El testimonio valiente de cuatro periodistas

Javier Medrano

Año contra año, las aulas de las universidades que ofrecen la carrera de comunicación –en su mayoría comunicación corporativa y ya no periodismo, como tal– se van vaciando. Solo en España, según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, la opción por estudiar periodismo cayó en un 19%. Dato que va en aumento. Si a esto sumamos que los medios ya no ofrecen estabilidad laboral, salarios competitivos y que no existen filtros para evitar que cualquier persona se autonombre periodista y haga un uso y abuso de un micrófono, vale la pena preguntarse si el periodismo, como oficio, está en crisis o si la industria mediática está colapsando.

Desde mi punto de vista, el negocio de la comunicación está en crisis. Sin duda alguna. El consumo de información ha sufrido un cambio drástico y es imparable. Los medios de comunicación, de hecho, ya no informan, solo validan informaciones. TikTok, WhatsApp y las plataformas digitales les han roto el espinazo a las casas periodísticas. Nadie valora un reportaje, una crónica, una investigación, una suscripción paga. La oferta informativa, ahora, es policial y amarillista. La calidad informativa se ha ido por el traste en Bolivia.

Lo que hay ahora es ruido. Desinformación y estigmatización. Ideologización y mediocridad. Los gobiernos de turno saben de esta crisis. Se regodean porque saben que no tendrán contrapeso, fiscalización, control. Aprovechan el contexto para apretar mucho más el grillete en el cuello de los periodistas y la asfixia es insoportable e insostenible. Se ha vuelto una industria para corajudos y, casi, diría, para desquiciados.

En este panorama aciago, cuatro ex directores de Página Siete, escribieron juntos un extraordinario libro testimonial narrando sus experiencias y avatares para honrar al noble oficio del periodismo. Lo dieron todo. Se desvelaron, sufrieron dolores de estómago, infamias, calumnias, juicios, insultos públicos groseros; sus familias y amigos vieron sus dramas y, pese a todo, siguieron tecleando e informando, protegidos bajo un manto sagrado: el periodismo independiente.

Isabel Mercado, Raúl Peñaranda, Juan Carlos Salazar y Mery Vaca son sus autores. El libro titula Contra viento y marea. Nacimiento, auge y cierre de Página Siete (Plural, 2024). Cada uno vivió un periodo durísimo y sus relatos son una memoria viva de cada etapa funesta que les toco remar. Desde un principio el nacimiento de Página Siete tuvo sus tropiezos. La creación de su logo y su cambio a último momento antes de su salida, hasta la dura batalla por su digitalización e innovación frente a un mercado ingrato, fueron su karma.

Bajo sus ojos fiscalizadores, pasaron crisis como la masacre de Chaparina, el “Zapatagate”, la millonaria corrupción del FONDIOC, la revolución de las pititas, la renuncia de uno de los políticos más infames como lo fue y sigue siendo Evo Morales junto a su recua de acólitos que cada día, durante más de 16 años –incluso más– hostigaron, amedrentaron, persiguieron, enjuiciaron y calumniaron de una manera permanente no solo a los periodistas de Página Siete sino a todos los medios de comunicación independientes que fueron metidos en una bolsa calumniosa llamada “el cártel de la mentira”.

Enfrentaron permanentes ataques cibernéticos, asfixia publicitaria del Estado, sangrías mensuales de impuestos nacionales, les tocó –como a todos los medios y empresas– lidiar con una pandemia que aceleró profundos procesos de reingeniería, de logística y de una reinvención, una vez más, de ofertas informativas y comerciales. La crisis fue transversal.

El alivio de una inyección de capital nunca llegó y el cierre fue inevitable. La carga morosa de salarios fue inmanejable y todas las innovaciones digitales no resultaron, debido a un mercado de consumo de información cuya cultura no valora la calidad periodística. Intentaron de todo, hicieron mil y una malabares, pero el destino parecía que ya tenía todo resuelto.

