“Eppur si muove” (Y, sin embargo, se mueve) es la frase que supuestamente pronunció Galileo Galilei después de abjurar de la teoría heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición. Nunca se confirmó si el astrónomo y físico italiano formuló realmente tales palabras ante sus detractores, pero se utiliza la expresión para significar que un hecho es totalmente cierto aunque se niegue su veracidad.
Los vencedores de las elecciones del 18 de octubre se han dado a la tarea de reescribir la historia. Están en su derecho, pues como dijo George Orwell, “la historia la escriben los vencedores”. Sin embargo, quienes intentan reescribirla olvidan que los hechos son tozudos y que el tiempo también suele dar voz y razón a los vencidos. Ni el voto popular redime ni la “nueva” historia absuelve.
Ahora resulta que Evo Morales no violó la Constitución en dos ocasiones para reelegirse de manera ilegal e ilegítima, que no desconoció el resultado de un referéndum vinculante, ni hizo fraude para perpetuarse en el poder. Según los “historiadores” del orden restaurado, tampoco renunció al cargo ni huyó del país, sino que fue víctima de un golpe de Estado.
El relato era conocido, pero quienes lo sustentan pretenden convertirlo, sin pudor alguno, en historia oficial, amparados en el veredicto de las urnas y en el poder del vencedor. Por eso mismo conviene recapitular los hechos.
Avalado por jueces designados por el oficialismo, Evo Morales violó los artículos 168 y el primero transitorio de su propia Constitución, que prohíben expresamente la segunda reelección, al postularse para las elecciones de 2009 y 2014; desconoció el resultado de un referéndum vinculante, convocado por él mismo, con el argumento de que violaba su derecho humano a la reelección vitalicia; finalmente, ante el resultado adverso, la Corte Electoral, igualmente oficialista, interrumpió el recuento de votos para arañar las 57 milagrosas centésimas que permitían a su mandante eludir la segunda vuelta.
Evo Morales era consciente de lo que significaba desconocer el resultado del referéndum porque, una semana antes de la consulta, él mismo declaró públicamente que hacerlo equivaldría a dar un golpe de Estado. Por eso tiene gracia escucharle acusar de “golpistas” a quienes le reclamaban el cumplimiento de la Constitución y de su palabra.
Evo Morales anuló la elección y renunció. Y con él todos los parlamentarios oficialistas ubicados en la línea sucesoria. Es cierto, los jefes militares, designados por él mismo, le pidieron la renuncia, pero antes lo había hecho la Central Obrera Boliviana (COB), también aliada suya. Se fue un día después a México, cuando nadie lo perseguía y ni siquiera había gobierno.
Por cierto, ¿no fue Evo Morales quien solicitó la auditoría vinculante de la OEA? ¿Y no fue él quien cubrió con guirnaldas de coca al ahora denostado Luis Almagro cuando asistió a su ilegal e ilegítima proclamación en el Chapare?
El Movimiento Al Socialismo (MAS) habla de violencia y terrorismo en los días de furia, pero, por supuesto, no se refiere a la quema de los 64 buses PumaKatari, ni a las nueve estaciones policiales incendiadas, ni a las tres pasarelas dinamitadas en El Alto. Contabiliza los hechos que afectaron a sus militantes, condenables por cierto, pero tuerce la vista cuando se menciona la quema de las viviendas del rector Waldo Albarracín y de la periodista Casimira Lema. Para el MAS, ni el cerco a las ciudades para privarles de alimento, ni los llamados al enfrentamiento (“¡Ahora sí, guerra civil!”) son condenables. Mucho menos el corte de los suministros de oxígeno a los hospitales en la última huelga.
En justicia, ningún hecho delictivo debería quedar impune, “venga de donde venga”, como suelen repetir los gobernantes con todo cinismo. Pero, ya se sabe, los vencedores no sólo escriben la historia. También designan a los jueces y elaboran sus fallos. En el caso boliviano, los jueces no esperaron el cambio de gobierno para volver al quicio masista del que provenían. Para el poder, la violencia, la corrupción y la ilegalidad siempre estarán en el bando contrario.
El vencedor tiende a ocultar bajo el lado oscuro de su propia historia para justificar su trayectoria. La magnitud de la victoria puede dar fuerza al relato, pero no la razón, que depende de los hechos puros y duros.
Y, sin embargo, la Tierra se mueve, dijo Galileo después de verse obligado a abjurar de la teoría según la cual la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol. Parafraseando al astrónomo, bien podríamos decir: y, sin embargo, Evo violó la Constitución; sin embargo, desconoció el resultado de un referéndum vinculante; sin embargo, intentó hacer un fraude; sin embargo, anuló la elección, renunció y huyó del país; sin embargo, no hubo golpe y si hubo, lo hizo él mismo al desconocer el referéndum.
Esos son los hechos. Señalarlos y recordarlos no significa desconocer la victoria del MAS, pero conviene aclararlo, porque en la “nueva historia” todo el que ha criticado y critica la conducta autoritaria del vencedor es “golpista” y “antidemocrático”. Los hechos son los hechos y son los que cuentan para la historia. Y el MAS no podrá borrarlos aunque obtenga el 99% de los votos, porque –como dijo Goethe–, para pesar de Evo Morales, “los pecados escriben la historia, el bien es silencioso”.
Página Siete – 5 de noviembre de 2020