Con su conocida ironía y convicción anarquista, Jorge Luis Borges dijo alguna vez que “la democracia es un abuso de la estadística”, la del recuento de votos después de cada ciclo de gobierno, pero no habiendo un sistema mejor ni otra manera de medir la voluntad popular, la democracia y las elecciones son hoy por hoy las mejores fórmulas para normar la convivencia y dirimir las divergencias, dicho esto con el perdón del autor de la Historia universal de la infamia.
Los bolivianos acudiremos a las urnas el 18 de octubre próximo tras un año de sobresaltos, durante el cual vivimos un intento de fraude, la fuga del hombre que quiso convertir el gobierno vitalicio en un derecho humano y el azote de una pandemia que ha obligado a la humanidad a repensar valores y paradigmas. No será pues un “recuento estadístico” cualquiera, sino un acto soberano que marcará un antes y un después en la historia contemporánea de Bolivia.
No es la primera vez que Bolivia vive momentos difíciles en la construcción de su democracia. Basta recordar la tragicomedia del 6 y 7 de octubre de 1970, cuando vimos jurar a seis presidentes militares en 24 horas, o la saga de asonadas sangrientas y elecciones anuladas o desconocidas durante el bienio siniestro de 1978/1980.
Si algo nos han enseñado las dictaduras militares a los bolivianos es a valorar la democracia, con todas sus imperfecciones, a salvaguardar las libertades civiles y políticas y a defender principios elementales como el de tolerancia y la convivencia entre diferentes. Esas convicciones, arraigadas en el sentir ciudadano a golpe de infortunios, permitieron el retorno a la democracia, en un 10 de octubre de hace 38 años, y el freno al autoritarismo populista en octubre del año pasado.
Un nuevo octubre, el de 2020, nos da la oportunidad de marcar otro hito en la senda de la consolidación democrática. Las encuestas perfilan una segunda vuelta entre la fórmula que busca el restablecimiento del modelo autoritario vigente durante 14 años y la que propone la apertura de un nuevo escenario que abra paso a la renovación política y a la instauración de una democracia moderna.
Hay muchas razones para negarle el voto al vicario del presidente huido. No voy a enumerarlas. Bastaría señalar el autoritarismo de que hizo gala el régimen durante sus 14 años de gestión, la corrupción generalizada, el dispendio que privó al país de obras e infraestructuras necesarias, que tanto extrañamos ahora, y la conducta amoral que ha caracterizado a su líder, para decirle que su partido no merece otra oportunidad. Son buenas razones para marcar el final de un ciclo y el inicio de otro, el de la consolidación democrática.
Las encuestas perfilan una segunda vuelta, pero no la garantizan. Coinciden en que un 70% del electorado prefiere la renovación, pero la dispersión de las preferencias, aunada a los eventuales votos nulos y blancos, favorece al candidato de la restauración autoritaria, quien precisa del 40% de los votos válidos y una diferencia adicional de 10 puntos porcentuales sobre el segundo para obtener el triunfo en primera vuelta.
Dicho de otro modo. Votar por las opciones que no tienen ninguna posibilidad de llegar a la segunda vuelta, como muestran las encuestas de manera coincidente, es ayudar objetivamente a la restauración del régimen autoritario, aunque sus abanderados digan que permanecen en la carrera electoral para evitarlo. El voto nulo y blanco son votos de protesta. ¿Contra quién? En realidad, contra nadie, sino a favor del primero en el escrutinio.
La definición estará pues en manos del electorado, como ocurrió en octubre del año pasado, cuando se unificó en torno a la opción antiautoritaria. Por eso es importante acudir masivamente a las urnas y hacerlo de manera pacífica, rechazando las provocaciones y los llamados a la violencia de quienes buscan imponer sus propuestas por las buenas o las malas.
Winston Churchill, uno de los grandes estadistas europeos, dijo alguna vez que “tras un recuento electoral, sólo importa quién es el ganador; todos los demás son perdedores”. Eso lo veremos en la noche del 18 de octubre, pero si nos atenemos a las encuestas, tendremos dos ganadores, con un segundo con mayores posibilidades de ganar la gran final de noviembre.
Parafraseando a José Martí cuando habló de la “hora de los hornos” como parteaguas de un determinando momento histórico, bien podríamos decir que Bolivia se encuentra en la “hora de la urnas”, la hora de las grandes decisiones, después del cual “no se ha de ver más que la luz”. Que así sea.
Página Siete – 8 de octubre de 2020