Eso sí. Dejaron el listón muy en alto como periodistas junto a sus redacciones y jefaturas. Las más premiadas y reconocidas nacional e internacionalmente. Todos pusieron el hombro. Lo sé porque lo vi y lo presencié. Gracias Isabel, Mery, Juan Carlos y Raúl. Sus testimonios deben ser, ahora, lectura obligatoria para todos los periodistas, para las universidades y sociedad con el expreso fin de que valoren, un poco más, el noble oficio del periodismo independiente que lucha contra los autoritarismos y totalitarismos. Una democracia sin medios independientes está condenada a la oscuridad.

Brújula Digital /14/03/24/

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Contra Viento y Marea

Sonia Montaño Virreira

El próximo 6 de febrero se presentará el libro “Contra viento y marea”, escrito por cuatro exdirectores de Página Siete (P7), un medio cuya vida merecía ser más larga y que reflejó los riesgos que enfrentan quienes dicen la verdad en contextos donde la democracia está amenazada. El libro es un testimonio a cuatro voces sobre cómo operó la destrucción de la prensa independiente que, como dice el nicaragüense Sergio Ramírez en el prólogo, ocurre “cuando la palabra libre cobra sus fueros, y se vuelve temida, porque el poder autoritario prefiere la palabra oficial, que es igual al silencio.”

Sobre el tema, Juan Carlos Salazar concluye que le “preocupa esa percepción en determinados sectores de la sociedad, de que el periodismo independiente es un riesgo. En una sociedad democrática, en un Estado de derecho, no cabe o no debería caber ese temor”, dice.

El título del libro refleja el sentido que le dieron cuatro directores y un equipo de periodistas y trabajadores, que durante 13 años llevaron a cabo una empresa que no solo fue contra el viento, si no contra varias tormentas digitadas desde el poder. Tormentas, subida periódica de las aguas fiscales y penales, que buscaban ahogar un medio nacido para ocupar el espacio vacío de la libertad de expresión. Esa constelación virtuosa de los cuatro directores fue posible además –como dicen en la dedicatoria– “gracias a los miles de lectores de Página Siete”.

La historia de P7 es un repaso brutal de la historia reciente del país vivida desde una Redacción, un llamado a tomar conciencia sobre el abuso del poder, pero también sobre los silencios de la sociedad. Nos hemos acostumbrado a la arbitrariedad y somos capaces de sobrevivir sin chistar ante el cierre de medios de comunicación y tantos hechos que dan cuenta de una sociedad donde los derechos están en extinción. Acostumbrados a las dádivas no fuimos capaces de pagar el derecho a la información. Salazar se pregunta ¿faltó el apoyo material de los lectores y/o de empresarios que creyeran genuinamente en la importancia de un periodismo crítico? Y Mery Vaca responde con una reflexión de fondo: “cuando Página Siete cesó sus operaciones, fue extraño escuchar a diversos actores de la sociedad decir que no sabían que la situación era tan grave y que, de haberlo sabido, habrían apoyado económicamente al medio”.

A medida que se leen los textos de los autores se siente el aumento de la presión y el dolor compartido por cada uno de ellos. Leemos historias que muestran la estrategia gubernamental para la destrucción de P7, que incluyó el aprovechamiento malicioso de hechos noticiosos, pero también la valentía de periodistas como Liliana Carrillo, Noelia Zelaya y Tania Sossa, autoras de un reportaje que involucró a más periodistas y que fue premiado por Ban Ki-moon –secretario General de Naciones Unidas– mostró la realidad del país y el padecimiento que sufrieron las tres mujeres para realizarlo. El libro muestra muchas y conmovedoras historias en defensa de la libertad de información. En especial, el relato de Peñaranda no tiene desperdicio.

Salazar, quien asume la dirección luego de haber tenido una exitosa trayectoria como periodista internacional, relata cómo le gana su vocación por un periodismo que incomoda al poder y suspende su retiro del periodismo activo asumiendo un desafío que tuvo que priorizar la supervivencia de P7, peligro que tiene en riesgo a muchos medios. Lo ocurrido con este medio es parte de un fenómeno global y nacional. “Si bien es cierto –dice Mercado– que afortunadamente en el país no se han registrado periodistas asesinados ni desaparecidos, formas sutiles pero efectivas de presiones y limitaciones al trabajo de la prensa tienen el efecto de una censura”.

