Vacunas

La pandemia ha traído a la memoria de muchos lectores las palabras, a estas alturas proféticas, con las que Charles Dickens inicia su novela Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos (…) Todo lo poseíamos, pero nada teníamos”. Hemos pasado de “la primavera de la esperanza” al “invierno de la desesperación”. Dickens, quien vivió en pleno siglo XIX (1812-1870), hace un retrato de su tiempo, pero si no lo supiéramos, diríamos que está describiendo al mundo de la pandemia.

Creíamos estar viviendo “en el mejor de los tiempos”, en “la edad de la sabiduría”, gracias al progreso de la civilización en todos los sentidos, pero un virus insignificante ha puesto al descubierto nuestra enorme fragilidad, la de todos, más allá del mundo que nos acoge, seamos del primero o del tercero, y nos ha mostrado, también en palabras del novelista inglés, que estábamos viviendo al mismo tiempo en “la era de la luz y de las tinieblas”.

Y este despertar ha sido particularmente dramático en los países desarrollados, a los que teníamos como paradigmas del estado de bienestar gracias al avance y conquista de los derechos sociales, pero también en aquellos otros, supuestamente en vías de desarrollo, cuyos gobernantes nos señalaban a Suiza como una utopía al alcance de la mano y pretendían hacernos comulgar con ruedas de molino cuando nos aseguraban que la extrema pobreza era cosa del pasado.

La “nueva normalidad” que se avecina, cuando pase la pandemia, no augura nada bueno. No voy a hablar de los cuatro jinetes del Apocalipsis para no contribuir al pesimismo que embarga a la sociedad, pero la peste ya está aquí y el hambre aparece en el horizonte, a lomo de una gigantesca crisis económica.  Sin mencionar a los otros dos jinetes bíblicos, para no pecar de agorero, no es difícil pronosticar que al salir de la emergencia nos encontraremos con desafíos hasta ahora desconocidos. 

La pregunta es si el mundo está preparado para darles respuesta y si nosotros mismos, como país, estaremos a la altura de las circunstancias para hacer de la crisis una oportunidad.

Lawrence Summers, un economista que dirigió la Universidad de Harvard durante seis años y manejó el  Tesoro de Estados Unidos en el gobierno de Bill Clinton,  pronostica una gran convulsión por las consecuencias que generará la pandemia, de la que dice que marcará un antes y un después en todos los órdenes. Y sostiene que Estados Unidos no han sabido liderar al mundo en un combate que debería haber sido global y que requería de una conducción clara y firme. Tampoco supieron hacerlo las democracias europeas. 

Summers recuerda el éxito relativo de Asia, en relación a las potencias occidentales, y llega a una conclusión: así como el siglo XIX fue británico y el XX estadounidense, es probable que el XXI sea asiático. ¿Será Pekín la nueva Roma?, se pregunta el economista, quien también dirigió el Consejo Nacional de Economía de Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama. 

Si Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea no supieron conducir a la humanidad en la actual emergencia global, ¿podrán hacerlo en el futuro ante los desafíos que se avecinan? No sólo los inminentes, como el de las desigualdades económicas y sociales agudizadas por la crisis sanitaria, sino los que habrá que afrontar tras la “nueva normalidad”, como el del cambio climático, porque, como en el cuento de Augusto Monterroso (El dinosaurio), cuando despertemos de la pesadilla, los problemas seguirán ahí, pero acrecentados.

Esta ausencia de las antiguas potencias en la conducción de la lucha global contra la pandemia tiene un correlato, igualmente dramático, que es el “liderazgo” en el “top ten” de países con más contagios y muertes por  el covid-19. ¿Causa o efecto?

