cochabamba) – 27 de agosto de 2017

Ser periodista en tiempos de la guerrilla del Che

Ricardo Herrera

El periodista Juan Carlos Salazar del Barrio cree que todo acontecimiento que cubre un periodista siempre tiene dos caras, una de ellas es “la historia que cuentas a tus lectores y la otra es la historia que vives para contar esa historia”. 

De esa segunda cara, poco conocida, es de la que habla La guerrilla que contamos, libro que recoge las vivencias del propio Salazar, Humberto Vacaflor y José Luis Alcázar, a los que les tocó hacer la cobertura periodística de la guerrilla comandada por Ernesto Che Guevara, en el lugar de los hechos.

El libro, editado por Plural ha sido uno de los más vendidos de la reciente Feria Internacional del Libro de La Paz y mañana, a las 19:30, será presentado por sus autores en el Museo de Historia y Archivo Regional de Santa Cruz (calle Junín 51).

“De aquellos periodistas que cubrimos esos sucesos solo quedamos tres y además somos amigos. Así es que de ahí surgió la idea de contar esa experiencia, que marcó nuestras vidas y nuestra trayectoria profesional”, cuenta Vacaflor, que para entonces tenía 23 años, al igual que José Luis Alcázar, enviados por el diario Presencia a ese conflicto bélico, solo porque eran los únicos solteros y sin hijos que cuidar.

“Yo, desde hace algunos años había decidido ‘enterrar’ este tema cheista. Sin embargo, este año, a 50 de la presencia de Guevara en Bolivia, el colega Humberto Vacaflor nos comunicó, a Juan Carlos y a mí, su idea de escribir un libro a seis manos sobre las experiencias nuestras en la guerrilla, un anecdotario periodístico”, explica José Luis Alcázar, que en 1969 publicó en México el primer libro que contó aquellos sucesos en Ñancahuazu, la guerrilla del Che en Bolivia. El periodista, que actualmente trabaja para la agencia internacional de noticias Inter Press Service (IPS), logró varios reportajes en zonas de combates (Pirirenda y El Espino) y mientras intentaba ingresar a la ‘zona roja’, para entrevistar a Guevara, se enteró que había sido capturado vivo y fue el primero en dar la noticia. 

El libro también narra las peripecias que por esos años tuvieron que realizar los periodistas para enviar sus informes. “Los periodistas jóvenes no pueden imaginarse cómo era hacer una cobertura en aquellos años. Transmitíamos nuestras informaciones por telégrafos, con el sistema morse, que era el único medio de comunicación en esa zona. Era difícil, pero muy motivante”, afirma Salazar, que es docente de la Universidad Católica de La Paz y en aquella época trabajaba como corresponsal de radio Fides, DPA y EFE.

Los tres experimentados periodistas coinciden que para ellos fue su ‘bautizo de fuego’, y un suceso que marcó sus carreras dentro del periodismo.

Ahora, 50 años después, relatan lo que han contado en charlas  entre amigos y colegas, pero que hasta ahora no habían relatado a detalle en una publicación. En otras palabras, por primera vez muestran la otra cara de su trabajo periodístico.

El Deber (Santa Cruz) – 16 de agosto de 2017

“La guerrilla que contamos” es el libro más vendido de la FIL

Anahí Cazas  y José Antonio Vásquez / La Paz

La guerrilla que contamos. Historia íntima  de una cobertura emblemática se convirtió en el libro más vendido  y exitoso de la XXII Feria Internacional del Libro de La Paz. La obra, editada por Plural y que    relata la cobertura de la guerrilla de Ernesto Che  Guevara en Bolivia  por los periodistas   José Luis Alcázar,  Juan Carlos Salazar y  Humberto Vacaflor, se agotó un día antes de la clausura de la FIL paceña.

“La guerrilla que contamos ya se agotó en la Feria del Libro de La Paz y  ya  estamos preparando una segunda edición”, dijo José Antonio Quiroga, director de Plural Editores. Además, destacó  que  la primera edición de 500 ejemplares de la obra de Alcázar,   Salazar y Vacaflor se vendió durante los 12 días de la FIL.  

De Plural Editores,  los otros libros más vendidos  y demandados fueron Dos disparos al amanecer  de Robert Brockmann  y La ópera chola de Mauricio Sánchez.

Página Siete realizó un sondeo sobre los libros más demandados en la FIL 2017 con más  de   10  editoriales y librerías nacionales. La Cámara Departamental del Libro de La Paz informó que  hasta mañana en la noche darán  por su parte una lista de los títulos  más vendidos. 

