¿Metamorfosis en el Chapare?

Más de un gobernante ha evocado al término de su mandato la novela La silla del águila del mexicano Carlos Fuentes (2003), cuando uno de los personajes le recuerda al protagonista de la historia, el presidente imaginario de un México no tan imaginario, el drama que supone la pérdida del poder.  “Aunque haya ganado las elecciones –le dice–, jamás olvide que al final va a perder el poder. Prepárese usted. La victoria de ser Presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser expresidente”.

No sé cuán preparados están los políticos para ese dramático salto, pero la transición suele ser traumática. La soterrada lucha que se da entre el hombre que se resiste a ceder el poder y el que se empeña en conquistarlo para consolidar su autoridad, acaba, por lo general, en el exilio del “derrotado”, así sea el “exilio dorado” de una embajada, cuando no termina en la cárcel. En este caso, la etimología y el sino se dan la mano en el prefijo “ex”.

La historia de Bolivia es pródiga en ejemplos. Víctor Paz Estenssoro sufrió los dos tipos de exilio. Primero en la embajada de Londres, tras la victoria de su compañero de partido, Hernán Siles Zuazo, en 1956, y después en Lima, como consecuencia del golpe del 4 de noviembre de 1964. Gonzalo Sánchez de Lozada siguió el mismo camino en octubre de 2003. Renunció obligado por una movilización popular, como renunció y se exilió Evo Morales a cuenta de otra movilización ciudadana, en octubre de 2019.

Por muchas razones los “ex” terminan siendo personajes incómodos para sus sucesores, porque la política es ingrata y los políticos no suelen reconocer mentores ni padrinazgos una vez que se han instalado en el poder, ese “largo orgasmo” que otorga la “fortuna política”, como lo define Carlos Fuentes.

Claro, hay casos y casos. El mexicano Luis Echeverría quiso mantenerse en el candil como autoproclamado “líder del Tercer Mundo” y fue fulminado por su sucesor, José López Portillo, quien lo envió de embajador a las Islas Fiyi. Un humorista de la época comentó que su primera misión era averiguar dónde quedaba el archipiélago. Sobre el castigo, la humillación. Al Gore “incomodó conciencias” con su campaña sobre el peligro del calentamiento global, como documenta la película Una verdad incómoda, pero no molestó a su anfitrión, George W. Bush, pese a que había sido su “víctima” en las elecciones de 2000. ¿Ocurrirá lo mismo con Donald Trump?

¿Qué rol cumplirá Evo Morales bajo la nueva administración masista?, es la pregunta que se hacen analistas y observadores del quehacer político. ¿Será el poder detrás del trono? ¿Ejercerá un poder dual desde el Chapare? En definitiva, ¿cómo será la convivencia de Luis Arce con su mentor? El expresidente retornó de su exilio en una doble condición. Derrotado por el movimiento ciudadano que  impidió su reelección ilegal en octubre de 2019, volvió aupado por una victoria ajena, aunque fraguada por él mismo, la de su vicario, quien le debe la designación y el apoyo en la conquista de la silla presidencial. 

Aunque no dijo “¡qué hay de lo mío!” como muchos de los “buscapegas” de su partido que se  lanzaron al asalto de puestos públicos, Morales volvió pisando fuerte, dispuesto a ocupar la parcela del poder que considera suya. En sus primeras intervenciones, presumió de haber debatido con el Presidente la designación de las nuevas autoridades y dio  instrucciones al Gobierno y a la Asamblea Legislativa para emprender las acciones que él considera prioritarias.

Arce no asistió al acto. Morales atribuyó su ausencia a sus múltiples ocupaciones en la gestión pública, pero el nuevo mandatario se preocupó de hacer notar mediante sus cuentas en las redes sociales que, mientras se producía el baño de masas en el Chapare, él no estaba inmerso en ningún trabajo administrativo, sino impartiendo clases por Zoom a sus alumnos de la universidad.

Días después, el propio Morales anunció que fue ratificado como presidente del Movimiento Al Socialismo (MAS) y que en esa condición dirigirá la campaña para las elecciones subnacionales de marzo por próximo, lo que equivale a decir que elaborará las listas de candidatos. El que nombra controla.

Algunos analistas creen ver señales de independencia tanto en la ausencia de Arce en la recepción de Chimoré como en ciertas declaraciones del vicepresidente. Sin embargo, el exministro Carlos Romero afirmó que Arce y Choquehuanca conforman “un binomio legítimo que ha ganado por mérito propio la Presidencia y la Vicepresidencia del Estado”, pero que “la dirección política y estratégica del proceso es de Evo Morales”. 

Conociendo su trayectoria y personalidad,  cuesta imaginarlo al margen de la política diaria o en un trabajo de bajo perfil, aunque en los días posteriores a su llegada a Bolivia haya guardado un discreto silencio. Pues sí, como dice su brazo derecho, el cocalero Andrónico Rodríguez, es “prematuro” hablar de su jubilación.

Volviendo a la obra de Carlos Fuentes, el consejero le dice al protagonista de la novela: “Hay que tener más imaginación para ser expresidente que para ser presidente”. Me temo que Evo Morales nunca se vio a sí mismo como un expresidente. Por algo quiso prorrogarse indefinidamente en el poder. Si no cambió en 14 años, menos lo hará ahora que se considera el padre de la restauración masista. El único que cambió de la noche mañana fue Gregorio Samsa, el personaje de Franz Kafka, que se acostó siendo uno y despertó siendo otro. Las metamorfosis se dan únicamente en la literatura.

Página Siete – 19 de noviembre de 2020

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