Sexo, mentiras y video

Tomás Eloy Martínez, autor de Santa Evita y La novela de Perón, dijo alguna vez que hay personajes que están hechos para la literatura antes que para la historia. Uno de ellos es Evo Morales. Como en la célebre obra de Pirandello, el expresidente es un personaje en busca de autor. A la espera del escritor que acometa semejante desafío, Rafael Archondo y Raúl Peñaranda nos han regalado sendos anticipos del texto literario que todos esperamos.

En una excelente semblanza, acicate para una biografía (no autorizada), Archondo describe a Evo Morales de cuerpo entero, como un “hualaycho”, un “wistu vida” de “humor espeso, ofensivo y sexual”, un machista obsesionado con las conquistas románticas, el hombre del “yo no fui”, un líder que nunca arriesgará el pellejo porque no tiene madera de héroe. En otro artículo de estupenda factura narrativa, Peñaranda imagina al patriarca macondiano en la soledad de su exilio, agobiado por la ingratitud del poder perdido.

Desde su renuncia y huida a México, el caudillo cocalero ha mantenido en vilo al país, no sólo por sus bravatas incendiarias y guerreristas, por fortuna fallidas, sino también por las peripecias de telenovela que parece estar viviendo en su exilio dorado, como asilado  VIP y como entrevistado “súper star” de platós televisivos complacientes. 

La serie, sin embargo, lejos de poner en escena al héroe revolucionario, mezcla de Salvador Allende y Che Guevara, como pretenden el Gobierno y la izquierda de México, está exhibiendo a un actor de comedia clase b, balbuceante y contradictorio, más cercano al Cantinflas de Si yo fuera diputado y Su excelencia que al líder agrarista Emiliano Zapata, que reclamaba “¡Libertad, Justicia y Ley!”

Como lo ha hecho a lo largo de sus 14 años de gobierno, Evo Morales ha estado rehuyendo toda autocrítica y ha tratado de mostrarse ante la opinión pública internacional como la víctima de un “golpe” perpetrado por la ultraderecha y el imperialismo, el “mártir de Orinoca”, diría Archondo, que está pagando por “el delito de ser indígena”, no por las violaciones a la Constitución ni por las trampas con las que intentó prorrogarse indefinidamente en el poder. 

En las entrevistas de prensa, no sólo se ha mostrado como un mentiroso contumaz –Página Siete enumeró las 12 mentiras que encontró en sus primeras declaraciones– , algo que ha caracterizado a su discurso de 14 años, sino como un hombre totalmente alejado de la realidad, como también ocurrió durante su mandato, al grado de insistir en que “jurídicamente” sigue siendo Presidente, pasando por alto que, además de haber renunciado públicamente, abandonó el cargo. Negar la realidad ha sido y es su modo de eludir las responsabilidades.

En todo caso, su relato lastimero y quejumbroso resulta cansino incluso para las audiencias más complacientes, como las que encontró en México y Argentina, al grado que su presencia se ha ido deslizando de las primeras planas a las páginas interiores de la prensa, incluso hasta desaparecer. Nada corroe más la popularidad de un “héroe” que el aburrimiento. Con mayor razón si tiene los pies de barro.

Lo que no hace gracia es su llamado a cercar las ciudades y a dejar a sus habitantes, como lo hizo en el audio-video confiscado a uno de sus colaboradores durante los operativos de Cochabamba. En él se le escucha decir: “Hermano, que no entre comida a las ciudades. Vamos a bloquear, (vamos  hacer) un cerco de verdad. Bloqueo hasta ganar hermano”. Antes de su renuncia ya había amenazado públicamente: “Si quieren paro, no hay problema, nosotros vamos  a acompañar con cerco a las ciudades para hacernos respetar. A ver si aguantan”.  Evo quiso atribuir el video a un montaje, pero en una entrevista con el diario argentino Página 12 admitió: “Tengo derecho a comunicarme y a compartir las experiencias de lucha”. 