Oscar Martínez, destacado periodista salvadoreño y director de El Faro dice: “El periodismo debe plantearse cuestiones complejas, es decir, preguntarse a quién le compraste esa comida, por qué otorgaste ese contrato a un funcionario, por qué eliminaste ese criterio de compra pública, por qué negociaste con las pandillas para reducir los homicidios”.

Muchas de esas preguntas complejas se hicieron quienes trabajaron en P7: la cobertura de la marcha indígena, la situación de la salud, la gravedad de los enfermos de cáncer, la violencia contra las mujeres; el “caso Zapata”, el 21F, el desfalco del Fondo Indígena, la muerte de viceministro Illanes, el caso del bebe Alexander y mucho más. En todos esos ejemplos, P7 mostró profesionalismo y seriedad, pero bastó una noticia sin verificar sobre la muerte de un bebé y la cobardía de un sacerdote que se negó a reconocer su dicho sobre la excomunión de ministros favorables al aborto para que se multiplicaran los ataques al medio y provocaran la salida del primer director. Si algo se le puede criticar al texto de Peñaranda es que al autocriticar errores cometidos renuncia por “no haber dirigido bien el periódico y no haber instalado un adecuado sistema de filtros. Además –dice– le habíamos regalado al Gobierno una oportunidad única para volver a asediarnos”. La verdad es que Peñaranda como los otros directores fueron valientes y resistieron el maltrato, más allá de lo humano.

Raúl Peñaranda relata que “la presión aumentó en el momento en que el Gobierno controlaba dos tercios de ambas cámaras del Legislativo, el sistema judicial, el Ministerio Público, todas las antiguas superintendencias, la Contraloría General, el grueso de los sindicatos, dos tercios de municipios y gobernaciones y buena parte del sistema mediático; pero todavía quería más. Las encuestas señalaban que Morales tenía posibilidades ciertas de ser reelecto en 2014. Pero quería más. Quería controlarlo todo”. Es que, efectivamente, sin el control sobre la prensa, el autoritarismo cojea.

Isabel Mercado, siempre acechada por la tormenta, da cuenta de la creatividad y los esfuerzos en favor de la innovación digital, la investigación de calidad mientras se alimentaba la esperanza de nuevas inversiones para enfrentar la falta de publicidad.

Ya Salazar había visto cómo la animadversión política se tradujo en abierto boicot económico. “Ya no se trataba únicamente de la exclusión de P7 de la pauta publicitaria estatal, sino, incluso, de las presiones que ejercían las autoridades a la iniciativa privada para que no se anunciara en el periódico”.

Más adelante, Mery Vaca muestra cómo la pandemia –sobre llovido mojado– agrava la crisis económica mostrando la serie de factores que desataron la tormenta: acoso judicial, represión de periodistas, bloqueo informativo, innovación digital sin recursos y todo para mantener la independencia del periódico en un contexto de polarización y alineamiento de la mayoría de los medios con el poder.

Los cuatro testimonios son valiosos porque muestran los esfuerzos y el compromiso de los cuatro, pero sin duda es el relato de Mery el que produce un nudo en la garganta porque muestra hasta las lágrimas que, además de los errores cometidos en la gestión y que derivaron en la pérdida de un derecho para los lectores, las victimas últimas fueron el equipo de trabajadores que aun demandan se cumplan las obligaciones y se respeten sus derechos.

Brújula Digital /04/02/24/

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El costo de la palabra

Prólogo al libro Contra viento y marea

Sergio Ramírez (Premio Cervantes de Literatura)                   

El primer número de Página Siete se publicó en La Paz el sábado 24 de abril 2010, y el último el jueves 29 de junio de 2023, poco más de trece años después. Una vida intensa y azarosa, de lucha constante por mantener a flote una empresa informativa, acosada por el poder político, y que en este libro está contada por los cuatro periodistas que tuvieron a su cargo la dirección del diario, Raúl Peñaranda, Juan Carlos Salazar del Barrio, Isabel Mercado y Mery Vaca.

La historia dramática de Página Siete ilustra la lucha de los medios de comunicación que en América Latina persisten en informar de manera independiente, con valentía y sin concesiones, a costas de su propia existencia, y no pocas veces de la persecución, la cárcel, el exilio, y hasta la vida de los periodistas, como lo vemos repetirse en países como Venezuela, Guatemala, México, Colombia o Nicaragua, donde los trabajadores de prensa resultan víctimas de la represión política, así como de los carteles de la droga y el crimen organizado.