Coincidentemente, Estados Unidos y Gran Bretaña están gobernados por dos negacionistas, Donald Trump y Boris Johnson, a quienes une no sólo el  credo político e ideológico, sino también la ignorancia, la estupidez  y el desprecio por la ciencia. Tampoco extraña ver en la misma lista al Brasil de Bolsonaro y al México de López Obrador, los países más golpeados en América Latina, que subestimaron la peligrosidad del virus y ahora se enfrentan a los estragos del contagio, lo que demuestra que los populistas de izquierda y derecha abrevan en las mismas aguas.

Las miradas del mundo entero están puestas en una decena de laboratorios que trabajan afanosamente en la búsqueda de una vacuna. Tal vez el género humano genere sus propios anticuerpos antes de que los científicos encuentren la fórmula salvadora. Lo que sí es seguro es que la sociedad se habrá inmunizado para entonces contra los falsos profetas, porque la democracia también genera sus propios anticuerpos.

Página Siete – 21 de mayo de 2020

Las voces y los ecos

El corresponsal de guerra español Manuel “Manu” Leguineche, un periodista trotamundos que cubrió casi todos los conflictos armados de la segunda mitad del siglo pasado, dijo alguna vez que los políticos se quejan del trabajo periodístico porque no desean escuchar las voces de la sociedad, sino el eco de sus propias palabras. Les irrita cualquier freno a su tendencia a gobernar sin críticas ni contrapesos.

No conozco ningún político opositor que no defienda la libertad de expresión desde el llano ni a ninguno que no la ignore en mayor o menor grado cuando llega al poder. Desde la oposición, todos exigen respeto para la prensa, pero apenas toman las riendas del gobierno, reniegan del escrutinio y el control que exigían para los gobernantes que combatían. Por supuesto, hay excepciones que confirman la regla, pero son eso: excepciones.

¿Por qué lo que es bueno mientras se busca el poder deja de serlo cuando se lo consigue? No se trata de un simple cambio de punto de vista, del cristal con que se mira la realidad desde una u otra posición, sino del pragmatismo que olvida principios democráticos elementales en aras de la ansiada hegemonía y de la verdad única que la sustenta.

El principal destinatario de la prensa es el ciudadano, al único al que el periodista debe lealtad. Si su primera obligación es acercarse a la verdad, a partir del reconocimiento de que no existe una verdad única, su segundo compromiso es la apertura a los demás. De ese deber nace el pluralismo: la necesidad de ofrecer un foro público a la sociedad, no sólo para la información, sino también para la crítica y la opinión, a fin de que todos tengan la oportunidad de compartir «su verdad” y de que el ciudadano tenga la opción de elegir entre los muchos puntos de vista que se le ofrecen como interpretación de la realidad.

Como sostienen los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel (Los elementos del periodismo), la función de los medios es, precisamente, «proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”. O, en otras palabras, como reza el lema de un importante grupo de periódicos americanos: “Dale luz al pueblo y el pueblo encontrará su propio camino”.

Interpelar y desconfiar del poder son cuestiones inherentes a la función social y a la misión del periodismo; cuestionar y poner en duda la verdad única para contrastarla con la otra cara de la realidad; exigir la rendición de cuentas y hacer frente a la arbitrariedad y a la impunidad, cuando se dan, forman parte de esa misma misión, siempre en el marco de principios y valores éticos rigurosos.

Tales principios no suelen ser aceptados por los gobernantes, y si lo son, es a regañadientes, porque el control del poder desde la independencia y el pluralismo choca con sus afanes hegemónicos. A mayor hegemonía política, menor libertad para los medios, como hemos visto hasta no hace mucho tiempo en Bolivia. 

El periodismo irrita al poder. Y como dice el periodista y escritor Juan Cruz, cuando el poder está irritado, culpa de sus errores al periodismo, porque enfangar al periodismo es muy fácil. Cuando no escucha el eco de su propia voz, acusa a los periodistas de “desinformar” y “generar confusión” o intenta desacreditarlos para restarles credibilidad.