Sus amenazas se cumplieron durante los dramáticos días de noviembre, como se vio en el incendio y saqueo de una veintena de dependencias policiales y en el ataque a dinamitazos a la planta de combustibles Senkata, y dos pasarelas de El Alto, expresiones de violencia que no tienen nada que ver con la protesta política y social, sino con el terrorismo puro y duro, y que nos han puesto al borde de la guerra civil.

Las declaraciones de Evo Morales, plagadas de mentiras, silencios y medias verdades, y los artículos de Archondo y Peñaranda trajeron a mi memoria esa joya del cine independiente estadounidense que es Sexo, mentiras y video,  cuyo título tomé prestado para esta columna. En una de las primeras escenas, la protagonista (Andie MacDowell) le dice a su psiquiatra: “Esta semana no he hecho otra cosa que pensar en basura”. Es lo que he sentido en los últimos días al leer las noticias provenientes de México.

Página Siete – 5 de diciembre de 2019

Ha sido heroico y conmovedor

Es sabido que la primera víctima de un conflicto es la verdad. Y el que estamos viviendo en la actualidad no es la excepción. No lo digo por mis colegas bolivianos, quienes han realizado y realizan un trabajo profesional excepcional, yo diría incluso heroico. Es realmente conmovedor ver a los reporteros, sin apenas medios de protección y probablemente con el Jesús en la boca, cubriendo en vivo y en directo los enfrentamientos callejeros, esquivando golpes y pedradas, sufriendo el desesperante ahogo de las gasificaciones. Gracias a ellos estamos fiel y puntualmente informados sobre el acontecer de las últimas semanas. 

Cuando hablo de la verdad como víctima no me refiero tanto a las noticias de los sensacionalistas de siempre, de los que surfean entre el amarillismo y las fake news para postularse como protagonistas de los hechos, sino a la cobertura de cierta prensa internacional, no de toda, la que propala versiones sesgadas por la ideología, la que ve víctimas de un solo lado y represores del otro, la que olvida el sufrimiento de la gente atrapada entre los dos fuegos. 

En todo caso, nada justifica las agresiones y amenazas de que han sido víctimas algunos colegas extranjeros de parte de manifestantes exaltados e incluso de algunas autoridades. Un gobierno respetuoso de la libertad de prensa está para proteger a los periodistas, con mayor razón si tienen visiones discrepantes.

Página Siete – 24 de noviembre de 2019

“Sufragio efectivo, no reelección”

El líder político mexicano Francisco I. Madero (1873-1913), fundador del Partido Nacional Antirreeleccionista, dedicó su vida a combatir al dictador Porfirio Díaz (1830-1915), quien ocupó la presidencia de su país durante 30 años. En 1910 lanzó su campaña en busca de la presidencia al grito de “Sufragio efectivo, no reelección”. La proclama, contenida en el llamado “Plan de San Luis”, no sólo sintetizaba el espíritu de su propuesta política, el respeto a la voluntad popular expresada en las urnas, sino que marcó el inicio de la Revolución Mexicana (1910-1917).

La Constitución de 1917, todavía vigente, recogió el espíritu de esa proclama y estableció la prohibición de la reelección presidencial. No sólo eso. El lema está tan presente en el pensamiento y en la política de los mexicanos que figura en toda la papelería oficial y al calce de la firma de los funcionarios de cualquier nivel.

Ningún político mexicano se ha atrevido a modificar esa disposición constitucional, menos aún quienes se proclaman herederos de la Revolución, como es el caso del actual presidente, Manuel López Obrador, quien participó en tres elecciones sucesivas (2006, 2012 y 2018). En las dos primeras dijo haber sido víctima de un fraude electoral. 

En 2006, llegó a encabezar un “plantón” de cientos de militantes de su partido en el céntrico Paseo de la Reforma, al que mantuvo bloqueado  durante 47 días, en demanda de un recuento “voto por voto” y en protesta por la decisión del tribunal electoral de reconocer el triunfo del conservador Felipe Calderón. También se dijo víctima del fraude en 2012 ante Enrique Peña Nieto.

Como dirigente de la Corriente Democrática, una fracción disidente del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), López Obrador también participó activamente en las protestas contra el supuesto fraude en perjuicio de su candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas, y a favor de Carlos Salinas de Gortari, en las elecciones del  6 de julio de 1988. 