 Otro de los libros más demandados de la FIL 2017  fue  Rigor Mortis, la normalidad es la muerte del cronista español-boliviano Álex Ayala, informó Fernando Barrientos, de la Editorial El Cuervo.   

“Durante todos estos días de feria, los libros más vendidos fueron Rigor Mortis (Álex Ayala), Nuestro mundo muerto (Liliana Colanzi), El chicuelo dice (Wilmer Urrelo), Potosí (Ander Izagirre) e Iluminación (Sebastián Antezana)”,  explicó Barrientos.

El libro de Página Siete  Che: una cabalgata sin fin   fue otra de las obras más demandas  de la FIL. Según los responsables del  stand de este medio, se vendieron más de 250  ejemplares. La obra   fue elaborada por Juan Carlos Salazar, Gonzalo Mendieta, Luis González, Mery Vaca, Liliana Carrillo, Carla Hannover e Isabel Mercado.   

De la Editorial 3600, los libros más demandados fueron   Periférica Blvd. de Adolfo Cárdenas, En la villa de Diego Matos y Jardín de claroscuros de Matilde Casazola.

 “Periférica Blvd. sigue siendo nuestro best seller”, aseguró  Mishka Iturri, funcionaria de ventas del stand de 3600.

En el caso de la editorial cochabambina Kipus, una de las  obras más demandadas fue Sua quella, hulla: los dos sombreros del gallego del escritor  español José Ignacio Guerrero, ganador del II Premio Internacional de Novela Kipus. Le sigue  Huari de Ronnie Piérola Gómez.

Según la encargada de ventas de la editorial Kipus, Lourdes Laura,  otra de las  obras más requeridas  fue Mamá cuéntame otra vez de Amalia Decker.  

Marcelo Paz Soldán, de la  Editorial Nuevo Milenio, explicó  que los libros con mayor demanda fueron Los días de la peste de Edmundo Paz Soldán ( 114 ejemplares), Autorretrato  de Saúl Montaño (28) y El día de todos tus santos de  Fabiola Morales Franco (13).   

El administrador del stand de El Baúl del Libro, Constantino Canaviri, manifestó que los libros nacionales que más vendieron fueron  Miedo y asco en Cambridge de  Alisson Spedding,  Las visiones de Edmundo Paz Soldán y Manchay Puytu de Néstor Taboada Terán.

En el stand de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), según  los responsables del proyecto, los tres libros más vendidos fueron Antología del cuento boliviano (Manuel Vargas), Cartas para comprender la historia de Bolivia (Mariano Baptista Gumucio) y  Rebelión en las venas (James Dunkerley).

Según el encargado de comunicación de la BBB, Joaquín  Leoní, de los universitarios fueron los que “más visitaron el stand” y compraron las publicaciones. 

Además, se informó que en total en el stand de la BBB se  vendió  2.691 títulos entre los  libros de la BBB y del CIS.

Para el propietario de la Librería Sólo Libros El Pasillo, Carlos Ostermann, este año   fue muy provechoso y se ha conseguido  buenas ventas en la FIL paceña. “Nos visitaron gente de todas las edades. Nuestra oferta está dirigida a los jóvenes adultos”, resaltó.

Según Ostermann, el libro Emoticones de Yovinca Arredondo, que logró un gran impacto en el público joven en la Feria del Libro de Santa Cruz, también cosechó éxito en la FIL paceña.

 En el caso de libros nacionales, la obra más solicitada  de la librería  Sólo Libros El Pasillo fue la novela   Los días de la peste de Edmundo Paz Soldán.

El gerente de Librería, Papelería y Editorial Gisbert y Cia., Antonio Schulczewski, dijo que en 2017 cinco obras fueron las más vendidas   en su stand de la FIL.

Se trata de Historia de Bolivia de José de Mesa, Teresa Gisbert y Carlos  Mesa;  La historia del mar de Bolivia de Carlos Mesa;  Bolivia en 1982 – 2006 Democracia de Carlos  Mesa;  La pluma de Miguel de Isabel Mesa Inchauste, y Viaje al centro del cielo de Verónica Linares. “Entre todas estas obras vendimos más de 1000 libros”,  dijo Schulczewski.

La encargada de ventas de la Editorial Don Bosco, Jhovanna Gómez, sostuvo que los niños fueron los que se llevaron casi todos los libros de literatura infantil del  stand. “Los cuentos de María pies contentos Tomo I y II, Barco de Vapor y El equipo del tigre fueron los que más pedían los niños”, añadió. 

Página Siete – 15 de agosto de 2017