Lo paradójico es que muchos lo hacen en nombre de la democracia y la supuesta protección de la sociedad en momentos de crisis. Sin embargo, una emergencia nacional no puede inhibir a la prensa de la crítica ni eximir a los gobernantes de la rendición de cuentas. Por otra parte, y es bueno recordarlo, no se defiende la democracia encubriendo errores, sino señalándolos para su enmienda y rectificación.  

La reticencia a aceptar las críticas de la prensa no distingue ideologías ni colores políticos. Donald Trump y Evo Morales coincidían en sus ataques a los medios independientes e incluso apelaban al mismo lenguaje para descalificarlos, al tildar a los que les eran incómodos de “enemigos del pueblo”. Muchas diferencias ideológicas, tal vez, pero el mismo rechazo al control y la fiscalización.

Al conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa, que celebramos el domingo pasado, conviene recordar que el periodista no defiende su derecho individual a expresarse libremente, que también, sino el de todos los ciudadanos, sobre todo de quienes no comparten sus ideas, porque, como dijo Rosa Luxemburgo, “la libertad es siempre libertad para quien piensa diferente”.

Página Siete – 7 de mayo de 2020

Nunca renunció a su misión

Página Siete cumple 10 años. Se dice pronto, pero fueron 10 años muy difíciles. Parafraseando al gran Gabo, había que haberlos vivido para contarlo. La supervivencia del diario, al que los poderosos no le auguraban más de seis meses de vida, es un milagro de la perseverancia profesional y la convicción democrática de sus periodistas, en defensa de la libertad de expresión.

Hacer un periódico en Bolivia es más difícil que construir un trasatlántico en un garaje, pero los colegas que han pasado por su redacción a lo largo de estos diez años lo han logrado con un periodismo de excelencia. Mérito de los periodistas, pero también de sus directivos, que creyeron en el proyecto y lucharon contra todos los obstáculos que fueron surgiendo en el camino.

Al poder no le gusta que la prensa fiscalice sus actos. Y cuando hablo del poder no me refiero únicamente al político, sino también al económico y a los poderes fácticos. Pero la prensa no puede abdicar de su misión fiscalizadora y Página Siete nunca renunció a esa obligación, pese a las presiones y amenazas que sufrió a lo largo de su existencia y que se tradujeron en un abierto boicot económico y publicitario. Quisieron ahogarla, pero la fortalecieron.

El crecimiento de su lectoría, no solo de la edición impresa sino y sobre todo de la digital, fue premio y respuesta a esas agresiones.

Mi paso por la dirección de Página Siete fue una de las experiencias más maravillosas de mi carrera profesional. Me siento orgulloso y agradecido del trabajo realizado a lo largo de esos tres años y tres meses, orgulloso por los resultados y agradecido al equipo que me acompañó, sin cuyo aporte no  hubiese sido posible ningún logro.

Hoy, como ayer, Página Siete es un diario de referencia, por su profesionalismo e independencia. Hoy, también, inicia una nueva etapa, que se presenta cargada de desafíos, los de siempre y los que le auguran los nuevos tiempos, los de ese futuro que ya se hizo presente. Su gran reto, desde que nació, fue hacer el periodismo del día siguiente con la misma frescura del día de hoy. Lo logró. Y seguramente lo seguirá logrando en los muchos días que tiene por vivir.

Página Siete – 24 de abril de 2020

El “efecto mariposa”

El ejemplo más trillado de la Teoría del Caos, muy de moda en los últimos tiempos, es el “efecto mariposa”, según el cual un huracán del Caribe es consecuencia de una cadena de pequeños y sucesivos cambios que se inician con el aleteo de una mariposa en China. Un poema popular inglés lo explica mejor: “Por un clavo se perdió la herradura/ Por una herradura se perdió el caballo/ Por un caballo se perdió el jinete/ Por un jinete se perdió la batalla/ Por una batalla se perdió el reino”. En otras palabras, hechos imperceptibles pueden tener a la larga consecuencias impredecibles.