Durante la noche electoral de ese día y cuando el recuento favorecía a Cárdenas,  se produjo una sorpresiva “caída del sistema” (de cómputo), que, al restablecerse, 24 horas después, le dio la victoria a Salinas de Gortari por 50,36%, algo parecido a lo ocurrido el 20 de octubre en Bolivia, cuando el tribunal electoral interrumpió el recuento, al 83,79% de actas verificadas, que apuntaba a una segunda vuelta, pues la diferencia entre Evo Morales y Carlos Mesa era de 7,12%.

Por todos estos antecedentes llama la atención la actitud del gobierno de López Obrador respecto al expresidente Morales, a quien recibió como héroe, supuesta víctima de un “golpe de Estado”, ignorando las maniobras prorroguistas de su huésped, que se tradujeron en el desconocimiento de un referéndum, el que le impedía buscar la reelección,  y el fraude comprobado del 20 de octubre.  

México tiene una larga tradición de asilo. A lo largo de su historia ha dado protección a muchos perseguidos políticos sin distingos ideológicos. Desde los republicanos de la Guerra Civil española hasta los militantes de la izquierda latinoamericana de los años 60 y 70. Ha dado refugio a personajes como León Trotsky, Jacobo Arbenz, Fidel Castro y el Sha de Irán. Ha sido, pues, un país generoso que ha mantenido siempre las puertas abiertas para quienes se sentían perseguidos por sus ideas y actividades políticas. Al mismo tiempo, ha sido cuidadoso en la aplicación de uno de los principios rectores de su política internacional, el de la no intervención en los asuntos internos de otros estados (Doctrina Estrada).

López Obrador no sólo ha recibido a Morales como un héroe (el gobierno capitalino le ha declarado “Huésped Ilustre”), sino que ha tomado partido por el mandatario renunciante. Ha sido el primer en felicitarle por su controvertida “victoria” electoral, junto con los gobiernos cubano, venezolano y nicaragüense, y le ha brindado una tribuna libre para alentar la “resistencia” violenta de sus partidarios, en abierta contradicción con su propia política de no intervención.

En su afán de mantenerse en el poder en forma vitalicia, Evo Morales violó en dos ocasiones la Constitución que él mismo promovió y elaboró –a su medida y conveniencia–, ignoró el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuyo resultado prometió respetar, y la Organización de Estados Americanos lo sorprendió haciendo fraude con una auditoría vinculante que él mismo solicitó.

La pregunta es qué hace un pueblo cuya voluntad ha sido burlada en dos ocasiones. ¿A quién se queja? ¿A qué tribunal apela? ¿Por qué López Obrador cree que sus protestas contra los fraudes de los que dijo haber sido víctima eran legítimas y la de los bolivianos no? Los bolivianos defendieron su voto con una movilización pacífica, como no podía ser de otro modo, que obligó a Morales a renunciar a su intento reeleccionista. Lo hizo con el mismo espíritu que planteaba Francisco I. Madero:  “Es preciso arrojar del poder a los audaces usurpadores que por todo título de legalidad ostentan un fraude escandaloso e inmoral”.

Página Siete – 21 de noviembre de 2019

Premeditación, alevosía y nocturnidad

Para un régimen tan afecto a los símbolos, como el masista, no deja de ser simbólico -valga la redundancia- que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) haya concluido el recuento que daba la victoria a Evo Morales en horas de la madrugada. Apelando al dicho popular, se podría decir que el parto del escrutinio se produjo “entre gallos y medianoche”, pero en este caso sería más apropiado hablar de “premeditación, alevosía y nocturnidad”, que son las agravantes que establece la teoría penal para ciertos actos delictivos.

Se dice también, para citar otro adagio popular, que lo que mal empieza, mal acaba. Sin remontarnos al 21F, la verdadera madre del cordero, está claro que el origen inmediato de la crisis que sacude actualmente a Bolivia está en la suspensión arbitraria del TREP (Transmisión de Resultados Electorales Preliminares) por parte de los vocales del TSE. 