Página Siete nace cuando el presidente Evo Morales, dirigente indígena del Movimiento al Socialismo (MAS), ha sido reelegido ese año de 2010 con el 65 por ciento de los votos, en el auge del “socialismo del siglo veintiuno” que pregona el presidente de Venezuela, comandante Hugo Chávez, cuando una ola de gobiernos de izquierda de diferentes matices, crece en el continente, fruto de elecciones populares: Lula da Silva, un obrero metalúrgico, en Brasil; Fernando Lugo “el  obispo de los pobres” en Paraguay; José Mujica, un antiguo guerrillero tupamaro, en Uruguay; Rafael Correa, en Ecuador; Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; Daniel Ortega, que ha regresado al poder en Nicaragua; además de Cuba, donde el régimen de Fidel Castro es oxigenado por los petrodólares de Chávez.

Dentro de este panorama expansivo de la izquierda, esos mismos petrodólares de Chávez buscan asegurar instrumentos de influencia y poder a los gobernantes socios de su proyecto bolivariano, entre ellos la compra de medios de prensa; y es por lo que el diario La Razón, el más importante de La Paz, pasa a manos de empresarios ligados a los intereses venezolanos, en busca de convertirlo en aliado, o vocero del oficialismo. Y así nace la oportunidad para un nuevo periódico independiente.

Peñaranda, el primer director, señala que la independencia, la pluralidad, y la información a profundidad, fueron las metas que el periódico se propuso desde el inicio: “de ninguna manera podríamos defender intereses sectarios, partidistas”. Y para los cuatro directores, y autores de este libro, el término de diario independiente, muy distinto del término diario de oposición, se volvió esencial. Un periódico independiente no se opone a un gobierno enarbolando una bandera política. Escarba, investiga, saca a luz lo oculto. Reconoce aciertos y expone desaciertos. Informa.

Esta tarea nunca es fácil de entender, o de asimilar para el poder político, sobre todo cuando el brillo de su propio proyecto ideológico lo ciega. Y, así, un periódico independiente, que investiga a fondo los hechos, y no hace concesiones, se enfrentará tarde o temprano con ese poder, que, aunque originado en unas elecciones libres, y dueño de respaldo popular, no admite voces críticas, ni tolera otra verdad que la verdad oficial.

Bajo el segundo periodo presidencial de Evo Morales se afianzaba el “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario” consagrado en la nueva constitución política de 2009; se seguían profundizando reformas económicas, entre ellas la reivindicación de los recursos naturales, minerales y gas, se ampliaban programas sociales transformadores, sobre todo en educación y salud. Y el presidente afianzaba su popularidad, al punto que en las elecciones de 2014 volvería a ser reelecto por más del 60 por ciento de los votos; pero, al mismo tiempo, consolidaba su control político sobre las instituciones, más allá de los límites democráticos.

“La presión del gobierno empezó a sentirse más fuertemente”, dice Peñaranda. “Todavía quería más un gobierno que controlaba dos tercios de ambas cámaras del Legislativo, el sistema judicial, el Ministerio Público, todas las antiguas superintendencias, la Contraloría General, el grueso de los sindicatos, dos tercios de municipios y gobernaciones y buena parte del sistema mediático…quería controlarlo todo. No podía haber un diario díscolo, que señalara los errores, las contradicciones, las inconsecuencias, las imposturas. Aunque ese diario sea moderado y razonable, ese diario molestaba, irritaba sobremanera…”.

El acoso contra Página Siete empezó a manifestarse desde el primer año de su existencia. Si el socialismo del siglo veintiuno de Chávez proveía recursos para comprar medios de comunicación, y de esta manera alinearlos, o silenciarlos, también proveía un modelo represivo contra aquellos que no se sometían, y del que se hacía uso constante en Venezuela con los diarios y revistas, los portales de noticias, las estaciones de radio y las cadenas de televisión; un modelo que en Nicaragua llevaría, a partir de 2018, a la cancelación de todo los medios críticos, confiscados y suprimidos, y los periodistas encarcelados o enviados al exilio.