Alguna vez utilicé esta anécdota para comentar el “caos político” que vivía la Bolivia de Evo Morales como resultado de una cadena de hechos que se fueron complicando  en su evolución. Decía entonces que ni el matemático francés Henri Poincaré, uno de los primeros en formular la Teoría del Caos, a principios del siglo pasado, ni su colega y meteorólogo estadounidense Edgard Lorenz, que acuñó el término “efecto mariposa”, conocieron Bolivia ni se ocuparon de sus problemas, pero que sus ideas bien podían aplicarse de manera gráfica a lo que aconteció en el país, desde la idílica alborada del “proceso de cambio” hasta el ocaso de la “revolución cultural”, en un auténtico “efecto mariposa”.

No fue el “aleteo” de una mariposa, sino el de un murciélago, el que me trajo a la memoria  el término acuñado por Lorenz y la anécdota del clavo y la herradura. ¿Alguien podía imaginar que el comercio de murciélagos de un pequeño puesto del mercado de la ciudad china de Wuhan provocaría en pocos meses la catástrofe mundial que estamos viviendo?

Menciono el murciélago como origen del coronavirus con las precauciones del caso, apoyado simplemente en lo que se conoce, que es poco, y en las palabras del portavoz de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Fadela Chaib, quien anticipó que «muy probablemente tiene su reservorio ecológico en los murciélagos”, aunque no se sabe “cómo llegó de los murciélagos a los humanos”.

No conocemos a ciencia cierta su origen, pero sí sus efectos devastadores. Sabemos que nació en Wuham y que las autoridades chinas minimizaron en un principio la gravedad de la amenaza y no advirtieron oportunamente a la comunidad internacional sobre la pandemia que se estaba gestado dentro de sus fronteras. El virus infectó en tres meses a más de 80.000 personas y causó la muerte de más de 4.500, antes de expandirse por el mundo. El “aleteo” ha ido cobrando vidas sucesivamente en Asia, Europa y América, con récords cotidianos macabros, hasta llegar a los dos millones y medio de infectados y 180.000 muertos.

El combate a la pandemia está absorbiendo ingentes cantidades de recursos en todo el mundo, el desarrollado y el subdesarrollado, que dejará las arcas públicas vacías y a los países endeudados, en el marco de una recesión global sin precedentes. Una consecuencia imprevista. ¿Alguien imaginó que un día el petróleo llegaría a tener una cotización negativa? Nadie. Y así vamos, de sorpresa en sorpresa, en alas de la mariposa.

Como opinan analistas autorizados de todo el mundo, a la crisis sanitaria seguirá la económica, con caídas del producto interno cercanos a los dos dígitos, según los países y regiones, en una crisis mayor a la registrada en 2008. Y no estamos hablando de mañana, sino de hoy. Todo indica que el coronavirus dejará más pobres que muertos. Es cierto que nadie estaba preparado para esta pandemia, pero también es evidente que algunos países están mejor preparados que otros, no sólo en materia sanitaria, sino también económica, y les será más fácil superar la emergencia.

En un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, el presidente del Council of Foreign Relations, Richard Haas, afirmó que “lo que el mundo está viviendo debido al covid-19 es terrible y extraordinario”. No cambiará el curso de la  Historia, pero acelerará muchas tendencias que existían antes del virus, “tomarán más velocidad y se volverán más pronunciadas y dominantes”, no sólo en la economía, sino en la salud pública, la tecnología, la defensa del medio ambiente, etc.

El “aleteo de la mariposa” está acelerando esos procesos, en una sucesión que nos provoca vértigo, porque así como el origen del virus es desconocido, sus consecuencias son inciertas. El mundo anterior, tal como lo conocíamos, ha desparecido, y no alcanzamos a intuir el que dejaremos a nuestros hijos. Si es cierto que no cambiará el curso de la Historia, como dice Haas, probablemente cambiará la humanidad. Y, como dijo Marcel Proust, “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”.

Página Siete – 23 de abril de 2020