“A la guerra en taxi”: geografía poética de la violencia

Santiago Espinoza A.

Juan Carlos Salazar del Barrio es un periodista boliviano de dilatada y meritoria carrera dentro y, sobre todo, fuera de Bolivia. Comenzó como reportero en los años 60 en la Agencia de Noticias Fides, el exilio lo llevó a Argentina en los 70 y, de ahí en más, el oficio lo condujo a las principales capitales latinoamericanas y europeas, que vivió y recorrió como corresponsal y director del Servicio Internacional en Español de la Agencia Alemana de Noticias (DPA) durante más de 40 años, antes de retornar a su país de origen, donde sigue haciendo periodismo, aunque ya no desde las trincheras de la coyuntura diaria, sino refugiado en los búnkeres sin tiempo de los libros y la formación. Esta apretada semblanza viene a cuento por dos razones. En primer término, por si al eventual lector su nombre no le suena de inmediato. En segundo, porque el itinerario periodístico y vital es fundamental para entender el origen de los textos que componen su libro A la guerra en taxi: Crónicas desarmadas (Plural, 2023).

En sus poco más de 300 páginas, el volumen reúne crónicas, reportajes, perfiles y algunos textos más libres de las ataduras genéricas del periodismo, en los que desgrana sus coberturas sobre los albores del periodo dictatorial en Bolivia (y sus resistencias), los horrores de la Operación Cóndor en Argentina y otros países, el genocidio ejecutado por EEUU y sus gobiernos títeres en Centroamérica, las penurias del “periodo especial” en Cuba y la guerrilla zapatista en México. Más que una antología de textos de su autor, A la guerra en taxi está confeccionado como un mapa periodístico de algunos de los principales conflictos armados que desangraron a los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo pasado. En sus textos se respira, de buenas a primeras, el aliento del periodista de raza: ese que sabe dónde encontrar historias y personajes, ese que sabe aquilatar sus narraciones con la información indispensable, ese que sabe cifrar en palabras sus certezas y dudas.

Algo que personalmente aprecio de los textos de Salazar es su despojamiento de vanidad para relatar peripecias que, en manos de un reportero menos hábil y/o más pagado de sí mismo, podrían derivar en fábulas exhibicionistas de aventuras exóticas. El autor boliviano no es ni se asume como un turista, esto es, un visitante ocasional más interesado en sacarse fotos con un paisaje de fondo que en conocer el lugar donde ha ido a parar. El suyo es un ejercicio periodístico en el sentido más digno de la palabra: reconocer la extrañeza del sitio en el que se encuentra y, desde ahí, intentar comprender qué y por qué ocurren las cosas a su alrededor. Los trabajos reunidos en este libro caminan a contrapelo de cierta tendencia autocomplaciente de la crónica actual, en la que el cronista se antoja más importante que el espacio y las personas que debería narrar. No en vano perteneciente a una generación más apegada al rigor de las salas y mesas de redacción, Salazar sortea el vicio pretencioso de generaciones posteriores que quieren hacer alta literatura antes que periodismo y, a la larga, no acaban haciendo bien ninguna de las dos cosas.

Ahora bien, no es que la escritura de Salazar carezca de estilo o renuncie al compromiso con la palabra escrita. Para nada. Hay sobradas muestras de un estilo forjado por los largos años de urgencia periodística y refinado por el deslumbramiento ante la potencia poética del lenguaje. De esto último son muy decidores algunos textos más breves que los reportajes, diferenciados por una tipografía especial y consignados con títulos en cursivas, en los que su autor dibuja perfiles de “monstruos” (Claudio San Román, José López Rega, Luis Arce Gómez) y de “santos” (Óscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande, Chan Kin Viejo). La poesía estalla, también, en escritos que, como “Villa Balazos”, “Perfumes democráticos” y “La poética geografía de la guerra”, hacen dialogar a Jaime Saenz y Jorge Suárez con la insurrección callejera en la Revolución del 52 y la resistencia al golpe de Barrientos en 1964, o a la canción popular del nicaragüense Carlos Mejía Godoy con el espíritu libertario que animó las guerrillas centroamericanas. Incluso su dedicación a la aventura zapatista es indicadora de su fascinación por la poesía, al tratarse de una guerrilla que, para muchos, dejó más palabras escritas que balas asesinas.

De conceder al lugar común, debería sugerir la lectura de A la guerra en taxi a periodistas y prospectos de periodistas, pero quiero creer que esa es sugerencia innecesaria por implícita. Prefiero pensar que las “crónicas desarmadas” de Salazar merecen ser leídas por todo aquel que crea en la exploración de la poesía que guardan los seres y las cosas del mundo, incluso los seres que ejercen la violencia, incluso las cosas que mueven la violencia.

Ramona – Opinión – 13 de agosto de 2023

https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/guerra-taxi-geografia-poetica-violencia/20230812201920917088.html