Contra Página Siete se ensayaron medidas muy variadas, basadas todas en el uso de entidades del estado, la primera de ellas, y la más socorrida por el poder, la cancelación de las pautas de publicidad de las entidades controladas por el gobierno, y la presión a empresas privadas para no anunciarse; es el mismo díctum autoritario del viejo PRI de México, común como arma política en América Latina contra la prensa independiente: “no pago para que me peguen”.

Y, a la par, como detallan los autores del libro, la apertura de procesos judiciales por difamación, las auditorías arbitrarias y las multas, las acusaciones constantes de parte de voceros del gobierno, y los ataques de los medios de comunicación afines; el hostigamiento por medio de troles en las redes sociales; la interposición de obstáculos en el acceso a las fuentes oficiales, los ataques cibernéticos contra la página web del periódico. Un diario enemigo, que debía ser tratado como tal.

La independencia a la hora de informar, que presupone no tomar bando, y rechaza la afiliación partidaria, sólo puede ser entendida por un gobernante fiel a su identidad democrática, consciente de que la crítica, y aún la denuncia de los abusos de poder y de los casos de corrupción documentados, contribuyen a salvaguarda el estado de derecho, y hacen que el ejercicio de la función pública sea más cuidadoso consigo mismo, y por tanto más transparente.

Pero cuando el poder cae en la tentación autoritaria, y busca cerrar espacios, las voces críticas irritan, e incitan a la represión; y aquí la frontera entre regímenes de izquierda o de derecha desaparece, porque la regla de intolerancia y castigo a causa de la fiscalización, viene a ser la misma. El autoritarismo sólo cambia de ropaje, o de retórica, pero conserva el mismo rostro. Un rostro que tampoco ríe nunca, y jamás entiende de humor.

Página Siete, navegando contra la corriente, logró posicionarse como un medio de comunicación creíble y se ganó un amplio mercado de lectores, pero se trataba de un experimento arriesgado en términos empresariales, y nunca pudo ganar su punto de equilibrio financiero. A la hostilidad gubernamentales, que significaba el cierre de las fuentes de publicidad de entidades públicas, se sumaron otros factores, entre ellos la crisis provocada por la pandemia, y la tendencia mundial a la reducción, o desaparición, de los diarios impresos, sin que tampoco le fuera posible sumar suscripciones pagadas suficientes para sostener la edición digital.

Pese a todo, sobrevivió durante trece años, y la historia del país quedó reflejada en sus páginas.  De los años de auge político de Evo Morales, a su renuncia al cargo presidencial en 2019 antes acusaciones de fraude electoral y graves protestas populares, y su exilio en Argentina, a la recuperación del poder por la derecha con la presidencia provisional de Jeanine Áñez, al regreso del MAS tras el triunfo electoral de Luis Arce, y a la creciente división del partido oficial, patente desde  finales de 2021, entre las facciones de Morales y Arce, en disputa por el control del partido, y la futura candidatura presidencial.

En el último número de Página Siete, los periodistas de planta, que vivían en carne propia la crisis financiera y tenían meses de no cobrar sus salarios, firmaron todos una valiente y nostálgica nota de despedida: “Queremos recordar que Página Siete fue uno de los medios más premiados a lo largo de sus 13 años de vida y también uno de los pocos que marcó huella con revelaciones que destaparon hechos de corrupción y otros delitos…el trabajo periodístico fue clave para que la sociedad boliviana abra los ojos ante hechos de corrupción y todo tipo de injusticias”.

El relato a cuatro voces contenido en este libro representa un testimonio de las luchas del periodismo independiente latinoamericano por convertir la libertad de expresión en un instrumento de lucha cotidiana por la democracia, que lejos de quedarse en un concepto abstracto es un hecho que debe hacerse realidad cada día. La democracia la construyen también los medios de comunicación que asumen su papel crítico, y vigilan al poder político con integridad ética.

Es cuando la palabra libre cobra sus fueros, y se vuelve temida, porque el poder autoritario prefiere la palabra oficial, que es igual al silencio.

Madrid, diciembre de 2023.-