Hasta entonces, con el 83,79% de actas verificadas, la diferencia entre Morales y Carlos Mesa era 7,12%, cifra que auguraba una segunda vuelta. Al reanudarse el cómputo 13 horas después, había aumentado al 10,14%, mínimo suficiente para declarar a Evo ganador en primera vuelta. Mientras tanto, en forma paralela a la orden, se había producido un misterioso corte de  internet.

Marcel Guzmán de Rojas, gerente de Neotec, la empresa que administró el TREP, ha explicado las circunstancias en que la presidenta del TSE, María Eugenia Choque, le ordenó la suspensión del recuento y lo convocó a una reunión urgente, en la que alegó como causales de la orden “el uso de un servidor no monitoreado”, “el aumento inesperado de tráfico para verificación de actas (desde ese mismo servidor)” y “el cambio repentino de la tendencia entre el MAS y CC”.

Guzmán de Rojas aclaró las objeciones planteadas por Choque y sostuvo que “ninguno de los argumentos presentados justificaban la suspensión del TREP”, incluyendo el de la tendencia de los resultados relativos, que era “lineal y sin saltos”. No se conocen todos los detalles de la reunión. Se sabe que fue breve y áspera.

Tampoco se sabe quién ordenó a Choque suspender el TREP. Cuesta creer que hubiese tomado una decisión de semejante magnitud sin el conocimiento y el visto bueno del Gobierno, habida cuenta de la sumisión del TSE al Ejecutivo. Altos funcionarios gubernamentales admiten en privado que la suspensión del TREP fue un “grave error”, puesto que fue esa decisión la que abrió la caja de los truenos. ¿Temía el Gobierno que el supuesto “cambio repentino de la tendencia entre el MAS y CC” terminara por confirmar la segunda vuelta? 

Tal vez convenga recordar lo acontecido la noche del 21F. En la ocasión, los vocales intentaron interrumpir el TREP –igualmente realizado por Neotec- cuando la tendencia apuntaba al triunfo del No, pero la entonces presidenta del TSE, Katia Uriona, logró impedirlo. Ordenó la difusión del recuento en momentos en que Álvaro García Linera hablaba de un “empate” e instaba a la opinión pública a que esperara “los resultados del exterior”. ¿La decisión de Uriona impidió un fraude?

A partir de la suspensión del TREP, el Gobierno ha ido de error en error y de torpeza en torpeza en el manejo de la crisis, incluido el cerco del aeropuerto de El Alto para impedir el ingreso de Luis Fernando Camacho. ¿Señales de nerviosismo? Tal vez, pero también de descontrol. Se dice que quien tiene el control tiene el poder o, a la inversa, quien tiene el poder tiene el control.

El ministro Carlos Romero dijo que la Policía fue “rebasada” por la turba masista. Cuesta creerlo. Si fuera cierto, es grave; si no, también. Como en el caso del TREP, uno se pregunta quién ordenó el cerco, porque si hay algo claro es que no fue una acción espontánea. Los palos de ciego del Gobierno, como en el caso Camacho, parecerían mostrar la existencia de una pugna interna entre quienes ven a Vietnam como salida de la crisis y quienes prefieren esperar la auditoría de la OEA.

Fuentes diplomáticas creen que los auditores ratificarán el informe de los observadores, en sentido de que el proceso estuvo rodeado de irregularidades -“condiciones muy complejas”-,  incluido el “cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares”, y recomendarán una segunda vuelta como vía para pacificar el país. ¿Aceptaría el Gobierno esa salida? La oposición no lo hará, sobre todo si la convoca el mismo TSE.

En todo caso, no hay auditoría capaz de devolverle al TSE la credibilidad perdida ni de otorgarle a Evo una legitimidad no ganada en las urnas. Pero, además, después del 20 de octubre, Evo no es el mismo, ni Bolivia es la misma. Que lo diga la juventud que encabeza la protesta democrática. 

 Mientras tanto, ojo con ciertos llamados al “restablecimiento del orden”, porque -como dijo Diderot- para algunos, “poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control”.

Página Siete – 7 de noviembre de 2019